Hubo un tiempo en el que casi todos los lectores de cómics fuimos seguidores de Richard Corben. Declararse fan de este artista era una afirmación muy significativa en la España de fines de los setenta y principios de los ochenta. Estábamos convencidos de que nadie más pisaba ese terreno estético y conceptual. Además, hacía falta algo como aquello para refrescar el panorama, y por otro lado, las ambiciones del dibujante se conciliaban con un objetivo muy comercial: propulsar la imaginación de los adolescentes con el espíritu de la época, a base de violencia, sátira y mucha sensualidad.
En un primer momento, Corben incendió el panorama del cómic contracultural. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que el escenario que quería subvertir tenía sus límites. Dio entonces el salto al cómic de terror, de la mano del sello Warren, a través de publicaciones como Creepy o Eerie, tiñendo el género con una saludable ironía, emociones fuertes y elementos escabrosos.
Durante dos décadas, Corben no perdió el sentido de la oportunidad, y por eso, el legado de títulos como Bloodstar (1976), Las mil y una noches (1978), Mundo mutante (1978-1979), Jeremy Brood (1982), Hombre Lobo (1984), Rip tiempo atrás (1986) o Vic & Blood (1988) no ha perdido vigencia. Sin embargo, la obra con la que alteró de forma irrevocable el equilibro del cómic adulto fue Den, un tebeo que no tenía nada que ver con lo que habíamos leído hasta entonces, y donde su autor estiraba al máximo las ideas y técnicas que intuyó durante su etapa en Warren.
¿De dónde salió aquel culturista calvo que protagonizaba Den? Desde luego, no fue de un tebeo. En 1968 la clientela de los festivales alternativos lo descubrió en un cortometraje de once minutos, Neverwhere, rodado en 16 mm, con dirección de Mike Waddell y del propio Corben. Este último realizó más de 8.000 dibujos y se encargó de animarlos mientras trabajaba en Calvin Productions, una productora de películas publicitarias, educativas e industriales de Kansas City.
Por cierto, desde la primera secuencia queda claro que ese corto se inspiraba en la novela Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs.
Años después, en 1973, Corben publicó en el segundo número de la revista Grim Wit una historieta de quince páginas, donde ampliaba la sencillísima premisa de su cortometraje. Añadiendo nuevos elementos a la misma historia, el artista desarrolló su concepto del Viaje fantástico al mundo de Nuncanada en la revista Métal Hurlant (Den: Voyage fantastique à Nullepart, nº 3 al 6, octubre de 1975-marzo de 1976. Por desgracia, pese a que el lector ya disponía de 32 páginas de aventura, la obra quedó incompleta.
Así fue como llegó a Italia, bajo el título Den: Viaggio nel paese di Giammai, en Alter Linus (nº 7 al 10, julio-octubre de 1976). Cuando dicha revistá pasó a llamarse Alter Alter, Den reapareció en el número 10 (octubre de 1977). A partir del número 12 (diciembre de 1977), se imprimió en blanco y negro, hasta cerrar la edición en mayo de 1978.
Heavy Metal lanzó el cómic completo entre abril de 1977 y abril de 1978. No mucho después, el público español descubrió la serie gracias al editor Josep Toutain, que la incluyó como plato fuerte en la revista 1984 (del nº 22, agosto de 1980 ‒coincidiendo con Zora y los Hibernautas, de Fernando Fernández‒ al nº 34, noviembre de 1981). Bajo el sello Toutain, también salió a la venta un álbum íntegro en 1982, que se convirtió en compra obligada para los seguidores de Corben.
En líneas generales, y como ya vimos, Viaje fantástico al mundo de Nuncanada es una versión muy simplificada de la saga de Barsoom. A esa influencia predominante de Burroughs se añaden otros dos referentes que Corben no oculta en ningún momento: las pesadillas de Lovecraft y Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll.
