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«The Quatermass Experiment» (1953), de Nigel Kneale y Rudolph Cartier

Auténtico abuelo de la ciencia-ficción televisiva, el doctor Bernard Quatermass fue la figura central de varios seriales británicos cuya influencia y capacidad evocadora apenas tienen parangón, no ya en la televisión británica, sino en la de toda la historia del género.

La década de los cincuenta fue una época en la que la televisión aún trataba de averiguar su verdadero potencial. El medio se hallaba constreñido por el hecho de que la mayor parte de los programas se retransmitían en directo; pero más importante aún era que su lenguaje aún se estaba descubriendo: movimientos de cámara, cortes, zooms, fundidos…. Los dramas televisivos habían empezado con un solo camarógrafo enfocando su lente a un grupo de actores y un director gritando ¡Acción!, como si el espectador estuviera sentado en una butaca del teatro contemplando una obra.

Algunos directores y productores de la única cadena británica de aquel momento, la BBC, se contentaban con seguir esas primitivas técnicas una y otra vez. Pero otros se esforzaban por crear algo diferente, haciendo uso de los cortes, primeros planos, efectos especiales y la inserción de tomas pregrabadas. Querían innovar, y por esa razón, el serial de la BBC, The Quatermass Experiment, producido y dirigido por Rudolph Cartier y escrito por Nigel Kneale, es hoy considerado como el más original e influyente de su generación.

Efectivamente, sentó las pautas para muchísimos programas venideros y, de hecho, series como Expediente X o cualquiera de las películas de la saga Alien, pueden rastrear el origen de algunos de sus elementos hasta este serial, en el que un científico de cohetes inglés vestido con un traje de tweed se enfrentaba impasible a un universo lovecraftiano de pesadilla.

Conocido sobre todo por sus innovadores programas televisivos de ciencia-ficción, Nigel Kneale (1922-2006) cultivó una amplia gama de géneros, si bien donde más destacó fue en aquellas obras que combinaban la ciencia-ficción y el terror gótico. Escribió veinte programas de televisión, un guión original para el cine y más de treinta historias cortas así como obras radiofónicas dramatizadas, adaptaciones de clásicos a la pantalla o traslaciones a prosa de sus guiones para la televisión.

Aunque le preocupaban las horribles consecuencias que podían derivarse de los avances científicos del siglo XX, sugería como culpable de las tragedias de sus ficciones no tanto la ciencia como la cultura humana. Sus extrapolaciones temporales hacia el pasado y el futuro relacionaban la tecnología y su utilización con las prácticas culturales ancestrales. Kneale también enfatizaba la forma en que percibimos los fenómenos. Su ciencia-ficción reúne mitología y fabulación científica, yuxtaponiéndolas y subrayando la imprudencia de confiar exclusivamente bien en lo racional bien en lo supersticioso.

Kneale comenzó su carrera en los años cuarenta, escribiendo historias cortas para diferentes revistas, algunas de las cuales fueron recopiladas en Tomato Cain (1949), ganadora de varios premios. Aunque los aquí incluidos no son relatos de ciencia-ficción propiamente dicha, algunos de ellos sí tienen como tema la colisión entre folklore y ciencia y las ansiedades provocadas por la modernidad.

El interés de Kneale por los medios de comunicación modernos fue, como iremos viendo, otra de sus obsesiones personales que se filtró habitualmente en sus historias y que ya en época muy temprana se hizo patente en las lecturas radiofónicas que realizó de sus propias historias y su solicitud, en 1951, para acceder al puesto de productor televisivo. Obtuvo un empleo como guionista de plantilla para la BBC y adaptó las obras teatrales de ciencia-ficción Mystery Story (1952) escrita por Stanley Young, y Number Three (1953), de Charles Irving. Los temas de estas obras, la deshumanización y el potencial apocalíptico de la energía nuclear, constituirían una importante influencia para su propia ciencia-ficción, comenzando por el serial de 1953 The Quatermass Experiment.

El potencial de Kneale no pasó desapercibido. Todo lo contrario, sus superiores supieron apreciarlo y aprovecharlo. En el verano de 1953, el nuevo responsable de programas dramáticos de la BBC, Michael Barry, empleó todo su presupuesto en comprarle a Kneale nuevos guiones –a unas 250 libras cada uno–. El joven autor respondió entregando un serial de aventuras, terror y ciencia-ficción muy diferente a las producciones de orientación teatral que por entonces, como hemos comentado, eran la norma en la televisión.

El argumento que se desarrollaba a lo largo de esos seis episodios de media hora de duración emitidos entre julio y agosto de 1953 era el siguiente: una nave experimental británica tripulada por tres hombres se desvía de su curso cientos de miles de kilómetros antes de regresar a la Tierra. Dos de los astronautas han desaparecido y el tercero, Victor Carroon, sumido en un coma, es trasladado a un hospital.

