Aunque el capítulo final de Star Trek: La nueva generación ofrecía una excelente conclusión a la serie, no fue el final definitivo de la historia. Seis meses después, Star Trek: Generaciones (1994), la séptima película de la franquicia pero la primera en estar protagonizada por el reparto de LNG, llevó a la tripulación de la Enterprise a continuar sus aventuras en la gran pantalla.
El capitán James T. Kirk y algunos de sus antiguos compañeros de aventuras asisten al flete inaugural de la nueva USS Enterprise. Justo después de que la ceremonia tenga lugar, se recibe una llamada de socorro procedente de dos naves atrapadas en una de esas anomalías espacio-temporales tan frecuentes en el universo de Star Trek. La Enterprise acude en su auxilio pero Kirk acaba absorbido por la tormenta estelar mientras trata de ajustar los motores y es declarado oficialmente muerto.
Setenta y ocho años después, a bordo de la sucesora de la Enterprise comandada por Jean-Luc Picard, Data inserta en su red neuronal el chip emocional diseñado por su creador, sobrecargándola e impidiéndole controlar adecuadamente la avalancha de emociones que experimenta. Mientras tanto, la nave recibe una llamada de socorro de un observatorio estelar en cuyo interior encuentran al doctor Tolian Soran (Malcolm McDowell), un científico consumido por la obsesión y la locura a resultas de la pérdida de su familia. Los miembros de la tripulación descubren que Soran está intentando “apagar” estrellas con un artefacto experimental –lo que provoca ondas energéticas que arrasan planetas habitados en esos sistemas estelares‒ con el fin de alterar la trayectoria de la anomalía espacio-temporal que habíamos visto al comienzo. Mientras trata de detener a Soran en la superficie del planeta, Picard es absorbido por la anomalía y aparece en el nexo, un “lugar” más allá del tiempo y el espacio que recrea con realismo lo mejor de la vida que cada uno sueña tener. Allí, Picard se encuentra a Kirk y le convence para abandonar ese estado de felicidad ilusoria y se una a él en la misión de detener a Soran.
En esta primera incursión en la gran pantalla –dirigida por David Carson, quien hasta el momento había desarrollado su carrera en el ámbito de la televisión, incluida LNG y Espacio Profundo 9‒ , La nueva generación ofrece un producto algo decepcionante. Más que una superproducción, parece un episodio rutinario de la serie televisiva al que accidentalmente le hubieran tocado en la lotería unos cuantos millones de dólares. Ciertamente, los valores de producción son mucho mejores que en la pequeña pantalla y los efectos especiales, como la destrucción planetaria o la colisión de la Enterprise contra la superficie, son sobresalientes. Otro plano magnífico es el que recorre el exterior de la nave para mostrar la brecha que se ha producido y en el que se distinguen unas pequeñas siluetas humanas que dan idea de las dimensiones de la Enterprise.
Pero el resto de la película parece atrapada por las limitaciones propias de un episodio televisivo, como el tiroteo y lucha del clímax, que parece rodado en una de esas localizaciones del desierto tan comunes en la serie y con igual escasez de medios. Parece incluso que en algunos aspectos no se tuvo en cuenta que la resolución de la imagen cinematográfica es mucho mayor que la de la televisión, por lo que hay que cuidar más los detalles: así, el maquillaje de Brent Spiner-Data muestra todos sus defectos bajo el implacable ojo de la lente.
Generaciones tropieza también en los mismos puntos que sus predecesores fílmicos de la franquicia, ofreciendo una historia que incluye conceptos de gran calado –alienígenas de poder cuasidivino, naves maravillosas, regresos de la muerte‒ para luego ser incapaz de tratarlos de forma satisfactoria. Así, una idea de las fenomenales dimensiones del Nexo –una suerte de utopía virtual que otorga el mayor deseo que uno pueda soñar‒ necesita de una historia a la altura, y aquí a duras penas lo consigue. Los espectadores deberían haber sentido el gran coste emocional, la indecisión, la tristeza de Kirk y Picard al verse obligados a elegir entre disfrutar eternamente de lo que más desean y abandonarlo por completo para salvar otras vidas. Y no es así. Tanto el uno como el otro averiguan pronto que todo en el Nexo no es más que una ilusión y no tienen demasiados problemas para rechazarlo y salir de él.
