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«Misión a Marte» («Mission to Mars», 2000), de Brian De Palma

A mediados de los noventa del siglo pasado se produjo un auge en la ciencia ficción literaria sobre colonización marciana. Primero llegó la épica trilogía de Kim Stanley Robinson compuesta por Marte Rojo (1992), Marte Verde (1994) y Marte Azul (1996), una de las obras más importantes de la ciencia ficción dura de esa década. Siguieron Marte (1992), de Ben Bova; Marte se mueve (1993), de Greg Bear; y Rainbow Mars (1999), de Larry Niven.

Esta rediviva fascinación por el planeta rojo provino en no poca medida del descubrimiento, en 1996, de posibles microfósiles en un meteorito hallado en la Antártida en 1984, una roca que pudo haber llegado a la Tierra tras salir despedida de Marte a consecuencia de una fuerte colisión en su superficie. La posibilidad de encontrar indicios de vida en el planeta rojo y las fotos que de ese mundo envió el rover Sojourner un par de años después, despertó una vez más el interés de la opinión pública.

Y, como de costumbre, el cine siguió los pasos de la literatura. Misión a Marte no fue sino la primera de una apretada serie de películas que trataban de exponer de forma científicamente verosímil el desarrollo de una futura misión tripulada a Marte. Así, por aquellas mismas fechas, se estrenaron también Rescate en Marte (1999), Planeta Rojo (2000), Fantasmas de Marte, de John Carpenter (2001) y el anuncio de James Cameron de un proyecto en esa línea que nunca llegó a cuajar. Ninguno de estos títulos reunió méritos justificados para ganarse el favor de la crítica o el público y no sería hasta años después que Ridley Scott firmaría la que por ahora quizá sea la película “definitiva” sobre nuestro planeta hermano: Marte (2015).

En el entonces todavía distante año 2020, la Mars 1 se convierte en la primera misión tripulada que aterriza en Marte y poco después sus componentes descubren una gigantesca estructura sobresaliendo de la arena. Cuando se acercan a investigarla, todos sucumben víctimas de una fuerte tormenta de arena a excepción del astronauta Luc Graham (Don Cheadle). En Control de Misión, en la Tierra, no saben lo que ha ocurrido pero ciertos indicios les llevan a sospechar que hay algún superviviente y reconfiguran lo que iba a ser la expedición Marte II en una misión de rescate compuesta por el comandante Woody Blake (Tim Robbins), su esposa Terri Fisher (Connie Nielsen), el técnico Phil Ohlmyer (Jerry O’Connell) y Jim McConnell (Gary Sinise), que iba a estar en la primera expedición con su esposa pero que fue retirado de la misma tras la muerte de ésta y la subsiguiente depresión que padeció.

La nave de auxilio, sin embargo, resulta destruida por un accidente provocado por una lluvia de micrometeoritos ya en la órbita de Marte. Los astronautas –con la excepción del comandante Blake, que se sacrifica para salvar al resto– consiguen llegar a la superficie y se reúnen con Graham, que se ha mantenido con vida gracias a una extraña anomalía atmosférica que le ha permitido respirar oxígeno y construir un invernadero. A continuación, parten para investigar la estructura responsable de la aniquilación de la primera expedición, una construcción con forma de rostro humanoide y en cuyo interior encontrarán las claves para desvelar los secretos del origen de la vida en la Tierra.

Misión a Marte es una película muy diferente de lo que había podido verse en pantalla hasta ese momento relacionado con ese planeta. Anteriormente, Marte había sido simplemente una localización exótica para films como Aelita (1924), Vuelo a Marte (1951), The Angry Red Planet (1959); o el mundo de origen de alienígenas como los que pudieron verse en La Guerra de los Mundos (1953), Invasores de Marte (1953), La Diabla de Marte (1954), The Day Mars Invaded Earth (1962) o Marte necesita mujeres (1968). De toda esa caterva de títulos quizá las que se lo tomaron más en serio fueran Robinson Crusoe en Marte (1964), una digna pero –incluso en su tiempo– escasamente científica historia de supervivencia; la miniserie televisiva Crónicas Marcianas (1980) –aunque la visión de Bradbury también era deliberadamente anacrónica–; o Capricornio Uno (1977), un thriller sobre una conspiración para fingir el aterrizaje en Marte. En este contexto y con esos antecedentes, Misión a Marte fue la primera en esforzarse por recrear un planeta lo más realista posible y basado directamente en las fotos enviadas por las sondas de la NASA.