Cuando despierta empieza a actuar de forma extraña y dispersa, exhibiendo algunos rasgos de comportamiento que pertenecían a sus desaparecidos camaradas. En un acceso de rabia, tira un cactus al suelo y su cuerpo empieza a absorber la planta, mutando su mano en un muñón endurecido y espinoso. Bernard Quatermass (interpretado por Reginald Tate), el científico al frente de la misión espacial inglesa, se da cuenta de la horrible verdad: Victor ha quedado contaminado por algo que se introdujo en la nave espacial durante el viaje, y ha absorbido a sus propios compañeros. Aún peor, el astronauta está transformándose en una especie de vegetal cuya casi infinita capacidad de reproducción supone una amenaza para toda la especie humana.

Victor escapa perseguido por Quatermass y el Ejército, sembrando el caos en Londres y para cuando le acorralan en la Abadía de Westminster, ya se ha transformado en algo totalmente alienígena, elaborado a base de unos sencillos pero logrados efectos especiales ideados y puestos en práctica por el propio Kneale.

Por cierto, que en el serial, el monstruo interrumpe una emisión televisiva que se estaba realizando desde el interior de la Abadía y que, efectivamente, había sido emitido por la BBC unas semanas antes durante la coronación de Isabel II. El final del serial incorpora, por tanto, un ambiente que combina el arte gótico, un escenario propio del romanticismo y la actualidad tecnológica de la televisión. El propio nombre del científico, Quatermass, combina el racionalismo de la ciencia (Equation/mass) y un término cristiano (mass, misa en inglés). El serial relaciona los temas propio de la Guerra Fría –el hombre perdiendo su individualidad y autonomía en un tiempo de temor hacia los regímenes totalitarios, poder nuclear y exploración espacial– con los históricos enfrentamientos entre individuo y ideología.

El espectador de hoy difícilmente podrá aguantar la crudeza técnica de aquel serial. Los actores deambulan de aquí para allá saliéndose de foco y perdiendo sus voces al alejarse de los micrófonos. Algunas de las cámaras experimentan una especie de resplandor que apaga la mitad de la escena y, en la última parte del segundo episodio, se puede ver un insecto caminando por la lente de la cámara.

Para ser justos, digamos que nadie tuvo tiempo de arreglar aquellos evidentes fallos, ya fuera repitiendo la escena o manipulándolo en la posproducción. Y es que, como hemos dicho, se emitía en directo. Consciente de las limitaciones técnicas a las que se enfrentaba (el presupuesto total de la serie ascendía a tan solo 3.500 libras y los «efectos especiales» se diseñaban y creaban, literalmente, de la noche a la mañana), Kneale prefirió apoyar su historia en un argumento coherente dirigido con buen pulso por Rudolph Cartier y unos personajes bien construidos. Buena parte del terror que destila el serial proviene de la horrenda y paulatina transformación de Carroon, algo que no exigía costosos trucos visuales.

Poco o nada se nos dice sobre el ser alienígena de este serial o, ya puestos, los que aparecerían en subsiguientes aventuras del doctor Quatermass. Unas veces se supone que vienen de una luna de Saturno (Quatermass II) o de Marte (Quatermass and the Pit), pero tales extremos nunca se llegan a confirmar. En este primer serial, el alienígena simboliza el enigma de lo desconocido, los misterios del espacio y todo lo que se encuentra más allá de la ciencia de los años cincuenta.

Aquel programa cosechó un enorme éxito y sentó las bases para la ciencia-ficción televisiva británica de carácter adulto. Es probable que algo tuviera que ver con ello la calurosa acogida de El día de los trífidos, novela escrita por John Wyndham en 1951. Ambas obras, la televisiva y la literaria, fueron pioneras de la ciencia-ficción «monstruosa» que florecería en esa misma década. No sólo eso: The Quatermass Experiment influyó en programas ya míticos como Doctor Who (1963-) o Expediente X (1993-2002). Fue también el primer drama televisivo que dio lugar a una adaptación cinematográfica (como veremos en otro artículo), y el primer serial de televisión británico que perduró en el tiempo y captó la atención de aficionados de otros países (Gracias a las diferentes traslaciones cinematográficas y literarias, lo conocieron personalidades del género como Steven Spielberg, John Carpenter o Dan O’Bannon).