Mientras que en las últimas temporadas de LNG se había hecho un auténtico esfuerzo por desarrollar a los personajes y dotarles de matices, Generaciones olvida todo ese trabajo y los utiliza como simples peones al servicio de una historia bastante floja. Worf, Beverly o Geordi apenas tienen papel. Naturalmente, en esto tiene bastante responsabilidad el cambio de formato. La propia naturaleza de la serie televisiva permite ir desarrollando, semana a semana, los matices y biografías de un amplio plantel de personajes. El cine, en cambio, dispone tan solo de un par de horas cada dos años (y eso con suerte) para contar una sola historia.
Por ejemplo, Picard sufre aquí una terrible pérdida personal, pero su drama queda sofocado por la trepidante acción y sólo parece jugar un papel: el de anticipar al espectador el tipo de vida soñada que encontrará una vez transportado al Nexo. El único que realmente experimenta un gran salto adelante es Data, aunque por motivos más bien estúpidos: tras años tratando de entender y compartir las emociones humanas, basta que haga una broma que no sale bien para que decida insertarse el chip emocional que había diseñado su creador, el doctor Soong –y que los fans creían irreparablemente dañado desde el episodio «Descenso”, en 1993‒. A partir de ese momento, el personaje entra en otra etapa, la de aprender a controlar y vivir con las emociones humanas. A pesar de lo contenido que siempre ha sido Data, Brent Spiner es un actor de una enorme fisicidad y expresividad facial y aquí lo demuestra en algunos momentos verdaderamente cómicos. Con todo, uno puede preguntarse si este paso fue un acierto, puesto que la humanización plena del personaje anula buena parte de su encanto. Irónicamente, su atractivo en la pequeña pantalla había sido su fría curiosidad , inocencia y crónica incomprensión de los impulsos emotivos de los humanos.
Y luego tenemos a William Shatner, aferrado a la franquicia desde hacía treinta años y que aquí le da un final honorable a su personaje. Shatner hace lo de siempre, ofreciendo su habitual histrionismo y aire de suficiencia. Para él, esta película supuso una airosa salida de la franquicia y un movimiento profesional inteligente, habida cuenta de que por entonces muchos fans habían empezado a retirarle sus simpatías tras leer las autobiografías de otros actores del reparto, dejándolo en bastante mal lugar. Con todo, ver a tres actores que habían dejado atrás la mediana edad (Shatner tenía entonces 63 años, Stewart 54 y McDowell 51) soportar el peso de un clímax rebosante de acción, me parece un tanto deplorable por no decir inverosímil (No hay más que ver la pésima forma que Shatner demuestra a la hora de correr y pegar puñetazos con convicción).
En definitiva, una película con una trama, épica, diálogos y personajes bastante flojos, sobre todo si tenemos en cuenta que el mismo equipo de guionistas y producción habían firmado excelentes historias para la serie televisiva. No obstante, la película funcionó bien en taquilla y eso fue suficiente para que el estudio se animara a producir una nueva entrega cinematográfica, en esta ocasión con mejores resultados: Primer contacto (1996).
