Tras el rodaje de la versión hablada en español de Drácula(1931) ‒dirigida por George Melford‒, la figura del vampiro no reapareció en la cinematografía hispana hasta 1957, cuando se filmó El vampiro, película dirigida por Fernando Méndez, uno de los grandes nombres del fantástico mexicano.
Desde el punto de vista argumental, dicho film combina elementos tomados de la tradición anglosajona con otros más propios del folklore de México. La cinta narra la llegada de la pareja formada por Marta y Enrique a la hacienda Los Sicomoros, situada en la Sierra Negra, remedo local del castillo transilvano y de los montes Cárpatos.
Allí nada es lo que parece: la hacienda y sus moradores están dominados por el vampiro Conde Lavud, y Enrique es realmente una suerte de Van Helsing mexicano que sostiene una cruzada contra los vampiros.
El largometraje cosechó tal éxito que a los pocos meses generó una secuela, El ataúd del vampiro, con similar reparto y equipo, pero con una calidad muy inferior. Además, cabe resaltar que la cinta de Méndez llegó a las pantallas antes que el soberbio Drácula (1958) de Terence Fisher. Por otro lado, como sucedía en el Drácula hispano de 1931 y en las películas que forman la saga del vampiro Nostradamus, el actor que interpreta al conde vampiro es español. Se trata de Germán Robles, nacido en Gijón en 1929, y responsable de una interpretación que lo aproxima a Bela Lugosi. Va ataviado con traje de gala, luce capa y medallón al cuello con joya engastada, y es de origen húngaro. Cómodo en el papel, Robles volvió a encarnar al monstruo en Los vampiros de Coyoacán (1974).
En el ámbito hispanohablante, México es el país con una filmografía más nutrida en este campo, gracias a títulos como El mundo de los vampiros (1960), de Alfonso Corona Blake; La invasión de los vampiros (1961) y El vampiro sangriento (1962), ambas de Miguel Morayta; Las mujeres vampiro (1962), de Corona Blake; Mary, Mary, Bloody Mary (1974) y Alucarda (1975), de Juan López Moctezuma.
Dos de las películas mencionadas, La invasión de los vampiros y El vampiro sangriento, tienen como protagonistas al conde Frankenhausen y a su hija Brunilda, enfrentados al doctor Albarán y al cazador de vampiros Conde Cagliostro. Su director, Miguel Morayta, pertenecía al grupo de españoles que se exiliaron en México tras la guerra civil.
Las películas protagonizadas por el vampiro Nostradamus (1959) eran originalmente un serial de doce episodios, con una duración de veinticinco minutos por capítulo, remontados luego en cuatro largometrajes para su estreno cinematográfico: La maldición de Nostradamus, Nostradamus y el destructor de monstruos, Nostradamus y el genio de las tinieblas y La sangre de Nostradamus. Su director, Federico Curiel, hizo otras incursiones en el género, como El imperio de Drácula (1966), primera película de terror mexicana rodada en color.
Los libretos de la serie recogen las peripecias de Nostradamus, un vampiro hijo del famoso vaticinador, acá convertido en un villano de folletín en la mejor tradición de Ponson du Terrail o Louis Feuillade. Así, al igual que los criminales folletinescos, Nostradamus se convierte en antagonista de un sabio, el profesor Durán, a quien anuncia por carta sus crímenes, retándole a llamar a la policía, pues sabe que ésta no creerá en su existencia. Luciendo una original barba, Germán Robles dio vida a este personaje que llegó a enamorarse de una mortal en Nostradamus y el genio de las tinieblas. Con ese episodio amoroso, Curiel se anticipó a planteamientos semejantes, como el del filme español El gran amor del conde Drácula (1972).
Además de aparecer en parodias cómicas, este tipo de monstruo fue recurrente en las películas de luchadores enmascarados, al estilo de las protagonizadas por Santo. En este ámbito, cabe destacar Santo contra las mujeres vampiro (1962), de Corona Blake; Santo en el tesoro de Drácula (1968), de René Cardona; y Santo y Blue Demon contra Drácula y el hombre lobo (1971), de Miguel M. Delgado.
