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«Astounding Science Fiction» (1930-1960)

La mayor parte de las revistas pulp norteamericanas de los años treinta, mal escritas, compuestas a toda prisa y sin demasiadas exigencias en cuanto al material que ofrecían, han envejecido mal. Hoy se han convertido en páginas escaneadas disponibles por internet, o en objetos de coleccionismo para algunos aficionados muy particulares. Son objetos de una era que se contempla remota, y sólo sus maravillosas portadas, a cargo de artistas de la talla de Frank R. Paul, Wesso o Virgil Finlay, siguen aguantando el paso del tiempo. Astounding Science Fiction fue la excepción.

Amazing Stories fue la primera revista pulp especializada en ciencia ficción. Y durante algunos años, no tuvo un auténtico rival. Ni escritores ni editores sabían muy bien cómo abordar ese nuevo género más allá de repetir hasta la saciedad unos clichés rápidamente establecidos y razonablemente bien aceptados por parte de unos lectores que aún no habían conocido otra cosa. Las dos ramas en que se podían entonces clasificar los relatos eran los fantacientíficos de gente como Edgar Rice Burroughs y Abraham Merritt y los rigurosos –y aburridos– que seguían las pautas marcadas por Hugo Gernsback en Amazing.

Las dificultades financieras que a mediados de los años treinta asediaron a la revista Amazing Stories, fundada por Hugo Gernsback en 1926, coincidieron con el ascenso de una nueva cabecera, Astounding Stories of Super-Science. Ésta había comenzado su andadura en enero de 1930 bajo la batuta editorial de Harry Bates y su orientación principal era la de la aventura rápida, directa y sencilla, repleta de emoción, suspense y exotismo. La especulación científica tenía cabida, sí, pero sólo cuando contribuyera al desarrollo de la historia.

Astounding era, pues, un pulp de aventuras melodramáticas. Pero lo que pronto la distanció de su competidora Amazing fue el dinero. Gernsback siempre anduvo al borde del colapso financiero y su fama de tacaño y mal pagador no contribuyó a atraer precisamente a aquellos autores cuya popularidad les permitía encontrar acomodo en otra cabecera, como Edgar Rice Burroughs, H.P. Lovecraft o E.E. Doc Smith. Astounding, por el contrario, ofrecía tarifas por palabra mucho más sustanciosas y, por tanto, no tardó en atraer a los mejores escritores, más que dispuestos a ajustar sus estilos al desenfadado y rápido tono pulp de aquella con tal de cobrar bien y a tiempo. Así, con más dinero, Astounding pudo contar con mejores creadores y, por tanto, ofrecer mejor material. No puede extrañar que acabara desbancando a Amazing como principal revista del género.

En 1933, las labores editoriales recayeron en el veterano F. Orlin Tremaine, quien estableció que cada número incluiría al menos una historia con una nueva idea o la aproximación distinta a una vieja. Aunque pocas de las historias de entonces siguen siendo válidas hoy (como, por ejemplo, «Sideways in Time», de Murray Leinster, uno de los primeros relatos sobre universos paralelos), esta política significó uno de los primeros reconocimientos por parte de un editor de que el potencial del género podría residir más en su contenido especulativo que en servir de simple plataforma para cuentos de acción o aburridas lecciones científicas.

En 1937, el panorama experimentó un giro radical cuando John Wood Campbell, que a la sazón contaba 27 años, sustituyó tras cincuenta números de Astounding a F. Orlin Tremaine como editor jefe de la cabecera, cargo que ostentó durante treinta y cuatro años, un record en la industria de las revistas populares. Dio entonces comienzo el periodo popularmente conocido como Edad de Oro de la Ciencia ficción que, de forma general, se entiende transcurrió entre 1939 y 1943. Fue quizá el momento más importante de la historia del género, ya que vio la aparición y consolidación de muchos de los escritores clásicos que, a su vez, servirían de inspiración e influencia para lectores y otros autores. No solo eso: Campbell fue quien impuso un tono sobrio y verosímil que calaría hondo en los aficionados. Es probable que en ello jugara un papel el efecto que sobre el espíritu nacional tuvo la Segunda Guerra Mundial, pero el factor clave fue sin duda fue la visión y dedicación de Campbell, una de las figuras más importantes de la Ciencia ficción.