Aunque la Enterprise había quedado destruida a resultas de la anterior aventura, su tripulación ya cuenta con un nuevo y flamante vehículo cuando reciben aviso de que los Borg están atacando a la Flota Estelar y se dirigen a la Tierra. Picard desobedece sus órdenes –sus superiores no se fían de él por haber sido asimilado años atrás por esos extraterrestres y quieren mantenerlo alejado‒ y aunque llega a la Tierra justo a tiempo para destruir la nave nodriza no puede impedir que ésta lance una sonda hacia el pasado. Picard la sigue a través del portal que aquélla ha abierto y aparecen en el año 2063, el día anterior a que el excéntrico inventor Zefran Cochrane (James Cromwell) pilotara el primer cohete equipado con un motor de curvatura y, a raíz de ese vuelo, hiciera el primer contacto con una civilización alienígena, los vulcanos. De ese encuentro acabaría desarrollándose en el futuro la Federación y la línea temporal a la que Picard y sus hombres pertenecen. El plan de los borg pasa, precisamente, por impedir la formación de la Federación y asimilar a todos los humanos en un momento en el que el planeta se está recuperando de una guerra global. A partir de aquí, la acción se divide en dos frentes: por una parte, un equipo de avanzada en la superficie debe asegurarse de que el vuelo de Cochrane tenga lugar; por otra, los que se quedan en la Enterprise han de hacer frente al abordaje de un grupo de borg encabezado por su Reina (Alice Krige), quien seduce a Data para que se ponga de su parte.
Los problemas con las películas clásicas de Star Trek empezaron cuando se permitió que el reparto original ascendiera por encima del nivel de interpretación para tomar el control creativo de la franquicia, empezando por Star Trek III: En busca de Spock (1984), dirigida por Leonard Nimoy. A partir de ese momento, las películas quedaron atrapadas en una suerte de bucle que apelaba a la nostalgia de los fans y en el que los personajes se limitaban a tener su momento humorístico sin gozar de un verdadero desarrollo y negándose a asumir su entrada en la tercera edad. Los egos de los actores se confundieron con la dirección creativa y ninguno de ellos quiso aceptar que había llegado el momento de pasar a un segundo plano, que ya no podían seguir corriendo y peleando como antes y que lo más realista era que hubieran sido ascendidos en la cadena de mando y dejaran de abrir frecuencias y pulsar botones en la sección de ingeniería.
Por eso, cuando se anunció que Jonathan Frakes iba a dirigir la segunda película, muchos fans no pudieron evitar la sensación de déjà vu. Frakes había debutado como director en la tercera temporada de la serie, encargándose de varios capítulos con buenos resultados y, a pesar de las sospechas iniciales acerca de la posible interferencia entre el ego de los actores y el departamento de guionistas, lo cierto es que en Primer contacto, Frakes ofrece un trabajo bastante sólido. El control creativo permaneció en las manos de los mismos equipos de guionistas y de producción que se habían encargado de las diferentes series de la franquicia.
Tampoco es esta una película de personajes. Aunque participan todos los actores principales de la serie, aquéllos están totalmente supeditados a la trama. De hecho, con la excepción de Patrick Stewart y Brent Spinner, ninguno de ellos destaca especialmente sobre el resto, una situación difícil de imaginar con el reparto de las películas clásicas.
Así, Star Trek: Primer contacto es, sobre todo, una película de acción y Jonathan Frakes demuestra bastante pericia a la hora de dirigir las secuencias con efectos especiales. En este sentido, esta entrega ofrece algunas de las imágenes más conseguidas de toda la franquicia cinematográfica (aunque la primera película, de 1979, todavía puede hacerle frente). La nueva Enterprise luce espléndida tanto en el exterior como en su interior y es una de las primeras veces que puede captarse su auténtico tamaño. Las escenas de combates espaciales están muy bien resueltas y dispersos por todo el metraje hay pequeños momentos que inducen a la maravilla, como ese plano de apertura que empieza en la pupila de Picard y se va alejando hasta abarcar toda la colmena borg; o el momento en el que vemos a varios miembros de la tripulación caminando –al revés‒ por la cubierta de la Enterprise (una de las pocas veces en el cine de CF en que se descarta el clásico posicionamiento arriba-abajo). Jerry Goldsmith, por su parte, es recuperado para la franquicia y compone una excelente banda sonora.
