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«Excalibur», entre las leyes del mito y las del guión

El guionista de Dos hombres y un destino y La princesa prometidaWilliam Goldman, considera que el desenlace de la película Excalibur es uno de los peores que conoce: “Ejemplo de un final mal pensado: Excalibur. La película es la historia de una leyenda del ciclo artúrico y Excalibur, claro está, es la espada mágica de Arturo. Bueno pues ya estamos en los minutos finales y Arturo está mortalmente herido. Yace ensangrentado mientras un caballero, Perceval, se arrodilla junto a él. Arturo le dice que coja Excalibur, busque una super­ficie de agua en calma y lance en ella la espada. Perceval no quiere hacerlo. Arturo dice: “Hazlo”. Así pues, Perceval se va. Cabalga un poco y encuentra un precioso lago o algo por el estilo, se acerca con Excalibur en la mano, la levanta para tirarla y no puede hacerlo. Vernos el rostro de Perceval y su sufrimiento. Tiene que cumplir una orden. Arturo todavía no se ha muerto. ¿Qué tal?, le pregunta. Perceval dice que no ha podido hacerlo. Arturo dice que tiene que hacerlo, porque algún día, cuando haya un rey digno de serlo, Excalibur surgirá de nuevo de las aguas para ser su espada. Otra vez Perceval que se monta en su caballo. Otra vez el precioso laguito o lo que sea. Duda, finalmente hace lo que le han dicho que haga y la espada mágicamente desaparece bajo la superficie. Ahora vuelve junto a Arturo, sólo que éste ya se ha muerto y se ha ido y flota ahora místicamente en el mar en una especie de barco. En ese momento empiezan a aparecer los títulos de crédito.”

¿Qué es lo que está tan mal?, se pregunta Goldman. Y él mismo responde: “Lo que está mal es la primera ida y venida de Perceval, por no poder cumplir las órdenes y eso estropea enormemente el final de la película. Allí estaba yo sentado, hartito ya de la película, precisamente cuando más interesante e involucrado debía estar: Dios mío, el Rey Arturo se está muriendo. Y todo eso no hacía ninguna falta. Perceval podía haberle dicho a Arturo sus objeciones y Arturo podía haberle explicado que algún rey en el futuro pasaría por allí y la espada le estaría esperando, pero la primera vez. La primera ida y vuelta al laguito —que no ocupa mucho más de un minuto de tiempo de pantalla— me parece irritante y lo estropea todo.”

Excalibur © 1981 Orion Pictures, Warner Bros. Reservados todos los derechos.

En opinión de Goldman este final rompe con todas las leyes del relato fílmico: “Creo saber por qué incluyeron esa escena. Excalibur es un producto de mucho valor e incluso si un rey agonizante da una orden, el noble Perceval no puede cumplirla. En otras palabras, los creadores de la película querían resaltar la espada. Pero estamos en el final. Y si no hemos podido dejar claro en dos horas que Excalibur no es el arma de diario es que hay algo que no marcha. Esta misma secuencia podía haber funcionado perfectamente al principio de la película. En ese momento, la desobediencia de Perceval nos hubiera dicho algo que no sabíamos aún: Excalibur es la espada más valiosa del mundo. Pero decirnos algo que ya sabemos al final de la película es mortal de necesidad. El tiempo fílmico es la cosa más misteriosa del mundo: la misma escena debe escribirse de manera diferente dependiendo de su situación dentro de la narrativa, al principio, en medio o al final. Porque cuanta más información tiene el público, menos información hace falta darle. Y el poner las cosas cuando y donde sea necesario es uno de los com­ponentes básicos de la narrativa de talento.”

