La renovación editorial que inició DC apoyándose en la maxiserie Crisis en Tierras Infinitas (1985-1986) incluyó la renovación, modernización y simplificación más o menos integral de sus personajes de bandera como Superman, Wonder Woman o la Liga de la Justicia… pero no de Batman. La mitología de éste se consideró tan compacta y eficaz que no requería de una actualización a los tiempos modernos. Sí se llevó a cabo, no obstante, un refuerzo de sus orígenes y de su lado más oscuro.
En respuesta a las preguntas de los lectores al respecto de los planes que la compañía tenía para el personaje, el editor de los títulos de Batman por entonces, Denny O’Neil, apuntó ya las líneas directoras de su plan en un artículo publicado en el número 568 de Detective Comics (noviembre de 1986): “¿Qué está pasando con Batman? Bueno, para empezar, no vamos a seguir los pasos de John Byrne con Superman. No tenemos pensado cambiar el origen de Batman ni nada de lo que ya está bien establecido sobre él, sus amigos, enemigos o secundarios. Más bien, los estamos revirtiendo, purificándolos”.
Esa purificación comenzó en 1986, aunque de forma un tanto cautelosa ya que se realizó fuera de la continuidad oficial e incluso ajena a las colecciones regulares. Se trató de El regreso del Caballero Oscuro, de la que ya hablé en una entrada anterior y que fue realizada por el que entonces era el artista más cotizado de la industria del comic-book: Frank Miller. Aquella versión futurista y achacosa de un Batman traumatizado se ganó inmediatamente las alabanzas de críticos y lectores y, junto con Watchmen sigue estando hoy considerada como una de las obras seminales de la década.
Con semejante éxito, no es de extrañar que DC confiara de nuevo en Miller para continuar perfilando esa nueva imagen del personaje, en esta ocasión yendo al otro extremo: sus orígenes como justiciero enmascarado de Gotham. Lo que se proyectó inicialmente como una miniserie acabó serializándose dentro de la colección mensual Batman en un arco de cuatro partes titulado Batman: Año Uno.
Para aquellos lectores más jóvenes que sólo conozcan a Miller por su obra de las últimas dos décadas, ya sea su serie detectivesca de homenaje al pulp Sin City o su regreso al universo de Batman con Batman DK2 o la retroserie All Star Batman y Robin, puede resultar difícil asociar los adjetivos “brillante” y “sutil” con Miller. Pero en la década de los ochenta del pasado siglo, este autor desplegaba un talento extraordinario, capaz de ofrecer caracterizaciones repletas de matices y tocar temas polémicos con habilidad combinando un potente estilo narrativo con un buen ojo para la composición y el planteamiento de las escenas. Por desgracia, Miller es un autor cuyo trabajo parece perder madurez conforme él envejece y sus obras más recientes son más propias de un adolescente –con talento, sí, pero adolescente al fin y al cabo– que de alguien con sus credenciales en el medio.
En cualquier caso y como he dicho, los ochenta fueron su edad dorada, algo que comprobaron los lectores habituales del Hombre Murciélago que no habían prestado demasiada atención a los anuncios publicitarios de DC o la prensa especializada cuando abrieron el nº 404 de Batman (febrero de 1987). Era una historia que nada tenía que ver ni con lo que el guionista Doug Moench había estado contando en los meses precedentes ni con el tipo de dibujo tirando a mediocre en el que se había asentado la serie. Además, se trataba de un flashback, algo asimismo inesperado. Con la ajustada prosa de Frank Miller, el dibujo minimalista pero increíblemente expresivo de David Mazzucchelli y el sombrío coloreado de Richmond Lewis, el primer capítulo de Año Uno anunció por sorpresa la llegada de una nueva imagen para el personaje, un nuevo estilo que impactó tanto a los lectores que perdonaron sin cuestionarlo el que en ninguna parte de aquél número apareciera Batman en su uniforme tradicional. Éste se presentaría en el segundo capítulo (nº 405, marzo de 1987) y, cuando lo hizo, fue vistiendo un disfraz casi realista. Su color era apagado, más gris que negro; el cinturón era un chisme aparatoso lleno de bolsillos y el símbolo pectoral un estilizado murciélago sin el óvalo amarillo rodeándolo. Por primera vez desde 1964, Batman perdía ese llamativo reclamo junto a su corazón.