El film incluye su dosis correspondiente de guiños a los fans: la alusión sexual de Data a que es “totalmente funcional y programado en múltiples técnicas” está tomada de la escena de seducción del episodio “El presente inexorable” de la primera temporada; aparece brevemente el ingeniero Reg Barclay, interpretado por Dwight Schultz; la sala de hologramas recrea el ambiente de género negro creado por Picard en el episodio “El gran adiós”; y hay un cameo de Robert Picardo en su papel de holograma médico en Star Trek: Voyager; asimismo, la inclusión del personaje de Zefram Cochrane enlaza la historia con el episodio “Metamorfosis” de la segunda temporada de la serie original, si bien ambas versiones del mismo inventor son muy distintas. Ahora bien, a diferencia de las películas clásicas de Star Trek, este tipo de toques detectables y disfrutables por parte sólo de los fans más fieles, nunca llegan a apoderarse de la trama o dirigir la película.
Primer contacto no está exento de problemas, aunque no sean de gran calibre. Transcurre con buen ritmo si bien la oscilación constante entre las múltiples tramas lo ralentiza un poco (los quince minutos que dura la cuenta atrás del clímax se antojan demasiado largos). En el plano del guión, no se entiende la necesidad de perder el tiempo adaptando continuamente las frecuencias de los fásers contra los borg cuando a Picard le basta con una ametralladora tradicional en la sala de hologramas: ¿Por qué no replicar entonces un arsenal de ametralladoras con balas perforadoras? La ventana “tapada” con un campo de fuerza parece una idea de ingeniería bastante tonta (todos deben andar angustiados ante la perspectiva de una interrupción de la energía). Y luego está la Reina Borg.
Los borg son probablemente la mejor de las creaciones alienígenas de las diversas series de Star Trek, una especie ciborg que vive y funciona como una mente colectiva, asimilando y absorbiendo de forma agresiva y despiadada todo tipo de formas de vida y tecnologías con las que se encuentra. En la serie televisiva, los episodios en los que aparecieron se cuentan entre los mejores de toda la franquicia (“¿Qué Q?”, “Lo mejor de ambos mundos”, “Yo, Borg”, “Descenso”). Con cada nueva aparición, sin embargo, los borg habían ido perdiendo intensidad. La película recupera esa sensación de amenaza, de rechazo visceral, que transmitían los borg en su primera intervención en la serie y su nuevo y perfeccionado maquillaje –que recuerda al de una película de zombis‒ acentúa ese sentimiento. Ahora bien, la Reina Borg es una mala idea, por mucho que el argumento trate de justificarla. ¿Para qué necesita encontrar un “alma gemela” en Data o un asimilado Picard? ¿De verdad era necesario presentarla como una mujer fatal que trata de seducir al androide?
Pero el principal fallo de la película es la propia trama. El problema con Star Trek: Generaciones había sido el parecer poco más que un episodio televisivo ascendido a las grandes ligas. Primer contacto adolece de lo contrario: está claramente rodado para la gran pantalla pero comete el error de muchos blockbuster, esto es, anteponer el espectáculo a todo lo demás. La trama suele quedar reducida a un mero trámite, una excusa para enlazar momentos visualmente impactantes. Las costuras del guión asoman en secuencias como la de la antena de la Enterprise, un simple pretexto para organizar un combate con los Borg en el vacío espacial; el momento en la sala de hologramas en mitad de una persecución está obviamente inserto para satisfacer a los fans más enterados; la forma en que Worf –que por entonces formaba parte del personal fijo de la estación Espacio Profundo Nueve‒ se reúne con sus excompañeros y así completar el reparto original de la serie, es bastante inverosímil…
Con todo, Star Trek: Primer contacto, con sus viajes temporales, regreso de los borg y toques de Moby Dick, es quizá la película más interesante de las cuatro con que cuenta esta encarnación de la franquicia.
