Hergé tenía 23 años cuando, gracias al inmenso éxito de Tintín en el país de los soviets y seguro de la popularidad del personaje, envió de nuevo al reportero de viaje, esta vez a África.
El 29 de mayo de 1930, Le Petit Vingtième anunciaba a sus lectores que Tintín, recién llegado de la Unión Soviética, marcharía al Congo belga. Sin embargo, la intención original de Hergé había sido la de trasladar a su héroe a los Estados Unidos. Tras criticar el sistema bolchevique, quería mostrar las trampas del capitalismo americano. ¿Por qué?
A comienzos de la década de 1930, el mundo se hallaba ya sumido en una enorme depresión cuyo origen se situaba en las especulaciones bursátiles de Wall Street. Los desempleados se contaban por millones y las bancarrotas parecían no tener fin. Atrapados entre los dos polos políticos y económicos, los países europeos tratan de buscar su propia salida desconfiando tanto del materialismo americano como del colectivismo ruso. En esa actitud se inscribe la intención de Hergé.
Pero he aquí que el director de la publicación, el padre Norbert Wallez, decide que hay cosas más importantes, como despertar nuevas vocaciones misioneras entre los jóvenes belgas. ¿Y eso por qué?
Atraído por la repercusión que había tenido la primera aventura de Tintín, el Ministerio belga de las Colonias llamó al padre Wallez y le pidió que aprovechara esa popularidad para proyectar una visión positiva sobre la gestión que se estaba haciendo en el Congo. De hecho, el Congo había sido originalmente una propiedad privada del rey Leopoldo II de Bélgica. Incapaz de asumir las exigencias financieras que implicaba administrar un territorio tan extenso, el monarca lo cedió a Bélgica en 1908, «regalo» que la población del país recibió con escaso entusiasmo. Así, a excepción de algunos misioneros católicos y protestantes, pocos belgas se presentaron voluntarios para trabajar en la colonia, ya fuera como administradores, ingenieros, geólogos, prospectores, médicos, maestros… Naturalmente, África atraía a los comerciantes, pero éstos eran principalmente portugueses, griegos o chinos. El gobierno belga quiere despertar el interés entre los jóvenes por hacer carrera profesional en el Congo y el padre Wallez acepta colaborar ofreciendo para ello a Tintín.
Y así, el 5 de junio, tras un viaje entre desde Bruselas a Amberes, Tintín se embarca en el Thysville, uno de los vapores que conectaban Bélgica con Matadi, el puerto de entrada a su colonia.
A Hergé este cambio de ambientación le coge desprevenido, pero a través de amigos y contactos del padre Wallez, consigue reunir cierta documentación gráfica con la que trabajar, que completa con una visita al Museo de África Central en Bruselas, en donde además de animales disecados que copiar del natural descubrirá la momia de un «hombre leopardo» que integrará en la trama.
Las aventuras de Tintín, reportero del Petit Vingtième, en el Congo (1931), es el reflejo de una era colonial y paternalista, en concreto la de Bélgica hacia su colonia del Congo. Para esta aventura, Hergé improvisó la historia, tal y como había hecho para la entrega anterior en el País de los Soviets, enlazando una anécdota cómica tras otra sin un hilo argumental definido hasta la conclusión, cuando se introduce una ligera y apresurada trama que relaciona a Tintín y Milú con los siniestros planes de una banda de gangsters americanos que intentan controlar la extracción de diamantes en el país.
La elección de los adversarios de Tintín no era gratuita. Por un lado, Hergé no había perdido ni mucho menos de vista que su objetivo era llevar al reportero a América e introducir a los matones estadounidenses en este álbum le allanaba el camino para la siguiente aventura. Por otra parte, la presencia de americanos en el Congo estaba basada en hechos reales. El rico subsuelo congoleño, especialmente el de la región de Katanga, ha despertado desde hace mucho tiempo el interés de naciones extranjeras: oro, cobre, diamantes…y uranio, que Bélgica vendió a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y con el que se fabricaron las dos primeras bombas atómicas arrojadas respectivamente en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Hergé supo ver y reflejar que, además de bienintencionados misioneros, la aventura colonial atraía a traficantes de todo tipo y aventureros sin escrúpulos.