Antes de asumir el puesto, Cambpell había sido en primer lugar un aficionado que dio el salto hacia la escritura profesional a través de relatos cortos, principalmente space operas, publicados en Amazing Stories y Astounding Stories. Ya vimos en el artículo dedicado a uno de sus relatos, «La última evolución», algunos datos más sobre esa su primera etapa. Sin embargo, fue otro cuento suyo el que más atención atrajo: «¿Quién hay ahí?», en el que cuenta la aventura de un grupo de investigadores en la Antártida que encuentran una nave alienígena estrellada y su peligroso ocupante. Prueba de la fascinación que siempre ha ejercido esa idea es que la novela ha sido llevada a la pantalla tres veces (1951, 1982 y 2011), por no hablar de su influencia sobre otras obras, como Alien: el octavo pasajero.

Pero fue en su faceta como editor como Campbell ejerció una influencia que nadie habría podido adivinar a tenor de su trayectoria previa. Cuando Isaac Asimov le preguntó por qué abandonó la escritura para hacerse editor, él respondió que de esta forma intervendría creativamente en cientos de historias en lugar de limitarse a sus propias creaciones. Poco más de un año después de ocupar el puesto, ya había cambiado el nombre de la revista: la leyenda Astounding Stories de las portadas había sido sustituida por Astounding Science Fiction, un cambio de título que hallaría inmediato y claro reflejo en su contenido.

Desde 1939 a 1943, Astounding Science Fiction ofreció algunos de los mejores cuentos y novelas serializadas de toda la historia de la ciencia ficción. Robert A. Heinlein desarrolló en sus páginas su Historia del futuro, fuertemente influenciada por las ideas de Campbell. E.E. Doc Smith trasladaría aquí su saga de Los Hombres de la Lente. Otros debuts literarios clave serían los de Theodore Sturgeon, A.E. van Vogt, Lester Del Rey, Henry Kuttner, L. Sprague de Camp, Hal Clement, Frank Herbert… a veces firmando con seudónimos, una manera eficaz de cambiar el estilo literario. También hallaron cabida interesantes obras de otros escritores cuya carrera había comenzando con anterioridad a la llegada de Campbell, como Isaac Asimov (que publicó aquí las historias de robots y la Fundación), Clifford D. Simak o Jack Williamson. Campbell los apoyó y animó en todo momento, procurando que elevaran el estándar de la ciencia ficción mediante ágiles narraciones que no descuidaran el estilo, la coherencia ni la reflexión.

John W. Campbell dirigió la obra de todos sus autores de una forma muy clara y activa, presionándolos para revisar una y otra vez los escritos y mejorar su nivel literario, revisándolos él mismo para su publicación definitiva sin pedir el consentimiento de aquéllos o, sencillamente, rechazando los trabajos que no se ajustaran a su platónica idea de lo que debía ser la ciencia ficción. ¿Y cuál era esa idea?

Campbell consideraba a sus lectores como «hombres maduros, conocedores de la tecnología», casi una élite que podía ser agente de cambio en la historia de la ciencia si recibían la inspiración y los conocimientos adecuados. Por tanto, insistió a sus autores para que abandonaran cualquier referencia al misticismo en favor de razonamientos lógicos y verosímiles, fuera cual fuese la idea central de sus relatos. A menudo se le recuerda gritando: «¡Si no puedes hacerlo posible, hazlo lógico! ¡Si no puedes investigarlo, extrapólalo!». Pedía historias en las que los protagonistas resolvieran problemas o vencieran a enemigos haciendo uso de su ingenio y sus conocimientos tecnológicos, pero nunca se debía hacer abandonando la plausibilidad científica. Todo debía subordinarse a la lógica, a lo verosímil, y eso le llevó a distanciarse radicalmente de las tópicas historias sobre alienígenas tan habituales en las revistas de la época. En sus propias palabras: «En la ciencia ficción de monstruos de ojos saltones hay dos temas estándar que pueden ser rechazados rápidamente. Los alienígenas no van a invadir la Tierra y criar seres humanos como alimento. Es un buen fondo para una historia de terror o fantasía, pero su economía sería un desastre. Se necesitan aproximadamente diez años para producir 45 kilos de carne humana y el coste de alimentarla durante ese periodo sería elevadísimo. La carne de vacuno es más razonable (aunque arruinaría el espíritu terrorífico del relato). Y eso, naturalmente, asumiendo la improbable proposición de que el metabolismo alienígena pudiera tolerar las proteínas terrestres. Si pudieran, claro, sería mucho más sencillo escoger a los nativos, adaptados a las condiciones planetarias, para que criaran ellos al ganado. Resultaría más barato que tratar de hacerlo ellos mismos. Además, a esos nativos se les podría pagar con baratijas como diamantes industriales o pequeños y cutres generadores de campos de fuerza (…).

