A mediados de los noventa, cuando la mayoría de los clones de Alien (1979) habían quedado relegados a la serie B directa a vídeo, llegó a los cines una producción de gran presupuesto que trataba de recuperar y asombrar a un público ya muy acostumbrado a ver alienígenas repugnantes en pantalla. De hecho, Species fue la película más cara de todas las imitadoras del film de Ridley Scott que se habían hecho hasta ese momento.
En un laboratorio gubernamental secreto de Dugway, Utah, el doctor Xavier Fitch (Ben Kingsley) supervisa el asesinato con gas letal de una jovencita (Michelle Williams) encerrada en una cúpula acristalada, cuando ésta hace uso de una fuerza sobrehumana y escapa de su confinamiento, saliendo al exterior y abordando un tren con destino a Los Ángeles. Fitch convoca entonces a un equipo de emergencia compuesto por la bióloga molecular Laura Baker (Marg Helgenberger), el psíquico Dan Smithson (Forest Whitaker), el antropólogo Stephen Arden (Alfred Molina) y un agente “solucionador” de problemas del gobierno, Preston Farley (Michael Madsen).
El científico les explica que el programa SETI (que utilizaba radiotelescopios para “escuchar” señales electromagnéticas del espacio exterior que pudieran proceder de una civilización extraterrestre) recibió un mensaje conteniendo instrucciones para montar una cadena de ADN que fue luego implantada en un embrión humano de sexo femenino. El híbrido se desarrolló a gran velocidad, transformándose en poco tiempo en una niña a la que llamaron Sil y a la que decidieron matar tras sospechar que era una criatura peligrosa.
Para cuando llega a Los Ángeles, Sil se ha convertido en una bella mujer adulta (Natasha Henstridge), cuyos instintos le llevan a buscar con creciente desesperación un macho humano con la genética adecuada para aparearse. El equipo de Fitch deberá encontrarla, siguiendo el rastro de cadáveres que deja a su paso, antes de que consiga reproducirse y que su progenie se convierta en una amenaza para toda la especie humana.
A priori y sobre el papel, Species era una película prometedora. El director, el neocelandés Roger Donaldson, comenzó en la ciencia ficción con la distópica Perros de presa (1977, debut de Sam Neill), aunque fue el drama Acorralado en el Infierno (1981) el que le abrió las puertas del público y la industria estadounidenses, donde desde entonces ha desarrollado una carrera de perfil discreto en la que alternan títulos interesantes como No hay salida (1987), La huida (1994), Trece días (2000) o El robo del siglo (2008), con otros del montón como Cocktail (1988), Arenas blancas (1992), Un pueblo llamado Dante’s Peak (1997), Burt Munro. Un sueño, una leyenda (2005) o El pacto (2001).
En lo referente al reparto, Species puede presumir de contar con Ben Kingsley, Alfred Molina o Forest Whitaker (entonces no una cara tan conocida como hoy, pero que ya había hecho trabajos muy notables como secundario y protagonizado Bird,1988). Y, por si fuera poco, el proyecto consiguió la colaboración del insigne H.R. Giger, artista de lo perverso y creador del Alien original, para que diseñara la criatura Sil.
A pesar de esos ingredientes, Species no pasa de ser una decepcionante entrada en el subgénero de monstruos alienígenas. La criatura no se aparta mucho de lo que ya había podido verse en multitud de films de serie B con extraterrestres babeantes y el único elemento original podría ser que el alien se hubiera “cultivado” biológicamente a partir de las instrucciones genéticas captadas por un radiotelescopio.
El guionista Dennis Feldman (cuyos créditos hasta ese momento se limitaban a la comedia El chico de oro, 1986, con Eddie Murphy, y que luego perpetraría las secuelas de Species y Virus, 1999) dijo haberse inspirado originalmente en unas declaraciones de Arthur C. Clarke sobre la improbabilidad de una visita alienígena a la Tierra dadas las vastas distancias que separan a los sistemas planetarios. La solución que se le ocurrió al guionista y productor fue la de que una especie extraterrestre tecnológicamente avanzada se comunicara enviando información a través de mensajes de radio y que los radiotelescopios del Proyecto SETI, que cobró fuerza sobre todo a finales de los setenta y primeros ochenta, los captaran. El problema es que esa idea no era ni mucho menos nueva y ya había sido utilizada por la serie televisiva británica A de Andrómeda (1961), a partir de los trabajos realizados por el astrónomo Frank Drake (y de los que años después se derivaría la creación del propio Proyecto SETI).
