A comienzos del nuevo siglo, el director británico Christopher Nolan surgió de la nada para hacer una magnífica entrada en el mundo del cine con su segundo film, Memento (2000), una cinta de bajo presupuesto interpretada por un Guy Pearce en el papel de un hombre cuya memoria reciente se borra continuamente, y que se ve obligado a recurrir a los más ingeniosos –e inseguros– trucos para recordar que tiene que encontrar al asesino de su mujer. Memento fue un éxito en el ámbito del cine independiente y de festivales y presagiaba un gran futuro para Nolan.
Sin embargo, su siguiente película, un remake del thriller sueco Insomnia (2002), supuso una cierta decepción. Se recuperó con Batman Begins (2005), reactivando con éxito la franquicia del superhéroe de DC después de los excesos que se habían cometido con ella en los noventa; y también con El truco final (2006), sobre dos magos enemistados. Ambas películas demostraron su talento cinematográfico y su acierto en la elección y desarrollo de ideas. Su definitivo ascenso al Olimpo de Hollywood vino de la mano de El Caballero Oscuro (2008), con la que obtuvo un enorme éxito de crítica y público. En sólo seis películas, Nolan había completado un viaje que a muchos otros directores de talento les cuesta toda una vida. ¿Conseguiría la séptima mantener la trayectoria ascendente?
La respuesta la tuvo Origen, que Nolan no sólo dirigió sino que también escribió, combinando en ella la experimentación narrativa de Memento con el tono épico con el que había seducido al gran público en sus films de Batman. El resultado fue una cinta valiente y sorprendente que soporta múltiples visionados. Y eso aun cuando la trama propiamente dicha no es ni mucho menos lo más relevante de la película.
Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es uno de los mejores “extractores” del mundo, líder de un equipo de expertos en espionaje industrial que crean entornos oníricos artificiales dentro de la mente dormida de su objetivo, de tal forma que pueden entrar en ella y robar los secretos que guarda. Tras sufrir una serie de contratiempos en una misión en la mente de Saito (Ken Watanabe), un poderoso hombre de negocios japonés, Cobb y sus hombres reciben de él una oferta: entrar en el sueño de Robert Fischer Jr. (Cillian Murphy), próximo heredero de una gran corporación rival de la de Saito. Pero no para extraerle información, sino para todo lo contrario: implantarle sutilmente una idea que, sin ser él consciente, le lleve a modificar sus emociones, incluso su propia identidad, en la dirección deseada: disolver el imperio levantado por su padre y eliminar así la competencia que éste supone para Saito.
Cobb sabe que se trata de un trabajo muy complejo y peligroso, pero decide aceptar al prometerle Saito que logrará liberarle de los cargos que pesan sobre él en Estados Unidos por asesinar a su esposa Mal (Marion Cotillard). De esta manera, tras pasar varios años viviendo como un fugitivo internacional, podrá regresar a su hogar y reencontrarse con sus hijos.
Para llevar a cabo su plan, Cobb recluta a la joven Ariadne (Ellen Page) para diseñar un laberinto en el sueño. La muchacha siente curiosidad por el pasado de Cobb y espía su mente, descubriendo que Mal todavía vive en su subconsciente, lo que supone un riesgo para la misión que los demás miembros del equipo desconocen.
En cualquier caso, siguen adelante. El plan consiste en colocar a Fischer Jr. en un estado de sueño inducido por las drogas durante un largo vuelo transcontinental. A continuación, irán creando en su mente una serie de sueños dentro de sueños, cada uno de ellos penetrando a un nivel más profundo de la mente. Conforme más se adentran en la mente de Fischer, más se ralentiza el tiempo hasta el punto de que lo que en el sueño parecen meses o años, en el mundo real no son más que unas horas. Sin embargo, una vez dentro del sueño de Fischer, se encuentran con que su cuidadosamente diseñado plan se viene abajo no sólo a causa de las defensas que aquél tiene implantadas en su mente, sino a la intrusión de Mal, dispuesta a sabotear la operación.
Habida cuenta del éxito de sus Batman y con 200 millones de dólares de presupuesto a su disposición, Origen nació rodeada de una gran expectación. ¿Sería el particular King Kong de Nolan, una película pomposa y autoindulgente? ¿Estaríamos, como algunos llegaron a calificarla, ante el Matrix de los 2010? La respuesta a la primera pregunta es un rotundo no; en cuanto a la segunda, aunque podría pensarse que la comparación con la cinta de las Wachowski es la típica hipérbole interesada lanzada a los medios por los departamentos de publicidad del estudio, si se analiza bien, no es del todo gratuita. Nolan admite que la idea primigenia del argumento se le ocurrió diez años antes, cuando se estrenaban filmes como Abre los ojos (1997), eXistenZ (1999) o la propia Matrix (1999), pero que por entonces carecía de la experiencia necesaria como para llevarla a cabo.
