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«Tau» (2018), de Federico D’Alessandro

He escrito abundantemente en este espacio acerca de ficciones de todo tipo centradas en la inteligencia artificial (ya sea encarnada en cuerpos androides o confinadas en ordenadores), pero por muchos años que pasen, no pierde su capacidad de atraer el interés de científicos, escritores, guionistas y, por supuesto, el público, que ahora incluso tiene la oportunidad de comprar a precio asequible pequeñas inteligencias artificiales domésticas, como Alexa o Siri. Ya empezamos, por tanto, a interactuar con estos dispositivos por muy primitivos que sean desde el punto de vista de la ciencia ficción. Les estamos otorgando control sobre nuestras casas, dando acceso a información personal y comprometiendo así nuestra propia seguridad. El tema, por tanto, no ha perdido actualidad sino todo lo contrario.

Tau es otra iteración más sobre este subgénero, una película acerca de la amistad que surge entre una máquina de control domótico y una humana a pesar de la programación de la una y la desconfianza de la otra. Aunque es claramente una obra producida sin grandes ambiciones y que ni siquiera se estrenó en los cines sino directamente en la plataforma Netflix, puede ofrecer un satisfactorio visionado siempre y cuando puedan pasarse por alto sus agujeros de guion.

Julia (Maika Monroe) es una joven desarraigada que sobrevive a base de pequeños robos a incautos que conoce en discotecas. Una noche, de vuelta en su cochambroso apartamento, es reducida a la inconsciencia por un desconocido. Al despertar, se encuentra prisionera en un sótano junto a otras dos personas, todos con mascarillas que les impiden hablar e implantes neuronales en la base del cuello. Julia consigue improvisar una evasión, pero sus compañeros mueren en el curso de la misma a manos de un robot centinela que custodia el piso superior.

El propietario de la casa resulta ser un multimillonario treintañero, Alex (Ed Skrein), sociópata y genio de la cibernética que está tratando de terminar un proyecto de inteligencia artificial a tiempo para concurrir a un importante proyecto militar. Presionado por sus socios, ha venido secuestrando a indigentes para, a través de implantes, captar, analizar y almacenar sus respuestas emocionales, algo fundamental para que la I.A. sea plenamente operativa. Julia es el único sujeto vivo que le queda y restando sólo unos pocos días para entregar sus resultados, no puede hacerse con ninguno más. Aunque le asegura que la va a mantener prisionera, ella consigue negociar con él para, a cambio de seguir realizando test sobre su memoria, creatividad y capacidad de resolución de problemas, obtener comida, ropa y cierto grado de libertad dentro de los límites de la casa, vigilada continuamente por una inteligencia artificial llamada Tau y el robot que le sirve de brazo armado.

Julia no tarda en percatarse de que su única esperanza de escape reside en manipular a Tau, haciéndose su amiga mientras satisface su curiosidad por el mundo exterior al que él no tiene acceso. Poco a poco y mientras Julia busca la manera de burlar los sistemas de seguridad, entre ambos se establece una relación que ninguno de los dos había previsto.

Tau supuso el debut en la dirección de Federico D’Alessandro, que ya acumulaba un considerable prestigio profesional en la industria como artista de storyboards para películas como Terminator: Génesis (2015), La Momia (2017) o casi todas las producciones de Marvel Studios. En los créditos de producción figura otro nombre importante, David S. Goyer, guionista de películas como Blade (1998), Dark City (1998) o Batman Begins (2005).

El punto débil de la película, como suele ser habitual en la serie B, está en el argumento. No es tan horrible como algunos críticos han apuntado pero sí demasiado simple y poco ambicioso; tan ingenuo, incluso, como algunas cintas clásicas del género de mediados del siglo pasado. El aficionado veterano encontrará fácilmente paralelismos en la premisa de Tau con la de Engendro mecánico (1977), cuya protagonista quedaba encerrada en una casa por un ordenador loco que quería inseminarla; o también con Hardware: Programado para matar (1990), con una heroína perseguida en su apartamento por un robot asesino. La diferencia aquí es que la inteligencia artificial no es malvada y que la muchacha no trata tanto de escapar de aquélla como del genio chiflado que quiere diseccionar su cerebro, a su manera más robótico que el propio centinela mecánico que ha creado. También podemos hallar similitudes con Ex Machina (2014) en tanto en cuanto ambas plantean un drama psicológico entre tres personajes encerrados en un espacio peculiar, de los cuales uno no es humano. Otras referencias obvias son Saw (2004) o 2001: Una Odisea del Espacio (1968).

