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Crítica: «El Escuadrón Suicida» («The Suicide Squad», 2021)

En su libro The Big Picture: The Fight for the Future of Movies, Ben Fritz describe con cierto detalle el Hollywood actual. Entre otras cosas, pone de manifiesto la obsesión que tienen los estudios a la hora de adquirir propiedades intelectuales (IPs). Se trata de un patrimonio que, si los cálculos aciertan, puede generar franquicias muy lucrativas.

Para poner de manifiesto cómo han cambiado las cosas en poco más de una década, Fritz recuerda que Sony estuvo a punto de comprar todos los personajes de Marvel por solo 25 millones de dólares. La operación no llegó a buen puerto porque los directivos hicieron esta pésima profecía: “¿Quién puede estar interesado en una película del Capitán América, Thor o Pantera Negra? ¡Nadie quiere eso!”

A partir de ahí, las sorpresas pronto dejaron de serlo. Sony dio luz verde al Spiderman de Raimi, y los responsables de Marvel, acostumbrados a bordear la bancarrota, se quedaron pasmados ante el éxito de su personaje en la gran pantalla. Como quien frota una lámpara, los directivos marvelitas pidieron tres deseos. «Primero: queremos producir películas. Segundo: queremos que esas películas nos hagan vender miles de juguetes. Y tercero: queremos abrir fuego con un personaje que les encanta a los niños (léase: que venda aún más juguetes)».

Deseo concedido: Iron Man fue un éxito de los que hacen época.

Sin tenerlo muy claro al principio, Marvel acertó en 2008 con esa tendencia que iba a triunfar en el nuevo siglo. Películas de superhéroes para niños, jóvenes y peterpanes adultos, con un punto de nostalgia destinado a los baby-boomers que leían esos mismos tebeos años atrás.

De ahí en adelante, la maquinaria empezó a echar humo. Disney se hizo con Marvel, Sony mantuvo las IPs que les correspondían y Warner dio una segunda oportunidad al catálogo de DC. Como siempre sucede con las modas, el subgénero de los superhéroes acaparó el mercado, y sus clichés se propagaron como tinta de calamar en otros géneros como el thriller, el terror o la ciencia-ficción.

¿Qué sobraba en la ecuación para optimizar este negocio? Las salas de cine. En realidad, el sueño de quienes dirigen estas compañías era y es evitar este desvío y comercializar sus productos a través de plataformas exclusivas.

«Llegados a este punto ‒dice Fritz‒, yo lo llamaría un cambio evolutivo. Es completamente inevitable. Es lo que realmente desean los grandes estudios, y también lo que quieren muchos consumidores. Algunos cinéfilos se pueden sentir decepcionados, pero la audiencia, sobre todo los jóvenes ‒algo comprensible en la era de Netflix‒ ya está acostumbrada a acceder a lo que quiere en cuanto lo desea. Es un tópico, pero es la verdad».

El Escuadrón Suicida es un producto propio de este ecosistema. Para empezar, maneja dos marcas de probada comercialidad. Por un lado, la del propio James Gunn, rentabilizando aquí su éxito con la superior Guardianes de la Galaxia, después de su despido temporal por parte de Disney. Y por otro, la IP de los personajes del panteón DC: en este caso, una rompedora serie de villanos y antihéroes creada por John Ostrander en 1987.

A esta operación comercial no le falta de nada. Se presenta como el reinicio de un lanzamiento anterior ‒Escuadrón Suicida (David Ayer, 2016)‒, lleva adosada una teleserie que se exhibirá en HBO Max ‒Peacemaker‒, e incluye ese humor de casquería y el tono macarra que Gunn ya descubrió y puso en práctica ‒atentos: aquí llega el factor nostálgico‒ gracias a Troma Entertainment, la productora independiente de Lloyd Kaufman y Michael Herz, responsable de títulos como El vengador tóxico (The Toxic Avenger, 1984), El monstruo del armario (Monster in the Closet, 1986), Sargento Kabukiman (Sgt. Kabukiman N.Y.P.D., 1990) o Tromeo y Julieta (Tromeo and Juliet, 1997).

Esta jugada de ajedrez de Warner da lugar a un producto extraño. Desde luego, su espíritu de serie Z y ese barniz desquiciado, propio de la moda trash, no son los habituales en una película-evento de 132 minutos, con un presupuesto de 185 millones de dólares.

