A lo largo de su trayectoria, Jean Giraud (Nogent-sur-Marne, 1938-París, 2012) se enredó en la madeja de sus dos identidades: la de Moebius y la del Gir «realista» que firmó las historietas del El Teniente Blueberry. De un modo sutil pero efectivo, dividió su universo entre ambos planos. Por un lado, era un artista clásico, y por otro, un soñador que daba rienda suelta a una fantasía simbolista, cargada de poesía y alucinación, como se advierte en Arzach (1975), El garaje hermético (1976) o El Incal (1980).
Autor precoz, publicó a los dieciocho años la historieta Frank y Jeremie en la revista Far West. Tras conocer a Joseph Gillian, «Jije», ingresó en otra publicación mítica, Spirou. Poco después, emprendió su colaboración con Jean-Michel Charlier. ¿El resultado? La ya mencionada saga de Blueberry, cuya primera entrega apareció en las páginas de Pilote allá por 1963. Pasó una década y Giraud se vio inmerso en el experimentalismo de los setenta. Fue entonces cuando su estilo de línea clara y su conocimiento de la ciencia ficción quedaron plasmados en la obra de su alter ego, Moebius. En todo caso, este periodo no se explica sin ese grupo de ilustradores y artistas –Jean-Pierre Dionnet y Philippe Druillet entre ellos– que acabó llamándose Los Humanoides Asociados (Les Humanoïdes associés) y que se congregó desde 1975 en la revista Métal Hurlant.
¿Cómo explicar la filosofía creativa de un creador tan original? Si uno busca una vía indirecta, vale la pena leer los seis volúmenes de Inside Moebius (2000-2010), donde Giraud rompe los barrotes de la viñeta y nos invita a un psicoanálisis personal en el que nada es lo que parece. Aquí se reúnen sus personajes más emblemáticos, como si salieran de la ficción con el decidido propósito de describir a su autor. En este juego que recuerda a Pirandello, Moebius construye una suerte de diario fantasioso. En lo artístico, el resultado es una obra compleja, hermética y densa, o mejor todavía, un baile sobre el filo de la navaja.
«¿Cómo encontré a Moebius? ‒le contaba el artista a Dominique Mirambeau‒. Verás, encontré a Moebius porque tenía que hacer una historia para Hara-Kiri [L’Homme du xxie siècle, publicado en mayo de 1963, en el número 28 de la revista], que en aquella época era un periódico satírico y extraño. Pensé que sería divertido plantear un acto un algo agresivo tomando un seudónimo. Mi universo creativo se mueve principalmente en torno al placer. El placer es mi incentivo para sobrevivir. También tengo en cuenta la retribución, el hecho de ser amado y admirado por los demás dibujantes. Esto es algo que me afecta mucho, incluso ahora: cómo se me ve, lo que otros pueden pensar de mí. Hay momentos en que es muy agradable tener este tipo de pensamientos, pero también los hay que son totalmente angustiosos. A menudo, tengo la impresión de que los dibujantes me toman por una especie de payaso desenmascarado. O también como una especie de fantasma: Moebius se revela por lo que es, un mediocre. Pero siempre me llevo la sorpresa de ver que estos artistas me quieren. ¡Es formidable! ¡Ojalá que esto dure!».
Viajemos al pasado. Jean Giraud vino al mundo en Nogent-sur-Marne el 8 de mayo de 1938. Su madre le animó a aprender a dibujar durante la infancia, alimentando una vocación que se vio definitivamente consolidada en 1954, cuando ingresó en la Escuela de Artes Aplicadas de París. Dos años después ya realizó sus primeros trabajos profesionales en publicaciones parisinas, llamando la atención del dibujante y guionista belga Jijé. No obstante, la obligación de cumplir el servicio militar lo alejó de los ambientes artísticos, pues tuvo que completarlo en Argelia. A su regreso, se encontró de nuevo con Jijé, en cuyo estudio ingresó como ayudante.
Fue en 1963 cuando su suerte cambió definitivamente, al recibir el encargo de dibujar Fort Navajo, un guión de Jean-Michel Charlier con el que inició una de sus sagas más populares, la dedicada al teniente Blueberry. Este western inteligente y apasionado se prolongó en el tiempo y se tradujo a diversos idiomas. De hecho, Giraud lo continuó después de que falleciese Charlier.
Colaboró con éxito en las revistas Pilote y L’Echo des Savanes. En 1975 fundó el grupo de los Humanoides Asociados junto a Druillet, Bernard Farkas y Dionnet. Su revista, Métal Hurlant, acabó editándose en varios países europeos y asimismo en el mercado americano, donde cambió su nombre por el de Heavy Metal.
