Frank Miller alcanzó su máxima cota de popularidad mediada la década de los ochenta del pasado siglo gracias a El regreso del Caballero Oscuro, su historia de un envejecido héroe declarando la guerra al crimen que amenaza con engullir la ciudad de Gotham. Su siguiente obra supuso otro hito en la historia del cómic de superhéroes, Batman: Año Uno, una oscura revisión del origen del mismo personaje. A partir de ese momento, desarrolló multitud de proyectos que fueron desde sus famosas Sin City o 300 para Dark Horse hasta guiones cinematográficos para la franquicia de Robocop.
Pero antes de todo eso, Frank Miller se hizo un nombre insuflando aire fresco a un personaje de Marvel que siempre había estado tambaleándose al borde de la cancelación desde su primera aparición allá por 1964: Daredevil. Convirtió su colección en un drama criminal que cosechó un enorme éxito de público y crítica por el carisma de sus personajes secundarios, sus originales argumentos y el tono urbano, adulto y nocturno de las historias. Una de sus mejores creaciones fue un nuevo personaje, Elektra Natchios, hija de un diplomático griego que había conocido a Matt Murdock cuando ambos estudiaban en la universidad. Ambos se enamoraron pero la relación tuvo un abrupto final cuando el padre de Elektra fue asesinado e, incapaz de asumir su dolor, ella se marchó para siempre… o eso pensaron ambos.
Elektra regresó años después, cuando Matt ya había asumido la identidad de Daredevil, convertida en una despiadada asesina mercenaria. Aunque estaban ahora situados en extremos opuestos de la ley, los sentimientos que ambos habían compartido resultaron no estar extintos del todo y Daredevil se encontró atrapado entre su deber de entregarla a la justicia y su deseo de apartarla del mundo del crimen. Al final, Elektra murió asesinada por otro enemigo de Daredevil, el peligroso psicópata Bullseye.
En los números que siguieron, un traumatizado Matt Murdock incapaz de asumir su pérdida, fue sumiéndose en su propio infierno personal, arruinando su relación con su prometida Heather Glenn y perdiendo el control sobre sus poderes. En el penúltimo número que escribió Miller, el 190 (enero de 1983), planteó una especie de resurrección poco clara en la que Elektra, purificada de sus impulsos más oscuros y violentos por el amor de Daredevil (quien no era consciente de su vuelta a la vida) encontraba por fin la paz en algún lugar remoto.
Marvel respetó los deseos del autor y mantuvo al popular personaje fuera de sus cómics hasta 1986, cuando el propio Miller la retomó para la miniserie de Epic Elektra Asesina, si bien la trama narraba acontecimientos sobre su trayectoria como mercenaria previa a lo que se había visto en la serie regular de Daredevil. Además y debido a la dinámica que se estableció entre Miller y el dibujante de este cómic, Bill Sienkiewicz, bien podría decirse que lo aquí narrado (repleto de experimentación, extrañas incoherencias y auténticas locuras) transcurre fuera de la continuidad estándar.
En 1990, Miller hizo un breve retorno a Marvel y al personaje que le había servido de trampolín en la industria diez años atrás (su miniserie Daredevil: El hombre sin miedo, con John Romita Jr., estaba ya gestándose, pero no aparecería finalmente hasta tres años después). Con la novela gráfica Elektra Lives Again, Miller decidió poner fin a los debates de los fans dejando claro que sí, que efectivamente, años atrás, había resucitado a Elektra.
El resultado, aunque gráficamente espectacular, es un tanto confuso y disperso. Además, el título de este álbum puede resultar engañoso dado que su auténtico protagonista no es la ninja asesina sino Daredevil; o, más bien, su atormentado alter-ego, Matt Murdock. Aquí, Elektra es más a un concepto abstracto que un personaje real.
Nada más empezar nos encontramos con un Matt/Daredevil que todavía sufre pesadillas provocadas por sus recuerdos de Elektra y el convencimiento –surgido de su fe católica– de que ella estará en algún tipo de infierno siendo castigada por sus crímenes. En sus sueños la ve perseguida y atrapada por sus víctimas transformadas en zombis putrefactos. Sigue estando enamorado de ella y esos pensamientos le atormentan terriblemente. Llega un punto en el que no es capaz –ni tampoco el lector, que asiste a la narración exclusivamente a través de sus reflexiones– de distinguir los sueños de la realidad y llega a la conclusión de que Elektra está viva y que la Mano –la organización semi-mística de asesinos ninjas a la que una vez ella perteneció– la busca para matarla. Mientras tanto, Bullseye, su viejo enemigo y verdugo de Elektra, es liquidado en prisión por un miembro de La Mano, que pretende revivirlo como una especie de superguerrero zombificado. Si Elektra pudo ser devuelta a la vida, lo mismo puede suceder con quien la mató.
