En diciembre de 1987, justo antes de finalizar el primer año de vida del nuevo Superman ‒es decir, tras el lanzamiento de la miniserie Superman: El hombre de acero (1986), con sus derivaciones en, la serie regular de Superman y en Action Comics‒, DC lanzó un nuevo título relacionado con el héroe, de un año de duración y estructurado en forma de tres miniseries consecutivas de cuatro números cada una: El mundo de Krypton, El mundo de Smallville y El mundo de Metrópolis, todas ellas escritas por Byrne. Fue una iniciativa editorial excepcional en una época en la que las miniseries todavía eran algo poco habitual. De todas ellas, la que realmente destaca es El mundo de Krypton.
En las primeras páginas del número inicial del «nuevo» Superman (El hombre de acero nº 1), Byrne nos había presentado un Krypton aséptico, frío y distante, una versión quizá algo más elegante del mundo que Richard Donner mostró en la película de 1978 pero con el mismo espíritu. Los kryptonianos viven innumerables años, pero aislados los unos de los otros y reduciendo el contacto personal al mínimo necesario. Los niños son concebidos en matrices genéticas sin que exista interacción entre los padres o de éstos con sus hijos. Cuando Jor-El envía a su primogénito a la Tierra, éste no sólo escapa de la muerte, sino de una vida carente de alegría y amor.
Pero no siempre fue así. En El mundo de Krypton Byrne nos cuenta el doloroso tránsito que llevó a sus habitantes de una fértil utopía de vida eterna a un planeta cansado, estéril e indiferente. La historia comienza miles de años antes de la destrucción de Krypton, con una escena de júbilo y fiesta en la que el joven Van-L, un antepasado de Kal-El / Superman, celebra su próximo paso a la madurez. El grave accidente que sufre su amada Vana nos desvela el oscuro secreto que, como toda utopía, esconde este mundo aparentemente perfecto. Los kryptonianos han conseguido una sociedad ideal: estable, pacífica, ordenada y de alto desarrollo tecnológico. Sus vidas son casi perpetuas gracias a un banco de clones: al nacer se crían tres clones sin mente de cada kryptoniano, conservándolos en animación suspendida con el fin de utilizarlos como «almacenes» de órganos y tejidos para el individuo principal.
Pero no todos son felices. Desde el comienzo, hubo un movimiento que se opuso con firmeza a la clonación arguyendo la inmoralidad que suponía sacrificar a tantos para asegurar el bienestar de tan pocos, que los clones eran seres humanos de pleno derecho. La liberación de los clones supondría el fin de la juventud eterna y el retorno de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, lo que obviamente no están dispuestos a admitir muchos de los kryptonianos. Se suceden los disturbios y la violencia degenera en guerra abierta cuando se descubre la liberación ilegal de un clon que ha desarrollado inteligencia y alma. Cuando Kandor es aniquilado por una explosión nuclear provocada por un grupo anti-clon radical, ya no hay marcha atrás.
En el segundo episodio, vemos un Krypton sumido desde hace siglos en una sangrienta y devastadora guerra. El planeta está arrasado, ya nada queda del paraíso que una vez fue. Pero los kryptonianos siguen «disfrutando» de larguísimas vidas, eso sí, recurriendo a otros medios –como el cibernético– no tan perfectos ni elegantes. Van-L ha estado luchando desde el principio en el interior de un gran robot de combate, flotando en un núcleo de líquido amniótico desde el que, inmune al envejecimiento, controla cibernéticamente al coloso metálico. Embarcado en la búsqueda de aliados contra un grupo terrorista que aspira a la eliminación de toda vida, sus recuerdos nos van mostrando en forma de flashbacks retazos de su pasado y el desarrollo tanto de la guerra como de su drama personal.
El tercer episodio nos lleva mil años al futuro para presentarnos a Jor-El, el padre del que se convertirá en Superman. Miembro de una sociedad fría, sin emociones y que rehúye cualquier contacto social, vive recluido en su torre obsesionado con videos históricos sobre la guerra de los clones. Es en estos videos donde se nos informa del destino de Van-L y el final de aquel conflicto que selló el destino de Krypton. El cuarto episodio es el relato que Superman hace a Lois Lane de los últimos días de su planeta, los esfuerzos de su padre por averiguar el origen de la catástrofe y su rebeldía final: robar la matriz genética de su hijo para enviarla a la Tierra y afrontar su trágico destino en compañía de la mujer a la que siempre ha admirado a distancia, Lara.