¿Quién es el espectador potencial de esta película? No creo que sea el público familiar, a no ser que decidamos que esta salvaje heredera de El vengador tóxico es un film para niños (Tampoco lo era, por ejemplo, Slither: La plaga, del propio Gunn).

En realidad, si recordamos quién iba a ver este tipo de cintas en los ochenta y los noventa, tendremos claro que el realizador está pensando en un espectador adolescente. Pero este ‒vaya por Dios‒ es el que menos dinero gasta en entradas de cine. Si no está suscrito a una plataforma, me temo que optará por la piratería.

¿La disfrutará el publico adulto? Así lo creo, aunque conviene precisar. Casi todos los códigos y referencias de El Escuadrón Suicida llevan dedicatoria, y sólo los apreciará cabalmente un lector veterano de un sector muy preciso de los tebeos DC. En términos demográficos no es, ni mucho menos, una audiencia mayoritaria… pero quién sabe.

Como Gunn es un tipo inteligente y este es un artefacto carísimo ‒lo que conlleva un reparto de primera clase y excelentes efectos visuales‒, nos encontramos ante un film con bastantes hallazgos, muy bien empaquetado.

Sin embargo, en este delirio grandilocuente cabe el ingenio, pero también se cuela cierta cantidad de chatarra.

El Escuadrón Suicida es divertida gracias a una dinámica acumulativa. Por desgracia, creo que le faltan entidad y consistencia. Quizá porque los aciertos se desenganchan demasiadas veces de la trayectoria principal, como si funcionaran mejor como sketches.

Sin duda, la película incluye personajes carismáticos, pero al final, estos parecen ajenos a su propio carisma. Son los actores, y no el guión, lo que consigue salvar más de una escena.

¿Cuestión de gustos? Seguramente. Si tu talón de Aquiles son los villanos estrafalarios y no entiendes qué tiene de peyorativo el adjetivo desatinado, está claro que Gunn se dirige a ti. (En esto no hay nada que objetar: está claro que el director quería rodar una sátira extrema y disparatada, que nunca se resiste al placer de lo obvio).

En cambio, si ya no tienes edad o ganas de participar en la fiesta, o te preguntas por qué una serie B tiene que costar esta millonada, quizá llegues a otro diagnóstico.

En resumen, Gunn sabe entretener y sorprender, pero cuando tiene todo a su favor, no logra eso que siempre uno le pide a cualquier película: adhesión emocional.

Nota al margen: por competente que sea el doblaje, en este caso conviene optar por la versión original. No sólo por la presencia de voces como la de Sylvester Stallone, sino por ese vaivén idiomático entre español e inglés que anima la trama.

Sinopsis

Bienvenidos al infierno, también conocido con el nombre de Belle Reve, es la prisión con la mayor tasa de mortalidad de US de A. Allí están encerrados los peores supervillanos que harán cualquier cosa para escapar, incluso unirse a la supersecreta y turbia Task Force X. ¿La misión de hoy?: actuar o morir. Y para conseguirlo hay que reunir a un grupo de supervillanos entre los que están Bloodsport (Idris Elba), Peacemaker (John Cena), Capitán Boomerang (Jai Courtney), Ratcatcher 2 (Daniela Melchior), Savant (Michael Rooker), Rey Tiburón (Sylvester Stallone), Blackguard (Pete Davidson), TDK (Nathan Fillion), Javelin (Flula Borg) y el psicópata favorito de todos, Harley Quinn (Margot Robbie).

Después hay que dotarlos de todas las armas posibles y soltarlos (literalmente) en la remota isla de Corto Maltés, infestada de enemigos. Allí, el Escuadrón se abre paso por una jungla repleta de adversarios militantes y fuerzas guerrilleras. En su misión de búsqueda y destrucción, el único sensato es el Coronel Rick Flag (Joel Kinnaman) pero tienen a los tecnólogos gubernamentales de Amanda Waller (Viola Davis) rastreando cada uno de sus movimientos. Y como siempre, un movimiento en falso y están muertos (ya sea a manos de sus enemigos, un compañero de equipo o la propia Waller). Si alguien quiere hacerse rico, deberá apostar contra ellos: contra todos ellos.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.