Para empezar, Miller opta por obviar el origen del héroe (sólo le dedica una plancha al flashback con el asesinato de sus padres) y se centra en cambio en la última fase de la génesis de Batman como justiciero. Comienza con Bruce Wayne regresando a Gotham City tras años ausente, decidido a comenzar su guerra contra el crimen pero todavía sin tener claro cómo lo va a hacer. El Batman-Bruce Wayne que nos presenta Miller es un individuo mentalmente algo inestable, un hombre obsesivo aunque desde luego compasivo y heroico.
Pero este cómic, tanto o más que de Batman, trata sobre el teniente de policía James Gordon. Ambos llegan a Gotham simultáneamente aunque su percepción de la ciudad no puede ser más diferente: Wayne en avión privado, la contempla desde el aire, por encima de toda la mugre y congestión con la que se topa Gordon viajando en tercera clase en el tren. Todo lo que ocurre a partir de ese inicio es narrado alternativamente por uno o por otro de acuerdo a sus respectivos puntos de vista (un recurso habitual en la novela negra) y conforme van encontrando su lugar en la ciudad y la forma de luchar contra el crimen. Gordon es un policía honesto que llega a Gotham castigado por algún tipo de infracción no especificada y que se encuentra con un Departamento corrupto hasta la cúspide. La forma en que lucha por mantener su integridad personal –lucha que llega al plano físico, algo novedoso para el personaje– y al tiempo desbaratar la red de corrupción es tan importante como el drama que experimenta Wayne en sus primeros y torpes pasos como Batman. A sus problemas profesionales se añaden los personales: su preocupación por su esposa y el hijo que va a traer al mundo, el tormento que le supone su infidelidad con la sargento Essen y el chantaje que ello propicia… son capas de humanidad que le hacen más cercano al lector que el implacable y monomaniaco Batman.
Igualmente, el guión va trenzando el destino de ambos hasta que policía y justiciero toman conciencia no sólo de la naturaleza del otro y de que militan en el mismo bando, sino de que se necesitan mutuamente en su cruzada común contra el crimen. El uno es un policía mal pagado pero honrado, eficaz y con experiencia; el otro un millonario muy adiestrado y motivado y con inmensos recursos materiales a su disposición.
Miller no había llegado todavía –aunque le quedaba muy poco– a su fase autoparódica, a los personajes extremos e inverosímiles que desfilarían, por ejemplo, por las páginas de Sin City. El trabajo de caracterización de Año Uno, en cambio, es muy sólido, contenido y rico en matices. Incluso los personajes secundarios, algunos de los cuales sólo asoman brevemente por los rincones de la historia, tienen asimismo su propia personalidad: Merkel, el fiel ayudante de Gordon; la sargento Essen; la sufrida esposa de Gordon, Bárbara; el comisario Loeb, cuya corrupción rezuma por sus facciones; el brutal sargento Flass, el cruel Braden de los SWAT… Desde luego, si alguno de estos secundarios experimentó un profundo rediseño fue la mujer fatal de la mitología batmaniana: Selina Kyle, alias Catwoman. Aquí se la presenta como una prostituta dominadora de hombres que se gana la vida en el barrio rojo de Gotham, una versión mucho más áspera que la tradicional y que chocaba de lleno con la que justo antes de empezar Año Uno había reintroducido Mike W. Barr en la serie paralela, Detective Comics (nº 569-570), con el traje púrpura y verde diseñado en los años cuarenta. Su peso en la historia no es comparable al de Batman o Gordon, pero al entrelazar los orígenes de los tres personajes, se establece un punto de partida común que otros guionistas aprovecharían en el futuro (Aprovechando la estela de Miller, el personaje de Robin también sería remozado. Tan sólo un año después, en Batman nº 408 (junio de 1987) se presentaba a Jason Todd, un niño vagabundo que le robaba al héroe las ruedas del Batmóvil aparcado).
Miller toma otra decisión creativa que le había funcionado bien en Daredevil. Cuando se hizo cargo del héroe ciego de la Marvel lo apartó de las coloristas peleas con supervillanos para colocarlo en un entorno urbano y eminentemente nocturno, poblado tanto por gangsters, asesinos a sueldo y delincuentes de poca monta como por corporaciones malignas y señores del crimen de altos vuelos. En Año Uno, sigue una línea similar. Aquí no veremos al Joker o a Dos Caras (aunque al primero se le menciona en la última viñeta y al segundo lo conocemos como Harvey Dent, fiscal aliado de Batman). La Gotham de Batman y Gordon es una ciudad sucia, congestionada, peligrosa y, sobre todo, corrupta, un escenario más plausible y peligroso para ambos, porque no se trata sólo de arrestar a delincuentes y mafiosos sino de enfrentarse al propio sistema.