«Un tanto desilusionado por su labor en la editorial Dargaud propietaria de la revista Pilote ‒escribe Mariano Ayuso en aquella excelente Historia de los Cómics que publicó Toutain‒, se une a otros autores de cómics para fundar los Humanoides Asociados y editar la revista Métal Hurlant. Esta revista, inicialmente publicada trimestralmente, comienza a publicar las historietas de vanguardia y experimentales firmadas como Moebius. Gracias a esta casa editora (…) logra publicar en álbum una obra suya anterior, El empalmado loco (Le Bandard Fou, 1974), historieta porno fantástica de excelente factura, que rompe totalmente con su técnica realista anterior. El álbum aparece en 1976, aun cuando la historieta había sido editada anteriormente en las páginas de L’Écho des savanes [revista fundada en 1972 por Claire Bretécher y Nikita Mandryka] «.
Conversando con François Armanet y Bernard Géniès, Moebius relató cómo nació Arzach, ese silencioso peregrino que viaja a lomos de una criatura voladora: «Surgió de un solo dibujo. Era como un acertijo, al estilo del poeta Raymond Roussel, pero sin clave para resolverlo. No sabemos quién es este personaje montado en un pájaro, ni dónde está, ni qué está haciendo. Lo que me divirtió fue partir de este impulso gráfico que apelaba a lo más profundo de mí. Y en ese momento, lo más profundo para mí fue lo que me habían enseñado mis profesores en la Escuela de Artes Aplicadas de la calle Dupetit-Thouars. El deseo de estos viejos maestros era hacernos descubrir el río burbujeante de la historia del arte. En un año pasamos de los primitivos italianos a Picasso y Matisse«.
Arzach, creo yo, es la obra que mejor identifica la fórmula creativa de Moebius. ¿Y cuál es esa fórmula? Pensemos en la influencia que el grabado japonés tuvo en los cartelistas, diseñadores e ilustradores franco-belgas. En cierto modo, Jean Giraud viene a ser un heredero de Les Vingt, un grupo artístico del XIX integrado por artistas como Fernand Khnopff, Robert Picard, Jan Toorop y Henry Van de Velde, el último de los cuales era además un notable seguidor de la obra de Audrey Beardsley. En el fondo, parece como si esta técnica, a medio camino entre la línea clara japonesa y un detallismo digno de los grabados de Doré, dominase toda la obra que firmó con el seudónimo de Moebius.
Dentro de su carrera, hay que destacar la complicidad que mantuvo con el escritor y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky, junto al que realizó esa historieta original y prodigiosa que es El Incal. Esa amistad, por otro lado, vinculó a Moebius con el cine (Ambos empezaron a colaborar más estrechamente cuando Jodorowsky preparaba la adaptación a la gran pantalla de la novela Dune, de Frank Herbert y Giraud se incorporó al proyecto).
Para entender su ingreso en Hollywood no hay que perder de vista una excelente historieta The long tomorrow, cuyo guión elaboró Dan O’Bannon en 1975. La trama detectivesca se ambientaba en una abigarrada megalópolis que, en gran medida, anticipaba la ambientación de Blade Runner, con enormes rascacielos y coches de despegue vertical flotando en sus cielos.
Esa relación con O’Bannon, uno de los principales creadores de la moderna ciencia ficción norteamericana, coincidió con la entrada de Moebius en el equipo de diseño de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979). En concreto, se ocupó de idear parte del vestuario de la tripulación. El director artístico Michael Seymour tuvo clara cuál era la fuente de inspiración del francés: «Mi impresión ante los diseños de Moebius era la de estar viendo armaduras medievales japonesas».
Posteriormente, el artista realizó nuevos diseños para cintas como Tron (1982), Masters del Universo (1987), Willow (1988), Abyss (1989) y El quinto elemento (1997).
Inquieto y nada acomodaticio, alternó paulatinamente sus trabajos en Estados Unidos con otros en Japón, país en el que residió largas temporadas entre los años 80 y los 90.
Allí fue donde surgió el proyecto del film de animación Las aventuras del pequeño Nemo (1993), con guión del productor Yutaka Fujioka en colaboración con el propio Moebius. La película, que contaba incluso con la aportación no acreditada del escritor Ray Bradbury, era un homenaje al universo y los personajes creados por Winsor McCay. Pese a la decisiva intervención norteamericana, el film conservaba en su estética las notas características de la animación japonesa, una industria con la que, a partir de este título, Moebius colaboró progresivamente.
Katsuhiro Otomo se sintió tan atraído por la obra del francés que incluso llegó a dedicar alguna ilustración al personaje de Arzach (la descubrí en el nº 151 de la revista Cimoc, en diciembre de 1993).