Jonathan Frakes dirigió también la tercera película de la serie, Insurrección, en 1998. La historia se abre con Data sembrando el caos en una primitiva aldea de un planeta que está siendo monitorizado por un puesto de observación antropológica de la Federación y, en último término, obligando a éste a intervenir y revelar su existencia a los nativos, los Ba´ku. El almirante Dougherty (Anthony Zerbe) llama a Picard y la Enterprise para que, conocedores como son de la mente y el cuerpo de Data, ayuden a detenerlo. Mientras trata de descubrir las razones del mal funcionamiento del androide, Picard descubre una plataforma holográfica escondida en un lago del planeta y se da cuenta de que Dougherty, en connivencia con la despiadada raza de los Son´a, están preparando en secreto el traslado de los Ba´ku fuera del planeta sin que ellos se den cuenta.
A través de una nativa, Anij (Donna Murphy), Picard y sus hombres son informados de que el cinturón radiactivo que rodea al planeta proporciona a quien en él vive un efecto rejuvenecedor que, en la práctica, equivale a la inmortalidad. De hecho, los Ba´ku son centenarios y, siendo en el pasado un pueblo explorador y tecnificado, decidieron hacer de ese mundo su hogar y vivir una vida utópica y en contacto con la naturaleza. Dougherty y los Son´a quieren utilizar la radiación para su propio beneficio, algo que dejará al planeta inhabitable. La única opción que le dejan a Picard y sus hombres es desobedecer las órdenes directas de Dougherty y rebelarse contra la Federación para proteger a los indefensos Ba´ku.
Se diría que en esta ocasión Frakes tomó prestado una página del manual del director de Leonard Nimoy en la etapa clásica de la franquicia cinematográfica, porque estructura la película de tal forma que cada personaje tenga su pequeño momento de protagonismo. A diferencia de Nimoy, sin embargo, no se limita a que estas desviaciones tengan un tono humorístico, sino que trata de darles algo más de sustancia (con la excepción de Gates McFadden, que apenas tiene presencia en pantalla). Así, el capitán Picard disfruta de un breve pero tierno romance; Riker no sólo se afeita la barba sino que él y Troi retoman su antigua relación; Data aprende algunas lecciones sobre lo que significa divertirse gracias a un niño; Worf (cuya presencia aquí, lejos de sus obligaciones en Espacio Profundo Nueve, está de nuevo totalmente injustificada) revive su pubertad klingon y Geordi puede disfrutar por primera vez de sus ojos restaurados.
Sin embargo, esos pasajes parecen pensados para que todo el reparto tenga algo que hacer en un momento u otro de la trama y, lo que es peor, están mal resueltos. El romance Riker-Troi es sensiblero y Brent Spiner, normalmente un actor con talento, ofrece aquí una de sus peores interpretaciones –sus escenas con el niño son irritantemente cursis‒. Además, el aspecto de algunos de los protagonistas empieza a deteriorarse de forma evidente acusando el paso del tiempo: Jonathan Frakes y Brent Spinner están rollizos y los primeros signos de su verdadera edad afloran en Marina Sirtis y Gates McFadden –lo cual, dado que se trata de una historia sobre el rejuvenecimiento, no deja de ser una ironía‒. A diferencia del reparto original de la Star Trek clásica, que consiguió aguantar el tipo durante un par de décadas tras la finalización de la serie televisiva, los actores de La nueva generación evidencian sus edades tan solo cinco años después de la cancelación de la suya. Sólo Patrick Stewart mantiene su acostumbrada dignidad tanto en las escenas románticas como en el clímax de acción.
Donde mejor se desenvuelve Star Trek: Insurrección es en los mismos apartados en los que Jonathan Frakes había demostrado ya su pericia: las escenas con efectos especiales (las bellas nebulosas, los planos del colector desplegando sus velas solares, la escena en la que la Enterprise expulsa el núcleo de curvatura) y un buen sentido del humor. Por el contrario, donde peor funciona es allá donde se amplifican las debilidades de la anterior entrega: un guión quizá suficiente para un episodio televisivo pero no para una producción cinematográfica de mayor empaque, y, relacionado con lo anterior, una tendencia a construir la historia a base de pequeñas escenas y subtramas en lugar de centrarse en una línea narrativa sólida.