Tintín en el Congo ha sido objeto de múltiples polémicas y ataques por su forma de representar al pueblo congoleño. Ya en 1946, Hergé comprendió que su aproximación de quince años atrás había quedado completamente descontextualizada y modificó la historia para su reedición, eliminando lo que consideraba ofensivo para los africanos (adelantándose mucho, por cierto, a los propios libros de texto belgas que, hasta 1960, seguían hablando de negros y presentándolos como adultos con mentalidad infantil).
El éxito de esta aventura fue monumental.
Como ya se había hecho con El país de los soviets, el padre Wallez organizó en julio de 1931 una recepción teatralizada del reportero tras sus peripecias africanas, evento celebrado en la Estación del Norte de Bruselas y al que acudieron auténticas multitudes.
El éxito de Tintín estaba más que demostrado. Solamente en 1931, se vendieron 10.000 copias del álbum, incluyendo una edición de lujo de 500 ejemplares (uno de ellos se vendió en 2009 por 72.600 euros). Posteriormente, en 1934, Casterman se haría con los derechos de edición y a mediados de los cuarenta, el cambio de gustos y la escasez de papel de posguerra lleva a una edición en color para la que Hergé tendrá que redibujar el álbum (ayudado por Edgar Pierre Jacobs), recortando la longitud de la aventura, mejorando los fondos, haciendo uso de más y mejor documentación, refinando los diálogos y, como he dicho, retirando referencias que pudieran considerarse ofensivas en el nuevo periodo histórico; por ejemplo, se eliminaron las alusiones a la condición colonial del Congo, y la clase de geografía que imparte Tintín a los niños se sustituye por una de aritmética. La nueva versión, que es la que podemos disfrutar hoy, apareció en 1946.
Ni siquiera eso fue suficiente, y en la década de los sesenta Casterman paralizó las reediciones del álbum por miedo a una reacción negativa por parte de intelectuales africanos en el delicado contexto de la descolonización. Desde comienzos de los sesenta, Hergé y su personaje habían sido centro de los ataques de críticos que lo calificaban de reaccionario, antisemita y racista. Irónicamente, puede que a ello contribuyera el coloreado y corrección del álbum en 1946, porque mientras que la versión antigua en blanco y negro dejaba muy clara la época en la que había sido realizado, la nueva ambientaba la historia en un periodo indeterminado, casi atemporal, que resultaba más acorde con el resto de las aventuras de Tintín, pero por eso mismo despertando las iras de los bienpensantes. Hergé se defendió escudándose en el contexto en que fue realizada la historieta, aduciendo que él, como todos, era cautivo de los prejuicios, la falta de información, el espíritu paternalista y las fantasías blancas que sobre África dominaban a los europeos de aquella época.
Sin embargo, lo cierto es que no sólo se habían vendido nada menos que 800.000 copias de Tintín en el Congo desde su actualización en 1946, sino que Tintín era un personaje muy popular en África, especialmente en el Congo, donde el estilo de Hergé sigue siendo copiado por muchos diseñadores nativos, el álbum es alabado por los periódicos locales y ha movido a muchos jóvenes a aficionarse al mundo del cómic.
Al final, tras muchos ruegos por parte de Hergé, Casterman se rinde a la evidencia y en 1970 reanuda la edición del álbum. Las controversias no han cesado –entre otras críticas está la de la indiscriminada matanza de animales, a veces con extraordinaria crueldad, como volar un rinoceronte con un cartucho de dinamita. Puede que entonces resultara surrealista y humorístico, pero hoy se antoja ofensivo– y todavía hoy hay grupos de presión y políticos que continúan haciendo campaña para que se incluyan prólogos explicativos del contexto original del álbum o, directamente, se prohíba su reedición. Al público le da lo mismo. Tintín en el Congo es el segundo álbum más exitoso de toda la colección y ha vendido más de diez millones de copias en todo el mundo. Sigue siendo el más querido entre los niños y el más famoso en África por mucho que les duela a los bienpensantes.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.