Tal vez Goldman tenga razón, desde el punto de vista de las leyes del guión, pero en defensa de John Boorman hay que decir que el desenlace de su película es fiel a las leyes del mito, al menos a la leyenda de Arturo y a la misteriosa relación entre el rey y su espada. Tal como lo cuenta Joël Grisward: “Al anochecer de la batalla de Salesbières, sólo tres personajes siguen en pie: Lucan el Botellero, Girflet [Perceval en la película], y Artur mortalmente herido. Se alejan juntos del lugar de la carnicería y, a caballo, se dirigen derechos al mar. Después de una noche de oraciones en la Negra Capilla, Artur, con un formidable apretón, asfixia a su copero. Desesperado, el viejo rey vuelve apartir en compañía de Girflet; a mediodía llegan al mar. Allí Artur ordena a su compañero fiel que vaya a arrojar su espada Escalibor en el lago situado sobre una elevación a poca distancia. Por dos veces Girflet se ingenia para engañar a su señor: tira primero al agua su propia espada, luego la vaina de Escalibor. El rey, depositario de un misterioso secreto, no se deja engañar. Girflet se ve obligado a obedecer: ve entonces una mano que sale del lago, se apodera de Escalibor, la blande tres o cuatro veces y desaparece. Al oír el relato de Girflet, Artur comprende que su muerte esta cerca.”

El tema mítico de la espada de Arturo es uno de los más interesantes de la mitología y no sólo pertenece al ciclo mítico celta o medieval de la leyenda de Arturo, sino que se repite de manera asombrosa en otro pueblo indoeuropeo, el de los osetas, que son los descendientes de los escitas de la antigüedad grecolatina, de los que ya hablaba Herodoto en su Historia.

Grisward considera que el mito de un héroe oseta llamado Batraz no sólo coincide, sino que explica el tema mítico de la espada en el lago del mito artúrico: “Ciertos elementos del relato han sido aclarados poco a poco, pero al parecer el suntuoso motivo de la espada arrojada al lago ha resistido hasta el presente cualquier intento de elucidación”.

Para demostrarlo, Grisward compara la clásica Mort Artu (Muerte de Arturo) con la Mort Batraz. Estamos en el momento en el que Batraz comunica a los Nartos su próxima muerte: «“Pero no podré morir en tanto que mi espada no haya sido arrojada al mar: así lo ha decidido el destino.” Los Nartos cayeron en una nueva desolación: ¿Cómo lanzar al mar la espada de Batraz? Resolvieron engañar al héroe, hacerle creer que su espada era tirada la mar y que le había llegado la hora de morir. Se acercaron pues al enfermo y le juraron que la condición del destino estaba cumplida. “¿Qué prodigios habéis visto cuando cayó mi espada al mar?” les preguntó. “Ninguno”, le respondieron los Nartos con embarazo. “Entonces es que mi espada no ha sido arrojada al mar; de otra manera, habríais visto prodigios”. Los Nartos tuvieron que resignarse. Desplegaron todas sus fuerzas, engancharon varios millares de animales. Por último, consiguieron arrastrar la espada de Batraz hasta la costa y la lanzaron al mar. En el acto se alzaron olas y huracanes, el mar hirvió y luego se puso color de sangre. Los Nartos cayeron en un asombro y un gozo sin límites. Corrieron a anunciarle a Batraz lo que habían visto. Convencido, exhaló el último suspiro.»

Resulta verdaderamente asombrosa la similitud entre el mito de Batraz de los nartos osetas y el mito de Arturo, como señala Grisward: «A la luz de este relato, la escena final de la Mort Artu adquiere una singular dimensión. Estamos en presencia del mismo esquema mítico y basta la lectura para persuadirnos de ello (…) Cuando Girflet, habiéndose al fin decidido arrojar la espada al lago, vuelve a contarle a Arturo lo que ha visto, éste comenta que ya se figuraba que su fin estaba muy cerca “…ce pensoie ge bien que ma fins aprouchoit durement”. A su presciencia de los prodigios: “pues sin gran maravilla no será perdida” (“car sanz grant merveille ne sera ele pas perdue”), el rey agrega en adelante la certeza de su muerte próxima.»