La escena en la que Picard y Data descubren la holo-nave y la recreación holográfica del poblado de los Ba´ku suscita el mismo sentido de lo maravilloso que tantos episodios de la serie televisiva, aquellos en los que se descubría algo verdaderamente misterioso y para lo que poco a poco se llegaba a una explicación científica y racional. Pero a partir de aquí, el resto del argumento es de una calidad indudablemente inferior: villanos estereotipados e intrigas políticas poco elaboradas, cosas que suceden sin explicación –como la capacidad de Anij de detener el tiempo o la razón por la que Data siembra el caos al principio‒. Incluso el núcleo de la historia es poco más que una recuperación flagrante de Horizontes perdidos, la novela de James Hilton en la que unos occidentales descubrían una aldea utópica perdida en el Himalaya y cuyos habitantes eran inmortales.
El clímax es difícil de seguir, interviniendo en él tres naves distintas que convergen al mismo tiempo con sus respectivos dramas a bordo –dos de ellas a punto de explotar, otra en mitad de un motín‒ y algunos de los diálogos con peor y más inverosímil tecnocháchara (como en la escena en la que la tripulación del puente de la nave de los Son´a son teletransportados a la holo-nave sin que se den cuenta).
Star Trek: Insurrección comienza muy bien gracias a un preámbulo que deja al espectador intrigado, pero el resto de la trama ofrece pocos momentos a la misma altura. Siendo mejor que Generaciones, no igualó a la inmediatamente anterior, Primer contacto.
Star Trek: Némesis (2002) fue el cuarto y último film derivado de la serie televisiva y en su publicidad se leía la frase: “El último viaje de una generación”, indicando quizás que Paramount había decidido poner punto y final a esta derivación cinematográfica de la franquicia. Inmediatamente después del estreno, Patrick Stewart empezó a hacer declaraciones a favor de que ésta fuera, efectivamente, la última película de LNG. En un contexto más amplio, el fenómeno Star Trek daba la impresión de haber alcanzado un punto de saturación. Mientras que las dos primeras películas habían obtenido unos buenos resultados en taquilla, la tercera, Insurrección, recortó aún más el beneficio y, desde este punto de vista comercial, Némesis fue con diferencia la peor: costó 60 millones de dólares y sólo recaudó 43. Igualmente y en el ámbito de la televisión, tanto Espacio Profundo 9 (1992-1999) como Voyager (1995-2001) y Enterprise (2001-2005) habían tenido problemas para reunir en torno a sí no sólo los mismos entregados fans que LNG sino obtener una penetración similar en la audiencia generalista.
En rumbo al planeta Betazed, donde va a tener lugar la boda de Riker y la consejera Troi, la Enterprise capta unas transmisiones positrónicas del planeta Kolarus III, cerca de la Zona Neutral romulana. Al aterrizar, descubren las partes desmontadas de B-4, una versión más primitiva del androide Data. Entonces, reciben la orden de llegar hasta el mundo capital romulano para reunirse con el pretor Shinzon (Tom Hardy), líder de una raza normalmente marginada y originaria del planeta cercano Remus, que ha liderado un golpe de estado contra los romulanos. Sorprendentemente, no sólo Shinzon es humano sino que se trata de un clon del capitán Picard hecho por los romulanos. Picard desconfía de las declaraciones amistosas de Shinzon, algo que se confirma cuando lo secuestra y le revela que quiere su ADN para impedir el deterioro de sus propias células. Picard escapa, pero su clon le persigue en una nave invisible y con la intención de detonar en la Tierra una letal bomba.
