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«La oreja rota» (1935), de Hergé

El descubrimiento del realismo que Hergé había realizado en El loto azul ya no tendría marcha atrás. En ese álbum no sólo el autor había cuidado los detalles de ambientación, sino que su personaje se había movido en los parámetros de un contexto histórico muy concreto. Sin embargo, esa persecución del verismo había traído consigo, como hemos visto, consecuencias en la forma de protestas de los embajadores japoneses por la forma en que Hergé había retratado a su país. Para su siguiente álbum, el autor no olvidaría el realismo, pero adoptaría una aproximación diferente.

La oreja rota, serializada entre 1935 y 1937 en Le Petit Vingtième, trasladaba a Tintín a Sudamérica en busca del misterio que rodeaba al robo de un fetiche indígena. Allí se vería involucrado en el conflicto entre dos países, San Teodoro y Nuevo Rico. Ambas naciones están dirigidas por dictadores manipulados por traficantes de armas y empresas petroleras extranjeras que les animan a entrar en guerra para beneficiarse del conflicto.

Hergé se inspiró en la Guerra del Chaco, librada por Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935 y apoyada por compañías petroleras que deseaban hacerse con los derechos de explotación del oro negro sepultado en el territorio en disputa. Fue un conflicto muy sangriento en el que perecieron miles de personas.

El asunto de la explotación despiadada del petróleo había sido ya tocado por Hergé en Tintín en América y volvería sobre él años después en Tintín en el país del oro negro.

Hay más guiños a la realidad, como el del vendedor de armas Basil Bazaroff, cuya figura guarda un inequívoco parecido –incluso físico– con la del traficante real de origen griego Basil Zaharoff; y la compañía de armas Vickers –para la que trabajaba éste– es ligeramente transformada en el cómic a Vicking. Basil Zaharoff fue un auténtico buitre que supo hacerse indispensable a los líderes de las principales potencias. Vendía armas a todos los bandos con apoyo de los políticos y los banqueros y, no obstante, fue recompensado con un título nobiliario por la corona británica.

Esta vez, para evitar quejas, Hergé inventó las dos naciones arriba mencionadas, las cuales retomaría para posteriores aventuras. A pesar de que hacían referencia a lugares reales (San Teodoros sería Bolivia y Nuevo Rico, Paraguay) su carácter ficticio le otorgó una mayor libertad, evitando el tener que documentarse extensamente mediante mapas y libros históricos. Hergé volvería a inventarse un par de países enfrentados para una próxima aventura, El cetro de Ottokar.

Otra referencia al mundo real la encontramos en el explorador Ridgewell, perdido desde hacía una década en la selva y al que Tintín encuentra como miembro de la tribu de los arumbayas. Es probablemente una analogía con el auténtico aventurero Percy Fawcett, inspiración del también ficticio Indiana Jones, que desapareció en el Amazonas en 1925 mientras buscaba los restos de una ciudad legendaria.

Uno de los problemas a los que se enfrentaba Hergé era el de mantener centrado el tema de la aventura al tiempo que estructurarla como una larga serialización. En Los cigarros del faraón había intentado introducir una imagen recurrente, el símbolo del faraón Kih-Oshk, pero los continuos giros y desvíos de la trama diluyeron la efectividad de la idea. El loto azul carecía de ese elemento característico, pero el núcleo del argumento era lo suficientemente sólido –la persecución de unos traficantes de droga– como para salir airoso del desafío.

Hergé volvió a encontrarse con problemas en La oreja rota: ocurren demasiadas cosas, el guión parece algo caótico y desordenado, sin acabar de fijar la cuestión central. ¿Era lo más importante el robo del fetiche o el asesinato del ladrón? ¿Por qué había ocurrido todo ello? ¿Cuál era el misterio de la estatuílla? Lo que comienza como una intriga detectivesca al estilo de Sherlock Holmes, se transforma en una aventura heroica en toda regla.

Con todo, la presencia recurrente del fetiche y su peculiar aspecto con La oreja rota (el modelo en realidad se encuentra en un Museo de Bruselas y tiene poco que ver con el Amazonas, siendo su origen el norte de Perú), y el interés que diversos personajes tienen en la misma consiguen mantener la unidad global de la historia. De hecho, la búsqueda de un objeto o persona desaparecidos volverá a ser el motor de varias historias de Tintín, como El cetro de Ottokar, El templo del Sol, Tintín en el Tíbet, El asunto Tornasol….

Destaca también en La oreja rota el continuo juego de dúos opuestos: dos naciones enemigas, San Teodoros y Nuevo Rico, dirigidas por dos dictadores, Alcázar y Tapioca; los dos hermanos Balthazar; dos compañías petrolíferas que compiten por hacerse con la explotación del oro negro; dos tribus indígenas enemigas, los arumbayas y los bíbaros….

El álbum de La oreja rota apareció publicado por Casterman en 1937, datando su versión coloreada de 1943. A destacar que, junto a Tintín en el país de los soviets, no se sometió a un proceso de redibujado y modernización.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".