El escritor Philip Jose Farmer, prologuista de la primera edición íntegra, destaca otro paralelismo entre el cómic de Corben y El Mago de Oz (1900), de Lyman Frank Baum: «Érase una vez una pequeña campesina de Kansas que, cruzando a través de un agujero en la pared, pasó de la Tierra a otra Dimensión. Se llamaba Dorothy Gale, el mundo al otro lado del agujero era el país de Oz. Allí conoció a magos, brujas, seres humanos y no humanos. Algunos fueron sus amigos, otros no tanto. Ahora encontramos en un nuevo Kansas a un soltero e introvertido joven: David Ellis Norman (DEN). Su medio de transporte al mundo del otro lado del agujero no es el utilizado por Dorothy. Su primera entrada, temporalmente corta, la hace a través de un sueño que puede o no haber sido motivado telepáticamente. La segunda, más duradera, se debe a ciertos medios mágico-electrónicos utilizados por un brujo desaparecido años atrás: su tío. Comenzamos encontrando a nuestro héroe ante las ruinas de Nebroc, sin duda el paisaje interior de la mente de Corben y, por tanto, de gran significación sicológica y simbólica. A partir de aquí vivimos una serie de aventuras en el país de Nuncanada (Aventuras ficticias sin ninguna relación con el significado del nombre del país). Nuncanada no es, aunque nos empeñemos en buscar paralelismos, el país de Oz. La única relación posible es la de que Nuncanada, a pesar de sus horrores, es el mundo deseado por Corben como Oz lo fue para Baum. Pero mientras Baum necesitó de un ilustrador [William Wallace Denslow] para mostrar su mundo, Corben lo hace él mismo. ¡Y qué mundo!… Qué riqueza imaginativa se desprende del subconsciente del artista».
Pese al entusiasmo de Farmer, el guión de esta obra es más bien pobre y carente de ambición. A ratos, parece deshilvanado, y uno siente que la misma historia, en manos de otro dibujante, ya hubiera caído en el olvido.
¿Por qué repetimos, entonces, que Den es una obra capital en el cómic de los setenta? Sin duda, por las enormes virtudes gráficas de su autor. Gracias a su experiencia en el campo de la animación y a una curiosidad sin límites, Corben desarrolló técnicas mixtas que le permitieron alcanzar resultados formidables. El uso de acetatos coloreados de forma independiente o su manipulación de los fotolitos son solo una parte de su secreto. «Procuro ser inventivo en todos los sentidos ‒le dijo a Brad Balfour en 1981‒, no sólo en los relatos que hago sino en las técnicas que utilizo. Desarrollé una técnica ‒mi sistema de colores superpuestos‒ que en apariencia nadie es capaz de entender, pero que en realidad es muy sencilla. La cualidad luminiscente de mis superposiciones de colores nace de mi forma de combinarlos. Yo mismo fotografío los clichés fotomecánicos, hasta alcanzar un contraste ligeramente superior al que alcanzaría un fotograbador normal. Esto hace que los colores salgan más brillantes. Tengo la sensación de que todavía estoy estudiando el medio y moviéndome a tientas, utilizando el montaje y la fotografía. Probablemente hay un peligro cuando se emplea un efecto que atrae la atención sobre sí mismo y luego la aparta del relato que estás narrando».
En todo caso, al margen de la técnica que emplea en cada momento ‒aguada, veladura acrílica, aerografía, entintado con rapidógrafo, etc‒, es indiscutible que Corben se distingue por un estilo propio, en un punto intermedio entre el realismo pictórico y la caricatura underground. Sin embargo, en esta obra la emoción predominante es más primitiva, casi ancestral, y nos remite a un imaginario arcaico y muy poderoso, propio de la fantasía heroica.
«Las tradiciones artísticas en las que Richard Corben se basó en la creación de este notable libro ‒escribía el novelista Fritz Leiber a propósito de Den‒ se remontan a treinta mil años o más: a las pinturas rupestres del Paleolítico tardío, donde vemos a los cazadores y sus armas, a los brujos y sus rituales, y a una profusión de animales temibles. El mamut y los uros, los renos, los caballos salvajes, los bisontes, los rinocerontes y los elefantes, y tal vez por medio de una vaga reminiscencia de nuestra especie, también el tigre dientes de sable, el lobo gigante, el dragón y otros monstruos afines. Las cuevas secas que buscaron los artistas de la cultura auriñaciense y solutrense preservaron su obra del sol, del viento húmedo y de la intemperie. Muchas de sus técnicas eran curiosamente modernas (…) Richard Corben se remonta a ese pasado para conocer sus fundamentos».