A mediados de 1994, Moebius comenzó a escribir un guión basado en la leyenda de Icaro para Jiro Taniguchi, con el fin de comercializarlo en el mercado nipón. Finalmente, salió a la venta en el año 2000. Gracias al éxito de El garaje hermético en ese país, la industria del anime decidió apoyar al máximo la adaptación cinematográfica, que en un principio iba a ser codirigida por Otomo y producida por Akira Kurosawa.
La posición profesional de Moebius en Japón se reforzó con su labor como diseñador gráfico de videojuegos vanguardistas y muy personales, como Panzer Dragoon (1995), comercializado por Sega.
Resulta paradójico que, a pesar del peso de Japón en su trabajo e incluso en el desarrollo de su estilo, Moebius criticase el éxito de los cómics japoneses en Occidente. «El manga es una plaga –llegó a decir–. La invasión ha sido total, como demuestra las cuotas de mercado que ha conseguido. Es una epidemia. Me recuerda a lo sucedido con las abejas de la Amazonia que suben hasta Norteamérica y matan a las especies autóctonas. En Francia, los camarones han desaparecido porque echaron en nuestras aguas una especie foránea que acabó con ellos. Los nuevos también están buenos, pero no son los mismos… Tienen un acento espantoso. El problema es que el manga llega a Europa, pero el cómic europeo no va a Japón. Eso es lo injusto».
Su condición de artista de culto se reforzó gracias a obras tan poderosas y personales como El mundo de Edena (1985-2001), que entre líneas, revelan su fascinación por los alucinógenos y el chamanismo. No olvidemos que fue un ávido lector de Carlos Castaneda y que pasó un tiempo experimentando con estas substancias en el desierto mexicano. El mismo delirio se advierte en las continuaciones de El Garaje Hermético. Pienso, por ejemplo, en Escala en Faragonescia (1989) o en Las vacaciones del Mayor (1992). En todas ellas aflora ese universo alternativo que el propio dibujante describió en el diario alemán Die Welt: «La realidad es demasiado complicada para reflejarla. Prefiero captar la verdad al margen de la realidad. Está en todas partes, en grandes y pequeñas ocasiones, en el pasado o en el futuro. Incluso en ninguna parte. He estado buscando la verdad desde el comienzo de mi carrera. No tengo nada que ver con el futuro o el pasado. Solo me impulsan los sueños. Me interesa la expansión de la conciencia. El ser humano no requiere solamente una determinación biológica. Esto le puede pasar a cualquier especie. Cuando una catástrofe destruye la vida, la vida regresa. En este sentido, las ratas o las cucarachas poseen conciencia, pueden comunicarse y se asemejan a la especie humana. Eso es lo que me encanta de la ciencia ficción. Todo es posible».
Por la brillantez de su estilo y la cualidad onírica de sus creaciones, Moebius representa un modo muy peculiar de entender la historieta. Y es que, más allá de la belleza de sus dibujos, su obra conlleva otro compromiso: la búsqueda más allá de las fronteras de lo real, adentrándose en los dominios del subconsciente.
«Bajo el nombre de Moebius, nombre tomado del matemático y astrónomo alemán August Ferdinand Möbius. ‒les contó a Armanet y Bernard Géniès‒, me ofrecí la posibilidad de un programa sin límites. Pasé de un sistema de control exterior, el de un universo comercial, a un sistema de control interior. Esta libertad, tenía que conquistarla, domarla».
Vale la pena terminar respondiendo a otra duda interesante: ¿Cuál fue el Moebius más genuino? ¿El de las atmósferas celestes y sofisticadas o el de los dibujos fetichistas y surreales? Él mismo respondió a esta pregunta en 1991: «Podría aprovecharse para decir que Moebius, el dibujante de los cristales y los dibujos oníricos vaporosos, no es como todo el mundo cree, y que el verdadero Moebius se encontraba allí [en las obras más provocadoras y carnales]. En realidad soy los dos, y más aún. Podría imaginarse una sociedad ideal, en la que la gente no se sintiera impulsada a experimentar tales estados. Pero falta mucho para eso. Está claro que ciertas personas no están muy interesadas en ir a ver el otro lado, bien sea porque mantienen esa faceta en un limbo casi inexpresable mientras están conscientes, bien sea porque se trata de personas que se han creado una imagen que no resistiría la intrusión en este tipo de terrenos. Pero creo que, en esencia, un artista es alguien que tiene la posibilidad (si no el deber) de afrontar su propia realidad a todos los niveles e incluso provocarla» («Sueños de historieta», Cimoc especial Sueños).
Copyright © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de varios estudios anteriores. En particular, incluye citas de varios artículos que escribí para el diario ABC y para la Enciclopedia Universal Multimedia, de Micronet. Asimismo, contiene algunas reflexiones y referencias que publiqué en los libros Perspectivas de la comunicación audiovisual (2000) y La cultura de la imagen (2006). Reservados todos los derechos.