Star Trek: Nemesis no incluye en su equipo de producción a algunos de los principales nombres que habían firmado las anteriores entregas. Jonathan Frakes estaba ocupado con otros proyectos y no pudo encargarse de la dirección, recayendo esta tarea en el británico Stuart Baird, antiguo montador y viejo asociado de Ken Russell y Richard Donner, con quienes había trabajado en multitud de películas, desde La profecía (1976) a Lady Halcón (1985 pasando por Superman (1978) o los films de Arma letal. En el guión encontramos a John Logan, un nombre entonces en alza que había firmado los libretos de títulos como Un domingo cualquiera (1999), Gladiator (2000) o La máquina del tiempo (2002).
Esta entrega de la franquicia vuelve a demostrar que el cinematográfico no es el medio en el que mejor se desenvuelve Star Trek. Sobre las películas del reparto original ya hablé lo suficiente en sus respectivas entradas; en cuanto a las de LNG, más o menos entretenidas, no pasaron de ser meros escaparates de efectos especiales en busca de una historia sólida. Ninguna de ellas alcanzó los niveles de calidad, osadía conceptual o desarrollo de personajes de algunos de los episodios de la serie regular comentados en entradas anteriores.
Némesis no es una excepción a esa regla, sino una clara confirmación de la misma. Su argumento en torno a las maquinaciones políticas orquestadas por el clon de Picard es aburrido y falto de intriga, por no hablar de la escasa profundidad del villano, un auténtico estereotipo del género sin pizca de grises.
Hay una trama paralela acerca del descubrimiento por parte de Data de una versión primitiva de sí mismo y que (spoiler) resulta ser una trampa montada por Shinzon, pero el personaje de B-4 es casi enteramente olvidado hasta el final (fin del spoiler).
Luego tenemos a una nueva raza de alienígenas hostiles que a la hora de la verdad no son más que los típicos extraterrestres de aspecto grotesco (y excesivamente parecidos a los orcos de El Señor de los Anillos) y una sosa e inverosímil secuencia de acción con buggies entre las dunas y tiroteos.
Incluso en mayor medida que en los anteriores films de LNG, los personajes –con excepción, otra vez, de Data y Picard‒ pasan a segundo plano a favor de la pura acción. Hay pequeñas intervenciones de Kate Mulgrew (de Star Trek: Voyager) y cameos de Wil Wheaton y Whoopi Goldberg (que sólo tiene una frase), pero todos ellos no cumplen realmente ninguna función y están incluidos tan solo para agrado de los fans.
A mitad de película, uno tiene la sensación de estar ante un remake de Star Trek II: La ira de Khan (1982). Ambos films tienen tramas casi idénticas: un villano producto de la ingeniería genética que está obsesionado con ajustar cuentas con el capitán de la Enterprise y que tiene en su poder un arma de inmenso poder; el capitán que descubre a su “hijo” perdido hace tiempo; un clímax construido alrededor de una batalla espacial entre la Enterprise y la nave del villano, ambas muy dañadas, en una nebulosa; y uno de los personajes principales, Data, que se sacrifica para salvar al capitán.
Las semejanzas son demasiadas para ser simple casualidad. (Al menos, Riker y Troi contraen finalmente matrimonio dejando atrás esa extraña relación que al final de la serie los guionistas habían establecido entre Deanna y Worf. El klingon, por su parte, también terminaría casándose en Espacio Profundo Nueve).
La película casi redime su mediocre argumento merced a los efectos especiales del final con algunos momentos verdaderamente impresionantes de las naves disparándose en la nebulosa, la Enterprise embistiendo a su adversario y una descompresión explosiva del ventanal del puente. El sacrificio de Data también está rodado de una forma muy emotiva (aunque ese acto contradiga el futuro ya narrado en la serie en el último capítulo, Todas las cosas buenas…, donde Data aparecía vivo y coleando).