En el prólogo de Den, escrito en 1978, Farmer coincide plenamente con Leiber: «En el hombre de hoy, la mente consciente no está demasiado próxima al inconsciente. Existe entre ambas una frontera muy difícil de cruzar. Fina, afilada como navaja de afeitar sobre la cual pocos pueden pasar sin caer en el abismo. Pero hay gente creativa que sabe andar sobre esa cuerda floja y usar ese puente como si se tratara de un sendero fácil. Richard Corben es uno de esos acróbatas despreocupados. Camina con seguro equilibrio desde su visión de la vieja Edad de Piedra (el inconsciente) hasta el presente. Y va todavía más allá, para luego volver a empezar. El dibujo de Corben es único. Basta con ver el primero para reconocer inmediatamente los siguientes, aun sin ir firmados. Su estilo es una mezcla sutil (a veces no tanto) del Paleolítico con lo moderno, de lo mágico con lo científico. Para él es sencillo crear un espectro cronológico comprimido de medio millón de años tanto en sus personajes como en sus escenarios. Den es uno de los mejores ejemplos de esta faceta del arte de Corben (…) El escenario es como un inmenso desierto atravesado, en un sentido y otro, por seres monstruosos que se arrastran por la arena hacia las ruinas, mientras algo de Lovecraft parece asomarse misteriosamente desde debajo de la tierra. Como en la mayoría de las obras de Corben, algo malicioso se esconde más allá del horizonte (¿Será ese antiguo miedo que acecha nuestro inconsciente?). Las escenas en Den transcurren sobre un fondo que facilita la acción, como la cubierta de un acorazado durante el zafarrancho de combate. Los personajes son tan simples, o tal vez fundamentales, como los de las pinturas rupestres de Lascaux. Realmente nos recuerdan los viejos dibujos de la Edad de Piedra».
Como ya se vio, este relato primigenio está protagonizado por David Ellis Norman, un joven de la Tierra que, en las primeras planchas, nos describe las impresiones abstractas de su viaje a Nuncanada: «Era como flotar en la oscuridad durante mucho tiempo. Lentamente, revoltijos de nubes de impulsos electroneurales se aglutinaron para formar mi cerebro y tuve conciencia de mi propia identidad. Fui arrastrado por entre nebulosas de colores desenfocados. Mientras erraba por aquel laberinto vi algo: una imagen… Un recuerdo, pero tan confuso y borroso… Era como si estuviera mirando un libro… ¿Qué es un libro? En el libro había una página suelta con algo escrito… Un incomprensible laberinto de líneas. Una luz cegadora descomponía y volatizaba las imágenes. Otras sensaciones acompañaban a la radiación, bombardeando mi consciencia naciente. ¿Quién era yo? ¿Dónde me encontraba?… La Tierra me era totalmente desconocida, incluso mi cuerpo me era ajeno. ¿Cómo había llegado hasta allí? Me esforcé por recordar. Había algo en mi cerebro, pero era demasiado turbio… Un nombre… D… E… N… Me llamo DEN».
El avatar de David en Nuncanada es un tipo musculoso, un auténtico atlas que camina desnudo por el desierto. Hambriento, devora una serpiente, y luego llega a un oasis, donde descubre a un extraño hombre-lagarto y a una joven desnuda, que luce un tocado muy llamativo.
Tras luchar con el reptilesco humanoide, recuerda los momentos previos a su viaje: «Me llamo… Me llamaba David Ellis Norman. Me encontraba velando la muerte de mi tío Daniel, cuyo cuerpo nunca fue hallado, pero al que dieron por muerto siete años después de su desaparición. Heredé algunas de sus pertenencias, como su colección de novelas de fantasía de Burroughs. En una de ellas di con una hoja de papel con un gráfico de un aparato electrónico. También había una carta… para mí».
