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Aristóteles y el paradigma de Syd Field

El paradigma de Syd Field ha sido durante muchos años la teoría ortodoxa para la escritura de guión. Según Field, un guión debe tener una estructura que se divide en tres partes: planteamiento, desarrollo y desenlace.

Field aseguró en sus libros y sus seminarios que Aristóteles también pensaba que una narración debía dividirse en tres partes, aunque la lectura atenta de la Poética no revela tal cosa, o al menos no con tanta claridad, pues el filósofo griego habla de dos, cuatro, cinco o muchos episodios (como en la Ilíada):

Dos partes:

“Cada tragedia es, en parte, complicación y, en parte, desenlace; los incidentes antes de la escena inicial, y a menudo también algunos de aquellos dentro del drama, forman la complicación, y el resto es el desenlace. Por complicación significo todo desde el comienzo de la fábula hasta el instante justamente antes del cambio en la fortuna del héroe; por desenlace, todo desde el comienzo del cambio hasta el fin”.

Cuatro o más partes:

“Desde el punto de vista de su cantidad, es decir, las secciones separadas dentro de las cuales se divide, una tragedia posee las siguientes partes: prólogo, episodio, éxodo y una canción coral, dividida en párodo, y estásimo”.

[El párodo se refiere a la aparición del coro en la orquesta o a la canción que cantaba al entrar; el estásimo era lo que cantaba el coro sin moverse de su lugar]

Imagen superior: Field en un vídeo de Mira Zimet, para el USC Dornsife’s Master of Professional Writing program.

La célebre referencia a las tres partes a la que se refiere Field es ésta: “La construcción de sus fábulas debe ser tan clara como la de un drama; ellas han de basarse en una acción única, que debe ser un todo completo en sí mismo, con un principio, medio y fin, de manera que la obra esté capacitada para producir su propio placer con toda la unidad orgánica de una criatura viviente”.

Resulta bastante asombroso que la mayoría de los comentadores se hayan atascado en el asunto de las tres partes (del “principio, medio y fin”) y que no hayan advertido que la verdadera teoría aristotélica de la narración se encuentra también en ese párrafo, pero al final: “Que la obra esté capacitada para producir su propio placer con toda la unidad orgánica de una criatura viviente.”

La narración, nos dice Aristóteles, debe ser como un organismo, en el que todas las partes, sean tres, cuatro o dieciocho, contribuyan a un mismo fin, por ejemplo, proporcionar placer al espectador. Debe estar construida de tal modo que, si se quita una parte, el conjunto se vea afectado por ello.

En Las paradojas del guionista comparaba esta teoría de la narración teleológica, es decir que tiende o se dirige a un fin u objetivo, con la formalista de Syd Field, quien compara su paradigma (o estructura universal que debe tener todo guión) con una mesa: “El paradigma de una mesa, por ejemplo, es «una superficie con cuatro patas». Dentro de este paradigma se puede tener una mesa corta, larga, alta o baja. Se puede tener una mesa redonda, octogonal, rectangular, de cristal, de cromo, de hierro forjado, de madera, de plástico, etc., y el paradigma de una mesa sigue siendo el mismo: «una superficie con cuatro patas».” (Syd Field)

Como diría mi padre, Iván Tubau, esta es una buena muestra de cómo una estupenda teoría puede ser refutada por un ejemplo mal elegido. Todos sabemos que una mesa puede tener cuatro patas, tres, dos o incluso una. Sabemos también que una silla se puede convertir en mesa si nos sentamos en el suelo o que un mantel en un prado también es una mesa. Lo que define una mesa es su función, aquello para lo que sirve, no sus patas:

Una mesa sirve para comer, un guión para hacer una película. «Una superficie con cuatro patas» es una definición tan poco satisfactoria para una mesa como «Una estructura con tres actos y con dos, tres o cinco puntos de giro» lo es para un guión.
(Las paradojas del guionista)

Aunque Aristóteles hablaba al menos de cuatro causas, entre ellas la formal, era teleologista en casi todo, también en la física y la biología. Lo que le interesaba era la causa final o teleológica: aquello a lo que tiende una cosa, el objetivo por el que existe o ha sido hecha. Es una causa que está situada por un lado en la intención del artífice, del creador, que quiere conseguir algo, pero que por otro lado se sitúa en el futuro: es ese objetivo deseado lo que hace que las cosas sean como son o se hagan de esta o de aquella manera.

En los asuntos científicos, la ciencia se ha alejado de las teorías aristotélicas. La teoría de la evolución, por ejemplo, no confirma sus ideas, que coincidirían más bien con el lamarquismo. Aristóteles estaría de acuerdo con que las jirafas tienen el cuello largo porque se esfuerzan en alcanzar las ramas más altas y eso hace que el cuello se alargue poco a poco generación tras generación. El darwinismo, por el contrario, afirma que no es que los cuellos se alarguen en función de ese objetivo, sino que lo que sucede es que en cada generación de jirafas algunas tienen el cuello más largo que otras y esas sobreviven y tienen descendencia.

Sin embargo, en lo que se refiere a la narrativa y alas obras creadas por el ser humano, Aristóteles podría tener razón: las obras de arte se escriben para algo, por ejemplo para causar placer al espectador. De ser así, su estructura, ya se fabrique o no a conciencia, debería obedecer a ese objetivo. Esta conclusión es contraria a la mayoría de las teorías del guión de las últimas décadas,  que han querido hacer encajar la narración en plantillas estructurales prefabricadas.

Comentario en 2015

Escribí el artículo anterior en 2011. Aunque he mencionado en alguna ocasión el asunto de las partes o actos de un guión en mis libros Las paradojas del guionista y El guión del siglo 21, en mi nuevo ensayo, El espectador es el protagonista, intento mostrar los errores y confusiones que las teorías del guión de los últimos treinta años han provocado entre los aspirantes a guionistas e incluso entre los profesionales del medio. Uno de esos errores es la obsesión por la estructura férrea y los tres actos.

Imagen superior: Field, el gurú de los guionistas, murió en Beverly Hills, el 17 de noviembre de 2013, a los 77 años © Screenwriters Inc.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.