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«Los hombres paradójicos» (1949), de Charles L. Harness

Charles L. Harness es un autor poco recordado hoy por los aficionados y los críticos, pero en su día fue una de las figuras más influyentes de la última etapa de la Edad de Oro de la ciencia-ficción norteamericana. Publicó su primera historia del género en 1948 y la última de sus doce novelas apareció en 2002, por lo que se puede decir que no dejó de escribir hasta su muerte en 2005, a la edad de 89 años. Como fue el caso de Alfred Bester, Harness escribió mucho menos de lo que sus seguidores hubieran deseado. Su producción, aunque intermitente (porque su oficio principal siempre fue el de abogado de patentes en Washington y Connecticut) tuvo una influencia innegable en autores como Michael Moorcock (que le elogió y apoyó a través de su revista New Worlds), el mencionado Bester, Philip K. Dick, John Harrison o Kurt Vonnegut. De ahí que resulte tan injusto el olvido al que se le ha relegado.

Su obra más conocida y respetada fue «Flight Into Yesterday», una historia corta publicada en el número de mayo de 1949 de la revista Startling Stories y que fue ampliada en unas 4.000 palabras para la edición en libro con el título Los hombres paradójicos (The Paradox Men) en 1953 (en 1981 se volvió a expandir en una nueva edición, actualizando de paso el aspecto tecnológico).

Se trata esta de una novela difícil de resumir sin estropear los giros y sorpresas que reserva el final porque es una narración cicular que termina regresando al comienzo. Buena parte del entretenimiento que aporta su lectura deriva del paulatino descubrimiento, conforme avanza la trama, de lo que ha estado verdaderamente sucediendo desde el comienzo de la misma, incluyendo la auténtica naturaleza e identidad de los distintos personajes.

La historia está ambientada en una América Imperial del año 2177, que ha integrado el Norte y el Sur del continente bajo una estructura feudal. Se trata de una sociedad represora en la que una pequeña élite privilegiada acumula grandes riquezas gracias al esclavismo. Aunque la autoridad suprema recae nominalmente en la Imperatrix Juana–María, el auténtico gobernante es su despiadado y arrogante canciller, Haze–Gaunt. En el momento en que arranca la acción, esta América se halla inmersa en un conflicto con el bloque Euroasiático que ha alcanzado un grado de tensión tal que se espera una guerra nucler y la consiguiente aniquilación de la civilización humana.

Cinco años antes, una astronave se estrelló en la Tierra con un misterioso individuo a bordo: Alar. Éste, amnésico y sin saber quién era ni cuál era su relación con la nave, se convirtió en miembro destacado de la Sociedad de Ladrones, una organización clandestina que roba a los ricos para comprar la libertad de los esclavos y cuyo objetivo último es la reforma social, la recuperación de la libertad política y la erradicación del esclavismo en la esperanza de que todo ello contribuya a evitar el inminente colapso.

Los Ladrones están bien adiestrados, tienen informantes y simpatizantes situados en puestos estratégicos y cuentan con una tecnología muy avanzada, como un escudo personal capaz de resistir el impacto de proyectiles pero vulnerable a la penetración lenta de una hoja (¿a alguien le suena esto de la posterior Dune?). Así que entre otros muchos ingredientes, esta novela incluye unos cuantos combates y duelos a espada a la vieja usanza. La mezcla entre una tecnología sofisticada que permite viajar por el Sistema Solar y las armas y técnicas de combate del lejano pasado, no solo aportan una pintoresca variedad a las situaciones que se plantean en la aventura sino que subrayan que los avances científicos no han evitado una regresión social a formas propias arcaicas en las que se abrían infranqueables brechas entre clases sociales y se explotaban esclavos.

Alar descubre que tiene poderes especiales, lo que implica que es un humano más avanzado evolutivamente y que tal fenómeno está probablemente relacionado con su viaje a bordo de la nave. Junto a sentidos extraordinarios que le avisan del peligro, sus ojos pueden proyectar luz además de recibirla, permitiéndole alterar las imágenes que otros perciben. Los Ladrones quieren conocer más en profundidad su auténtica naturaleza esperando que pueda ayudarles en su guerra soterrada contra el gobierno.

El argumento gira alrededor de la lucha de Alar por descubrir su pasado y el lugar que ocupa en el presente, claramente vinculados ambos a las grandes fuerzas históricas que están actuando sobre la época. Y es que esa sociedad cree firmemente en la Teoría cíclica del desarrollo de las civilizaciones de Arnold Toynbee (1899-1975), en virtud de la cual todas las civilizaciones humanas atraviesan una senda similar de crecimiento, prosperidad, decadencia y desaparición. La impresión general es que se hallan al borde de la guerra que provocará el final de la Civilización Toynbee 21, dejando paso a lo que algún día será la número 22 (ese fue precisamente el título que originalmente pensó Harness para la historia: “Toynbee 22”).