Feldman imaginó esa premisa inicial en 1987 y la trasladó a un tratamiento de guion titulado El mensaje y que a diferencia de lo que acabaría viéndose en pantalla, era una historia más próxima a un procedimental policiaco. Durante años, fue refinándolo, documentándose y transformándolo en algo con más acción hasta que a principios de los noventa y a través de un productor con el que ya había colaborado, Frank Mancuso, vendió la historia a MGM.
Aunque carecía de experiencia con técnicas complejas de efectos especiales, Roger Donaldson fue el elegido por Mancuso para comandar este proyecto, en la esperanza de que pudiera darle al personaje de Sil cierta sofisticación no contemplada en el guion original. Tras leer éste, Donaldson accedió a la propuesta ya que estaba buscando una oportunidad para ampliar sus conocimientos con una historia que incorporara efectos especiales. Un aspecto éste que en el guion original no tenía tanto peso como en la película terminada, limitándose a una sola escena final de metamorfosis y manteniendo Sil su aspecto humano durante toda su huida.
Tal y como lo escribió Feldman, la transformación de Sil se parecía más a las grotescas carnalidades salidas del taller de Rob Bottin (La cosa, 1982) que a lo que pudo verse en el producto final. Fue Donaldson quien vio en el trabajo de H.R. Giger la incómoda sensualidad que encajaba perfectamente con la naturaleza alienígena y propósito de Sil y se esforzó por conseguir la participación del famoso pintor suizo. Por desgracia, la madre de Giger se encontraba gravemente enferma por entonces y él no pudo abandonar Zurich y viajar a Estados Unidos para involucrarse de primera mano en la producción de la misma manera que había hecho años atrás con Alien, y tuvo que “conformarse” con inundar todos los días al estudio con faxes de sus dibujos.
Ya con Donaldson a bordo, el guion de Feldman fue sometido a nada menos que ocho reescrituras en otros tantos meses (incluyendo uno no acreditado de Larry Gross que terminó en 48 horas) antes de recibir el visto bueno del director. Siguiendo sus instrucciones, los sucesivos guionistas trataron de hacer de Sil un ser que el espector pudiera comprender, haciendo que sus actos violentos nunca vinieran motivados por la simple maldad o el afán reproductor con vistas a la conquista planetaria sino por el puro instinto de supervivencia. Aunque en el último tercio el film pierde el rumbo en este sentido, no es fácil determinar quién es el auténtico villano aquí porque lo único que quiere Sil es que la dejen en paz y cumplir con su imperativo genético, mientras que el equipo de humanos que la persigue desea capturarla y aprisionarla, viéndola más como un objeto de estudio científico que como un ser inteligente y sensible.
La película no pierde el tiempo y arranca con energía suficiente como para captar la atención del espectador con esa escena inicial en la que Fitch intenta acabar con una niña de aspecto angelical e indefenso, y su inmediata fuga del complejo. Sin embargo, la explicación que se da poco después sobre la señal captada por el SETI no tiene relevancia alguna para el desarrollo de la película y se limita a ser una conveniente percha de la que colgar “científicamente” la historia.
Por otra parte, el guión contiene momentos de sorprendente torpeza. La inexperiencia de Sil en un mundo en el que lleva existiendo quizá sólo unas pocas semanas, se utiliza u olvida según interesa a cada escena: en una de ellas, por ejemplo, no sabe qué hacer con un sujetador; en la siguiente, tiene un perfecto sentido de la moda; hace tan solo unas horas que ha aprendido a conducir un coche y ni siquiera sabe que ha de rellenar el depósito de gasolina cuando se vacía, y ya está haciendo virguerías automovilísticas propias de un especialista. Y cuando decide que ya ha tenido suficiente de ser perseguida por esos molestos humanos, elabora un plan tan retorcido como inverosímil para fingir su propia muerte.
Species no es una película particularmente terrorífica y sólo contiene un par de escenas con auténtica tensión, siendo la mejor aquella en la que el equipo protagonista trata de cultivar otro espécimen a partir del ADN alienígena. Por supuesto, todo sale mal y la repugnante y amorfa criatura a punto está de engullirlos a todos.