No hay nada de malo en beber de otras fuentes y tomar prestadas ideas del pasado. De hecho, casi todos los cineastas lo hacen. Ahora bien, si este es el caso, es necesario aportar algo más. Quizá explorar con mayor profundidad algunas de esas ideas, o darles un enfoque nuevo; puede que subvertir el subgénero en cuestión, o hacer una sátira, o plantear un homenaje… Por desgracia, Tau se queda en tierra de nadie y no llega a decidirse por ninguna de esas opciones, lo que hace que muchos espectadores la vean sin poder quitarse de la cabeza esas otras películas sobre el mismo tema que eran mucho mejores.

El primer problema de la película (quizá derivado de la bisoñez de su guionista, Noga Langau) reside en su forma de presentar la inteligencia artificial. Comportarse como un niño ansioso de escuchar más música y asimilar información a raudales sobre los temas más diversos probablemente no sea la opción más realista; como tampoco que Tau pueda desarrollar, llevado por su deseo de instruirse, una ética relativista que le permita anular su programación básica; o aprender a retener información que cree que no le conviene divulgar; o incluso decir mentiras. Quizá las escenas más absurdas en este sentido sean aquellas en las que Alex “castiga” a su creación borrando parte de su memoria con un simple mando a distancia y que esto, para más inri, le cause “dolor” a la máquina.

Y es que Langau cae en el tópico de historias sobre máquinas inteligentes que aspiran a ser como los humanos o, como mínimo, que desarrollan emociones y sentimientos humanos. Dejando aparte que su programación pudiera permitir a una máquina sentir de forma genuina –al fin y al cabo, el mundo emocional humano, alimentado por cambios bioquímicos y neuronales, cumple un propósito de supervivencia biológica del individuo y, por tanto, de la especie, algo que la máquina no necesita–, ¿por qué una I.A., cuya percepción de la realidad y de sí misma no vendría mediatizada por una estructura orgánica propensa a los fallos y un marco social y familiar determinado, vería deseable acercarse a un ideal humano? La mencionada película Ex Machina había explorado este tema para concluir que un sistema informático quizá sea inteligente (posea autoconciencia, autonomía, capacidad de aprender y adaptarse, etc) pero no tiene ni mucho menos por qué ser humana. Por eso, muchos espectadores considerarán a Tau como una película cuya interesante premisa queda arruinada por no haber sabido entender y desarrollar adecuadamente su elemento de ciencia ficción.

Pero también es cierto que el no tener una I.A. verosímil no tiene por qué estropear por completo un argumento. Al fin y al cabo, franquicias del género tan importantes y queridas como Terminator, Star Trek o Star Wars incluyen androides y/o inteligencias artificiales que no se comportan de forma lógica ni creíble. Lo que la guionista parecía querer intentar aquí era establecer un paralelismo entre Julia y Tau en su calidad de prisioneros por partida doble: ella de su pasado y “ello” de su programación. Y, a su vez, los dos lo son de Alex, que los utiliza para sus egoístas fines. La historia nos cuenta cómo dos inteligencias muy diferentes son capaces de contactar, comunicarse, aprender a respetarse, tomar conciencia de que comparten una situación similar y encontrar una salida a la misma.

Es por eso por lo que la película tiene unos cambios un tanto extraños en su tono que pueden despistar al espectador. Porque lo que empieza siendo una cinta de terror sin mucho diálogo, acaba perdiendo suspense y deslizándose hacia el drama sentimental cuando Julia le enseña a Tau los conceptos del bien, el mal, la amistad… y le hace sentir culpable por las muertes que ha causado y la cautividad de ella. Tau, en definitiva, va humanizándose gracias a su relación con Julia.

Adicionalmente, hay un buen número de agujeros de guion, deus ex machina y absurdeces varias. Por ejemplo, aunque se incluyen algunos fogonazos de información que intentan aportar historia y contexto para Julia y Alex, no son suficientes como para explicar por qué la primera resulta ser mucho más inteligente que sus predecesores en el laboratorio o, ya puestos, que su propio secuestrador. Alex, por su parte, carece de los matices que le habría aportado el saber algo más de sus orígenes o actividades. Se limita a ser un psicópata megalomaniaco, cruel, tiránico e indiferente al sufrimiento ajeno; un villano de manual sin alma ni personalidad propias. A la película le falta, en resumen, más metraje centrado en la caracterización de ambos.

Tampoco están nada claras las reglas del claustrofóbico mundo en el que se desarrolla la acción ni en qué consiste el plan de Alex, por lo que es difícil hacerse una idea de qué es lo que se halla en juego. Alex afirma que su I.A. cambiará el mundo, pero no explica cómo ni por qué. Tau le proporciona a Julia rompecabezas y test cognitivos para que los resuelva y alimente así el implante, pero no sabemos en qué ayudan esos ejercicios tan básicos a terminar el –suponemos– complejo proyecto de Alex. Es difícil mantener el suspense ni sentir temor por un personaje cuando el villano se va todos los días a trabajar y deja a su prisionera tranquila para que haga sudokus.

