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Clásicos del anime (1924-1944)

Anime es la palabra japonesa para referirse a los dibujos animados. No es una palabra japonesa, ni siquiera anglosajona (animation / anime) sino francesa: dessin animé (dibujo animado).

Aunque los primeros animes que se conservan son de 1924, se sabe que ya existían en 1917. Se considera que el primer anime fue creado por Oten Shimokawa, quien dibujó la aventura Mukuzo Imokawa el portero, pintando directamente con tinta negra sobre el celuloide. No se conserva ninguna de sus obras.

En los siguientes meses de 1917, Imokawa hizo más cortometrajes, todos de cinco minutos de duración. Al mismo tiempo, Seitaro Kitayama hizo las primeras adaptaciones animadas de cuentos tradicionales japoneses, como el protagonizado por Momotaro, del que hablaré más adelante.

Imagen superior: «Namakura Gatana» (1917)

Cuando se proyectaban estas películas, eran comentadas por un narrador o benshi.

En 1924 varios animadores crearon estudios de animación caseros y Sanae Yamamoto creó el célebre anime Obasuteyama (La montaña en la que las ancianas son abandonadas) que es el más viejo anime conservado.

La liebre y la tortuga, rodada el mismo año, cuenta el célebre cuento de la carrera entre la liebre y la tortuga.

En estas piezas cortas (la más larga dura 16 minutos) se puede ver cómo evoluciona la técnica y como las primeras obras, de movimientos un poco torpes, se van refinando, y  cómo se logra poco a poco una animación más continua.

Podemos observar fácilmente que muchas de estas obras consistían en un fondo o paisaje fijo sobre el que se desplazaban muñecos hechos de piezas sueltas (cabeza, pies, brazos y piernas). Lo que se hacía era mover las piezas y grabar las distintas posiciones. Naturalmente, se hacían varias caras y cuerpos diferentes para cada personaje: mirando a un lado, al otro, escorzos diversos, de frente y de espaldas, que luego se podían combinar.

Creo que de todas las obras de este periodo que pude ver en el IV Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF), la que más me gustó fue Bunbukuchagama (La tetera Bunbuku, 1928 o 1931), de Yasuji Murata, que trata de un campesino que salva a una especie de ardilla de una trampa, pero luego la ardilla se mete dentro de una tetera y hace todo tipo de diabluras.

En La aventura de Shou (Souchan no boken, 1924/25) se ven camellos y parece claro que este animal era o es tan exótico en Europa o Estados Unidos como en Japón.

Songoku y Momotaro

En estos primeros animes aparecen dos personajes que se repetirán una y otra vez en la historia del anime y del manga: Songoku y  Momotaro.

Songoku, hoy muy conocido por ser el protagonista de Bola de dragón. Es un personaje cuyo origen se remonta hasta una de las más famosas aventuras chinas: El viaje al Oeste del Rey Mono, escrita probablemente por el sacerdote budista Wu Cheng en el siglo XVI y que ha publicado la editorial Siruela en versión íntegra (miles de páginas).

Momotaro, el protagonista de Nihonichi no Momotaro (Momotaro es el mejor, 1928), de Tosanae Yamamoto, y de otras historias, es un héroe japonés equivalente a Juan Sinmiedo o Juan Matagigantes.

En el cuento tradicional japonés se cuenta que una pareja de ancianos no podía tener hijos y que un día encontraron un melocotón muy grande. Dentro del melocotón había un niño, al que llamaron Momotaro, porque momo significa melocotón y taro “niño”. Pero Momotaro es, al parecer, casi una denominación para el tipo de héroe ideal y por eso muchos animes lo tienen como protagonista, aunque ya no tengan nada que ver con el cuento original.

Hay otras producciones de esta época que parecen basarse en cuentos tradicionales japoneses o extranjeros, como El abuelo que hacía florecer las flores (Hanasaka-jiji, 1928), de Yasuji Murata, en el que una pareja de ancianos encuentra un tesoro gracias a su perro. Al verlo, un vecino envidioso les roba la mascota porque también él quiere encontrar un tesoro, pero el can no encuentra nada bueno y el vecino acaba matándolo.

Después, el anciano compite con el vecino ante el emperador haciendo magias diversas. El viejecillo consigue que florezcan almendros lanzando algo así como copos de nieve, mientras que el vecino sólo consigue llenarlo todo de ceniza.

Esta parte resulta especialmente hermosa, con la ceniza del vecino cubriéndolo todo. Creo que la ceniza se conseguía con algún método de rascado de tinta seca: por ejemplo, rascando un cepillo de dientes lleno de tinta y lanzándola sobre el lienzo o el fotograma.

Imagen superior: «Mura Matsuri» (1930)

Otro cuento animado, Kobu Tori (1929), de Yasuji Murata, también me resulta familiar. Tal vez lo he leído en alguna antología de cuentos japoneses o chinos, o quizá sea de origen occidental.

