Entre los estudiosos del Caballero Oscuro se asegura –y no seré yo quien lo ponga en duda– que su destino editorial es más favorable a medida que su historia, extraña y triste, se va llenando de esos ingredientes que tanto emocionan a los psicoanalistas.
Batman renace una y otra vez, revelando la condición desquiciada y siniestra del escenario donde se perpetúan sus hazañas, Gotham City, una ciudad donde la esperanza es un lujo que pocos se permiten.
Como saben, el principal responsable de que veamos al vigilante bajo este prisma es Frank Miller, autor de dos novelas gráficas que variaron irremisiblemente el perfil del Hombre Murciélago: Batman: Año Uno y Batman: El regreso del Caballero Oscuro.
Con All Star: Batman y Robin, Miller regresó en 2005 a las calles Gotham, y lo hizo a partir de un interés muy comprensible: narrar los orígenes de Robin, el Chico Maravilla.
Por supuesto, tratándose de Miller, el lector puede imaginarse que su tratamiento del personaje fue bien distinto al que emplearon sus creadores, Bill Finger y Bob Kane, cuando incluyeron al escudero de Batman en aquel mítico número 38 de Detective Comics (1940).
De hecho, Frank Miller es, ante todo, un creador de héroes tortuosos. Así, en esta aventura, Batman habita en un tenebroso espejismo donde el riesgo siempre obtiene recompensa. De hecho, pese a ser de inferior calidad, no faltará quien compare esta obra con las dos ya citadas de Miller.
Lo cierto es que, al igual que sucedía en Batman: Año Uno, Bruce Wayne es aquí un guerrero implacable, definitivamente abandonado a sus viejas pesadillas. Su moral –esa moral férrea como el acero– es el único muro que le separa de la locura, y precisamente por ello, Batman se impone una disciplina que le diferencia de otros héroes neuróticos, obsesionados por la venganza.
Precisamente en su sentido de la justicia es donde reside la conmovedora grandeza del personaje. No obstante, el héroe de All Star: Batman y Robin es también un icono. A fin de cuentas, no hace falta ser un admirador de Miller para sospechar que, en esta ocasión, ha evitado las metáforas y las autorreferencias para formular una aventura más ligera y también más abierta, que se relaciona con las aportaciones de otros guionistas al universo del Hombre Murciélago.
¿Y qué decir de Robin? Cada cual tendrá su idea del Chico Maravilla, pero el perfil propuesto por Miller podría resumirse así: Dick Grayson es un crío obligado a madurar en cuatro noches. Un muchacho despierto, a quien la tragedia de perder a sus padres le proporciona dos alternativas: la de transformarse en detective –reclutado forzosamente por Batman– o la de ceder a sus impulsos, y tomar el camino del dolor y la violencia incontrolada.
La otra baza de este cómic es su dibujante, Jim Lee, que confirmó de nuevo su habilidad en estas páginas. Obviamente, este tebeo dista de ser una obra maestra, y queda lejos de las grandes creaciones de Miller, pero quizá sea un buen punto de entrada para que los lectores más jóvenes se acerquen al universo de este excepcional guionista.
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