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Crítica: «Star Wars: Los últimos Jedi» (Rian Johnson, 2017)

Por culpa de esa bipolaridad que nos impone internet, parece que debemos formular nuestras opiniones de forma rotunda. Ya saben, dejándolas en el aire, casi sin justificación. Un libro, un cómic o una película son prodigiosamente buenos o espantosamente malos. Y eso hay que decirlo a quemarropa, antes de frenar en seco porque se acaban los 140 o 280 caracteres de turno.

Ahora toca comprobarlo de nuevo. Ahora se exhibe una nueva cinta de Star Wars, y en los puestos fronterizos de la red se enfrentan partidarios y detractores, admiradores y pusilánimes convencidos de que Hollywood ‒ay, Señor‒ quiere destrozarles su infancia. Y una vez más, afloran esos comentarios furibundos, y a la vez, tan prescindibles y triviales como casi todo lo que circula por Twitter, o alrededor de las peticiones de change. org, o en esas webs que nos prometen los «Diez secretos inconfesables que esconde Star Wars. ¡No creerás cuál es el quinto!»

¿Es posible opinar sobre Star Wars: Los últimos Jedi ignorando ese fervor generalizado? Ya lo creo. Desde luego que es posible, al menos desde una revista que, como esta, carece de comentarios. Pero quizá sea más difícil acercarse a esta película ignorando la biografía personal ‒figuro entre los anticuados que vimos La Guerra de las Galaxias en 1977‒. También dependerá de nuestra resistencia a los cambios.

En este sentido, me da la impresión de que muchos quieren congelar el pasado, paladeando viejos placeres, como si las fantasías ‒sobre todo las fantasías‒ no tuvieran que adaptarse al paso del tiempo.

En cierto modo, Star Wars: Los últimos Jedi trata de todo eso. El film de Rian Johnson forma parte de una saga, pero se permite el lujo de ser ruptutista y evitar las inercias de la nostalgia ‒¿De verdad fue tan bueno ese pasado que idealizamos?‒. Además, sitúa a los personajes de la nueva generación en la tesitura de ir olvidándose de los viejos. Curiosamente, el primer iconoclasta (lo diré sin spoilers) es el propio Luke Skywalker, convencido de que las viejas leyendas son una forma de autoengaño, y de que el chantaje emocional de los recuerdos es, como le dice a R2-D2, «un golpe bajo».

En ese borrón y cuenta nueva, Johnson se olvida de los midiclorianos (¡bravo!) y redefine la Fuerza como una mística natural, más próxima a lo que se mostraba en La Guerra de las Galaxias.

En el terreno sociopolítico, ofrece una lectura interesante sobre cuestiones como la emancipación femenina, la doble moral frente a la venta de armas e incluso el maltrato animal. Este es también un relato acerca del fanatismo y de los riesgos de la impulsividad, con un saludable mensaje a favor de la reflexión y de la resiliencia. O de la madurez, por decirlo de forma menos rebuscada.

Y para que nada de eso resulte indigesto, las dosis de humor están aquí dosificadas con generosidad, incluyendo guiños a viejas parodias, como Hardware Wars (1978), de Ernie Fosselius, o La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), de Mel Brooks.

Dentro del habitual esquema del viaje del héroeJohnson se plantea una exploración de la simbología que subyace en ese diseño mitológico, aunque lo hace de un modo que se aleja de lo religioso y se aproxima a lo psicológico y a lo filosófico. En este sentido, las capas que muestra el personaje de Kylo Ren me parecen muy significativas.

Rodada de forma excelente, bien escrita ‒con dos primeros actos impecables, un tercer acto menos satisfactorio y un cuarto acto épico y excepcional‒, con un reparto comprometido en todo momento, la película exhibe toda la maquinaria técnica de Lucasfilm, sobre todo en lo que se refiere a dirección artística, efectos visuales y otros artefactos escénicos.

(Por supuesto, hablo en términos generales. Ya comprendo que en estos tiempos una mínima incoherencia, o una secuencia más fantasiosa de lo debido, puede generar decepciones virales, convirtiendo al bueno del doctor Jekyll en Mr. Hyde.)

Siempre me han divertido las historias de Star Wars, pero esta que firma Rian Johnson lo ha hecho especialmente, a pesar de su larga duración. En parte, como decía, se debe al elenco, tanto a los veteranos (Mark HamillCarrie FisherAnthony DanielsFrank Oz) como a sus herederos (unos fabulosos Adam Driver y Daisy Ridley, bien respaldados por John BoyegaOscar IsaacDomhnall Gleeson y Kelly Marie Tran), sin olvidar a otros invitados ilustres (Laura Dern y Benicio del Toro) y a los cameos más o menos ocultos (Justin TherouxLily ColeJoseph Gordon-LevittWarwick DavisGareth EdwardsEdgar Wright y Joe Cornish, entre otros).

Los escenarios naturales (Skellig Michael, en Irlanda, el bellísimo Salar de Uyuni, en Bolivia, y las calles de Dubrovnik) proporcionan una contrapartida física a la omnipresente recreación digital. Gracias a esa decisión, la verosimilitud de los escenarios es tan palpable como en la trilogía original.

La fotografía de Steve Yedlin y el montaje de Bob Ducsay alcanzan el mismo nivel de calidad, aunque la parte emotiva de este elogio debe recaer en John Williams, que aquí nos ofrece un resumen todos los leitmotifs que componen la banda sonora de la saga, con algún nuevo regalo sonoro, dentro de una experiencia musical difícilmente olvidable.

Sinopsis

La saga de Skywalker continúa en Star Wars: Los últimos Jedi de Lucasfilm. Ahora los héroes de El Despertar de la Fuerza se unen a las leyendas galácticas en una aventura épica que descubre antiguos misterios de la Fuerza y sorprendentes revelaciones del pasado.

La película está protagonizada por Mark HamillCarrie FisherAdam DriverDaisy RidleyJohn BoyegaOscar IsaacLupita Nyong’oAndy SerkisDomhnall GleesonAnthony DanielsGwendoline ChristieKelly Marie TranLaura Dern y Benicio Del Toro.

Star Wars: Los últimos Jedi está escrita y dirigida por Rian Johnson y producida por Kathleen Kennedy y Ram BergmanJ.J. AbramsTom Karnowski y Jason McGatlin son los productores ejecutivos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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