En tres años, Frank Miller se convirtió en el autor más cotizado de la industria del comic-book norteamericano. Cuando en 1979 se hizo cargo del dibujo de la colección Daredevil nadie pudo prever que aquel joven desconocido iba a cambiar la historia de la editorial… y del comic-book.
Dos años más tarde asumió la tarea de guionista en el mismo título y sus novedosos planteamientos causaron un gran revuelo. Un personaje segundón, gastado, contradictorio y hasta absurdo, que jamás había llegado a despegar entre la afición se transformó en una colección vanguardista, original y apasionante.
La rápida evolución de Miller y el carácter tan personal de su obra no sólo le granjearon un enorme éxito entre aficionados y profesionales, sino que le impulsaron a escoger proyectos en los que pudiera de gozar mayor libertad creativa. En ese momento, Miller no sólo estaba un poco harto de los superhéroes sino de los ajustados periodos de entrega que las grandes editoriales imponían a sus creadores. En su opinión –y no le faltaba razón–, la cadencia mensual de las colecciones y la obligación de producir una determinada cantidad de páginas mensuales acababan secando la frescura original que pudiera tener un autor, obligándole a repetir una y otra vez soluciones gráficas y narrativas que le ayudaran a entregar a tiempo y, consecuentemente, ahogando la creatividad. Esto, a su vez, priva al lector de la posibilidad de leer una obra adulta y meditada.
El nuevo proyecto que rondaba la cabeza de Miller fue ofrecido primero a Marvel Comics, pero ésta la rechazó. Jenette Kahn, editora de DC Cómics, no perdió la oportunidad y ofreció al joven Miller publicarle lo que fuera, acatando no sólo sus exigencias creativas, sino respetando sus derechos de autor, algo completamente inusual por aquel entonces. Miller no podía pedir más.
Jenette Kahn le ofreció una puerta de salida del sistema, una puerta que nunca volvería a cruzar. Ya no volvería a encargarse nunca de una serie regular, únicamente miniseries o novelas gráficas.
Había otro factor de la industria del comic-book que disgustaba a Miller: la pobre tecnología de impresión que se utilizaba. La mala calidad del papel, la torpe separación de colores, las prisas derivadas de la obligación de terminar el número de ese mes… todo ello hacía que el resultado final se resintiera por mucho interés que el artista hubiera puesto en su obra. La resolución se perdía, los negros se diluían, el color desbordaba las líneas, el dibujo tenía en ocasiones un aspecto borroso…
Ese elemento técnico fue otra de las exigencias que Miller expuso a Jenette Kahn. Junto a su colorista regular, Lynn Varley, estaba dispuesto a explorar las posibilidades reales de la tecnología de impresión comercial. Quería que su nuevo comic fuera editado excepcionalmente bien, coloreado a mano e impreso en papel brillante de denso tramaje, todo lo cual no se había usado nunca en las grandes compañías de comic-book. Hubo errores, claro, pero Miller y Varley se involucraron personalmente en el proceso y trabajaron con la compañía de impresión para desarrollar nuevos procesos que permitieran plasmar en papel sus ideas gráficas.
El resultado final de esa plena libertad creativa fue Ronin, que apareció en 1984 en seis números de lujoso formato y cadencia bimestral.
La historia comienza en el Japón feudal del siglo XIV. Un joven samurái sirve a un amo noble, propietario de una espada mágica arrebatada al demoniaco Agat. Éste consigue burlar la vigilancia del guardaespaldas y asesinar a su amo. Convertido en un ronin, un samurái sin señor, vagará durante años cargado con la espada ansiada por la malvada criatura hasta que consigue enfrentarse con él sólo para quedar ambos espíritus atrapados en la mística katana.
Saltamos entonces al año 2030, a una Nueva York apocalíptica. Como si de un organismo vivo se tratara, el complejo de investigación biocibernética Aquarius se extiende y crece por entre las ruinas de una ciudad degradada. En su interior, protegido por un ordenador inteligente, vive Billy, un tullido con capacidades mentales extraordinarias que está siendo utilizado por la corporación propietaria de Aquarius para investigar aplicaciones cibernéticas. Su cuerpo, completado y modificado por sus propios poderes telekinéticos, será ocupado por el espíritu de Ronin, que escapa a Nueva York y da inicio a una nueva caza del demonio, quien también ha encontrado la forma de escapar de la espada.