Miller, por tanto, elimina buena parte del aire fantástico propio del género superheroico para asentarlo en al realismo. De hecho, no aparecen otros superhéroes y sólo se menciona de pasada a cierto hombre volador de Metrópolis. De acuerdo con esta premisa, Batman es un hombre macizo con un traje no particularmente glamuroso al que se le puede sorprender y herir –a veces hasta de forma insultantemente sencilla– y que prepara sus dramáticas apariciones utilizando sus propios focos. Pero también y al mismo tiempo es alguien superior al hombre corriente, capaz de efectuar hazañas atléticas y marciales y dotado de una voluntad de hierro.
El realismo se extiende a las escenas de acción, muy físicas, y también al clímax, con un peligro más personal e íntimo que el derivado de una espectacular batalla contra un supervillano.
Miller ofrece una caracterización de primera categoría. Sus textos son concisos pero afilados, algunas veces ingeniosos y otros muy perspicaces, pero sin caer abiertamente en el histrionismo. Los diálogos son potentes, deudores claros de la novela negra hard–boiled, pero sin resultar impostados, de tal forma que sus personajes mantienen la ilusión de verosimilitud. Hay mucho texto, mucha conversación y muchas escenas dedicadas a desarrollar a los personajes, pero en ningún momento el cómic se hace lento ni pierde el ritmo. Nunca antes –y raras veces después– Gordon había sido retratado de forma tan cercana, tan humana, un héroe con pies de barro; y también un liberal, por lo que dudo que Miller lo presentara de la misma forma a día de hoy.
Las escenas de acción son espectaculares y dramáticas. Especialmente aquélla en la que un equipo de SWAT acorrala a Batman en un edificio en ruinas es una de las más memorables de toda la historia del personaje, efectuando éste una huida melodramática imposible de olvidar (que luego fue copiada en la película Batman Begins con resultados muy inferiores).
Otro aspecto a destacar es que Año Uno hace honor a su título, esto es, narra lo que ocurre en Gotham durante exactamente un año, utilizando el formato y el lenguaje del cómic de una forma que ni el cine ni la novela pueden imitar. Miller ofrece una narrativa coherente y clara a pesar de utilizar multitud de elipsis temporales que abarcan semanas entre escena y escena (aunque, eso sí, se permite el insertar las fechas para que el lector no se despiste del todo). De esta forma, aunque la saga sólo dure unas noventa páginas, la impresión que se tiene es la de haber leído una épica de mayores dimensiones.
Pero este cómic no habría podido alcanzar una cota de calidad tan elevada sin el concurso de su dibujante, David Mazzucchelli. Éste había colaborado anteriormente con Miller en Daredevil: Born Again, también con resultados inmejorables. Pocos autores han existido en el ámbito del comic-book con una evolución gráfica tan rápida y personal como la que llevó a cabo Mazzucchelli.
Con tan sólo un puñado de obras, pasó de la esperada bisoñez de un recién llegado a dominar el naturalismo idealizado y de ahí al minimalismo y al expresionismo. Y esto, en sí mismo, no es baladí porque en el género superheroico las derivas respecto a los cánones gráficos bien establecidos no solían ser tolerados (hoy las cosas han cambiado bastante). Se permitía a los dibujantes pulir su estilo, perfeccionarlo o incluso simplificarlo, pero no transformarlo drásticamente como hizo Mazzucchelli. Sin embargo, su inquietud artística y narrativa, como demostraría el devenir posterior de su carrera, no iba a conformarse con satisfacer ni las limitaciones de los superhéroes ni las expectativas de los lectores.
Miller era consciente de que había escrito no tanto un cómic de superhéroes como una novela negra y sabedor de que necesitaba al dibujante adecuado, se lo ofreció a Mazzucchelli. Éste llega en Año Uno a su plena madurez artística, aportando un tono realista y al mismo tiempo desnudo y minimalista, engañosamente tosco, que inevitablemente remite al de Alex Toth, pero pasado por un filtro mucho más sombrío, deudor quizá del estilo de Milton Caniff, Will Eisner en Spirit o José Muñoz en Alack Sinner. No hay exageraciones anatómicas ni posturas forzadas, pero sí una elegante plasticidad y un extensísimo rango de matices en las expresiones y manera de moverse de los diferentes personajes. Su conocimiento de la anatomía y de la expresividad, habida cuenta de la relativa escasez de su obra, ha de responder no sólo a la práctica incesante sino a un talento innato.