Y luego está el viejo tema de ir de pillaje a la Tierra y llevarse a sus más bellas hijas como objetos sexuales a algún planeta alienígena. Es un motivo posible… si defines bellas adecuadamente. Si resulta que los extraterrestres proceden de un planeta algo más denso que el nuestro, las correrías para apropiarse de las hijas más bellas de la Tierra pueden resultar muy gravosas para la población de gorilas. Tampoco se dice nada de las capacidades intelectuales de las bellas; una encantadora y joven dama gorila pasaría la prueba… si el ojo que debe examinarlas es ligeramente distinto al nuestro. Y, obviamente, esos encargados de los harenes interestelares no estarían interesados en la descendencia: no podría darse ninguna».

Abundando en ello, Cambpell exigía a sus autores que considerasen las implicaciones sociológicas y psicológicas de la tecnología futurista que imaginaban, aportando de esta manera una innovadora profundidad y madurez a las historias.

Un ejemplo de este enfoque lo encontramos en las historias de la Fundación escritas y serializadas originalmente en los años cuarenta por Isaac Asimov. En la primera de ellas, Fundación (1942), se presenta a Hari Sheldon, el institutor de una élite de intelectuales cuya misión consistirá en prevenir la próxima Edad Oscura. Sheldon es un experto en psicohistoria, una disciplina basada en la estadística capaz de predecir el inminente derrumbe del Imperio galáctico, pero también dar con la solución para paliar sus efectos. Según esa disciplina «científica», los grandes grupos de personas se comportan de forma tan predecible como las moléculas de un fluido. No se puede pronosticar el movimiento de ninguna molécula individual, pero sí, con bastante precisión, el del conjunto de todas ellas. Esta fe en la capacidad predictiva de las ciencias sociales llevó tanto a Asimov como a otros colegas a considerar más seriamente la dinámica social, escribiendo historias en las que la política, la religión, la economía y otros aspectos propios de la vida humana comunitaria tenían más importancia que la tecnología, por mucho que ésta hubiera influido en aquéllos. El resultado fue una forma de ciencia ficción más rica y profunda que las aventuras supercientíficas de décadas anteriores.

El intento de aplicar principios científicos al funcionamiento de la mente humana tuvo resultados más irregulares. Entremezclados con sobrias historias sobre la ley natural y complejas especulaciones acerca de tendencias sociales, Astounding incluyó muchos relatos relacionados con la telepatía y otras formas de percepción extrasensorial. Campbell consideraba estos poderes psi como una especulación científica tan válida como la vida alienígena o la ingeniería de vuelo espacial.

Uno de sus escritores favoritos especializados en este subgénero fue A.E. Van Vogt, quien, paradójicamente, era la antítesis de lo que Campbell defendía. En lugar de escribir el tipo de historias científicamente rigurosas que el editor exigía a Heinlein o Asimov, Van Vogt ofrecía narraciones que bordeaban lo onírico sobre superhombres psíquicos ocultos entre la gente normal, tales como su personaje Jommy Cross, protagonista de la enormemente popular Slan (1940). La ficción de Van Vogt era enérgica y vívida, pero desde luego no coherente, rigurosa ni lógica. Sus protagonistas se asemejaban a héroes de cuentos fantásticos más que a los eficientes ingenieros que tanto gustaban a Heinlein. Sus mentores no se diferenciaban tanto de los brujos de la literatura de fantasía y sus poderes psíquicos eran el equivalente a los anillos de poder o las capas de invisibilidad.

Otro escritor cuya ciencia ficción tendía a disolverse en la fantasía fue L. Ron Hubbard, colaborador habitual y muy apreciado por los lectores tanto en Astounding como en Unknown, otra revista dirigida por Campbell aunque centrada en la fantasía. Hubbard es hoy más conocido por ser el fundador de una teoría psicológica, la Dianética, que luego evolucionó hacia una religión, la Cienciología. Ambas se caracterizaban por la creencia en que los poderes ocultos en nuestro cerebro podían transformarnos en superhombres psíquicos, tema éste que dominaba sus relatos. Van Vogt se hizo seguidor de las ideas de Hubbard, como también, hasta cierto punto, el propio Campbell. Éste, aunque escribió editoriales elogiosos sobre la Dianética, consiguió mantener vivo un sano escepticismo religioso que le impidió abrazar incondicionalmente la Cienciología.