Ya en los años setenta comienza la fase crepuscular del cine fantástico mexicano. No obstante, una aportación refrescante llegó a principios de los noventa. Hablamos, claro está, de la opera prima de Guillermo del Toro: Cronos (1992). El argumento de este filme gira en torno a un anciano magnate (Claudio Brook) que busca un artefacto alquímico, capaz de otorgar la vida eterna a su poseedor. La contrapartida de esa eternidad es que la sangre se convierte en el único alimento. Para su desgracia, dicho artefacto será descubierto por un anticuario, interpretado por Federico Luppi.
En el caso español, el vampiro llegó nuestra cinematografía con la coproducción hispano-italiana La maldición de los Karstein (1963), de Camillo Mastrocinque, donde se adaptaba el famoso relato de Sheridan Le Fanu, «Carmilla», concediendo el protagonismo a Christopher Lee. Poco tiempo después, se estrenó la comedia Un vampiro para dos (1965), de Pedro Lazaga, en la que José Luis López Vázquez y Gracita Morales interpretaban a un matrimonio de inmigrantes españoles en Alemania, empleados en el servicio doméstico de un vampiro, el barón Von Rosenthal (Fernando Fernán Gómez).
La edad de oro del cine fantástico español comienza en 1968, cuando se estrena la coproducción hispano-alemana La marca del hombre lobo, de Enrique L. Eguiluz. En esta película aparecieron por vez primera dos geniales aportaciones del actor, guionista y director Paul Naschy (seudónimo de Jacinto Molina), el gran nombre propio del género en España. Estos personajes van a ser el hombre lobo Waldemar Daninsky, protagonista de una saga que comprende once cintas, y la vampira Wandesa Dárvula de Nadasdy, inspirada en la aristócrata húngara Erzebeth von Bathory, la famosa condesa sangrienta que a finales del siglo XVI y principios del XVII torturó y asesinó a cientos de doncellas para bañarse en su sangre y no envejecer.
Wandesa fue antagonista del licántropo Waldemar en cuatro películas: la ya citada, más La noche de Walpurgis (1970), de León Klimovsky –posiblemente el mayor éxito de la historia del fantástico español–; la coproducción hispano-mexicana El retorno de Walpurgis (1972), de Carlos Aured; y El retorno del hombre lobo (1980), del propio Jacinto Molina.
En El gran amor del conde Drácula (1972), de Javier Aguirre, era Naschy quien incorporaba al conde transilvano, enamorado esta vez de una mortal (Haydée Politoff), y capaz de suicidarse por esa pasión no correspondida. Desgraciadamente, quizá por los azares del rodaje, y pese al afán innovador de Naschy, la película sólo conseguía ofrecer algunos detalles de calidad.
En 1970, Jesús Franco intentó realizar la versión definitiva de la novela de Bram Stoker. Coproducida por España, Italia y Alemania, El conde Drácula contaba con un lujoso reparto encabezado por Chistopher Lee, Klaus Kinski y Herbert Lom, pero la dirección de Franco no estuvo a la altura de las circunstancias. Y lo mismo cabe decir del diseño de producción de Harry Alan Towers, bastante pobre, y del libreto, que pasó por las manos de más de cinco guionistas sin lograr la prometida fidelidad a la novela original. Todo ello, aun a pesar de los méritos de Lee y de Kinski, hizo que el filme naufragase.
No obstante, Franco volvió a insistir en las claves del género. Personaje fundamental en el cine fantástico español, su filmografía incluye obras tan considerables como Gritos en la noche (1961), y tambien cintas totalmente prescindibles. En buena medida, es la suya una trayectoria internacional, que le ha llevado a colaborar con maestros como Orson Welles. Entre sus aportes al tema que tratamos, cabe mencionar obras de variada fortuna, como Las vampiras (1971), Drácula contra Frankenstein y La hija de Drácula (ambas de 1972).
Enriqueciendo esta materia, destacan Ceremonia sangrienta (1972), de Jorge Grau, nueva aproximación a la figura de Erzebeth Bathory, y otros filmes de León Klimovsky como La saga de los Drácula (1972), donde Narciso Ibañez Menta interpretaba al conde, y La orgía nocturna de los vampiros (1972). Por lo demás, al igual que sucedió en México, el género fantástico fue languideciendo en España hasta casi desaparecer. Mención aparte merece una película de dibujos animados producida por Cuba, España y Alemania: Vampiros en La Habana (1985), de Juan Padrón, donde se emplea el tono de comedia para narrar la pugna entre diversas facciones de vampiros, deseosas de hacerse con una fórmula que les permitirá resistir la luz del sol.
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