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«Memorias de un hombre invisible» (1992), de John Carpenter

Con Memorias de un hombre invisible, John Carpenter quiso recuperar el espíritu de Alfred Hitchcok en Con la muerte en los talones, pasado por el filtro de Philip K. Dick. Es un intento de recrear la dinámica de aquella inolvidable película mezclando ciencia ficción, comedia, acción y suspense, pero los problemas de producción dieron como resultado una película deslavazada. Una lástima, considerando que el tema del hombre invisible siempre ha tenido mucho potencial tanto dramático como cómico.

La película comienza ya en plena acción, cuando Nick Halloway (Chevy Chase), un hombre invisible, está siendo perseguido por agentes del gobierno. En su huida, entra en una tienda de electrónica, prepara una cámara y empieza a narrar los acontecimientos de las últimas semanas que le han conducido hasta ese punto. Arranca aquí un flashback en el que conocemos a Nick como ejecutivo vago, inmaduro, irresponsable y libertino que un día es invitado a visitar unas instalaciones científicas. Víctima de una considerable resaca alcohólica, no se da cuenta de que el edificio es evacuado cuando uno de los dispositivos experimentales empieza a funcionar mal, y queda atrapado en su interior, viéndose expuesto a una extraña radiación que le torna invisible.

A partir de ese momento Nick es perseguido por un perverso agente de la CIA, David Jenkins (Sam Neill), que pretende o bien reclutarlo para su organización o bien capturarlo a la fuerza (¿para estudiarlo? ¿para evitar que caiga en manos de una potencia extranjera? No queda claro). A la intriga se une Alice Munroe (Daryl Hannah), una atractiva productora de televisión a la que Nick había conocido hacía poco y a quien se dirige en busca de ayuda. Su única esperanza para recuperar su antigua vida parece ser el doctor a cargo del laboratorio destruido, el doctor Bernard Wachs (Jim Norton).

John Carpenter obtuvo para esta película el mayor presupuesto que había manejado hasta ese momento, 40 millones de dólares. Basado en la novela del mismo título escrita por H.F. Saint en 1987, el guión incluía algunas de las figuras y temas favoritos del realizador, como el paria o la desconfianza hacia la autoridad. Sin embargo, el abultado cheque venía acompañado, como era de esperar, de ciertas limitaciones y condicionantes por parte del estudio que, a la postre, crearon confusión respecto a la dirección a seguir y diluyeron la mezcla para destilar un producto que se pretendía satisficiera a un amplio espectro de espectadores.

A primera vista, la película contaba con todos los ases ganadores: un director con experiencia que había firmado buenos títulos del género fantacientífico. Chevy Chase y Daryl Hannah ya habían dejado atrás sus mejores años pero aún eran nombres con tirón popular. De los efectos especiales se encargó ILM, que ideó algunos trucos innovadores, que exploraron nuevas posibilidades para el todavía reciente CGI y que aún hoy resultan impresionantes, lo cual es mucho decir para un género, el de la ciencia ficción, en el que este apartado suele ser el aspecto que más rápidamente y peor envejece.

La película está bien fotografiada y dirigida por un Carpenter que demuestra su habilidad no sólo en las escenas de acción y suspense sino también en momentos más íntimos o cómicos. Sam Neill construye un villano tópico pero efectivo que recuerda bastante al James Mason de Con la muerte en los talones y que acaba siendo el personaje con mayor empaque. Los actores de reparto (Stephen Tobolowsky, Michael McKean, Patricia Heaton y Rosalind Chao) hacen una buena labor con sus pequeñas intervenciones.

Habitualmente es el propio Carpenter quien compone las bandas sonoras de sus películas, pero en esta ocasión supo apartarse y cederle la labor a Shirley Walker, que escribe una música con fuerte presencia de cuerdas y viento que no habría desentonado en una producción clásica de Hitchcock.

La estructura de flashback y la voz en off de Halloway pueden resultar un tanto forzadas, pero son consecuentes con el título de la película. Asimismo, esa alternancia entre mostrar al protagonista visible algunas veces (para que el actor pueda lucirse y el espectador que haya acudido a la sala para verle quede satisfecho) y otras no, es un recurso un tanto extraño e inconsistente pero, al fin al y cabo, el público había reaccionado bien al mismo cuando se utilizó dos años antes en Ghost. Son, básicamente, elementos menores que no arruinan por sí solos la película.

Entonces, ¿qué pasó para que esta cinta fracasara estrepitosamente en taquilla antes de hundirse en un humillante olvido?

Uno de los problemas, a mi entender, es la elección de su actor principal. Chevy Chase era conocido casi exclusivamente por su faceta de humorista, pero su comicidad siempre se había basado más en sus muecas y diálogos que en su fisicidad. Aquí lo vemos en un registro interpretativo más dramático, en el que pone mayor énfasis en su vulnerabilidad, quizá tratando de emular, como apunté al principio, al Cary Grant de Con la muerte en los talones: un hombre normal y corriente atrapado involuntariamente en una situación peligrosa. Por desgracia, esa aproximación en la que mezcla bromas, angustia y momentos de acción muy física no termina de funcionar bien, ya sea porque su encasillamiento cómico no deja que el espectador lo acomode en su nuevo rol, bien porque el drama y la acción no eran su campo o bien porque careció de una buena dirección y coherencia en la línea argumental sobre la que apoyar su interpretación.

Chase, como es lógico, destaca cuando el guión le ofrece momentos humorísticos. Es con este tono como se exploran con brillantez algunos de los problemas que la invisibilidad generaría en la vida ordinaria, como ver al protagonista tratar de engullir comida china con palillos cuando no puede ver sus propias manos; el humo visible en sus pulmones invisibles cuando fuma o la comida vomitada de un estómago transparente; o cómo su silueta se revelaría bajo la lluvia.