Aunque las ideas de Campbell sobre la ciencia a menudo parecían confundir «la magia que funciona» con la magia pura y simple, a la hora de crear futuros de ficción verosímiles demostró un excelente ojo y una firme dirección editorial. Exigió a sus escritores que retrataran el futuro como si sus lectores fueran ciudadanos de ese mismo futuro, esto es, sin detenerse a explicar cada detalle, dejando que la narración fluyera ágilmente y permitiendo que el sentido de lo maravilloso invadiera al lector emanando desde la propia historia. Robert A. Heinlein demostró ser un maestro en esta técnica; a diferencia de la mayoría de los escritores pioneros del género, Heinlein no sentía necesidad alguna de explicar la tecnología que se ocultaba tras el nombre de este o aquel aparato, o las actitudes sociales hacia la tecnología. Gracias a su pericia narrativa, los lectores eran capaces de llenar por sí mismos esos huecos.

La creación de personajes creíbles y diferenciados, alejados de los tópicos repetidos hasta la saciedad en el pulp, fue otra de las exigencias de Campbell. Insistió en que los personajes debían ser tan creíbles como aquellos sobre los que podía leerse en publicaciones serias como el Saturday Evening Post . Asimov resumió así la forma en que Campbell había liberado a la ciencia ficción de sus limitaciones en este aspecto: «En primer y más destacado lugar, retiró la relevancia de lo no humano, lo no social. La ciencia ficción se convirtió en algo más que una batalla personal entre el héroe puro y el malvado villano. Los científicos locos, el sabio viejo y gruñón, la bella hija de éste, la sosa amenaza alienígena, el robot al estilo del monstruo de Frankenstein… todos fueron descartados. En su lugar, Campbell quería hombres de negocios, tripulantes de naves espaciales, jóvenes ingenieros, amas de casa, robots que fueran máquinas lógicas…».

Los autores respondieron de forma entusiasta a tales requerimientos y aunque, inevitablemente, ahuyentaron a algunos lectores ya habituados al tono aventurero de la antigua revista, convirtieron a Astounding Science Fiction en la indiscutible referencia del género.

La Edad de Oro vio la consolidación de muchos de los conceptos que la ciencia ficción había ido introduciendo de forma dispersa a lo largo de las décadas anteriores así como la creación de otros nuevos. Los autores tomaron las ideas de los primeros pulps y luego las transformaron en algo nuevo y emocionante. La ciencia se convirtió en parte integral de muchas de las historias y aquellos escritores desarrollaron sus relatos a partir de teorías científicas que en el momento resultaban novedosas y sugerentes. De hecho, algunos de ellos eran auténticos científicos (Asimov, E.E. Doc Smith o el propio Campbell, por ejemplo). Fue entonces cuando surgió lo que hoy conocemos como ciencia ficción dura, una forma del género apoyada en la «verdadera» ciencia y que pasaría a dominar el tono de la revista.

Es difícil cuantificar el efecto global que Campbell tuvo en el género. Muchos autores le citan como fuente no sólo de una nueva ciencia ficción, más inteligente y meditada, sino como fuente directa de muchas de las ideas en las que basaron sus narraciones. Asimov, por ejemplo, nunca ha ocultado que fue Campbell quien le dio la idea tanto para su clásico relato Anochecer como para las Tres Leyes de la Robótica que se convirtieron en la base de su saga de los robots. Theodore Sturgeon recordaba la forma en que el editor desafiaba a sus escritores: «Escríbeme una historia sobre un hombre que morirá en 24 horas a menos que pueda responder a esta pregunta: ¿Cómo sabes si estás cuerdo?». O «Prepárame un relato sobre una criatura que piensa tan bien como un hombre, pero no de la misma forma que un humano».