Tras construir el aparato según dichas instrucciones, David accede a un campo eléctrico que le sirve de puerta a otro mundo. En busca de su tío, Den vivirá una aventura surrealista. Dos mujeres idénticas marcan su destino: una de ellas es una reina bruja y la otra es la joven Kath, a la que salva del sacrificio que ha dispuesto la primera. En realidad, Kath es la exuberante encarnación de Katherine Wells, una novelista inglesa que viajó a Nuncanada en 1892.
Como dice Dennis Wepman, Den «hace frente a fantásticos peligros, poderes y mujeres, y triunfa sobre todos ellos. Es capturado (repetidas veces) por una reina malvada pero seductora que pretende utilizarle para sus propios y malévolos fines; consigue escapar de ella; conoce a Kath, otro ser humano que ha sido transportado a este mundo nuevo/viejo, y por ella corre todos los riesgos. Da muerte al úrsido Gel y a un número incalculable de monstruos, busca el poderoso cetro mágico Loc-nar (especie de Grial sin la santidad), se mete, o le obligan a meterse, en los fantasmales y horribles conflictos de Ard y otras grandes potencias, y de alguna manera, se las arregla para librarse una y otra vez de una muerte cierta a manos de todos sus enemigos. Al igual que en un sueño, se desliza sin comprender nada por el tiempo y el espacio (…) Pero nosotros sabemos que en Corben ningún mal muere de verdad y que ninguna inocencia se salva definitivamente, y sabemos también que Den está condenado a huir del mismo modo que sus enemigos están condenados a perseguirle» (Historia de los cómics, nº 32, Toutain Editor, 1982).
La peripecia de Den prosigue en varias secuelas de calidad decreciente, cada vez peor resueltas. Como podrá comprobar el lector, esta impresión aflora entrega tras entrega, por mucho que uno admire el talento de Corben. El recargado erotismo de Den 2: Muvovum (Heavy Metal, nº 54-72, 1981-1983) pierde interés en Den 3: Hijos del fuego (Den 3: Children of Fire, 1987-1989), Den 4: Sueños (Den 4: Dreams, 1988), Den 5: Elements (1989) y DenSaga (1992-1994). Una última derivada, la desquiciada, lúbrica y olvidable Denz (1996-1997), apareció en las páginas de Penthouse Comix.
Esta decadencia de la saga no debería llevarnos a ignorar el brillo técnico y la originalidad de su primer episodio, cuya pobre versión cinematográfica (Heavy Metal, 1981) nos recuerda que su verdadero mérito no era el argumento, ni la creación de personajes, sino la poderosa habilidad de Corben tras la mesa de dibujo.
Como apunta Maurice Horn en el prólogo de Den 2: Muvovum, «el arte de Corben resulta apabullante y tan visceralmente emotivo como sus temas. Trabajando de una manera casi decepcionante por su sencillez y con su estilo sintetizado al máximo, va desde lo literal a lo simbólico, de lo particular a lo universal. Sus personajes no son simples sombras como las de la caverna de Platón, son cosas reales, esencia convertida en carne. Sus hombres son modelo de virilidad, sus mujeres, refugio de sexualidad, figuras telúricas elementales. La acción es cadenciosa, la tensión se construye sobre otra insoportable tensión anterior, y casi siempre, la solución a todo problema será temporal. Las composiciones de Corben son piezas llenas de luz y energía. Sus escenas, espasmos de acción violenta y discontinua, aderezadas con expresionistas explosiones de color. En ese detalle recuerda más a Burne Hogarth que a ningún otro artísta del cómic. Pero en sus detalladas concesiones a lo surreal y demoniaco, llega mucho más allá, a las ilustraciones de El Libro de los Muertos, al Jardín de las Delicias (y de los Terrores) de Hieronymus Bosch, a las visiones del Infierno de William Blake. (…) Esta es la tierra del terror humano pre-mental y pre-lógico. Y si el sueño de la razón puede crear monstruos, también puede crear los héroes necesarios para matarlos. Sin embargo, allí donde hay terror debe haber, en igual medida, humor, y Corben lo sabe perfectamente».
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