Aun más burdo es el subtexto del film. En las diferentes entregas de Alien y sus imitadores, el monstruo representaba algún tipo de sexualidad perversa o una maternidad maligna, como en Aliens (1986). Pero en Species, uno bien puede pensar que el guionista concibiera a Sil como una metamorfa con el único propósito de acomodar algunas escenas subidas de tono y relacionar el concepto del ciclo reproductivo alienígena con la idea del sexo como algo peligroso e incluso letal; una asociación que por entonces abundaba en Hollywood en films de tanto éxito como Atracción fatal (1987) o Instinto básico (1992). En muchos aspectos, Species podría describirse como “Instinto básico con tentáculos”, porque Sil, encarnada por la rubia Natasha Henstridge, viene a ser una fusión conceptual del alien de Giger y la depredadora sexual que Sharon Stone interpretaba en aquella película. La metáfora de los peligros que acechan en el sexo en la era del SIDA es manejada de forma torpe a lo largo de la trama, como en la relación que se establece entre los ligues casuales en una discoteca y una criatura que va a matar por y con el sexo; o la sugerencia de que tal ser encontraría el territorio de caza perfecto en un Los Ángeles sexualmente depravado y decadente.
Tras su inestimable contribución al diseño de Alien, la película que más ampliamente hace uso de la siniestra sensibilidad artística de Giger es, precisamente, Species. La mayoría de las figuras biomecanoides de sus pinturas son mujeres, así que Sil resulta ser la primera encarnación femenina de su peculiar universo, siendo esa la razón por la que el suizo se sintió interesado por la película. Giger se declaró satisfecho con la plasmación física que Steve Johnson hizo de sus diseños, pero menos con la versión CGI que Richard Edlund hizo de Sil. Y con razón, porque esos efectos ya resultaban postizos y toscos en la época y no han mejorado con el tiempo. Además y como apuntó Giger entonces, no había motivos por los que esos planos del final no hubieran podido llevarse a término más convincentemente con un actor con traje de látex y prostéticos combinado con animatrónica. Tampoco se mostró conforme con los vástagos de Sil, opinando que desviaban la atención de la alienígena principal, y rehusó participar en su diseño. El monstruoso bebé CGI es tremendamente malo en todos los aspectos.
Hay también, intercalados por toda la trama, breves destellos oníricos, visualmente difusos y en los que aparecen dos criaturas copulando bajo el agua que simbolizan la emergente naturaleza alienígena de Sil y que no añaden gran cosa aparte de invitarnos a vislumbrar un chispazo de la enfermiza mente de Giger.
Pero la mayor extravagancia de Giger para la película fue una de estas escenas oníricas, la del Tren fantasma. Desde que tenía memoria, se había sentido fascinado por los trenes; pero, sobre todo, por uno en particular que se le aparecía en sueños: se veía a sí mismo de pie en el andén de una estación mientras un tren, compuesto de locomotora y vagones en forma de cráneos humanos sin ojos, avanzaba como una enorme oruga, aspirando a los viajeros del andén con un enorme apéndice. Al leer el guion de Species y detectar una escena en la que la joven Sil se despertaba en un tren en dirección a Los Ángeles, vio la oportunidad de insertar esos delirios en la película.
La justificación que adujo para incluirla fue la de un flashback de una vida previa que Sil había experimentado en su planeta origen. Presentó a los ejecutivos del estudio bocetos y un storyboard para una escena de treinta segundos, pero se topó con una evidente falta de entusiasmo, ya que ese pasaje ni hacía avanzar la trama ni aportaba nada al perfil de ningún personaje. Pero como no quería ponerse a malas con su diseñador estrella, el estudio dio luz verde siempre y cuando Giger fuera capaz de mantener el coste por debajo de cien mil dólares.
Poniéndose manos a la obra, reunió a un equipo de artesanos para ayudarle a fabricar el tren en miniatura movido por radiocontrol y el andén ferroviario. Invirtió varios meses y cien mil dólares de su propio dinero para hacer realidad su visión. Pero el conocimiento técnico requerido para fabricar y operar el “aspirador” de humanos no se encontraba en Zurich y la miniatura se envió a Los Ángeles sin su decorado complementario para ser fotografiado por los expertos de la compañía de Richard Edlund, que no utilizaron en absoluto el storyboard de Giger. Lo que llegó a la pantalla fueron únicamente tres planos que suman ocho segundos. Y para colmo, el estudio se negó a reembolsar a Giger el dinero que había invertido personalmente y sólo pagó la mitad del coste de la maqueta.