Un ejemplo de la aplicación de las ideas de Campbell y su forma de influir en las historias lo encontramos en un polémico relato publicado en 1954, Las frías ecuaciones, escrito por Tom Godwin, aunque fuertemente moldeado por su editor. El protagonista es el piloto de un transbordador espacial en misión de rescate que descubre por el camino a una joven atrapada en su propia nave. Las leyes de la física hacían que la náufraga no pudiera ser rescatada, pero la misión original aún puede culminarse con éxito si el piloto sacrifica a la mujer. En el curso de la historia, el piloto trata de encontrar una alternativa que permita salvarla, pero Campbell insistió en que el autor y su personaje jugaran según las reglas: cuando la joven se entera de los hechos, acepta la inevitabilidad de las «frías ecuaciones» del título y abre la esclusa al vacío. El piloto completa su misión aunque no salva a la chica. Es un final rápido, coherente y plausible que reafirma los valores propugnados por la élite tecnológica que Campbell quería inspirar. Para Campbell, el universo no favorece los finales felices sólo porque a nosotros nos resulten agradables

Hubo otras claves en el éxito de la revista, claves que no fueron inventadas por Campbell, sino que las copió de la fórmula ya ensayada por Hugo Gernsback en Amazing Stories: los editoriales de tono informal, los anuncios (de publicaciones científicas, cursos por correspondencia, cuchillas de afeitar, métodos de culturismo o venta de aparatos de radio por piezas) y, sobre todo, la sección de correo del lector, bautizada Brass Tacks. Algunos de los fans que escribían a la revista demostraban tener un especial conocimiento del género, su historia y posibilidades. Los debates que mantuvieron a través de la revista representaron el primer intento de construir una teoría y crítica especializada de la ciencia ficción. Algunos de los aficionados que escribieron a la sección de correo de los lectores se convertirían más adelante en reputados escritores, como John Beynon Harris (más conocido como John Wyndham) o Isaac Asimov. Al apoyar la colaboración de los lectores, Campbell –como Gernsback antes que él– fomentó un sentimiento de fraternidad entre éstos.

Hasta la llegada de Campbell, la ciencia ficción había avanzado de forma insegura, incluso extravagante, nunca sintiéndose del todo cómoda al mezclar lo lúdico con lo científico, lo emocionante con lo riguroso. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias para todo el planeta, marcaron el comienzo de una nueva etapa de madurez del género, consolidándolo en forma de hongos atómicos.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, Campbell siempre relacionó la validez de su trabajo con la precisión predictiva de las historias que publicaba. Ya en 1939, había escrito un editorial en Astounding en el que se detallaban todos los descubrimientos en el campo de la física nuclear. Pero para él, la energía atómica era menos un arma potencial que una fuente de energía barata que permitiría hacer realidad muchos de los relatos de ciencia ficción con que habían soñado los aficionados de los años treinta. Sentía que había un paralelismo no casual entre el comienzo de la era atómica y la emergencia de la ciencia ficción como género popular.

Efectivamente, entre 1944 y 1946, a raíz del desarrollo y la invención de la bomba atómica, Campbell consiguió una asombrosa permeabilidad entre su revista de ficción y el mundo científico gracias a la bomba atómica. En marzo de 1944, un grupo de oficiales de contrainteligencia del Ejército estadounidense registraron las oficinas de Astounding Science Fiction. Su misión era descubrir posibles filtraciones de seguridad. La sospecha había surgido a partir de la publicación de un cuento sobre el desarrollo de la bomba atómica, «Deadline», de Cleve Cartmill.

Aquella anécdota entró a formar parte de la mitología de la ciencia ficción cuando Campbell reveló más adelante que los agentes del gobierno pasaron por alto el gran mapa colgado en la pared en el que aparecían señalados, con llamativas chinchetas rojas, los suscriptores de la publicación. Un abultado grupo de ellos se localizaba en el apartado de correos 1663, Santa Fe, Nuevo México, sede del Proyecto Manhattan, en el que los más brillantes científicos del momento desarrollaban en secreto la bomba atómica. El cuartel general de contrainteligencia habría caído igualmente en la histeria si se hubieran enterado de que Wernher von Braun, diseñador de las V1 y V2 nazis, era uno de los suscriptores, importando una copia de la revista a Alemania todos los meses mientras duró la guerra.

Fue un episodio chocante, divertido, que figura en cualquier historia de la ciencia ficción. Pero lo que se esconde tras él es más serio. Fue una demostración de que la ciencia ficción no consistía solamente en cuentos fantásticos e imposibles. Había predicho el advenimiento de las armas nucleares; la existencia del Proyecto Manhattan, ese montaje conspirador de sabios y militares, había venido anunciándose de una forma u otra en muchas historias de Astounding junto a la industrialización de la ciencia, el auge del espionaje industrial, la paranoia de los laboratorios de investigación… La ciencia ficción se acercaba cada vez más al mundo real, un fenómeno en el que mucho tuvo que ver la extensión de la energía atómica como arma.

