Actor, guionista, productor y director, Val Guest es uno de esos artesanos humildes que, desde un segundo plano, se ganaron un pequeño espacio en la historia del audiovisual. Puede que no lo recordemos como un estilista, y tampoco como un gran creador, pero para apreciar su valía, a mí me basta con leer su nombre en los títulos de crédito de El experimento del Dr. Quatermass (1955), Quatermass 2 (1957), Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (1970), Espacio: 1999 (1976-1977) o Sherlock Holmes and Doctor Watson (1979-1980).
Bajo el paraguas de la Hammer, Guest dirigió catorce películas, la primera de las cuales fue Los hombres del bosque de Sherwood (The Men of Sherwood Forest, 1954), una cinta de aventuras que cuesta identificar con el terror gótico que dio fama a la compañía. Precisamente fue esta mítica productora la que encomendó a Guest la puesta en marcha de El abominable hombre de las nieves.
El film se inspiraba en una producción de la BBC, The Creature (1955). Dicho teledrama, escrito por Nigel Kneale y dirigido por Rudolph Cartier, era obra del mismo equipo que había rodado para la televisión los tres seriales de Quatermass. Por desgracia, al igual que sucede con mucho de lo que programó la BBC durante aquellos días, The Creature se emitió en vivo, y su rastro solo puede reconstruirse de forma parcial.
«Hace un año ‒escribió Kneale en Radio Times, poco antes de su estreno televisivo‒, un periódico de Londres envió una expedición totalmente equipada para buscar al yeti. Nuevamente se encontraron huellas, pero no al responsable de esas pisadas. ¿Existe, después de todo, alguna explicación para esas huellas? ¿Existe el yeti? Si es así, ¿qué puede ser? Desde el ámbito de la ficción, The Creature plantea posibles respuestas».
El protagonista de este drama televisivo fue Peter Cushing: algo lógico si tenemos en cuenta que muy poco antes, junto Kneale y Cartier, el actor había dado vida a Winston Smith en una adaptación del clásico de George Orwell, 1984. En este caso, Cushing encarnaba al Dr. John Rollason, un botánico que desarrolla sus investigaciones en un monasterio tibetano, y que las interrumpe para aliarse con el estadounidense Tom Friend (Stanley Baker) e ir en busca del yeti.
Aunque la adaptación cinematográfica tomó un camino más espectacular, en este caso nos reencontramos con Peter Cushing en la piel de Rollason, mientras que Friend es interpretado en la gran pantalla por un poco expresivo Forrest Tucker.
La trama de la película es relativamente sencilla. En contra de la opinión de su esposa Helen (Maureen Connell) y de su ayudante (Richard Wattis), Rollason se une a la expedición de Friend, en la que también participan un rudo cazador y aventurero, Ed Shelley (Robert Brown), un fotógrafo obsesionado con el yeti, Andrew McNee (Michael Brill), y el sherpa Kusang (Wolfe Morris).
A lo largo de la aventura, Rollason y Tucker mantienen largas conversaciones acerca de la criatura y sus distintas motivaciones (científica en el caso del primero, comercial en el caso del segundo). Aunque hoy cueste verla como una película de terror, el suspense y la sensación de peligro van en aumento, hasta llegar a un desenlace marcado por la fatalidad y la paranoia.
Pese a que hay tramos del film que parecen televisivos o incluso teatrales, Val Guest se las arregla para subrayar la claustrofobia de los espacios cerrados (las grutas y los refugios de alta montaña, o el interior de la tienda de campaña) y el poderío de la naturaleza. En este sentido, se establece cierto parentesco entre esta cinta y las películas de montañeros que se hicieron populares en el cine de entreguerras. Las escenas de exteriores, filmadas en los Pirineos franceses, aportan verosimilitud y sensación de riesgo.
Como era habitual en aquellos años, la presencia del monstruo es muy eficaz, sobre todo porque la falta de medios obligó a posponer su aparición, recurriendo a una ambigüedad fantasmagórica. También es reseñable la labor del director de producción Bernard Robinson y el director artístico Ted Marshall, que idearon unos realistas decorados en los estudios Pinewood y Bray, donde se rodaron los interiores entre el 28 de enero y el 5 de marzo de 1957. Como dato curioso, esos mismos escenarios fueron reutilizados en las películas de la saga de Fu Manchú, protagonizadas en los sesenta por Christopher Lee.
Aunque el tema que aborda la película de Val Guest es misterioso, sus fuentes de inspiración carecen de misterio.
