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«JLA: Libertad y Justicia» (2003), de Paul Dini y Alex Ross

El dibujante Alex Ross se convirtió en una estrella del cómic de superhéroes gracias a su espectacular trabajo fotorrealista en obras de gran repercusión e influencia, como Marvels o Kingdon Come. Amante de las versiones clásicas de los superhéroes, Ross se asoció con el guionista Paul Dini (también muy reputado gracias a su relación con la serie animada de Batman para televisión) a la hora de realizar una serie de novelas gráficas de cadencia anual y gran formato en la que se exploraban los personajes clave de la compañía (Superman, Batman, Capitán Marvel, Wonder Woman) en historias más profundas y adultas que las habituales peleas con los supervillanos de turno. Esa colaboración culminó con la entrega de mayor extensión y más coral de todas: JLA: Libertad y Justicia.

En esta ocasión, la alineación del grupo se corresponde con el clásico de la Edad de Plata: Wonder Woman, Batman, Green Lantern (Hal Jordan), Flash (Barry Allen), Superman, Aquaman y el Detective Marciano, con apariciones de Atom y otros miembros menos relevantes. Aparentemente, esta formación contradice la continuidad oficial porque esos miembros no estuvieron nunca en el equipo al mismo tiempo (al menos, en la continuidad actual según DC, porque la editorial tiende a reinventar su universo cada pocos años).

La historia nos cuenta cómo los militares del Pentágono llaman a la Liga asustados por un estallido vírico que ha aparecido en África y que parece haber eliminado de un plumazo a poblaciones enteras. El pánico, la paranoia y la desconfianza hacia la intervención de los superhéroes en esa crisis, desata el caos por todo el planeta ante el riesgo de rápido contagio global.

Libertad y Justicia arranca a partir de una idea interesante. Aparcando la típica trama de héroes-contra-villano, Dini y Ross (este último colabora también en el guión) crean una aventura que mezcla La Amenaza de Andrómeda con Virus, y cuya amenaza requiere algo más que el habitual gancho de izquierda. Pero aunque esa premisa inicial pueda decirse que es original en el contexto de la larga trayectoria de la Liga de la Justicia, el cómic en su conjunto no acaba de funcionar porque falla a la hora de ofrecer el espectáculo esperable en la reunión de tan grandes y poderosos héroes. Las viñetas de ellos hablando entre sí o con terceros son preciosas (comentaré luego el arte de Ross) pero la naturaleza de la amenaza a la que se enfrentan excluye cualquier cosa. Hay algunos momentos de acción cuando el Detective Marciano se enfrenta a los bombarderos u otros miembros a las multitudes enfurecidas, pero poco más; e incluso estos último no son sino ilustraciones aisladas, fotogramas congelados más que escenas completas. Además, de las noventa páginas de que consta el cómic, diez se ocupan en presentar a los personajes y la situación que se van a encontrar y otras tantas en despedirlos una vez todo ha concluido.

Otro aspecto donde el cómic se tambalea es en su ambición por ser relevante en lugar de limitarse a narrar un thriller lleno de suspense y heroísmo. Este enfoque puede encuadrarse dentro del movimiento de reacción a la fase oscura y violenta por la que habían atravesado los cómics de superhéroes en los noventa, y que vino seguida por una tendencia a enfatizar la grandeza épica de los personajes, sacrificando a veces por el camino su humanidad. Así, nos encontramos con que los protagonistas no se asustan demasiado, no discuten entre ellos, no se ponen nerviosos (excepto Aquaman en una escena, e incluso entonces mantiene bajo control su temperamento), que son las reacciones normales y esperables de cualquier persona ante una situación semejante.

No quiero decir con esto que los miembros de la Liga debieran atacarse o pincharse los unos a los otros, pero sí que hubiera sido mejor mostrarlos con reacciones más humanas frente a una amenaza de tales dimensiones. El principal narrador es J’onn J’onzz, pero es fácil olvidarlo porque Dini utiliza un estilo tan impersonal que bien podría haber sido un tercero omnisciente. Hay algunos pasajes con humor (como aquel que se ríe de la implausibilidad de las hazañas superheroicas; o algunas bromas con Batman), pero en general la evocación de los arquetipos limpios y blandos de la Edad de Plata es demasiado fiel para los tiempos modernos y el peligro al que se enfrentan.

