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¿Un cine de masas aburrido? (El guión de cine y los prejuicios: 2 de 5)

Como dije en el capítulo anterior de este serial (Yo soy libre, vosotros no), hoy en día el cine mudo despierta muy poco interés para la mayoría del público (con la reciente excepción de El artista y alguna otra película). Es cierto, sin embargo, que directores, como el chino (taiwanés) Hou Hsou Hsien han intentado volver al cine mudo: en su película Tres tiempos, presenta una historia completamente muda, aunque en color. Pero, claro, no se trata de cine comercial en el más amplio sentido.

«Tres tiempos», de Hou Hsiao Hsien.

Sin embargo, esas películas mudas que hoy aburren a la mayoría del público, cuando se estrenaron entusiasmaban. A todos les parecían emocionantes, apasionantes y entretenidísimas. Lo cierto es que, cuando se inventó el cine sonoro, hubo protestas por parte de muchos cineastas, no sólo de la escuela rusa sino también entre los directores estadounidenses más comerciales. Uno de los que más protestó fue el artista más comercial y famoso de todos los tiempos, Charlie Chaplin, que juró que jamás haría una película sonora: “En mi nuevo film Luces de la ciudad no utilizaré la palabra. No la utilizaré jamás. Sería fatal para mí”.

Chaplin no cumplió su promesa, pero sí hizo Luces de la ciudad sin recurrir al sonido, excepto como música de fondo y empleado de una manera ingeniosa, como cuando en la escena inicial hace que un político hable, pero lo que escuchamos es un vulgar y literal “blabababá”. La película tuvo un éxito formidable, a pesar de que ya tenía que competir con películas sonoras.

En cualquier caso, a pesar de las reticencias iniciales, el paso del cine mudo al sonoro fue uno de los primeros cambios de código en la historia del cine, al que los espectadores se acostumbraron en pocos años.

Blanco y negro y color

Años después de que el cine sonoro se impusiera, y antes incluso de que Chaplin se rindiera y comenzara a hacer cine sonoro y dialogado, ya había llegado el cine en color, que poco a poco se fue haciendo con todo el mercado, desterrando al cine en blanco y negro a los cine clubs.

Sin embargo, muchos cineastas también se resistieron al color, porque la verdad es que el primer cine en color tenía un color muy raro. Se daba la increíble paradoja de que parecía más realista el cine en blanco y negro.

Una de las primeras películas en color fue The Toll of the Sea (1922), de Chester M. Franklin, trece años antes de la considerada primera película en color propiamente dicha, Becky Sharp (1935), de Rouben Mamoulian. Naturalmente, en estas consideraciones no se tiene en cuenta la existencia de los dibujos animados en color

«The toll of the sea», 1922

En 2012 se descubrió una película que se considera la primera filmada en color (es decir, no rodada en blanco y negro y coloreada posteriormente). Fue rodada por Edward Turner en 1902, y en ella aparecen sus hijos. Turner murió un año después. La película fue olvidada, probablemente porque era de 38mm en vez de 35mm, lo que dificultaba su proyección.

Tras la implantación comercial del cine en color, solo los cineastas de la nouvelle vague y algunos otros (como Woody Allen o Fellini) continuaron haciendo películas en blanco y negro, y hoy en día el espectador medio ya no quiere ver una película en blanco y negro en el cine, porque le parece que será más aburrida, como si no hubiera suficiente acción y emoción cuando no hay color.

Lo curioso es que existe un fundamento perceptivo para esa sensación del aburrimiento ante el cine mudo o en blanco y negro. La explicación se basa en el concepto de hábito: si nos acostumbramos a la saturación perceptiva producida por el color o el sonido, el blanco y negro y el silencio acaba pareciéndonos falto de densidad por comparación. Es una sensación parecida a la que provocan ciertas drogas, que causan un enriquecimiento o saturación sensorial que después echamos de menos, al volver a la realidad no saturada de nuestro día a día.

«Pleasantville» (1998), de Gary Ross © New Line Cinema. Reservados todos los derechos.

Con el paso de los años, también dejaron de emitirse películas en blanco y negro en televisión, al menos en horario de máxima audiencia porque, según algunos expertos y programadores, a la gente no le interesaban y prefería las que eran en color. Esa no era la única razón, claro, porque también se puso en marcha una operación de cambio de hábitos dirigida por las grandes distribuidoras, a las que el cine antiguo en blanco y negro daba menos beneficios.

Sea cual sea la causa, al público el cine en blanco y negro empezó a parecerle lento, aburrido y poco emocionante. Algunos, como el magnate Ted Turner, pensaron que la solución consistía en colorear las películas antiguas. Pero su intento de colorear el inmenso catálogo que había adquirido de películas en blanco y negro desencadenó una protesta tan masiva, que le hizo desistir.

Ahora bien, como ya he señalado en relación con el cine mudo, el cine en blanco y negro no era degustado en su época por especialistas, expertos o cinéfilos de cinestudio, sino por públicos masivos. De hecho, si comparamos la asistencia de público al cine en aquella época, superaba en proporción a la actual.

En definitiva, el paso del color al blanco y negro fue otro de los cambios de código o paradigma a los que se acostumbraron los espectadores de cine, con tanta facilidad que pronto perdieron el interés por el cine en blanco y negro que tanto les había llegado a interesar.

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Imagen superior: Steven Soderbergh tuvo la idea de presentar «En busca del arca perdida» con una nueva banda sonora, sin diálogos y en blanco y negro. Su propósito era mostrar el clásico de Spielberg con una nueva textura visual que resaltase la pureza narrativa del film.

Copyright © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.