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«Tintín y los Pícaros» (1976), de Hergé

Nada menos que ocho años tardó Hergé en ofrecer a sus fans un nuevo álbum y cuando éste apareció, aunque se vendió tan bien como todos los de la colección, la crítica se mostró dividida. Los más virulentos lo tacharon de senil, reaccionario y aburrido.

En esta ocasión, Tintín viajaba a San Teodoros, la pequeña nación sudamericana donde mucho tiempo atrás, en La oreja rota, había conocido al general Alcázar y se había visto involucrado en la convulsa política regional. Ahora, Alcázar ha sido apartado del poder por el general Tapioca, quien aprovecha que Bianca Castafiore está de gira por el país para encarcelarla –junto a su pianista y doncella, así como a Hernández y Fernández que la acompañaban como guardaespaldas– acusada de conspiración para derrocar al régimen. Pero el dictador, a través de los medios de comunicación, no tarda en extender sus acusaciones a Tintín y Haddock, que desde Moulinsart asisten entre indignados y estupefactos a la farsa.

Tintín no está dispuesto a dejarse engañar y avisa a Haddock de que se trata de un montaje para atraerlos a San Teodoro y encarcelarlos a ellos también respondiendo a algún oscuro motivo. Pero el impulsivo temperamento del capitán lo arrastra junto a Tornasol directamente a la boca del lobo. Pese a que son bien recibidos, pronto se dan cuenta de que son, de facto, prisioneros. Tintín se reúne con ellos y con ayuda del grupo rebelde de Alcázar, los Pícaros, se fugan. Para rescatar del cautiverio a sus amigos antes de que los fusilen, Tintín, Haddock y Tornasol deberán ayudar a Alcázar en su intento de recuperar el poder.

La génesis del álbum se remonta a comienzos de los sesenta, cuando Fidel Castro tomó el poder en Cuba. Ya entonces, Hergé elaboró una historia que transcurriría justo después de Las joyas de la Castafiore y que difería mucho de lo que luego sería Tintín y los Pícaros. Entre las principales diferencias se cuenta el que Tintín, indignado por el trato que se dispensa a la población indígena, promueve una revolución que culmina en una reconciliación nacional. Pero el guión se mostraba indeciso acerca del papel que debía jugar Tintín en la refriega política: si debería tomar partido y militar en uno de los bandos o bien limitarse al rol de víctima de las circunstancias.

Este bloqueo se prolongaría durante varios años para exasperación de sus ayudantes, que llegarían a completar una página para publicarla en un periódico suizo. Hergé decide abandonar totalmente el proyecto y conserva una de sus ideas, el secuestro del avión en el que viajaba Tintín, para desarrollar Vuelo 714 para Sídney.

A estas alturas, Hergé estaba inmerso en un camino del que parecía no haber vuelta atrás. Lo que cuarenta años antes habían comenzado siendo aventuras de corte clásico en las que la misión de Tintín siempre obedecía a fines altruistas, su intervención restauraba el orden y la justicia y sus enemigos eran villanos sin paliativos, habían ido convirtiéndose, como hemos visto, en algo mucho menos maniqueo. En Tintín en el Tíbet (1960) había prescindido de los enemigos para dejar que sus héroes se enfrentasen a la Naturaleza y sus propias debilidades; en Las joyas de la Castafiore (1963) no sólo no había villano, sino que ni siquiera había aventura propiamente dicha y el misterio criminal que se planteaba no era más que un espejismo; en Vuelo 714 para Sídney (1968), había recuperado la figura del malvado criminal, pero dándole un tono burlón y grotesco que impedía tomársela en serio.

En Tintín y los Pícaros, el protagonista ya no se molesta en abrazar una causa importante; se limita al pragmatismo más absoluto para lograr su objetivo: rescatar a sus amigos. Tapioca es un nefasto dictador, pero Alcázar no es mucho mejor. En honor a la verdad, este último siempre fue un personaje un tanto ambiguo, pero aquí se dice abiertamente que su naturaleza no se diferencia tanto de la de su adversario. Su ambición es recuperar el poder, pero no necesariamente para mejorar la vida de los habitantes de San Teodoro. Es un militar golpista tan sangriento como Tapioca y sólo el chantaje de Tintín le impide masacrar a sus antiguos adversarios.

Alcázar es analfabeto, avaricioso y pagado de sí mismo; se rodea de borrachos incompetentes, tiene tendencia a dejarse llevar por la ira, pero al mismo tiempo se somete a las órdenes de su insufrible mujer; y, como Tapioca, compromete el futuro del país a cambio de ayuda extranjera para obtener el poder. De hecho, cuando el avión de Haddock y Tornasol sobrevuela San Teodoro a su llegada, vemos una viñeta en la que un par de malencarados soldados patrullan por un barrio de chabolas dominado por un gran cartel en el que se lee: «Viva Tapioca».

Cuando Tintín y sus amigos se marchan, en la antepenúltima viñeta, vemos su avión sobrevolando el mismo lugar: la escena es exactamente la misma, sólo han cambiado los uniformes de los soldados y el nombre del cartel: Viva Alcázar. La intervención de Tintín ha liberado a sus amigos de la muerte, pero en San Teodoro no ha servido para cambiar nada. Tintín ha perdido el control sobre los acontecimientos.