Como decía al comienzo, resulta irónico que en un cómic que lleva su nombre Elektra no sea un personaje en sí mismo. Sí, aparece en las páginas combatiendo a zombis, ninjas e incluso sale semidesnuda en una viñeta (torpe manera de ganarse la consideración de cómic “adulto”), pero no tiene ni una sola línea de diálogo y sólo pronuncia una palabra en toda la historia. No se nos explica qué estuvo haciendo desde su última aparición en la serie regular, ni por qué la Mano sólo la busca a ella (se supone que la acción transcurre poco después de lo narrado al final de la primera etapa de Miller en la colección, porque hay una escena en la que Matt llama a su ex novia Karen Page, que apunta a que todavía no habían tenido lugar los acontecimientos de Born Again, publicado tres años atrás).
Tampoco está claro cuál es el objetivo de la historia. Después de todo, cuando Elektra resucitó en la colección mensual, había evidentes indicaciones en el sentido de que había sido purgada de sus peores instintos y que a partir de ese momento sería una guerrera de la luz. Sin embargo, esta purificación no queda verdaderamente clara en la novela gráfica.
Su propio papel en la historia, incluso su misma existencia, resulta confuso. En algunas escenas está claramente viva, ya que es ella la que físicamente pone punto final a las tropelías de Bullseye; pero, por otra parte, hay apariciones suyas que sólo tienen lugar en los delirios de Matt, pasajes simbólicos que representan el infierno al que ha ido a parar (¿cómo, si resulta que no está muerta?). De hecho, al menos la mitad de las peleas no suceden en el mundo real, como cuando Matt se enzarza en un combate mental con el asesino de Bullseye. Al final, el protagonista parece comprender que los recuerdos y pesadillas protagonizados por Elektra que le han venido acosando no son obra de su antigua amante, sino que los ha creado él mismo: “No era ella la que me perseguía a mí. Era yo quien la perseguía a ella”. Puedo apreciar el esfuerzo de Miller por añadir un plano simbólico a esta historia, pero su fortaleza siempre han sido las narraciones bien asentadas en el mundo real y esta adición alegórica creo que embarulla innecesariamente la trama.
Ahora bien, a mi entender, el verdadero problema de este cómic es que, pese a su extensión (80 páginas), apenas hay trama ni caracterizaciones. Las primeras veinticinco planchas no cuentan más que las pesadillas y los tormentos de Murdock, sin subtramas, casos judiciales de los que ocuparse, secundarios con los que relacionarse o siquiera desarrollo de personajes más allá de reiterar la depresión en la que se halla sumido el protagonista. Se confiesa a un sacerdote, vaga por la casa, se entrena, se acuesta con una cliente (lo cual en sí mismo es caer muy bajo profesionalmente)… y sueña.
A partir de ese momento, el cómic pasa a estar dominado por largas escenas de acción. Aparece Bullseye, pero sólo en las últimas páginas, resucitado por La Mano como si de un zombi se tratara, sin líneas de diálogo y con una muerte excesivamente rápida habida cuenta de la calma con la que había transcurrido toda la primera parte; la presencia de Foggy en un par de viñetas es meramente nominal y el asesino ninja de aspecto inquietante carece de auténtico carisma. Matt es, por tanto, el único personaje de esta historia.
Posiblemente, Miller sentía ya que había contado todo lo que tenía que contar en el ámbito de los superhéroes. Había abierto nuevos senderos en el género con su trabajo tanto en Daredevil como en Batman y seguía sintiendo el deseo de experimentar, de avanzar, de explorar. Aquel mismo año aparecieron dos series de ciencia ficción escritas por él, Hard Boiled (con Geoff Darrow en el dibujo) y Give Me Liberty (con Dave Gibbons) y en 1991 se publicaría la primera entrega de Sin City. Fue la salida de Miller del género de superhéroes, del que permanecería ausente diez años (con la excepción de un breve retorno a Daredevil, en la mencionada miniserie El hombre sin miedo, en 1993).