El primer editorial de Campbell sobre Hiroshima no apareció hasta noviembre de 1945 debido a los retrasos propios del negocio (correcciones, imprenta, distribución…), pero en la misma afirmaba: «La civilización… ha muerto. Ahora estamos en el interregno».

En diciembre de 1945, Campbell publicó una parte sustancial del Informe Smyth, el documento gubernamental sobre la investigación nuclear norteamericana dado a conocer tras la rendición de Japón y la primera vez que el mundo, incluidos los propios investigadores del Proyecto Manhattan, tuvo una visión global de la cuestión. A medida que la paranoia de la Guerra Fría se intensificaba, el Informe Smyth fue a veces considerado como un acto de sabotaje de elementos liberales infiltrados en el Proyecto, simpatizantes del naciente sentimiento entre la comunidad científica a favor de la desclasificación de todos los secretos atómicos.

Durante todo el año 1945 e incluso antes del inicio de las pruebas atómicas, los científicos del Proyecto Manhattan promovieron una serie de campañas encaminadas a impedir el uso de la bomba. El Informe Franck, un documento secreto firmado por los principales investigadores del Proyecto, fue enviado al presidente Truman en junio de 1945. En él, informaban al Ejecutivo de que no había defensa posible contra las armas atómicas y advertían de la necesidad de alcanzar un acuerdo internacional efectivo que limitara una carrera armamentística potencialmente letal para toda la Humanidad. Trataron de hacer comprender al Ejército y al Gobierno la imposibilidad de mantener en secreto un descubrimiento científico y predijeron con acierto que en diez años Francia, Inglaterra y Rusia contarían con la bomba. El Informe Franck proponía un control internacional de todos los materiales nucleares por funcionarios de las Naciones Unidas.

Tras las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, los científicos redoblaron su oposición, ahora de forma pública. El Boletín de los Científicos Atómicos, con su impresionante portada de las manecillas de un reloj aproximándose a la medianoche (más tarde recuperada por Alan Moore para Watchmen) pudo verse por primera vez en diciembre de 1945.

El best-seller Un mundo o ninguno se editó en marzo de 1946: consistía en un conjunto de ensayos que subrayaban el abismo entre los científicos y los militares involucrados en el Proyecto Manhattan. Mientras Truman y Stalin se dedicaban a dividir el mundo en bloques geopolíticos y zonas de influencia, Oppenheimer apeló al internacionalismo de la ciencia, «la fraternidad de hombres de ciencia por todo el mundo», como un modelo para la sociedad global post-nuclear. The Way Out, de Albert Einstein, fue todavía más claro, proponiendo que una organización supranacional dotada de su propio ejército impidiera a los estados individuales entrar en guerra.

El manifiesto más impactante, sin embargo, fue el informe de Philip Morrison desde el punto zero de Hiroshima. Morrison había trabajado en Los Álamos y recibió el encargo del Departamento de Defensa de estudiar los efectos de la bomba atómica sobre Japón. Para hacer su exposición más gráfica, extrapoló la situación imaginando una detonación en el centro de Manhattan. Morrison describió con gráfico detalle tanto la devastación inicial como la lenta muerte por envenenamiento radioactivo. «La historia no es real sólo por una cosa», decía: «Las bombas no llegarán ya nunca, como en Japón, de una en una o de dos en dos. Llegarán a cientos, incluso a miles».

Campbell demostró su proximidad ideológica a los científicos del Proyecto Manhattan en los meses inmediatamente posteriores a la guerra. En enero de 1946, afirmó que «el secreto de la bomba atómica no es americano, ni angloamericano, es un secreto de la Naturaleza, y la Naturaleza es una bocazas». Predijo que «dentro de unos cinco años, veremos que todas las naciones industrializadas de la Tierra estarán ya adecuadamente equipadas (atómicamente)».

En junio de 1946, cuando Truman decidió otorgar el control del programa nuclear a los militares en lugar de a los científicos, Campbell criticó la engañosa ilusión del secreto. Aconsejó a los lectores de Astounding la lectura del Informe Smyth: «No hay excusa para que un aficionado a la ciencia ficción obvie el documento más importante en toda la historia de la Humanidad. Haceos con él».