Mientras tanto y en relación con lo anterior, se está fabricando con ese nombre, T-Veintidós, una gran nave interestelar con un nuevo motor hiperlumínico, un proyecto que ha hecho albergar la esperanza de que al menos una parte de la especie humana pueda alcanzar las estrellas y escapar al funesto destino que le aguarda en la Tierra. Pero Alar, que ha estado investigando informes de extrañas anomalías astronómicas, sospecha que esa nave es la misma que aquella en la que él “regresó” al planeta y a ese tiempo concreto cinco años atrás, cuando ni siquiera había empezado a construirse. La aventura de Alar en busca de su origen e identidad y perseguido por Haze-Gaunt, que quiere impedir la paradoja temporal que quizá le otorgó sus poderes, le lleva desde la Tierra a la Luna y al Sol (en cuyas cercanías se produce combustible nuclear en pequeñas factorías cuyos mineros acaban mentalmente enfermos debido a las extremas condiciones de trabajo) para acabar regresando a la Tierra.

Del resto del reparto de personajes destacan dos cuya participación en la trama se produce desde ángulos diferentes. Por una parte, Kieris, antigua esposa del fundador de los Ladrones e inventor de la tecnología que utilizan, Kennicot Muir. Éste, brillante científico y explorador además de némesis de Haze-Gaunt, lleva una década muerto o desaparecido y el canciller se cobra su venganza en Kieris, convirtiéndola en su esclava y esposa forzosa. Sin embargo, ella continúa ayudando a los Ladrones y descubre una misteriosa conexión personal con Alar que ninguno de los dos puede comprender.

Por otra parte está “Mente Meganet” (“Mente Microfilm” en las versiones de 1949 y 1953), una computadora humana que en el pasado fue un artista circense desfigurado, capaz de correlacionar todos los datos e informaciones conocidos para llegar a nuevos descubrimientos y realizar certeras predicciones basándose en la lógica no aristotélica. Esclavo del conde Shey (el consejero psicólogo de Haze-Gaunt, de tendencias sadomasoquistas), identifica a Alar como una gran amenaza para el régimen pero a su vez mantiene también contacto con los Ladrones, manipulando ambos bandos por razones que al final se descubrirán.

Los hombres paradójicos es una novela corta hija de su tiempo en el sentido de que se concentra en la sucesión rápida de acontecimientos y el sentido de lo maravilloso más que en la caracterización. Los personajes están adecuadamente perfilados pero sus acciones, relaciones e interacciones (y, por tanto, identidades) carecen de matices. No es de extrañar dado que son meros peones de un drama más grande que la vida misma con consecuencias en la evolución y destino de la Humanidad.

A menudo se ha calificado a Harness de escritor pulp tosco y deslavazado, comparándolo con A.E. Van Vogt. Y, ciertamente, las historias de ambos pueden resultar improvisadas y narrativamente deficientes, pero también emocionantes y repletas de ideas alocadas y llenas de potencial. De hecho, el propio Harness declaró en una entrevista en 1999 que Los hombres paradójicos fue “un tributo a A.E. Van Vogt…Rebosante de acción, misterio, suspense y superhumanidad. Sus mundos se desplegaban ante nosotros con claridad multidimensional. Traté de imaginar cómo lo hizo. Cincuenta años después, aún lo estoy intentando”.

De todas formas, Harness sí está un peldaño por encima de Van Vogt en técnica literaria: conserva el interés de éste en los superhombres evolucionados, la lógica no aristotélica y el sentido de lo maravilloso, pero sin prescindir por completo del foco temático o la coherencia y rematándolo todo con un final que dota de sentido a las extravagancias que salpican la trama (Brian Aldiss calificó su estilo como “barroco de pantalla grande”).

Harness, por tanto, adoptó el molde de Van Vogt y le añadió un elemento de paradoja temporal para crear una novela que mantiene en todo momento la atención del lector, que pasa una página tras otra ansioso por conocer la auténtica naturaleza de los sucesos que tienen lugar así como la identidad de los personajes y el papel que juegan realmente en aquéllos. ¿Quién es Alar? ¿Será él quien de verdad viajará –viajó– en la nave cuyo despegue se acerca conforme la trama avanza hacia su desenlace? ¿Qué efecto tendrá sobre la Historia? ¿Puede el ciclo histórico alterarse o interrumpirse? De acuerdo a los estándares modernos, tiene algunos recursos algo torpes pero narrativa y temáticamente, la historia se cierra sobre sí misma de una forma ingeniosa y la acción está bien desarrollada.

Como muchos escritores de ciencia ficción de su generación, Harness tenía una formación científica (además de en Derecho, se licenció en Química) y como tantos muchachos de su época se apasionó montando su propio receptor/emisor de radio con piezas sueltas. Parte de ese interés por las ciencias se refleja en la elaboración de la paradoja temporal que constituye el núcleo de la historia y en su alejamiento de las space operas más alocadas y grandilocuentes que le precedieron y para las que la ciencia no era más que una palabra vacía bajo la que acumular ideas a cada cual más implausible.

En una apreciación superficial, podría pensarse que esta novela no es más que una larga, frenética y tópica persecución en la que unos infatigables villanos hostigan al protagonista mientras éste busca la verdad sobre su origen. Pero Los hombres paradójicos es algo más que eso. Tiene un argumento más complejo de lo que pueda pensarse a primera vista, poblado de personajes pintorescos, dinámico, original, entretenido y con un final, aunque pueda resultar “paradójico”, tan predecible como sorprendente. Puede que no sea del gusto de todos los lectores y no debe ser abordado con el prisma de las obras actuales sino como lo que es: un ejemplo clásico y moderadamente ilustrado de los últimos coletazos de la era pulp tradicional.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".