Elektra Lives Again es una obra de transición en su carrera, un cómic que marca el comienzo de su separación de los superhéroes. Así, como he dicho, el protagonista no es Daredevil, sino su alter ego Matt Murdock, y lo que se narra no es un drama épico con grandes repercusiones, sino el proceso de duelo y personal descenso a los infiernos de un hombre obsesionado. No se menciona el nombre de Daredevil (sólo aparece de pasada en un cuadro de texto), y además, Murdock nunca llega a vestir su característico uniforme rojo. De hecho, en un número deliberadamente desproporcionado de escenas, aparece medio desnudo o llevando escasa ropa, como un albornoz o un chándal. Aunque trata de ser la coda final de una larga trama comenzada diez años atrás en la serie regular del personaje, no se puede decir que estemos estrictamente hablando ante un cómic de superhéroes habitual.
No solamente el argumento y su lógica son un tanto vagos, sino que todo el conjunto está sujetado por hilos muy finos, un efecto quizá deliberado tratando de darle a la historia una cualidad onírica y haciendo que el lector dude de si lo que está viendo es real o sólo una pesadilla.
Elektra Lives Again es sobre todo un viaje simbólico a la mente de Matt Murdock, un viaje trufado de dolor y desesperación en el que vemos al “héroe” en uno de sus momentos más bajos, pero también más humanos. Miller evoca arquetipos como el poder purificador del agua (la escena en el baño) o del fuego (el clímax en la iglesia) o la pureza de la nieve (el cementerio). Y como suele ser habitual en él, no faltan la imaginería y las metáforas cristianas: la iglesia, el sacerdote, el acto de confesión, las vidrieras, las cruces, el ansia de redención, la necrofílica eucaristía que devuelve a la vida a Bullseye, los asesinos de La Mano vestidos de curas o monjas… Ni la narrativa, ni el tono ni el personaje son lo que podríamos esperar encontrar en un cómic de superhéroes. Más bien, es un cuento de terror gótico que transcurre en Nueva York y a plena luz del día. Dado lo que se nos cuenta y cómo se nos cuenta, Elektra Lives Again bien podría situarse fuera del canon de Daredevil.
Si este cómic, ya lo he dicho, puede entenderse como una bisagra entre dos periodos de la carrera de Miller, lo mismo puede decirse de su dibujo, que se encuentra a mitad de camino de El regreso del Caballero Oscuro y Sin City. Sus figuras no están todavía completamente absorbidas por las sombras y el afilado contraste de blancos y negros, pero algunas imágenes, como los vendajes que cubren la cara de Murdock al final, preceden claramente al aspecto de Marv en Sin City.
Encontramos la exageración y la tendencia a la caricatura que habíamos visto en El regreso del Caballero Oscuro, pero también una minuciosa atención por el detalle y la línea. A diferencia de sus minimalistas fondos para obras anteriores y posteriores a esta, meros esbozos para situar la acción, aquí nos encontramos con una especial atención a la hora de retratar los ambientes. Los ladrillos y piedras de las paredes de los diferentes edificios, las tejas de los techos, las lápidas del cementerio, los azulejos del cuarto de baño, la decoración del apartamento de Murdock, las armas de los ninjas… todo ello está dibujado con una minuciosidad inédita en él hasta ese momento.
Desde sus comienzos, Miller destacó por su cinematográfico sentido de la narración y el dinamismo con el que animaba a sus figuras. Sus personajes se movían con una plasticidad y energía muy personales. En Elektra Lives Again encontramos esa técnica absolutamente depurada y, gracias al formato de mayor tamaño, expuesta para su mayor disfrute. Las escenas de acción encierran una extraña dicotomía. Por una parte, gozan de una composición, narrativa y coreografía perfectas, auténtica poesía en movimiento; Miller mueve el plano constantemente, respetando la perspectiva sobre el decorado del fondo y sus personajes se mueven con un realismo poco habitual en los cómics de superhéroes, donde abundan las poses forzadas y las anatomías imposibles. Aun cuando el protagonista realiza hazañas tan poco verosímiles como correr desnudo por los tejados y los cables de la ciudad, Miller consigue que parezca natural, fluido. Por otra parte, esas secuencias son tan largas y ocupan tantas páginas, alternando planos cortos y amplios, viñetas pequeñas y grandes, que dan la impresión de desarrollarse a cámara lenta.