Desde comienzos de 1947, la revista empezó a dedicar más espacio a artículos de no ficción sobre la energía nuclear e incluso contrató a ingenieros como Willy Ley, que trabajó para el programa alemán de cohetes antes de huir a Estados Unidos asqueado por la política nazi, como colaboradores.

A diferencia de otros editores y periodistas, Campbell no cayó en la histeria cuando se descubrió que la Unión Soviética estaba realizando pruebas atómicas en 1949: «La naturaleza no es nacionalista», afirmó, desviando la atención, otra vez con acierto, hacia la psicología inherente al nuevo escenario militar, en el que ya no era necesario coger un arma y marchar al frente, sino apretar un simple botón. Para Campbell, la era atómica requería una psicología fuerte y muy especial. «Llevamos la delantera en la producción de armas atómicas. Pero nuestra producción de mentes que aprieten botones es pequeña y desganada». Fue esa creencia la que, probablemente, contribuyó a acercarle a la Dianética de L. Ron Hubbard tan sólo cinco meses después.

A pesar de que a menudo es calificado de figura autoritaria, durante ese crítico periodo Cambpell abrió las páginas de Astounding a una pluralidad de voces. Animó a sus escritores a empaparse de las bases de la física nuclear e investigar en sus ficciones, bajo un punto de vista objetivo, los posibles escenarios resultantes de la aplicación práctica de esa energía. Bajo su égida, Robert Heinlein y Lester Del Rey ofrecieron algunas clarividentes reflexiones sobre el impacto sociológico y psicológico de la ciencia atómica.

Astounding dominó prácticamente en solitario el campo de la ciencia ficción desde 1937 hasta finales de los cuarenta. Su éxito animó a otras editoriales a publicar revistas que trataban de imitarla. La prometedora y colorida Marvel Science Stories apareció en los quioscos en 1938, seguida poco después por Startling Stories. Sólo en 1939, aparecieron Science Fiction and Future Fiction, Dynamic Science Stories y Super Science Stories. Fantastic Adventures apareció como revista complementaria de Amazing Stories y la lista se completaba con Astonishing Stories, Comet Stories, Cosmic Stories o Stirring Science Stories.

Pero ninguna de ellas pudo hacerle sombra, como demuestra un sencillo dato: cuando en 1946 se publicó la primera antología de historias de ciencia ficción, Adventures in Time and Space, compiladas por Raymond Healy y J. Francis McComas, 32 de sus 35 narraciones habían aparecido por primera vez en las páginas de Astounding. Las revistas que sobrevivieron a las restricciones de papel durante la Segunda Guerra Mundial se alimentaban de lo que Cambpell rechazaba, contratando a escritores cuyos gustos y estilos no coincidían con los de Campbell, reeditando material viejo o manteniendo la ya agotada tradición de la aventura interplanetaria apoyada en conocidos clichés.

Ese periodo de gloria duró hasta que en 1949 apareció The Magazine of Fantasy and Science Fiction, editada por Anthony Boucher y J. Francis McComas; y un año después, en 1950, Galaxy Science Fiction, supervisada por H.L. Gold. Ambas, partiendo del mismo ideario que había sustentado el éxito de Campbell, consiguieron atraer su propio grupo de fieles lectores y escritores arrebatando a aquél su supremacía absoluta.

Aquel ideario había incluido, por supuesto, la fascinación por la ciencia y la tecnología cultivada por el decano de los editores de ciencia ficción, Hugo Gernsback. Pero, como dijimos, había sabido expandirse para abarcar ciencias «blandas» como la sociología o la antropología, trasladando el paradigma científico propio del género hasta ese momento, desde un enfoque darwiniano a uno centrado en la Física. Campbell cogió la fe de Gernsback en la prevalencia de la razón sobre la emoción y la moldeó para subrayar el método científico y el poder de la mente.

«El objeto de la ciencia ficción es predecir las posibles tendencias del futuro», declaró Campbell. No sonaba muy diferente a Gernsback, quien había anunciado orgulloso el lema para Amazing Stories, más de una década atrás: «Ficción extravagante hoy, fríos hechos mañana».

Otra cosa que compartían ambos editores era su creencia en que la ciencia ficción debía estar estrechamente vinculada a la ciencia. Cuando en 1960 Campbell consiguió por fin su sueño de eliminar la palabra Astounding del título de la revista y rebautizarla como Analog Science Fiction and Fact (como parte de una tendencia que llevó a otras revistas a abandonar sus altisonantes denominaciones a favor de otras como Omni o Interzone), su razonamiento revela claramente que, para él, la ciencia ficción era, de hecho, una especie de ciencia.