El protagonista de esta historia tiene una especie de malformación congénita, un carrillo hinchado y colgante. Una noche encuentra a los genios o demonios del bosque; baila para ellos, les complace y divierte con todas sus guasas, por lo que, en agradecimiento, los demonios estiran y estiran de su carrillo hasta que le arrancan la malformación.

Como en el caso del viejo y su vecino, la estructura es la misma: ahora será un amigo el que querrá buscar a los genios para que le quiten su carrillo hinchado (quizá sean parientes o vivan en un pueblo muy endogámico).

El amigo encuentra a los genios, pero baila fatal, causa todo tipo de desastres e incluso intenta robar la poción mágica, así que los genios le castigan y no sólo le dejan su carrillo hinchado, sino que le añaden el que le quitaron al primer personaje, lanzándoselo como una pelota que se le queda pegada en la cara.

Me pareció muy divertido el anime de las Olimpiadas animales (Doubutsu olympic taikai, 1928), de Yasuji Murata, en el que los animales compiten en diversas pruebas. Por ejemplo, un cerdo contra un mono.

En esta y en otras historias de estos animes se advierten bastantes coincidencias con Occidente en lo referido a los estereotipos animales: los monos son simpáticos, atrevidos, casi siempre amigos del héroe, traviesos y a veces sinvergüenzas; los perros son fieles, los cerdos tontos o malos.

En esta línea de animales antropomórficos, La aventura aérea de Momotaro (Sora no MomotaroMurata, 1931) debe esconder, además, cierto simbolismo bélico.

Los héroes se tienen que enfrentar a un águila maligna que tiene toda la pinta de representar al águila estadounidense. Las focas isleñas atacadas parecen representar las islas del Pacífico, océano por cuyo control competían Estados Unidos, China y Japón. La ballena, que parece medio aliada con los héroes, ha de ser sin duda China.

Imagen superior: «Las águilas marinas de Momotaro» (1943), de Mitsuyo Seo.

Hay que tener en cuenta que en esa época Japón había logrado ocupar un puesto entre las grandes potencias mundiales, sorprendiendo al mundo entero con su victoria aplastante en la guerra ruso-japonesa de 1905. Se empezó entonces a hablar del peligro japonés (un peligro amarillo, como después lo sería el chino).

En este anime se descubre que también los japoneses hablaban del peligro (no sé si lo llamarían blanco, rosa o gaijin, extranjero), representado por los estadounidenses: águilas rapaces que se querían apoderar de las islas del Pacífico y de los países del sudeste asiático.

Curiosamente, leí un famoso artículo escrito por William James hacia 1910: El equivalente moral de la guerra, en el que se menciona un libro de un general norteamericano que imagina un enfrentamiento entre Japón y Estados Unidos: «El general Lea hace una detallada comparación de la fuerza militar que tenemos actualmente opuesta a la fuerza de Japón, y concluye que las Islas, Alaska, Oregón y el sur de California caerían sin apenas resistencia, que San Francisco habría de rendirse en quince días ante un cerco japonés, y que en tres o cuatro meses la guerra terminaría, y nuestra República, incapaz de recuperar lo que con descuido no protegió, se desintegraría entonces, hasta que algún César se planteara volver a unirnos como nación.”

Este planteamiento es algo que ahora nos parece un argumento de ciencia ficción poco creíble (de ciencia ficción retrospectiva o ucronía), pero entonces era una posibilidad real y pareció a punto de hacerse realidad cuando Japón se hizo en 1937 con el control de gran parte de China y hundió la mitad de la flota estadounidense en Pearl Harbor.

En algunos de estos cortometrajes, al mismo tiempo que se proyectaba la película se ponía un disco, haciéndolo coincidir con la acción. La letra de la canción aparece impresa junto a las imágenes. Hay que suponer que todo el cine debía cantar al unísono, siguiendo la canción impresa. Incluso, en alguno de los animes, una bolita va señalando los caracteres en el momento adecuado, para ayudar a los cantantes, como en los karaokes modernos.

Al parecer, el karaoke no es un invento tan reciente (se dice que se inventó en los años 70 en Kobe, por un tal Daisuke Inoe), y los japoneses ya eran aficionados a él en los años 20 o 30. Supongo que también en Estados Unidos y Europa existirían por la época cosas similares. No lo sé. Intentaré averiguarlo, aunque el karaoke siempre se ha considerado, al menos en España, un invento típicamente japonés.

También se ven en estos animes temas cómicos universales, como la cáscara de plátano en la que se resbala un personaje. Aunque en muchas de las historias los personajes, hombres o animales, visten al estilo occidental, no recuerdo ninguna que trascurra en algo parecido a Europa o Estados Unidos.

Sin embargo, también para los japoneses, como para nosotros y los americanos, África es el lugar de la fantasía y la aventura. También aquí los negros que habitan África son presentados como salvajes e ingenuos. Sorprende que no haya, sin embargo, referencias  a la India, que es la tierra del misterio y la magia también para los japoneses (e incluso para los chinos).

Imagen de la cabecera: «Shinsetsu Kachi Kachi Yama» (1936)

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.

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