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«La amenaza de Andrómeda» (1969), de Michael Crichton

Me encantan las historias de ciencia-ficción, pero algunas veces, la realidad es incluso más extraña. En los últimos años puede que no hayamos sido testigos de una odisea espacial, pero han sucedido cosas que podrían haberse considerado sin problemas como ciencia-ficción, por ejemplo, el SARS, la gripe aviar y otras pandemias víricas.

Los estallidos de virus letales han sido desde hace mucho tiempo un tema predilecto de este género y aunque por ahora no han convertido a la gente en zombis, no son difíciles de imaginar escenas de desesperadas investigaciones a la búsqueda de una cura, hombres enfundados en atemorizantes trajes amarillos de plástico, terror, caos y cadáveres alineados en polideportivos.

Uno de los mejores relatos de ciencia-ficción sobre el tema es La amenaza de Andrómeda, el libro que lanzó a la fama a Michael Crichton, su primer best-seller. Escribió el borrador mientras era estudiante de medicina en Harvard, inspirado por una conversación con uno de sus profesores sobre el concepto de vida basada en formas cristalinas.

Un satélite cae en un pequeño pueblo de Piedmont, Arizona, matando a todos sus habitantes. Bueno, no a todos. El equipo de rescate se encuentra con un bebé que no para de llorar y un anciano alcoholizado. Ellos serán la clave para encontrar una cura a lo que resulta ser un virus del espacio exterior bautizado como Andrómeda.

El suceso pone en marcha un protocolo de emergencia que recluta a un puñado de científicos punteros en diversas disciplinas médicas y biológicas y los encierra en un laboratorio subterráneo ultrasecreto, el Wildfire, equipado con el más moderno instrumental para lidiar con las amenazas biológicas extraterrestres, una contingencia que nunca se esperó que llegara a ocurrir. Los investigadores inician una carrera contra reloj en su búsqueda de una cura antes de que el virus se extienda. Además, el propio laboratorio resulta ser una trampa mortal cuando las cosas toman un curso inesperado…

El libro, pleno de suspense y con una sólida orientación científica, ha sido siempre acogido favorablemente no sólo por los aficionados a la ciencia-ficción dura, sino por los propios científicos. El escenario que plantea la novela (un microbio extraterrestre que mata a casi todos sus huéspedes hasta que muta a una forma que le permite sobrevivir fuera de los humanos), aunque improbablemente rápido en su desarrollo, refleja de hecho el curso natural de las epidemias: los virus tienden a evolucionar hacia formas menos agresivas que mantengan vivos a sus huéspedes más tiempo.

Por otro lado, para muchos científicos la novela –no lo olvidemos, publicada el mismo año que se efectuó la llegada del hombre a la Luna– constituyó una advertencia acerca del peligro de contaminación proveniente del espacio exterior. Aún hoy no son pocos investigadores los que se han mostrado contrarios a traer a la Tierra muestras recogidas en Marte por el peligro de que, como ellos mismos mencionan, se cree una situación “amenaza de Andrómeda”, poniendo en peligro la biosfera terrestre con una contaminación microbiana. La NASA siempre ha declarado que no encontraron muestras de vida en el planeta rojo, pero al menos dos astrobiológos incluidos en el proyecto Viking opinaban lo contrario…

Desde la publicación de La amenaza de Andrómeda hasta hoy, Michael Crichton ha sido considerado, desde un punto de vista comercial, el escritor de CF con más éxito del último tercio del siglo XX. En buena medida esto se debe a que no ha sido clasificado como autor de ciencia-ficción y, por tanto, excluido de los prejuicios vigente contra el género. Sus best-sellers nos han contado epidemias víricas del espacio exterior, tribus perdidas en escondidos rincones africanos, control mental electrónico, robots enloquecidos, naves estelares estrelladas en el fondo del océano y dinosaurios recreados genéticamente, todos ellos temas clásicos del género. Pero, de alguna manera, no parece ciencia-ficción cuando Crichton los aborda. ¿Por qué?

Porque la acción no transcurre en naves espaciales u otros planetas, sino en un presente –o futuro inmediato– muy plausible, modificado sólo en aquel aspecto que el libro trata. Además, la novedad que nos ofrece es algo de lo que su público ya está convencido a medias. Cuando se estrenó la películaParque Jurásico, todos los medios de comunicación se apresuraron a afirmar que la ciencia estaba a punto de conseguir resucitar dinosaurios, porque Crichton y la maquinaria de marketing que le respaldaba sabían muy bien que contar un simple embuste no sería suficiente. La gente quiere creer en esas ficciones; de algún modo, piensa que son plausibles, y eso es lo que diferencia la ciencia ficción de la fantasía. Michael Crichton lo sabía muy bien y construyó su fama basándose en ello.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".