Hergé no estaba hablando aquí de ideologías de izquierda o derecha. Introduciendo elementos que apuntaban a la actualidad (la revolución Cubana, la acogida en Sudamerica de antiguos nazis, la intervención de potencias extranjeras, el caso del intelectual Régis Debray y su asociación con los guerrilleros del Che Guevara) elabora una fábula amarga y pesimista sobre la política sudamericana y, por extensión, la naturaleza humana. De igual forma que los Pícaros se sirven de las máscaras de falsa jovialidad para obtener el poder, la misma política no es más que una mascarada, un siniestro juego en el que los líderes se visten de algo que no son para conseguir su objetivo.

Ese giro hacia el cinismo y el desencanto por parte de Hergé halló un reflejo en Tintín, que adoptó aquí, por primera vez, un aspecto más acorde a los nuevos tiempos: no sólo abandonó sus legendarios pantalones de golf por unos de corte similar a los jeans –algo que le granjeó no pocas críticas por parte de muchos aficionados– sino que se atrevió incluso a ponerle una pegatina hippy con el símbolo de la paz en el casco de motorista que lleva al comienzo, un paso sin duda revolucionario para un personaje al que siempre se había tachado de, en el mejor de los casos, conservador.

A tono con la nueva visión desmitificadora de su universo, Hergé también nos muestra a un Néstor –el mayordomo de Haddock– no tan ejemplar como creíamos y dedicado a beber a escondidas y espiar conversaciones a través de las puertas. Haddock ya no puede beber; el «duro» Alcázar es un alfeñique en presencia de su esposa; Tintín se ve incapaz, como he dicho, de cambiar nada; Pablo, a quien consideraban un amigo, resulta ser un traidor…

Para muchos, Tíntín y los Pícaros supuso una decepción. Para entonces, los álbumes de Hergé se habían convertido en un trabajo colectivo de los colaboradores de su Estudio. Hergé se encargaba del guión, el abocetamiento inicial y el entintado de las figuras, pero el resto del proceso –búsqueda, selección y traslación gráfica de documentación, dibujo de fondos, entintado, diseño de arquitectura o medios de transporte y coloreado– recaían en otras manos, limitándose Hergé a supervisarlo todo mientras disfrutaba de sus aficiones personales y viajaba por el mundo. Ello fue la causa tanto de que la cadencia de salida de sus álbumes fuera espaciándose más y más como del descenso de calidad de esta última entrega, en la que se adivina más la mano de su fiel colaborador Bob de Moor que la del propio maestro.

Ciertamente, y a tenor de todo lo comentado en este artículo, Hergé había conducido a su particular universo en una dirección de la que no parecía haber retorno, pero cuyo final tampoco se vislumbraba claro. De todas formas, aquél acabaría siendo el último álbum del personaje. Empezó a trabajar en el siguiente, Tintín y el Arte-Alpha, en el que integraría su interés por el mundo del arte, pero sus problemas personales (se divorció de su primera esposa, Germaine, y se casó el mismo año, 1977, con Fanny Rodwell) y de salud (se le diagnosticó osteomielofibrosis en 1979) ralentizaron su ya entonces muy lento proceso de trabajo. Hergé murió el 3 de marzo de 1983, suceso que recogieron numerosos periódicos en reconocimiento de sus logros.

Hergé nombró única heredera a su segunda esposa, Fanny, que tomó la decisión de no poner al personaje en otras manos para seguir editando álbumes. Cerró el Estudio Hergé en 1986 y creó una Fundación con su nombre que asumió sus funciones (gestionar el patrimonio cultural de Hergé y los contratos de edición de su obra, elaboración de merchandising e ilustraciones relacionadas con Tintín…)

Para entonces, Tintín había transgredido su condición de personaje de las viñetas para ascender al estatus de icono cultural. Sus veintitrés álbumes se han convertido en fondo imprescindible de bibliotecas y librerías por igual, acumulando edición tras edición y seduciendo, como siempre hizo, a lectores de las nuevas generaciones. Su perfección gráfica y narrativa y su autorreferencial universo mantienen su vigencia más de ochenta años después de su nacimiento.

Se ha escrito muchísimo sobre Tintín y se seguirá haciendo en el futuro. Todavía nadie ha sido capaz de dar con las claves de su éxito. Ni siquiera Hergé lo comprendía muy bien. Lo que sí se puede decir es que con el joven reportero del tupé, Hergé creó una forma de entender la narración gráfica y una aproximación estética que crearía escuela y que sigue inspirando hoy a muchos artistas; supo capturar la esencia del héroe más clásico sin caer en histrionismos, atrayendo a millones de lectores a un mundo que parecía realista, pero que distaba mucho de serlo (no existían problemas monetarios, sentimentales, sexuales ni familiares); supo ofrecer historias dinámicas, muy bien narradas, contenidas en una especie de burbuja temporal ajena a modas y tendencias y que, sin huir totalmente de los acontecimientos y turbulencias del mundo real, tampoco hacía campaña por ideología alguna aparte de la justicia, la amistad, la lealtad y la generosidad con el prójimo (lo cual, como hemos ido viendo, tampoco le libró de polémicas diversas).

Tintín es una lectura imprescindible para entender el origen y evolución del cómic europeo. Para aquellos lectores que imperdonablemente no lo conozcan todavía, les recomiendo empezar por los álbumes que Hergé realizó tras la Segunda Guerra Mundial, su etapa más madura (de Las siete bolas de cristal en adelante).

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Tintín y los Pícaros (1976), de Hergé

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".