Cuando se rodó el film, el yeti ya había ingresado con todos los honores en la cultura popular. Las huellas de esta fantástica criatura hacía tiempo que surcaban diversos rincones del Himalaya, y exploradores muy variopintos habían seguido su pista. Así, en 1925, N. A. Tombazi, un fotógrafo de la Royal Geographical Society, declaró haber visto a este supuesto homínido cerca del Glaciar de Zemu, en el Himalaya oriental. Años después, en 1951, el escalador Eric Shipton fotografió unas inquietantes huellas durante su expedición al Everest (Algo que, por cierto, se menciona en esta película). Dos años después, Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay, durante su exitosa escalada de la misma cima, encontraron rastros muy parecidos.
Poco importa que esas huellas pudieran ser explicadas sin recurrir a la figura mítica del yeti. La simple posibilidad de su existencia ya bastó para conquistar al público, fascinado con aquellas fotografías de Shipton y con testimonios como el de Sławomir Rawicz, que en su libro The Long Walk (1956) afirmó haber visto a dos de estos monstruos en 1940.
De ahí en adelante, las investigaciones para encontrar vestigios del yeti se sucedieron. Quizá la más famosa fue la emprendida en 1960 por Sir Edmund Hillary. En todo caso, aunque la ciencia más rigurosa ha insistido en que el yeti es, con toda probabilidad, una subespecie de oso, comprendemos mejor el punto de vista de soñadores como Bernard Heuvelmans (1916-2001), creador de la criptozoología y autor del texto fundacional de esta seudociencia, Tras la pista de los animales desconocidos (Sur la Piste des Bêtes Ignorées, 1955).
Buen amigo y colaborador de Hergé, Heuvelmans influyó decisivamente en la creación del álbum Tintín en el Tibet (Tintin au Tibet, 1960), vigésimo volumen de la colección protagonizada por este personaje.
Sin duda, el homínido tibetano dibujado por Hergé abre un formidable catálogo de bigfoots y yetis en el mundo del cine y la historieta.
Si hablamos de cómics, una de las referencias más populares es Sasquatch, aquel superhéroe creado por John Byrne en las páginas de Uncanny X-Men nº 120 (abril de 1979). Como tantos personajes de este estilo, se trata de alguien con doble personalidad. En este caso, un profesor universitario y exjugador de fútbol americano, Walter Langkowski, capaz de adoptar la apariencia del legendario homínido de los bosques americanos. Con esa identidad, Sasquatch forma parte del equipo de superhéroes canadienses Alpha Flight.
Siguiendo el ejemplo de la película de Val Guest a la que he dedicado este artículo, el cine y la televisión también han generado un gran número de producciones dedicadas al yeti y al bigfoot. Así, dentro del género documental, encontramos títulos como La leyenda del Bigfoot (The Legend of Bigfoot, 1976), de Harry Winer. Por esas mismas fechas, estas criaturas son adoptadas por un subgénero del terror que estaría a medio camino entre las clásicas películas de monstruos y lo que en inglés llaman animal attack: cintas en las que un gran depredador identifica a los humanos como presas.
Buen ejemplo de ello es la mediocre Bigfoot (1970), de Robert F. Slatzer, en la que un puñado de motoristas protagoniza el enfrentamiento decisivo con estos seres.
Esa identificación del yeti con un monstruo que secuestra o asesina es la que se repite en La leyenda del Yeti (The Capture of Bigfoot, 1979), de Bill Rebane, Yeti: La maldición del demonio blanco (Yeti: Curse of the Snow Demon, 2008), de Paul Ziller, o Rage of the Yeti (2011), de David Hewlett.
Bien sea por lo fácil que es caracterizar a un bigfoot, o por lo barato que es ambientar un film en los bosques, proliferan títulos de terror de serie B como Bigfoot vs. Zombies (2016), de Mark Polonia, Primal Rage (2018), de Patrick Magee, Bigfoot Wars (2014), de Brian T. Jaynes, o Big Legend (2018), de Justin Lee.
Dentro de esta línea, aunque con toques más cercanos al cine juvenil de aventuras, Gianfranco Parolini rodó con muy escasa fortuna Yeti, el abominable hombre de las nieves (Yeti, il gigante del 20 secolo, 1977).
En paralelo, el yeti y el bigfoot también se han acomodado en el cine infantil, tanto en películas de imagen real ‒Bigfoot y los Henderson (Harry and the Hendersons, 1987), de William Dear‒ como en producciones de animación.
Este último apartado (el de los dibujos animados, la animación 3D y el stop-motion) es particularmente generoso en títulos. Así lo demuestra la llegada a las pantallas de películas como Abominable (2019), de Jill Culton y Todd Wilderman, producida por DreamWorks Animation, Mr. Link: El origen perdido (Missing Link, 2019), de Chris Butler, la producción canadiense Misión Katmandú (2017), de Pierre Greco y Nancy Florence Savard, o las producciones belgas El hijo de Bigfoot (The Son of Bigfoot, 2017) y La familia Bigfoot (Bigfoot Family, 2020), dirigidas por Jeremy Degruson y Ben Stassen.
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