Si acudimos a la Muerte de Arturo de Thomas Malory descubrimos, en efecto, una semejanza casi completa con las líneas maestras del mito de Batraz, pero también que Girflet en el primer viaje lanza su espada al lago y esconde Excalibur para quedársela. Arturo se da cuenta al escuchar que no ha sucedido nada e insiste en que lance Excalibur. Girflet regresa al lago y… lanza la funda. ¿Qué habría dicho Goldman si hubiese visto un viaje más? Girflet regresa, pero no tiene nada milagroso que contar a Arturo, así que el rey vuelve a decirle que arroje Excalibur al lago. Por fin, Girflet lanza la espada y se produce el prodigio: “La lanza entonces al lago, a lo más profundo y lo más lejos que puede; y cuando se acercaba al agua, vio una mano que salía del lago y que apareció hasta el codo, pero no vio nada del cuerpo; la mano agarró la espada por el puño y la agitó tres o cuatro veces en alto”.

Grisward también menciona la teoría de Dumézil acerca de que Batraz sea un dios-espada y duda si se podría decir lo mismo de Arturo. No está seguro de que se deba dar ese paso, pero si considera evidente esa solidaridad en la vida y en la muerte de Arturo y su espada.

Hay que tener en cuenta que Arturo llega precisamente a ser quien es (el rey Arturo) cuando extrae la espada de la roca, algo que sólo puede hacer él: es la espada la que le llama por primera vez para cumplir su destino. Grisward concluye: “…Sin duda el hábil narrador que es el romanticista de la Mort Artu ha enmascarado el sentido primitivo del mito (Artur sólo puede morir después de que Escalibor haya sido arrojada al agua) pero era suficientemente sensible a su belleza como para desear conservar el esquema, así fuera al precio de algunas imperfecciones.”

En definitiva, el autor de Mort Artu decidió ser fiel, como Boorman, a las leyes del mito, antes que a las leyes del relato medieval del ciclo artúrico, precedente de las novelas de caballerías y conserva, aunque sea de una manera difusa y casi ininteligible, la identidad entre Arturo y la espada.

Algunas consideraciones finales

Las leyendas de Arturo y Batraz están llenas de pequeños detalles interesantísimos, y su comparación resulta muy estimulante. Podemos observar con cierto asombro que en el mito de Batraz los Nartos necesitan miles de caballos para lograr mover la espada. Parece expresarse aquí claramente el motivo de esa solidaridad entre la espada y el héroe, que también aparece en Arturo, pero desplazada al origen de la leyenda, cuando Arturo es apenas un niño y logra sacar de la roca la espada, una espada que hombres fortísimos ni siquiera han podido mover.

Una teoría acerca del origen del mito de Arturo sostiene que en el siglo II el general romano Lucio Artorio Castro estuvo al mando en Britania de una legión romana formada por sármatas. Entre los caballeros sármatas, osetas y escitas y los de Arturo existen bastantes semejanzas llamativas.

Clive Owen como Lucio Artorio Castro en «El Rey Arturo» © 2004 Touchstone Pictures, Jerry Bruckheimer Films, Buena Vista Pictures. Reservados todos los derechos.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que en el relato artúrico, la espada que Arturo extrae de la roca no es Excalibur, pues esta Excalibur le es entregada posteriormente por la dama del lago. Sin embargo, en todos los mitos se producen desplazamientos y confusiones

Por otra parte, la muerte de Arturo, como es bien sabido, también sufre una adaptación al esquema cristiano medieval. Ya sabemos que la búsqueda del Grial que aparece en los relatos artúricos servirá para justificar las Cruzadas. El Grial, suponen algunos, contenía la sangre de Cristo, y la asociación entre la figura de Arturo y Cristo es evidente. Un detalle curioso e ingenioso en este sentido se ofrece en la película de Boorman y sin duda es premeditado: cuando Arturo yace en brazos de Perceval, el sol rojo del ocaso se convierte en un halo rojizo como el de un santo alrededor de la cabeza de Arturo. El lector puede comprobarlo si ve de nuevo el momento final del film.

Algunas referencias:

Dumézil, Georges: “Batraz y Cuchulain” (en Escitas y osetas)

Goldman, Willian: Aventuras de un guionista en Hollywood

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.