La conexión entre ambas cintas no termina ahí. Como Matrix, Origen está protagonizada por un antiguo ídolo de adolescentes ya en la treintena que trata de redefinir su carrera interpretando papeles arriesgados; ambos films tratan sobre hackers fuera de la ley atrapados en un laberinto de realidad e ilusión del que sólo se puede salir dominando el arte de manipular lo irreal; y mientras que Matrix contaba con el sublime efecto bullet time, Origen tenía el combate a cámara lenta en gravedad cero.
Otra película con la que Origen guarda ciertas similitudes es Shutter Island (2010), estrenada cinco meses antes y en la que DiCaprio daba vida a un personaje muy similar, atrapado en una serie de ilusiones, incapaz de distinguirlas de la realidad y atormentado por los recuerdos de la muerte de su esposa, de la que se siente culpable.
Existían ya varios filmes sobre gente con la habilidad de penetrar en el mundo de los sueños, como La gran huida (1984), La celda (2000), Entre los sueños y la muerte (2006), Paprika (2006), Aurora (2012), o incluso productos de corte más fantástico como La ciencia del sueño (2006) de Michel Gondry o toda la saga de Pesadilla en Elm Street.
Sin embargo, mientras que todos esos títulos eran en último término vehículos para construir argumento surrealistas apoyados por los correspondientes efectos especiales, Christopher Nolan tiene una visión muy diferente de la naturaleza de nuestra mente que ya había dejado entrever en Memento y El truco final, películas que indicaban que nuestra mente nos puede jugar muy malas pasadas. También Origen sigue esa línea, articulando un arriesgado thriller conceptual que se mueve hacia atrás y hacia delante entre múltiples capas de realidad artificial. Hace, en definitiva, lo que tan rara vez consiguen los buenos escritores de ciencia ficción: plantear un gran “¿Qué pasaría si…?” y, a partir de él, fabricar un mundo fascinantemente detallado con sus propias reglas –reglas que va fijando Nolan según le conviene conforme avanza la historia- que sirve de fondo a una trama en la que se suceden todo tipo de giros. En un momento en el que la mayoría de la ciencia ficción cinematográfica se apoya en cadenas de explosiones espectaculares y onanistas exhibiciones de CGI, Origen es uno de los pocos filmes de ese género que descansa totalmente en las ideas. Y eso sólo puede ser un buen comienzo.
Decía más arriba que lo de menos en Origen es la trama. Y es que lo realmente fascinante de la película es su tour-de-force narrativo y visual. Efectivamente, Nolan apila idea tras idea hasta que un argumento esencialmente sencillo se convierte en un laberinto de asombroso ingenio conceptual para cuyo recorrido el espectador recibe las claves justas. Ahí están como ejemplo las escenas iniciales con la extracción en el subconsciente de Saito, en el que se producen múltiples cambios entre diferentes niveles del sueño sin que se ofrezcan demasiadas explicaciones de qué es lo que ocurre; o las misteriosas y desconcertantes apariciones de Mal, que confunden a todo aquel que vea la película por primera vez. Es la primera señal de que Nolan confía en el potencial de las grandes ideas y que no va a malgastar el tiempo tratando de mantener con él a quien no sea capaz de seguir su ritmo. En realidad, es una película más fácil de entender que de explicar y Nolan se asegura de ir suministrando la información necesaria para seguir la acción; aunque, eso sí, exige del espectador una total atención en la que no caben cortes, distracciones ni visitas al baño. Si uno se pierde unos minutos, corre el riesgo, como los protagonistas, de quedar totalmente perdido en los recovecos del sinuoso argumento.
Antes de comenzar el meollo de la película, hay otra impactante escena mediante la cual se nos descubren las reglas del mundo del sueño a través de los ojos de Ariadne y la mente de Cobb. Cuando la muchacha se da cuenta de que está en un sueño y le asalta el pánico, las calles y toda la ciudad alrededor de ella empiezan a desintegrarse; pero en cuanto aprende a dominar esas reglas, juega de forma espectacular con la arquitectura, doblando avenidas y edificios sobre sí mismos, creando espejos a través de los cuales se pasa a otra calle, levantando puentes… antes de que la “gente” que habita el sueño se vuelva contra ella como leucocitos ante un virus.