La película tiene otras aspiraciones más profundas que pretenden analizar la naturaleza de la invisibilidad social desde un punto de vista dramático. Así, Nick es un hombre invisible aún antes de sufrir el accidente que le privará de su identidad visual. No tiene lazos sentimentales con nadie ni nada, y es dudoso que alguien en su oficina notara su ausencia prolongada con la excepción de su sufrida secretaria. En este sentido, Chase mantiene el humor al mínimo, reduciéndolo a las mencionadas situaciones relacionadas con la invisibilidad. Por lo demás, interpreta a un individuo melancólico que trata de sacar lo mejor posible del accidente sufrido y evitar convertirse en conejillo de indias del gobierno.

Por desgracia, Chevy Chase y su personaje son soportes demasiado sosos como para explorar esta por lo demás interesante premisa. Nick es un borracho, un ligón y un rico insatisfecho, alguien por quien resulta difícil sentir simpatía alguna aun cuando la ordalía por la que el guión le hace pasar nos suplica que lo hagamos. Ni siquiera toma parte alguna en las circunstancias que le tornan invisible: se limitaba a dormir la mona en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Tampoco existe química entre Chase y Daryl Hannah ni justificación a la atracción que ella ve en un individuo tan superficial. Por tanto, un guión ya de por sí irregular viene además lastrado por la incapacidad de Chase para interpretar a un hombre normal que experimenta (y transmite) duda, miedo, angustia o cualquier otro sentimiento genuino. Toda la calidez y romance que insufla Daryl Hannah a sus escenas o el suspense y peligro de Sam Neill en las suyas, quedan neutralizados por Chase. Es uno de esos casos en los que la totalidad de la historia descansa sobre la espalda de un solo actor y éste es incapaz de estar a la altura.

Probablemente Carpenter era consciente del problema, pero no tenía margen de maniobra al respecto porque Chase era el propietario de los derechos de adaptación de la novela y, como tal, se había erigido asimismo en productor del film. De hecho, el director originalmente designado había sido Ivan Reitman, especializado en comedias como Los incorregibles Albóndigas, El pelotón chiflado, Los cazafantasmas o Poli de guardería. Y ahí es donde surgieron los roces, porque Chase quería un enfoque más dramático para su personaje del que Reitman estaba dispuesto a conceder. Cuando no pudieron ponerse de acuerdo respecto al tono general que debía tener la película, fue despedido.

Tras tantear a Richard Donner, alguien pensó en John Carpenter. Éste, que estaba escarmentado de las injerencias de los productores en su anterior colaboración con un gran estudio, Golpe en la Pequeña China (1986), había financiado independientemente sus dos siguientes películas, El Príncipe de las Tinieblas (1987) y Están vivos (1988). Tras unos años sin rodar y quizá presintiendo que sus mejores años estaban quedando atrás, Carpenter aceptó este trabajo de encargo sabiendo que tendría que plegarse a lo que Chevy Chase y Warner Brothers le ordenaran en su ansia por dar al público lo que ellos creían que éste esperaba. Como muestra de todo ello, en la cabecera del film no aparece la característica leyenda “John Carpenter’s…” que solía preceder al título de sus cintas más personales.

Es una lástima que todas estas presiones impidieran que Carpenter realizara un producto más personal que, quizá, hubiera ayudado a Chase a resucitar su decadente trayectoria con un giro radical, en lugar de dejar que en los años siguientes su carrera se hundiera miserablemente en comedias de medio pelo en las que cada vez pintaba menos.

Otro problema, y probablemente de mayor envergadura, es que la combinación de diferentes géneros y tonos no esté bien equilibrada. ¿Es un thriller de corte hitchcockiano? ¿Una película de acción? ¿De ciencia ficción? ¿Una comedia romántica? ¿Quizá un estudio de la personalidad de un hombre cuyo miedo a asumir responsabilidades y falta de madurez emocional le ha hecho invisible antes incluso de la explosión en el laboratorio? Es un tapiz irregular y caótico que, además, impidió al departamento de marketing ofrecer una imagen clara al espectador. Muchos llegaron a ver la película esperando ver una cosa y se encontraron con otra que no era de su gusto. A ello se añadía que las desviaciones respecto a la novela no satisficieron a quienes la habían disfrutado, como tampoco los mediocres tercer acto y final.

Fueron todos estos factores los que conjuntamente hundieron la película en taquilla. Atraído por los nombres del cartel (Chase, Carpenter, Hannah), el público respondió bien la semana del estreno, pero el boca oído arrastró al film al fracaso, recaudando tan sólo 14 millones al final de su recorrido comercial en salas. Aquel resultado no sólo afectó a la carrera de Chase, sino quizá también a la de Carpenter. Tras haber aportado auténticos clásicos al género fantacientífico como fueron La noche de Halloween, La niebla, 1997: Rescate en Nueva York, La cosa, Christine, Golpe en la Pequeña China o la mencionada Están vivos, en lo sucesivo (y con la excepción de la notable En la boca del miedo), su filmografía se quedaría en lo meramente efectivo o discreto.

Memorias de un hombre invisible, aunque jamás y justificadamente va a figurar entre los títulos destacados de la filmografía de Carpenter, no es un completo desastre y se deja ver como entretenimiento muy ligero en el que destacan los efectos visuales y los momentos más puramente cómicos. Pero también es una película decepcionante habida cuenta de los nombres implicados y el dinero invertido, no consiguiendo ocultar todos los problemas que le impidieron alcanzar su potencial.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".