Porque Justicia y Libertad presenta a los héroes en sus gloriosos “viejos tiempos”, como si las Crisis en Tierras Infinitas (y las que la siguieron) nunca hubieran tenido lugar. Aquaman acuna cariñosamente a su hijo con Mera a su lado; Flecha Verde nunca renunció a sus flechas trucadas ni engañó a Canario Negro. Hawkman y Hawkgirl siguen juntos… Dini y Ross eliminan toda la carga de profundidad y madurez que estos personajes habían acumulado desde los setenta, ochenta y noventa para presentarlos reducidos a los arquetipos primigenios: son héroes que actúan siempre responsablemente sin perder el buen humor, que se gastan bromas y se respetan mutuamente como buenos camaradas y que juntan sus fuerzas sin pensárselo dos veces para enfrentarse a amenazas imposibles. No hay duda de que toda una facción de los lectores –quién sabe si mayoritaria– prefiere esa aproximación sencilla, pura y maniquea al género superheroico.

La historia comienza de una forma algo seca, enfatizando las ilustraciones de Ross y la narración de J’onn; luego mejora en su segmento central, poniendo el foco en los personajes mientras intentan comprender lo que ocurre, encontrar una cura al virus y detener su expansión; pero al final vuelve a perder fuelle porque el acento cambia de la amenaza de pandemia mortal al tema “relevante” que Dini y Ross quieren explorar: por todo el mundo, la gente entra en pánico y sin entender demasiado al virus y temiendo el fin del mundo, su paranoia les lleva a atacar a los mismos superhéroes que están tratando de salvarlos.

A primera vista suena como un tema interesante, pero, en primer lugar, no hay en él nada nuevo. Utilizar a los superhéroes como metáfora de aquellos marginados por prejuicios es tan viejo como los X–Men y hace mucho tiempo que dejó de ser una inspiración dramática para convertirse en un tópico mil veces repetido. Y, además, tampoco está expuesto de una forma convincente (mejor en esta misma línea es Liga de la Justicia: El Clavo, de Alan Davis). Quizá Dini y Ross pudieran argumentar que lo que realmente querían abordar era la histeria masiva y que el por qué de la misma no era más que una excusa. Pero la noción de un pánico global, de enormes masas de personas desesperadas corriendo histéricamente por las calles, parece algo exagerado, especialmente en aquel momento, cuando aún estaban recientes el ataque terrorista del 11–S, los brotes de SARS en varias ciudades y el prolongado apagón eléctrico de la costa este canadiense y norteamericana. En todos esos eventos, la gente mantuvo razonablemente bien la calma. Cuando la población pierde el control –como en las revueltas raciales de Los Angeles en 1992–, la causa suele ser un largo periodo de frustración larvada y la percepción de ser víctima de agravios; o, en otros casos, porque los políticos y los medios de comunicación y redes sociales han manipulado la opinión pública; o en escenarios post–catastróficos, donde la sociedad y sus instituciones e infraestructuras han sido destruidas. En otras palabras, el pánico y las revueltas no surgen de ninguna parte o de vagos rumores sobre una enfermedad en un rincón de África.

Si se analiza de cerca, podemos ver una vena inquietantemente totalitaria en Justicia y Libertad. Los héroes lo son de una pieza, pulcros y honestos hasta la médula, siempre actúan de la mejor manera posible… y están apoyados por el Pentágono. El papel de villano lo ocupa aquí no tanto el virus (que al fin y al cabo es equivalente a un desastre o catástrofe natural) sino la población presa de sus paranoias y los medios de comunicación que atizan sus miedos y prejuicios. En otras palabras, no se puede confiar en que el pueblo y los medios hagan lo correcto. Alimentando la confusión general está la propia Liga de la Justicia, que no se molesta en explicar por qué hacen lo que hacen y la razón por la que establecen una zona de cuarentena en África impidiendo la intervención de fuerzas militares vecinas. ¿Por qué? No hay razón para ese secretismo más allá de crear un catalizador dramático. Tampoco se aclara por qué la Liga actúa sola. Por ejemplo, ¿por qué Batman, un criminólogo, es quien tiene que analizar un agente microbiológico cuando hay científicos especializados en ese campo mucho más brillantes que él?

El mensaje subyacente parece ser que el público no debería cuestionar a la Liga ni sus actos…jamás. Los superhéroes harán lo que sea necesario y dosificarán la información que estimen debe ser conocida por el pueblo. Estirando tal vez esa cuerda hasta el extremo, “Justicia y Libertad” podría interpretarse como una parábola de la entonces en curso invasión americana de Irak. La Liga de la Justicia (de América) interviene unilateralmente en una nación africana; la opinión pública mundial se vuelve contra ellos; pero, al final, la Liga demuestra que tenía razón y el mundo reconoce que se había equivocado. Excepto por esta última parte (y que Superman no reconoce haber exagerado o falsificado informes sobre la existencia de un virus), podemos ver el simbolismo de la historia y su paralelismo con la política internacional estadounidense contemporánea.

¿Era esa la intención de Dini y Ross? Es posible que no. Al fin y al cabo Ross fue el responsable de un cómic tan poco complaciente con la derecha política americana como Tío Sam, así que no parece el candidato más idóneo para apoyar una guerra americana en el extranjero. Con todo, repito que el simbolismo parece muy claro y aunque no sea intencionado, la filosofía subyacente es indiscutible: no cuestionar las figuras de autoridad.