Ronin es una historia sobre lo que nos hace humanos, sobre el poder que ejercen las fantasías en el mundo real y la supremacía última del amor. Pero las piezas con las que está construida no son en absoluto nuevas. De hecho, hay muy poco de nuevo aquí. Como en otras historias distópicas, nos encontramos con una ingeniería biológica incapaz de sustraerse a su potencial diabólico a manos de las corporaciones industriales; el control del desfavorecido por parte de los conglomerados económicos; los guerreros del pasado reencarnados para continuar sus vendetas en el futuro; la computadora con inteligencia artificial; un escenario corrupto reminiscente de 1997: Rescate en Nueva York y Blade Runner; el submundo mutante escondido en las alcantarillas (directamente fusilado de los Morlocks de La máquina del tiempo), algo de ciberpunk… así como temas e iconografía ya tratados más o menos directamente en su Daredevil y que continuarían presentes en obras posteriores del mismo autor: el sacrificio penitencial, el honor y la venganza, la parafernalia propia de las artes marciales japonesas, la simbología cristiana, bares frecuentados por hampones, duras heroínas de acción, violencia física muy explícita…
Son, pues, un montón de elementos ya conocidos, pero combinados y expuestos de una forma original y atractiva propia de alguien que domina perfectamente el lenguaje de las viñetas. Es gracias precisamente a la puesta en escena, la planificación y la utilización valiente de recursos narrativos que el lector puede transitar por un guión no exento de fuerza pero tampoco nada extraordinario.
Mucho más destacable es el dibujo en todos sus niveles. En el aspecto estético, Miller se aleja de las sobadas y endogámicas influencias propias del comic-book de superhéroes (Kirby, Steranko, Buscema, Adams) para acercar su estilo tanto a la historieta europea (particularmente Moebius) como al manga japonés (del que venía siendo desde tiempo atrás principal panegirista en Estados Unidos). Narrativamente, nos regala una catarata de recursos: encuadres dinámicos, páginas-viñeta, raccords, expresivas composiciones de viñetas dentro de la plancha, integración de los bocadillos de texto dentro de la unidad narrativa, ausencia de textos de apoyo, incluso páginas totalmente en negro. Miller nunca ha sido un gran dibujante en el sentido clásico, pero su trazo vigoroso, su depurado sentido narrativo y el dinamismo que recorre siempre todos sus relatos compensan de sobra sus defectos.
A destacar particularmente su técnica de entintado (trazos gruesos y sucios para las escenas urbanas y finos y precisos para el interior del complejo Aquarius) y, especialmente, el color de Lynn Varley. Aprovechando las posibilidades que le brindaban tanto el papel como la técnica de impresión, Varley aplica sobre los dibujos de Miller una amplia paleta de matices, combinando los tonos pálidos y brillantes para realzar una emoción determinada según la escena de que se trate. Por ejemplo, las viñetas que transcurren en el interior de Aquarius destacan por los tonos verdes y azulados, colores fríos asociados con los laboratorios y los hospitales; las apariciones del demonio Agat están impregnadas de rojos, amarillos y naranjas; y la atmósfera urbana neoyorquina ve realzada su miseria por colores apagados y tonos oscuros.
Ronin obtuvo un sinnúmero de críticas positivas entre los profesionales y comentaristas del medio… pero se saldó comercialmente con un fracaso. Posiblemente fue ello lo que llevó a Miller a intentar compensarlo apoyándose en un icono del comic mundial, Batman, escribiendo y dibujando una obra seminal que reinventó no sólo al personaje, sino a toda la industria: El regreso del Caballero Oscuro. Pero eso es otra historia. Y, al fin y al cabo, cuando pocos años después, en 1987, Ronin se recopiló en un tomo único, sus ventas fueron excelentes. Y lo han sido desde entonces, reeditándose una y otra vez.
Ronin es una obra dispar. Sus méritos son diversos. Desde el punto de vista exclusivamente editorial, supuso una apuesta decidida que, aunque no inmediatamente, abrió nuevos horizontes a lectores y profesionales. En el apartado creativo, a pesar de caer ocasionalmente en un innecesario efectismo, el dibujo y el color de Miller y Varley constituyen un auténtico ejercicio de estilo que todo interesado en la historieta debería examinar. Por otro lado, nos encontramos ante una historia con más pretensiones que resultados, con más velitas que pastel. No es el mejor Miller, no está aún tan pulida como obras posteriores… pero a veces nos gusta disfrutar de las velitas tanto como del pastel.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.