Dejando aparte el pésimo CGI, otros aspectos técnicos de Species están mucho mejor conseguidos, como la fotografía de Andrzej Bartkowiak, la certera edición de Conrad Buff (Abyss, Terminator 2, Mentiras arriesgadas) o la ecléctica música de Christopher Young (Hellraiser).
El reparto no tiene muchas ocasiones de lucimiento dado que todos los personajes son estereotipos. Quizá el mejor sea Michael Madsen, que desde Reservoir Dogs (1992) ha sido un actor al que merece la pena buscar aun cuando nunca haya contado con la gran película que le lanzara al estrellato. Su humor seco e ironía convierte a Foster en el más carismático del grupo –dentro de un orden, claro. Un actor tan sobresaliente como Kingsley está desaprovechado en un papel como este, encarnando al típico científico con pocos escrúpulos y con el que resulta imposible simpatizar. Hace poco más que mirar estúpidamente al resto, como si su presencia fuera una equivocación. Parece ser que actor y director no se llevaban demasiado bien y quizá ello contribuyó a la desgana del primero y la poca inclinación del segundo a darle momentos de brillo al personaje.
Alfred Molina consigue despertar cierta simpatía con su interpretación de un intelectual socialmente inepto. Forest Whitaker sobreactúa la neurosis de su émpata psíquico hasta el límite de no poder tomárselo en serio. Por otra parte, no hay la menor química entre la sosa Marg Helgenberger (antes de hacerse famosa con CSI) y Michael Madsen, a pesar de que precisamente sus personajes son los que tienen que poner en pantalla la típica tensión sexual de parejas disímiles en el cine.
En su debut cinematográfico, la canadiense de diecinueve años Natasha Henstridge demuestra poco más que su capacidad para lucir espectacularmente sin ropa con una total naturalidad –a lo que sin duda ayudó su experiencia como modelo–. Hoy resulta sorprendente ver como joven Sil a una Michelle Williams de quince años de quien todavía era imposible imaginar que llegaría a convertirse en una actriz de peso en películas como Brokeback Mountain (2005), Mi semana con Marilyn (2011), Manchester frente al mar (2016) o El gran showman (2017).
Species demostró que el subgénero de monstruos aún era capaz de atraer a un nutrido público amante de la serie B. Sobre los 35 millones de presupuesto, recaudó en todo el mundo nada menos que 113 millones. Por supuesto, semejante rentabilidad hacía inevitable una secuela –también inevitablemente, mucho más floja que la original–, que apareció en 1998 y en la que repitieron Michael Madsen, Marg Helgenberger y Natasha Henstridge. Esta última participó también en la solo marginalmente mejor Species III (2004, directa a video), pero no en la cuarta, Species: El despertar (2007, directa a video). El éxito de la película de Donaldson, además, propició que otros productores apostaran por exprimir la moda y en los años siguientes pudieron verse títulos como Mimic (1997), The Relic (1997), Deep Rising (1998), Virus (1999) o Supernova (2000).
Species, en definitiva, es una serie B con pretensiones que no supo sacar partido del talento de los implicados y que dura más de lo que debe (una hora y cincuenta minutos es excesivo para lo que cuenta y como lo cuenta). Aunque esa fuera la intención del estudio, no debe verse como un thriller de acción en la división de los de Ridley Scott o James Cameron. Species se contenta con jugar con elementos, recursos y trucos muy básicos pero que siguen funcionando. Hay momentos dinámicos y bien resueltos, pero el ritmo va y viene y nunca llega a construirse la atmósfera de terror adecuada.
Puede resultar decepcionante ese desperdicio de capacidad y dinero, pero por otra parte, no hay nada intrínsecamente malo con una película de serie B que, con sus tropiezos técnicos, interpretaciones acartonadas y previsible trama, consigue sin embargo hacer pasar un rato entretenido a quien se acerca a ella teniendo claro lo que se va a encontrar.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.