La historia del cine y la televisión está repleta de remakes, revivals y secuelas que parecieron una buena idea sobre el papel, pero que fracasaron miserablemente a la hora de satisfacer al público. Star Trek: La nueva generación tuvo no sólo que estar a la altura de la leyenda de su antecesor, sino enfrentarse a la línea dura de los seguidores más acérrimos, los cuales llevaban 20 años alimentando su devoción por los personajes de la serie original. Si de ellos hubiera dependido, LNG jamás habría cobrado vida. Pero Gene Roddenberry volvió a demostrar su genio insuflando nuevos aires en la franquicia sin necesidad de abrazar continuamente su propio legado. Y los que le rodearon y continuaron su labor tras su muerte consiguieron algo más: la verdadera madurez de la franquicia, aportando a lo que hasta ese momento habían sido aventuras espaciales relativamente sencillas al estilo de la vieja escuela unos personajes elaborados y en continua evolución. La nueva generación acabó teniendo mayor impacto todavía que la serie original y su éxito y atractivo universal (en sus valores, argumentos y personajes) no fue igualado por las series de la franquicia que la siguieron.
Pero todavía más importante, LNG consiguió cambiar profundamente la ciencia ficción televisiva, un género que hasta ese momento estaba considerado un riesgo comercial rara vez asumible. La serie se situó entre las diez más vistas en su rango de duración y la primera entre los televidentes masculinos de 18 a 49 años, un auténtico sueño para los ejecutivos de la televisión. Semejante éxito de público y crítica conllevó, naturalmente, pingües beneficios, y todo ello hizo que muchas otras cadenas y productoras probaran suerte con la ciencia ficción. Es más, el atrevido experimento que supuso prescindir de la emisión a través de una gran cadena y, en cambio, producir la serie de forma independiente para luego venderla en el circuito sindicado, fue un gran éxito que animó a otros guionistas y productores a seguir el mismo camino. Ya no era necesario el visto bueno de los ejecutivos de la ABC, la CBS o la NBC para sacar adelante un programa de ciencia ficción. Se había derribado un mito y a partir de ese momento, docenas de series del género –algunas con éxito, otras estrepitosos fracasos‒ empezaron a ocupar su lugar en la parrilla de programación de todas las emisoras.
Y todo ello lo consiguió LNG permaneciendo fiel al espíritu de Roddenberry y su optimista visión de un futuro en el que el hombre podría superar sus peores lacras para emprender la conquista del espacio. Durante siete años, LNG ofreció todo tipo de historias, desde comedias a tragedias pasando por acción, aventuras, misterios y cuentos mitológicos, oscilando entre los conflictos épicos y las historias intimistas. Por supuesto, tuvo capítulos poco inspirados, pero en su mejor época la serie ofreció momentos de la mejor ciencia ficción, algunos de los cuales he ido desgranando en esta colección de entradas.
Sin desviarse demasiado de aquel espíritu original y capitaneados por Michael Piller y Rick Berman, los guionistas de LNG supieron retorcer y flanquear el ideario de Roddenberry sin llegar nunca a romperlo, dándole a los personajes el espacio y desarrollo que Kirk, Spock y compañía jamás habían tenido. A lo largo de los siete años que duró la serie, los fans vieron cómo sus personajes favoritos ganaban en complejidad y completaban su propia evolución emocional, conocían a sus familias y su pasado, se enfrentaban a dilemas vitales… Los episodios ya no sólo giraban alrededor del alienígena o amenaza cósmica de turno, sino que se centraban en los problemas familiares o psicológicos de los personajes y la interacción entre ellos.
La combinación de su humanidad, excelentes valores de producción, calidad y variedad de los guiones y sobresaliente reparto hicieron de Star Trek: La nueva generación una de las mejores series de ciencia ficción de la historia. Que aún hoy, veinte años después de su finalización, pueda ser perfectamente disfrutable –algo que no es tan sencillo de decir de su envejecida antecesora de los sesenta‒ dice mucho de ella.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.