Después de explicar en el editorial que «una analogía es un sistema que se comporta de una forma similar a algún otro pero de forma menos variable, por lo que resulta más fácil y conveniente para su estudio», Campbell continuaba: «La ciencia ficción es, estricta y literalmente, análoga a los hechos científicos. Es un sistema análogo a la ciencia, adecuado para reflexionar sobre nuevas ideas científicas, sociales y económicas y reexaminar las viejas». Aunque subrayando la importancia de la ciencia en la ciencia ficción, Campbell también insistía en que la «historia humana» debe ser lo más importante, tal y como expuso en un simposio organizado por Lloyd Arthur Eschbach en 1947: «En la antigua ciencia ficción predominaban la Máquina y la Gran Idea. Los lectores modernos –y, por tanto, los editores– no quieren eso; quieren historias de gente que vivan en un mundo donde una Gran Idea o una serie de ellas, y una Máquina o máquinas, conforman el fondo. Pero es el hombre, no la Idea ni la Máquina, lo que resulta esencial (…) En la antigua ciencia ficción –H.G. Wells y casi todas las historias anteriores a 1935–, el autor dedicaba tiempo a poner al lector en situación de lo que había sucedido antes de que comenzara la acción propiamente dicha. Los mejores autores modernos de ciencia ficción han ideado algunos métodos excelentes para presentar gran cantidad de información sobre el contexto de la historia sin interferir en su desarrollo».

Así, bajo la guía de Campbell, las historias de Astounding dedicaron más atención a la sociología y la psicología del futuro (o del pasado) que a las descripciones detalladas de gadgets tecnológicos y nuevos principios físicos. «Una idea es importante sólo en tanto en cuanto afecta a la gente y cómo ésta reacciona ante ella, avisaba a sus escritores. Ya sea una idea social, política o mecánica, queremos a gente vinculada a ella y por ella . Subrayó la importancia de un análisis paciente y detallado y del estilo : algo seis escalones más tenue y una décima parte más indefinido que un fantasma y que, sin embargo, marca la diferencia entre una historia del tipo: una buena idea, qué lástima que no sepa escribir, o un gran éxito».

Asimov dividía la ciencia ficción en tres grandes categorías: ciencia ficción de aventuras; ciencia ficción basada en los gadgets y ciencia ficción social. La subdivisión que él encontraba «socialmente significativa» (y el tipo que él mismo escribía) es, por supuesto, la última, «esa rama de la literatura que se interesa por el impacto de los avances científicos sobre los seres humanos». Según Asimov, si Hugo Gernsback es el «padre de la ciencia ficción», entonces Campbell merece el puesto de «padre de la ciencia ficción social».

La evolución editorial de Astounding había pasado de un temprano formato similar al de los comic-books hasta algo similar a las novelas de tapa blanda. Las páginas tamaño folio y lujosas portadas dejaron paso a un formato Reader’s Digest y una presentación menos llamativa. La primera en cambiar su tamaño, presionada por las restricciones de papel durante la Segunda Guerra Mundial, fue Astounding . En aquel momento, tal cambio se interpretó como una pérdida de visibilidad en los expositores, pero a cambio tuvo el inesperado beneficio de aparentar mayor madurez literaria.

Todas las revistas que aparecieron en los años cincuenta lo hicieron ya en formato Digest, siendo la última en resistirse Amazing Stories. Galaxy Science Fiction, financiada parcialmente por una sólida firma italiana, Edizione Mondiale, obtuvo un formato particularmente lujoso, y su éxito demostró la viabilidad de las antologías de relatos y de la ciencia ficción como categoría editorial independiente.

Sin embargo, en la década de los sesenta, la era de las revistas de ciencia ficción tocaba a su fin y, con ellas, los mejores años de Campbell. Buena parte de las obras más relevantes se publicaban directamente en novela. Por otra parte, la expansión de los valores que cristalizarían en «la Edad de Acuario» cantada por los hippies (fomento de las más variadas supersticiones, la utilización de drogas para alcanzar la trascendencia, la búsqueda del sentido de la vida, una mayor espiritualidad…) casaba mal con la óptica racional y tecnológica de Campbell.

Continúa en el siguiente artículo: «Analog Science Fiction and Fact» (1960-).

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".