Miller vuelve a poner sobre la página las herramientas narrativas que tan buen resultado le habían dado en El regreso del Caballero Oscuro. Así, encontramos las páginas con una rejilla de dieciséis viñetas que le sirven para organizar las ideas; la alternancia de viñetas pequeñas y planos detalle que utiliza para aumentar la sensación de confinamiento de Matt en su propia alienación y locura, con otras de gran tamaño y panorámicas que permiten concentrar o estirar la narrativa a voluntad. Es una variación constante entre lo claustrofóbico y lo espacioso.
En esta ocasión, Miller continúa fiel al estilo rudo y expresionista al que había dado forma en El regreso del Caballero Oscuro pero sin los atajos y apresuramientos que luego lastrarían trabajos posteriores. Entinta sus propios lápices usando una línea muy fina y sin demasiadas variaciones ni matices. Ello, unido a la ausencia de líneas cinéticas en sus escenas de acción, compuestas como si de un ballet se tratara, da a sus figuras la impresión de estar congeladas en el espacio, como si viéramos fotogramas aislados de una película.
A la hora de dar peso, definición y sustancia a esas viñetas que en blanco y negro sólo parecen diagramas, resulta absolutamente fundamental el trabajo de la colorista Lynn Varley. Colaboradora habitual de Miller por aquellos años (además de su esposa), aporta con sus pinturas una riqueza cromática y de texturas imprescindible para construir esa atmósfera a ratos onírica, a ratos claustrofóbica que domina la historia. Uno casi puede sentir el frío en las escenas del cementerio nevado o la morgue de la comisaría; el calor de la iglesia en llamas, la espiritualidad que transmiten las vidrieras de la iglesia o la podredumbre de los cuerpos de los zombis que acosan a Elektra. En general, Varley utiliza aquí una paleta de colores apagados. Incluso las escenas iluminadas por las llamas resultan sombrías, reflejando perfectamente el estado mental de Murdock. Miller y Varley formaron un equipo perfecto: el primero dirige la lectura con su composición, línea y sentido del movimiento, la segunda aporta el corazón emocional y la belleza.
Hubo una gran expectación ante el regreso de Miller a los personajes que le hicieron famoso, y no sólo como guionista (tal fue el caso de los anteriores Daredevil: Born Again y Elektra Asesina), sino asumiendo el control gráfico de la obra. El resultado, siendo estéticamente notable –especialmente en aquellos años–, no tiene quizá la esperada sustancia ni como drama emocional ni como thriller de acción. Dado el énfasis que el propio autor pone en los sueños de Matt, quizá la manera adecuada de abordarla sea como si se tratara de un sueño (escenas como la de la comisaría o la morgue tienen un punto surrealista) al que no haya que buscarle demasiada lógica sino sólo dejarse arrastrar por las imágenes. No cuesta demasiado imaginar a Miller despertándose desorientado tras un extraño sueño con sus personajes y llamando inmediatamente a los editores de Marvel: “¡Hola! ¡Soy Frank! ¡Tengo una idea salvaje para una novela gráfica de Daredevil…!”.
Elektra Lives Again es un álbum extraño. Sirve de coda final al triángulo trágico Daredevil-Elektra-Bullseye y de epitafio para los dos últimos. No estoy seguro de que para tal propósito hiciera falta una historia tan ambigua como la que se nos cuenta. Además, en esta ocasión y por muy autor-estrella que fuera ya Frank Miller, Marvel no estuvo de acuerdo en enterrar definitivamente a dos personajes del carisma y potencial de Elektra y Bullseye.
Tres años después, el guionista de la serie regular de Daredevil, Dan Chichester, se encargó de traer de vuelta a la asesina ninja en la enrevesada saga La caída del Paraíso (nº 319-325), situando de hecho a la novela gráfica fuera de continuidad.
A mitad de camino entre la acción, el thriller psicológico y el terror, Elektra Lives Again no responde a los cánones narrativos, temáticos y estéticos del cómic de superhéroes. Constituye un hito interesante en la evolución que registró Miller desde sus inicios en los ochenta y que terminaría estancándose una década después y es recomendable para fans del creador y seguidores (o al menos conocedores) de Daredevil, Elektra y su turbulenta historia. Un lector completamente profano al mito del Hombre sin Miedo probablemente no entenderá demasiado de la escasa trama y deberá limitarse a disfrutar de la narrativa y el dibujo.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.