Los álbumes anteriores de esta serie firmada por Dini y Ross, más que a un cómic se asemejaban a libros de ilustraciones porque no incluían bocadillos de pensamiento o diálogos sino textos al pie de corte introspectivo que, cierto es, permitían brillar en todo su esplendor al fenomenal dibujo. En Justicia y Libertad, en cambio, aunque el peso lo lleva la narración en primera persona del Detective Marciano, la historia se articula también haciendo uso de los recursos convencionales del cómic en lo que se refiere al texto.

Las ilustraciones pintadas de Ross son, naturalmente, impresionantes, aunque –y que no suene esto como una crítica– resultan ya menos impactantes que cuando vimos su trabajo por primera vez en Marvels o Kingdom Come. Quizá hubiera un elemento de novedad en su estilo que fue diluyéndose conforme pasaron los años y los lectores se acostumbraron a él. Por otra parte, el gran formato y las amplias viñetas hacen que la sensación de realismo fotográfico quede algo neutralizada porque sus pinturas parecen más…pinturas. Además, esos extras que Ross solía colocar de fondo o en escenas de multitudes (famosos, cameos de personajes de cómic populares) están aquí ausentes, restando un punto de diversión. También hubieran sido bienvenidas más viñetas dedicadas a personajes como Hawkman, el Hombre Elástico o Flecha Verde, por ejemplo. Superman, Batman o Wonder Woman ya habían recibido un amplio tratamiento gráfico por parte de Ross, a diferencia de los héroes más de segunda fila. Asimismo y dado que el artista está acostumbrado a utilizar referencias fotográficas, se nota que su fuerte no es componer situaciones completamente imaginarias, como demuestran las breves escenas de Aquaman en Atlantis o el viaje de Atom por la corriente sanguínea de Flash.

Repito que, con todo lo dicho y siendo menos dramático y espectacular que Kingdom Come, Justicia y Libertad es un cómic visualmente precioso. Como ya es costumbre en él, Ross saca a los superhéroes de su mundo de dos dimensiones y crea con ellos lo que parecen fotogramas de una película de acción real. Su estilo gráfico es su principal herramienta, pero no la única. La atención que pone en los detalles le ayuda a construir un mundo lleno de texturas. Por ejemplo, cuando se presenta a Flash frustrando un atraco a un banco de su ciudad, los policías no son meros profesionales genéricos sino que llevan placas y emblemas que los identifican como pertenecientes a Central City, incluyendo incluso el año en que se fundó el cuerpo.

Esos pequeños detalles están también presentes a la hora de definir las peculiaridades de cada personaje. Batman es ambidextro, algo esperable de una persona obsesiva con su propio adiestramiento; y no esconde su auténtica identidad de sus amigos, algo que vemos no sólo porque los acoge en la Batcueva sino porque tiene a la vista una taza con el nombre “Bruce” junto al teclado de su “batordenador”. O Green Lantern, cuyo poder no se limita a crear manos verdes gigantes y ectoplasmas: el brillo verde que le rodea a él y las extensiones que emergen de su anillo es tan expresivo que no requiere de las típicas líneas negras de contorno que enfaticen el efecto. Esta Wonder Woman sigue siendo una de las versiones más bellas de las muchas que ha tenido el personaje. Por desgracia, al carecer de un sólido trabajo de caracterización en el guión, esta aproximación hiperrealista pierde algo de impacto. ¿Qué sentido tiene pintar a los superhéroes como gente real si luego no se comportan como gente real?

Lo que impide que esta aventura de la Liga de la Justicia tenga rango de clásico en la ilustre trayectoria del grupo es lo endeble de su historia, que además se prolonga en exceso en su parte final (probablemente para que Ross pueda lucirse con su dibujo). La simplicidad del argumento –con su énfasis en la no violencia (ni siquiera el virus deja víctimas mortales) y la ausencia de un villano que propicie confrontaciones físicas– puede resultar adecuada para los lectores más jóvenes. Mis reflexiones acerca del subtexto fascista, dado que es algo de fondo y sujeto a interpretaciones, no arruinan la diversión que puede aportar el cómic.

Ahora bien, que su espectacular arte y sus pretensiones de cómic profundo y adulto no engañen a nadie. Es un caramelo bonito y dulce, pero no imprescindible. Justicia y Libertad es, a la postre, un álbum recomendable sólo para los fans de la Liga de la Justicia y de Alex Ross, por supuesto, aunque también para quienes no hayan leído nunca un cómic de este autor porque aquí encontrarán ocasión de sorprenderse con la forma que tiene de representar a los personajes.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".