Las escenas que narran la inserción de Origen y que ocupan la mayor parte del metraje, tienen lugar en múltiples niveles del sueño, operando cada equipo en uno de ellos para dirigir la mente de Fischer en la dirección deseada al tiempo que se enfrentan a los ataques de las defensas del subconsciente (frases como “Su subconsciente ha sido militarizado” se exclaman con total coherencia y sin que en ningún momento suenen ridículas). Lo que sucede en un nivel del sueño afecta a los que se encuentran en capas más profundas, como ocurre en el hotel sacudido por temblores durante la persecución del coche a un nivel superior para luego verse sometido a gravedad cero cuando ese automóvil cae por un puente; o la divertida implicación de que en ese mundo siempre está lloviendo porque el subconsciente del soñador le está recordando que no fue el baño… Nolan coreografía y enlaza todas las escenas de forma precisa y muy visual, como la de Arthur (Joseph Gordon-Levitt) luchando contra unos matones en un pasillo en ausencia de gravedad o tratando de introducir a un “paquete” de soñadores en un ascensor.
Una de las cosas que más sorprende de Nolan en su tratamiento del cine de género es que decide ser un director absolutamente realista, algo que ya se había visto en su interpretación de Batman, dejando de lado los elementos más fantásticos del mito a favor de un realismo basado en los personajes y la acción. De la misma forma, en Origen se aleja totalmente de la idea de la dimensión onírica como un ámbito de extrañas maravillas surrealistas que ha dominado la descripción del sueño en el cine desde Recuerda (1945), de Alfred Hitchcock, y la convierte en cambio en un mundo basado en la realidad, un entorno en el que lo imposible no está continuamente irrumpiendo en pantalla, sino que presenta situaciones “mundanas” como una persecución automovilística o esquiadores disparándose entre sí. En una entrevista, el responsable de efectos especiales, Paul Franklin, contaba que, siguiendo las instrucciones de Nolan, habían añadido al surrealismo la absoluta convicción del realismo. Y lo consiguió hasta el punto de que si se cogen aisladamente muchas de esas escenas, sería imposible determinar si narran un sueño o son extractos de una película de acción normal.
Hay, sí, varios elementos surrealistas en Origen, muchos de los cuales ya se mostraban en el tráiler: la lucha en gravedad cero en el pasillo del hotel, la ciudad de París transformándose de forma imposible, los acantilados desmigajándose… Pero no son más que una parte de la película. La historia no se centra en ellos y el sentido de lo maravilloso propio de la buena ciencia ficción se basa en la riqueza de sus ideas, no en la acumulación de impactos visuales (algo de lo que sí se podría acusar a Matrix). Ello queda patente en el hecho de que la parte mejor escrita de toda la película –aquella en la que Cobb y Mal descienden al mundo que ambos construyeron en su sueño compartido y en la que residieron durante cincuenta años en el tiempo del sueño, para luego verse incapaces de ajustarse a la realidad y las consecuencias que de ello se derivaron– se desarrolla sin efectos especiales ni escenas de acción.
Christopher Nolan quiere impresionar tus ojos y tus oídos, claro que sí, pero sobre todo tu cerebro.
(Atención: espóilers). El film llega a un magnífico y ambiguo final en el que Cobb rescata a Saito de su sueño, enlazando con el comienzo de la historia, cuando ambos están hablando acerca del destino. El espectador se queda con la duda de si todo habrá sido un sueño más en la mente de Cobb y de si lo único que ha hecho es retornar a ese nivel del inconsciente desde el que empezó. En la última escena, al estilo del final “con unicornio” de Blade Runner (1982), Cobb se reúne con sus hijos y Nolan cierra el plano sobre el tótem de Cobb girando sobre una mesa y dejándonos con la duda de si caerá o no, lo que nos revelaría de forma inequívoca si todavía estamos contemplando un sueño. (Fin del espóiler).
Nolan imprime a la película tanto un ritmo trepidante (en un momento determinado está narrando simultáneamente cinco niveles de acción, uno “real” y cuatro oníricos) como una atmósfera algo malsana e irreal construida con ayuda del director de fotografía, Wally Pfister, con quien había colaborado desde Memento, y que juega con del diseño de luz y colores para distinguir diferentes mentes y niveles de sueño. Y, por supuesto, cuenta con un reparto de primera división en el que además de los actores citados encontramos a Tom Hardy, Tom Berenger, Lukas Haas o Michael Caine.
Origen es un ejemplo de lo que el gran Alfred Hitchcock calificaría como “puro cine”: una narración que sólo puede experimentarse con pleno disfrute en la pantalla. Es una película compleja narrativamente pero no confusa; retadora pero gratificante, que puede disfrutarse sólo por su espectáculo narrativo y visual, pero también para ahondar en la reflexión intelectual que nos propone sobre la naturaleza de nuestra mente y nuestros sueños.
Quizá sea aún algo pronto para calificarlo como tal, pero este drama que mezcla el espionaje, la acción, la fantasía y la ciencia ficción en algo único hasta la fecha, tiene todos los ingredientes para convertirse en un clásico del género. El tiempo lo dirá.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.