Byrne recurre en El mundo de Krypton a dos grandes tópicos de la ciencia ficción: la falsedad de las utopías y las consecuencias de un mal uso de la tecnología, y con ellos teje una sólida historia narrada con un uso inteligente de las elipsis y los flashbacks, lo que permite condensar una acción que abarca siglos en tan solo cuatro episodios además de evitar una narración estrictamente lineal sin confundir al lector. Consigue además esquivar el enfoque épico y maniqueo propio de los superhéroes. Porque no hay aquí héroes como tales. Los personajes nos pueden caer mejor o peor, pero nadie está totalmente en posesión de la razón ni del todo equivocado: los partidarios de la liberación de clones acaban utilizando métodos despiadados y asesinos, mientras que sus oponentes, más moderados al principio, no están dispuestos a cambiar su actitud en el litigio si ello supone ser juzgados como asesinos por las generaciones futuras. Y unos y otros pierden cualquier legitimidad moral al embarcarse en una guerra fratricida que acaba con todo lo que pretendían defender. La propia tecnología que fue considerada un logro maravilloso guarda en sí la semilla de la discordia y la destrucción.
También destaca Byrne por su habilidad a la hora de crear personajes entrañables, como esos robots mayordomos preocupados por la salud mental de su amo Jor-El. O el propio Jor-El, rebelde e incómodo con la sociedad en la que ha nacido, enamorado de una mujer con la que jamás ha tenido contacto y por la que está dispuesto a saltarse reglas y tradiciones; un idealista y soñador en un mundo horripilantemente pragmático del que han sido desterradas las emociones más básicas.
La dramática historia de Krypton y su caída en desgracia fue interpretada gráficamente por un primerizo Mike Mignola en una etapa en la que aún no había desarrollado el elegante estilo tenebrista que le haría famoso en Hellboy. En la primera parte, con el fin de retratar la sofisticada civilización kryptoniana en su momento más glorioso, adopta un estilo reminiscente del de los grandes autores clásicos de Flash Gordon, como Al Williamson o Alex Raymond, aunque su éxito es solo parcial. Mignola no es un dibujante cuyo talento resida en la construcción de ambientes tecnológicos, el diseño de maquinaria futurista o la expresividad facial y gestual de sus personajes, pero siempre ha sido hábil a la hora de disimular sus carencias. En esta ocasión consigue que la atención del lector recaiga más en aquello que sí se le da bien: las equilibradas y bellas composiciones de viñeta y página.
El mundo de Krypton tuvo un epílogo, también dibujado por Mignola, en la colección regular de Superman (nº 18, junio de 1988). En ese episodio, el héroe viaja hasta los restos de Krypton para establecer contacto con su legado alienígena impulsado por el sentimiento –muy humano– de conocer sus orígenes y lo que podría haber sido el destino de los kryptonianos de haber escapado al apocalipsis y llegado a la Tierra liderados por Jor–el. Su visión de la mentalidad kryptoniana no puede ser más desesperanzadora. Aunque fue concebido –»nacido» quizá no sea la palabra más adecuada ya que no había en Krypton proceso biológico que se ajuste a ese fenómeno– en el seno de otra cultura, Byrne vuelve a dejarnos claro que Superman fue educado y criado por Jonathan y Martha Kent y eso es lo que ha hecho de él un humano y no un alienígena. Ésa es la gran paradoja del personaje: que un extraterrestre pueda ser el máximo exponente de lo que debería ser la raza humana, un «humano» que, sin embargo, no es uno de «nosotros» puesto que el sentimiento de último superviviente de Krypton, de heredero de una gran cultura a la que ni siquiera conoce realmente, forma parte de su ser más íntimo. Como él mismo afirma, el mejor regalo que le hizo su padre Jor-El no fueron sus poderes, sino su humanidad.
El mundo de Krypton es parte del Universo de Superman pero también constituye una sólida historia de ciencia–ficción que puede disfrutarse independientemente y que anima a reflexionar sobre temas relevantes: la clonación y sus límites éticos, la obcecación y el fanatismo, las consecuencias medioambientales de la guerra y la estupidez humanas, la herencia que dejaremos a las generaciones venideras y el elogio de las emociones que nos hacen humanos. Da igual que Byrne insista en llamar Krypton a ese planeta. Bien podría ser el futuro del nuestro.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.