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«Buck Rogers» (1939), de Ford Beebe y Saul A. Goodkind

Para los historiadores del cine, 1939 fue excepcional. Fue el año de Lo que el viento se llevó, El Mago de Oz, Intermezzo, Gunga Din o Ninotchka. Fue un año en el que muchos directores y actores ofrecieron algunas de sus mejores trabajos, y un momento cumbre dentro del clásico sistema de estudios de Hollywood. Por desgracia, no fue un momento del que los aficionados a la ciencia ficción puedan sentirse orgullosos en lo que se refiere al cine. Y es que lo único que podemos mencionar aquí de ese año es un humilde serial.

Los seriales de aventuras de los años treinta y cuarenta eran rápidos de realizar y rápidos y emocionantes de ver. También eran baratos de producir. Iban dirigidos a un público masivo y lo único que pretendían era ofrecer un entretenimiento fácil y económico. A menudo protagonizados por actores de segunda y tercera fila, sus argumentos eran con frecuencia meras excusas con las que engarzar interminables escenas de persecución y peleas a puñetazos, rematando cada capítulo con un emocionante momento de tensión que sólo se resolvería al cabo de una semana, cuando se estrenara el nuevo episodio en la sesión del sábado por la mañana. Puede que su calidad fuera pobre en todos los aspectos de producción, pero este formato cinematográfico fue el que mantuvo viva la ciencia ficción durante la década de los treinta y cuarenta.

En los cómics, Buck Rogers y Flash Gordon competían por atraer lectores. De hecho, el segundo había nacido originalmente como un intento de la King Features Syndicate de emular el éxito cosechado por el primero, creado en 1929 por Philip Nowlan y Dick Calkins. Pero, curiosamente, en el cine tal competencia nunca existió pues ambos fueron llevados a la pantalla por el mismo estudio: Universal Pictures. Flash Gordon ya había obtenido muy buenos resultados con los dos primeros seriales, producidos en 1936 y 1938 respectivamente. Universal ni siquiera se molestó en buscar otro actor y no dudó en lanzar de nuevo al espacio a Larry «Buster» Crabbe, pero esta vez bajo la identidad de Buck Rogers. Fue un solo serial de doce capítulos, dirigidos por Ford Beebe (responsable también del serial de Flash Gordon) y Saul A. Goodkind

La historia es muy sencilla: durante un arriesgado viaje en dirigible sobre el Polo Norte estalla una tormenta y Buck Rogers y su tripulación se ven obligados a aterrizar. Dos de los pilotos escapan pero Buck y su joven amigo Buddy (Jackie Moran) quedan en estado de animación suspendida al utilizar el gas Nirvano en la esperanza de sobrevivir hasta que llegue una partida de rescate. Sin embargo, el dirigible acaba sepultado por una avalancha y permanece enterrado durante quinientos años. En el año 2440 los encuentra y reanima una patrulla de la Ciudad Oculta, el último refugio de la gente honrada en una Tierra ahora dominada por el dictatorial líder criminal Killer Kane (Anthony Warde). Buck, Buddy, la piloto Wilma Deering (Constance Moore), las fuerzas rebeldes de Ciudad Oculta lideradas por el Doctor Huer y unos saturninos de cultura medieval se alían para derrocar al tirano. Como no podía ser de otra manera, Buck Rogers saldría airoso de todos los desafíos para ser nombrado Guardián Protector del planeta.

Lo que tenemos aquí es una historia de corte distópico con pinceladas de viaje interplanetario y temporal. Como todos los seriales, el argumento era poco sutil y se centraba exclusivamente en la acción. Así, por ejemplo, Buck y Buddy no se sorprenden demasiado al despertar cinco siglos después, sino que, sin más averiguaciones, se ofrecen inmediatamente voluntarios para luchar contra Kane. No hay momentos dedicados al sentimiento o la reflexión.

Universal esperaba que el serial de Buck Rogers triunfara apoyándose en el éxito de los protagonizados por Flash Gordon. No sólo reciclaba metraje y atrezzo de éstos, sino que, como hemos dicho, incluyó al mismo actor principal. Ambientada mayormente en la Tierra, carecía de los elementos «espaciales» de Flash Gordon y –signo de los tiempos– exhibía un tono más militarista. Aunque se esforzaron por no imitar a Gordon en el diseño de producción (las naves son diferentes, como también la fortaleza del villano), también resultó menos llamativo: no había monstruos ni razas semihumanas aparte de los Zuggs, unos monótonos y decepcionantes esclavos saturninos. Incluso Buster Crabbe actúa de forma más contenida y sensata, recurriendo más a su astucia que a sus viriles impulsos. El resto del reparto se limita a figurar, sin que su trabajo merezca una mención especial, incapaces de reproducir el atractivo de un Príncipe Barin, un Ming o una princesa Aura.

No es que Buck Rogers fuera un absoluto fracaso creativo. El argumento (escrito por Norman Hall y Ray Trampe) fluye con rapidez y consigue evitar la reiteración hasta los últimos episodios, en los que resulta evidente un alargamiento innecesario.

Tampoco el final es lo suficientemente dramático, lo que quizá responda a la intención de dejar abierto un hilo narrativo para un posible segundo serial que nunca se llegó a producir.

El principal problema residió en que los espectadores lo comparaban inevitable –y desfavorablemente– con Flash Gordon. Así, pese a contar con el mismo actor y esquemas argumentales similares, el serial de Buck Rogers no tuvo la repercusión esperada y Universal decidió archivar los planes para una continuación y producir, en cambio, una tercera entrega de Flash Gordon.

De acuerdo con los estándares actuales, los efectos especiales de estos seriales, y Buck Rogers no fue una excepción, eran ridículamente toscos, pero ello no impidió que toda una generación de niños y adolescentes norteamericanos los contemplaran extasiados mientras olvidaban los duros tiempos de la Depresión y los vientos de guerra. Pero igual de importantes que los sencillos efectos visuales eran los argumentos, basados en engarzar una secuencia emocionante tras otra y obligar a los jóvenes espectadores a volver la semana siguiente al cine para averiguar el desenlace. De hecho, tanto Flash Gordon como Buck Rogers protagonizaron sus respectivos seriales en la radio, lo que demuestra que las historias funcionaban incluso sin el apoyo visual.

Aquellos primeros programas radiofónicos y seriales cinematográficos protagonizados por héroes de la ciencia ficción fueron los predecesores de las series de televisión del género veinte años después.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".