Si la Nueva York que había dibujado para Daredevil: Born Again era una ciudad sucia pero, a la postre, luminosa, la Gotham de Año Uno es igualmente mugrienta, pero mucho más sombría, asfixiante y decrépita. No hay aquí rascacielos de arquitecturas barroco–modernistas desde los que Batman observa el espectáculo nocturno de su ciudad. No, lo que vemos de Gotham son escenas muy simplificadas gráficamente pero perfectamente representativas: calles congestionadas, barrios peligrosos y en decadencia donde se acumula la basura, edificios abandonados, cafeterías a media luz (homenaje al famoso cuadro de Edward Hopper)… un escenario urbano, en fin, en el que la figura de Batman como héroe inspirador es mucho más necesaria. Gotham, es, en las manos de Mazzucchelli, un personaje en sí misma, un espacio determinante en las vidas de los personajes, normalmente para mal.
Mazzucchelli utiliza abundantes espacios negros que cubren la mayor parte de muchas planchas. Es un tebeo que podría haberse publicado en blanco y negro, aunque el trabajo de la colorista Richmond Lewis no sobra en absoluto, aportando con su contenida paleta de tonos tierra y grises una capa adicional de mugre, de atmósfera opresiva y desesperanza. Una elección cromática que, además, aleja la obra del brillo habitual en el género de los superhéroes para afianzarla aún más si cabe en el campo del género negro o la aventura de corte más clásico.
Su composición de viñeta, su sentido del espacio y del movimiento, la secuenciación de escenas complejas, la perfecta alternancia de planos… todo su lenguaje narrativo es impecable, dotando a la lectura de un ritmo continuo sin caer en lo exageradamente acelerado. En resumen, la simbiosis entre el texto de Miller, el dibujo de Mazzucchelli y el color de Lewis es absoluta e insuperable, un prodigio de síntesis, ritmo, expresividad y claridad.
Hay quien ha afirmado que la única pega de Batman: Año Uno es que es un cómic demasiado bueno. No es raro, y puede que incluso sea inevitable, que tras leerlo, el resto de las historias de superhéroes –y muchas de otros géneros– palidezcan en comparación. Pocas ofrecen la misma mezcla de profundidad intelectual, intensidad emocional y aventura de estilo clásico. Pero también es cierto que tan buena como es esta versión que nos ofrece Año Uno del famoso superhéroe, a largo plazo no habría sido sostenible. Miller construye unos personajes y situaciones muy particulares que él maneja a la perfección, pero que en manos de de otros guionistas no darían ni de lejos el mismo resultado. Ahí tenemos al mismo Batman, un personaje heroico pero obviamente desequilibrado por su trauma infantil a la hora de ver y relacionarse con el mundo; de ahí que James Gordon ayude a nivelar la trama con su humanidad y su cordura. Todo el entramado funciona de maravilla para esta historia, pero es probable que en el ámbito de una serie mensual e, inevitablemente y como digo, en manos de otros creadores menos capaces que Miller, la cosa hubiera descarrilado pronto.
Pese a publicarse originalmente en la serie regular, Batman: Año Uno es claramente un cómic para lectores adultos, tanto por su trama y sus temas como por la construcción de personajes, su nivel de violencia, su estilo narrativo e incluso su dibujo. No sólo fue un trabajo seminal en el cómic de superhéroes, sino que resultó tremendamente influyente, inspirando a muchos otros guionistas y dibujantes (no siempre con resultado afortunado hay que decir). Hoy, tres décadas después, sigue manteniendo toda su frescura, intensidad y capacidad para maravillarse ante una obra perfecta y llena de matices. Para muchos, es la mejor historia jamás narrada del personaje y aunque deja subtramas inconclusas –como la de Catwoman o la guerra mafiosa entre los Romano– otros autores las continuarían en sagas destacables –aunque no tan insignes como esta– como El largo Halloween (1996) o Presa (1990)
Un clásico imprescindible, se sea o no fan del cómic de superhéroes.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.