Irónicamente, para ser una obra cuya sombra se alargó tanto, afectando a tantos escritores y directores en el futuro, lo cierto es que los guiones se escribieron de forma apresurada, con el fin de llenar un hueco de programación inesperado en la parrilla de la BBC. «Aún estaba escribiendo el serial cuando empezó a emitirse», dijo Kneale en una entrevista en 1986. «Creo que había escrito cuatro episodios cuando se emitió el primero, y escribí los dos restantes durante su retransmisión. Así que nadie sabía, al comenzar a rodar, cuál iba a ser el final, ni siquiera el equipo de producción y desde luego no los actores, todo lo cual, supongo, lo hacía más emocionante. Los únicos que conocíamos el secreto éramos Rudi Cartier –el director– y yo mismo. Los otros tuvieron que confiar en nosotros, lo cual hicieron generosamente».

Tanto este primer serial como los dos que le siguieron, a pesar de los parcos efectos visuales, lograron suscitar un sentimiento de amenaza muy en sintonía con las ansiedades de los años cincuenta. El propio Quatermass, un individuo con defectos que a menudo parece bordear la locura, es un personaje particularmente interesante, cuyas batallas contra la burocracia encarnaron para muchos el agobio de verse rodeados por un conformismo de traje gris y corbata.

El científico había sido una figura central en el género de la ciencia-ficción cinematográfica desde sus inicios, aunque a menudo se le caracterizaba como un individuo demente, diabólico o ambas cosas al tiempo. En televisión, bien fuera por un deseo consciente de apartarse de la sombra de su hermano mayor el cine, bien por la limitada disponibilidad de tecnología de efectos especiales, escasos presupuestos y presiones para restringir el rodaje a los estudios en lugar de las caras filmaciones en el exterior, guionistas y directores se vieron obligados a imaginar científicos menos extravagantes. El propio lenguaje televisivo, con sus primeros y medios planos, las ambientaciones domésticas y cámaras fijas, exigían un tipo diferente de sabio. Esta figura, al igual que la propia televisión y la ciencia-ficción que de ella se derivaría, tendió a evolucionar desde los años cincuenta y hasta los setenta, preocupándose en mayor medida por las coyunturas sociales de cada momento.

Por tanto, una de las muchas cosas que le debemos a Quatermass es el retrato del científico como un héroe. Nos hemos acostumbrado tanto a esa idea en los últimos cincuenta años que es difícil verlo de otra manera, pero por entonces fue una sorpresa para los espectadores ver que Quatermass era un ser humano en primer lugar y, solo a continuación, un científico, en lugar del estereotipado ser obsesivo y miope vestido con bata blanca. Fue el epítome del científico como héroe educado, de clase social alta o media-alta, aptitudes de liderazgo y responsabilidades acordes con su estatus. Quatermass tenía autoridad, era una persona seria y racional, podía codearse con políticos y militares sin dejarse avasallar. Incluso puede que tuviera una esposa en algún lugar y quizá un hijo en un internado.

Esta interpretación del científico como una persona de género masculino, cuerdo, eficiente y sensato, se convirtió a partir de Quatermass en el centro de muchas películas de monstruos y catástrofes naturales, ofreciendo explicaciones y descubriendo soluciones. En definitiva, alguien en quien confiar. Desde Bernard Quatermass podemos trazar una línea hasta Gil Grissom de CSI (2000-2015) e incluso el Doctor Who (1963–presente). Y es que se ha sugerido con frecuencia que Quatermass fue el antecesor directo del Doctor Who en sus diferentes encarnaciones, personaje éste que puede que no pertenezca a nuestro mundo, pero que desde luego representa, proyecta y defiende los valores dominantes de la clase media británica.

La ciencia-ficción inglesa debe estudiarse en el contexto del largo pero imparable declive de su imperio colonial, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, Quatermass es hoy visto como un individuo pintoresco y evocador de cierta nostalgia por una época perdida que se diferencia claramente de los más dinámicos personajes que podían verse en la ciencia-ficción norteamericana de los mismos años.

La humanidad subyacente de Quatermass halla su reflejo en el resto de los personajes. De hecho, si hay algo que dejan claro las tres miniseries en blanco y negro de Quatermass es su espíritu dramático. La acción está impulsada por personas más que por acontecimientos. Personajes como Victor Carroon en The Quatermass Experiment son seres humanos complejos y atormentados cuyo destino, al empatizar con ellos, no nos resulta indiferente. «Las historias están contadas a través de los personajes y la acción», explicaba Kneale. «Este es un aspecto donde tropieza muchísima ciencia-ficción. No es que se debilite, es que se colapsa, porque hay pocos personajes coherentes. La construcción de la historia es defectuosa y sólo espera ser salvada por los efectos especiales…. Con demasiada frecuencia hoy en día, films carísimos dependen de aquéllos… Encuentro que los personajes y la situación son mucho más interesantes que las chispas voladoras».

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".