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«El hombre de las Filipinas» (1980), de Giancarlo Berardi e Ivo Milazzo

Publicado originalmente por la Editorial Cepim en la colección “Un uomo un’avventura”, este álbum nos traslada a la guerra colonial –aunque nunca reconocida como tal– que sostuvieron los Estados Unidos en Filipinas a principios del siglo XX contra los “insurgentes” que se oponían a la intervención americana en su tierra.

A lo largo de la historia y desde los ojos de James Stappleton, un enviado de Washington (trasunto de Mark Twain, tanto en su aspecto como en su aguda capacidad de observación y acerados comentarios), recién llegado al selvático frente por motivos que sólo al final se revelan, se nos ofrece un cuadro muy ajustado de las horribles penalidades y tensiones que los soldados americanos, ignorantes de la bondad o maldad de su misión, tuvieron que soportar en Filipinas: medio ambiente hostil, emboscadas continuas, torturas y mutilaciones, muerte de compañeros, imposibilidad de confiar en los nativos… una situación que, como el guionista Giancarlo Berardi deja traslucir, embrutece y petrifica tanto el corazón como la mente.

La personificación de ese proceso deshumanizador la constituye el teniente Arnold: duro, sin compasión. Un militar estricto que no duda en rematar a los enemigos caídos en una escaramuza para que no vuelvan a amenazar a sus hombres.

Cuando al final del relato se desencadena la tragedia, los americanos no dudan en defender sus vidas aun a costa de matar a civiles inocentes en un tiroteo, aunque en modo alguno queda claro que lo hagan a propósito. Es por eso por lo que no parece del todo adecuado rematar el álbum relacionando aquellos sucesos con la despreciable matanza de My Lay, sesenta y ocho años después, durante la guerra de Vietnam.

Porque realmente, lo único que se podría argüir en contra del comportamiento del teniente es su fría y descarnada tortura del jefe del poblado indígena –quien, por otra parte, no se sabe si efectivamente es o no un traidor–. La muerte del pequeño Jolo –en realidad, un terrorista o un niño/soldado, según como se mire– no deja de ser accidental, puesto que Arnold solo creía estar salvándole la vida a Stappleton.

Al final, la postura de unos y otros, si bien no justificable, sí es comprensible. Para Stappleton, recién llegado al país, resulta fácil juzgar el conflicto desde un punto de vista meramente intelectual, alejado de la realidad; realidad que deben sufrir los soldados del frente. De ahí el cínico comentario del teniente Arnold cuando, tras descubrir los cadáveres de dos de sus hombres salvajemente mutilados, le pregunta al estupefacto Stappleton: “¿Y qué dice de esto el Congreso?”, poniendo de relieve el completo desconocimiento que del problema tenían los políticos.

En cualquier caso, es especialmente clarificador el diálogo que mantienen Stappleton y su viejo amigo, el coronel Harris acerca, del conflicto en el que están inmersos y del que ambos, en el fondo, saben que no tiene nada que ver con llevar cultura y civilización a unos “salvajes”, sino con dominar un enclave crucial desde el punto de vista político, estratégico, comercial y de prestigio internacional. Se trata, en definitiva, de un tebeo con un claro trasfondo de crítica política, antibelicista y tristemente escéptico acerca de la imparcialidad de la justicia o del potencial de mejora del hombre, tanto individual como colectivamente.

Por otro lado, el arte de Ivo Milazzo es dinámico y ágil. Su pericia narrativa es tal que no necesita textos de apoyo, ni tan siquiera para situar la acción espacial o temporalmente. De hecho, tal recurso –junto a los globos de pensamiento– es prácticamente inexistente en la obra conjunta de ambos autores, lo cual no hace sino confirmar su profesionalidad: todo lo que tienen que decir lo exponen mediante de la imagen y los diálogos. Es a través de ambos recursos, así como de sus actitudes, reacciones y lenguaje corporal, como conocemos a los personajes. No a través de textos que, en el caso de un dibujante de la ligereza gráfica de Milazzo, lo único que harían sería entorpecer y sobrecargar innecesariamente la lectura.

Naturalmente, para lograr la adecuada efectividad de lo antes mencionado, es necesario un talento sobresaliente para la caracterización de los personajes, y Milazzo, sin ningún género de dudas, sale victorioso. Las caras, las posturas, las manos…hablan por sí solas; y ello simplificando al mínimo el número de líneas y sombras.

El hombre de las Filipinas es una pequeña joya que pasó desapercibida –como, desgraciadamente sucede en nuestro país con la obra de estos dos autores–, pero cuya lectura merece sin duda la pena para todo aquel que disfrute con un cómic que vaya más allá de la mera aventura de acción heroica en parajes exóticos.

Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".