Y el final es tan predecible como poco memorable. (Atención: espóiler) Julia se las arregla para volar todo el complejo porque Alex es uno de esos científicos estúpidos que tuvo la excelente idea de instalar un sistema de autodestrucción sin protocolos de anulación ni confirmación adicional. Pero no todo se pierde porque Tau sobrevive milagrosamente transfiriendo toda su memoria y personalidad a un diminuto dron del tamaño de una webcam que Julia consigue salvar (Fin del espóiler). En resumen, el guion no sabe sacar partido de la premisa inicial y avanza hacia el final como una flecha, sin desviaciones ni sorpresas.

Es probablemente debido a todo lo apuntado por lo que Tau sin la confianza de la propia productora, no fue destinada a los cines sino que se estrenó con escasa promoción en Netflix. Y, sin embargo, la película ofrece una buena dosis de entretenimiento y plantea temas interesantes, como la forma en la que el sector tecnológico “cosecha” nuestros datos personales para alimentar sus algoritmos. También nos dice que el miedo que muchos albergan hacia la posibilidad de que algún día surja una auténtica I.A. está mal dirigido. En lugar de preocuparse por ordenadores que alcancen la autoconciencia y decidan quitarnos de en medio, lo deberían hacer por aquellos humanos que desarrollan y controlan tal tecnología. Y además, en vez de presentarnos la típica I.A. malvada, fría y dominadora a la que derrotar, la película especula sobre los beneficios que podrían derivarse de la colaboración entre humanos y ordenadores (representados por Julia y Tau) siempre y cuando pudieran desarrollar empatía mutua en lugar de una relación amo–esclavo.

A diferencia de su guion, la calidad de producción de la película es muy destacable. Federico D’Alessandro dirige con buen pulso, la fotografía e iluminación son muy atmosféricas. La paleta de colores, bastante saturada, juega con los contrastes de azules, amarillos y rojos, al estilo de esa moda nostálgica por los neones de los ochenta que también han adoptado directores como Nicolas Winding Refn o Harmony Korine. El diseño de la esterilizada casa-laboratorio no sólo tiene ideas tecnológicas muy buenas (el “ojo” de Tau, el robot Ares, los minidrones, la pintura inteligente o las paredes de cristal que pueden opacarse con un botón) sino que refleja a la perfección la psique enferma y alienada de su dueño. Los materiales presentes en esa mezcla de bunker y palacio egipcio en el que transcurre la acción son todos sintéticos (metal, plástico y cristal) dispuestos para ofrecer múltiples superficies sobre las que jugar con los reflejos y las pautas geométricas. Las escenas de acción, dado el presupuesto que se maneja, están en la línea de una producción del canal Syfy, sobre todo en lo que se refiere a los efectos digitales que dan vida al robot Ares.

En cuanto al aspecto interpretativo, los dos actores principales no están a la altura de una obra que descansa enteramente sobre sus hombros y, además, sin salir del mismo escenario. Ciertamente, sus personajes, como he apuntado, son planos y faltos de matices, pero un actor competente hubiera podido aun así aportarles algo de carisma, gestos o improvisaciones que nos dieran más información sobre ellos. Skrein trata de transmitir en todo momento amenaza y locura, pero más parece un niño malcriado y caprichoso. Monroe no está mucho mejor. Se esfuerza por hacer que su personaje parezca duro y astuto, pero carece de la sutileza y matices que hubieran dado a Julia una mayor entidad. Mejora algo, eso sí, en la segunda parte, cuando la mayor parte de su interacción es con Tau y puede ir alternando una dulzura falsa (dirigida a seducir a sus captores humano y artificial) y una auténtica basada en los sentimientos que desarrolla hacia la I.A.

Tau es, en resumen, una película que tiene muchos tics propios de los creadores primerizos que son tanto su director como su guionista. Es un thriller bastante tópico con científico loco, chica en apuros e inteligencia artificial; pero si pueden perdonarse las inconsistencias y lugares comunes, los agujeros de guion, la mala ciencia y algunos diálogos poco inspirados, encontramos una película de serie B de metraje ajustado (97 minutos), con una factura visual más elegante de lo que podría suponerse por su presupuesto y cuyo resultado final es más que digno tratándose de una obra de debut sin pretensiones. Aunque no es imprescindible ni innovadora y posee un potencial que no se explota satisfactoriamente, puede ser razonablemente disfrutable como entretenimiento ligero.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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