Misión a Marte tiene como director a Brian De Palma, un realizador que empezó a acumular prestigio en el cine de género allá por los años setenta del pasado siglo y gracias a una serie de películas como Hermanas (1973), El fantasma del Paraíso (1974), Fascinación (1976), Carrie (1976), La furia (1978), Vestida para matar (1980), Impacto (1981) o Doble cuerpo (1984). En la segunda mitad de los ochenta y los noventa, De Palma empezó a convertirse en un director de encargo cuyos mejores films fueron aquellos más personales y menos claramente adscritos al control de un estudio, como El precio del poder (1983) o Atrapado por su pasado (1993). Por el contrario, aquellos de sus títulos supuestamente más comerciales, como Corazones de hierro (1987), sobre la Guerra de Vietnam; La hoguera de las vanidades (1990), adaptación de una novela superventas de Tom Wolfe; o el thriller detectivesco Snake Eyes (1998), no acabaron de calar en el público. Cosechó un gran éxito con Los Intocables (1987) o Misión Imposible (1996), pero en retrospectiva, éstas parecen más un conjunto de escenas brillantes pero aisladas que narraciones bien cohesionadas por un guion sólido.

Y entonces, llegó Misión a Marte, un proyecto que nadie, ni siquiera sus más fervorosos seguidores, asociaba fácilmente a alguien como Brian De Palma, más apreciado por sus thrillers y su particular estilo narrativo. De hecho, si hubiera que elegir la película menos adecuada para uno de los más cínicos e iconoclastas directores de Hollywood, difícilmente podría proponerse algo mejor. No es que De Palma fuera completamente ajeno a la ciencia ficción porque Carrie y La furia pueden encuadrarse dentro del subgénero de “poderes mentales”; y también durante cierto tiempo estuvo involucrado en el proyecto de adaptar al cine El hombre demolido (1953), el clásico libro de Alfred Bester. Pero Misión a Marte suponía adentrarse mucho más explícitamente en la ciencia ficción bajo la forma de una aventura espacial optimista y repleta de efectos especiales. No sólo eso: fue producida por un estudio tan poco amigo de las polémicas como Disney (a través de Touchstone Pictures) e inspirada en un par de atracciones de sus parques temáticos. Y, para rematar, De Palma tuvo poco que decir respecto al guion. Llegó para sustituir al director inicialmente contratado, Gore Verbinksi, recibiendo un libreto escrito y reescrito por tres guionistas y un reparto actoral ya conformado.

¿Era capaz De Palma de renunciar, aunque fuera parcialmente, a su particular estilo con el fin de encabezar una película de ciencia ficción de abultado presupuesto y con caros efectos especiales apadrinada por un gran estudio que iba a dejarle escaso margen de maniobra? La respuesta, sorprendentemente, es que sí. El ejemplo lo hallamos nada más empezar, cuando los protagonistas y sus familias disfrutan de una barbacoa en la casa de uno de ellos. Sin llamar demasiado la atención, De Palma recurre a uno de sus viejos trucos: dos planos secuencia que duran varios minutos y que van presentando a los protagonistas y mostrando diferentes minidramas simultáneamente.

La ciencia ficción dura permite que De Palma –ayudado por sus frecuentes colaboradores, el director de fotografía Stephen H. Burum y el editor Paul Hirsch– escenifique momentos visualmente brillantes, como ese en el que, no contento con homenajear la escena del módulo rotatorio de Kubrick en 2001: Una Odisea del Espacio (1968) en la que los astronautas caminaban por el mismo, nos muestra un corte transversal del cilindro para mostrar desde diferentes ángulos las diversas actividades a las que los protagonistas se entregan despreocupadamente. O como el que quizá sea el más intenso del film, cuando la lluvia de micrometeoritos desata una cadena de desastres que culmina en la destrucción de la nave y la muerte de Blake. Esta secuencia, que dura unos veinte minutos, nos recuerda lo buen narrador que es De Palma: tiene suspense, gotas de humor negro, emoción y sentimiento… y está planificado, rodado y editado con precisión de relojero.

El guion de Misión a Marte está firmado por los hermanos Jim y John Thomas (que previamente habían escrito Depredador, 1987; y Depredador 2, 1990) y Graham Yost, el cual se había ganado fama de guionista de films tan abundantes en acción como escasos en contenido (Speed,1994; Broken Arrow: Alarma Nuclear, 1995; o Hard Rain, 1998). Pero donde más sobresalió fue en la miniserie televisiva sobre el programa espacial norteamericano De la Tierra a la Luna (1997), en la que demostró una impresionante capacidad para exponer con claridad e interés los desafíos técnicos y humanos que presentaba la auténtica ciencia espacial.

En Misión a Marte, tanto Yost como los hermanos Thomas se esforzaron por hacer creíble la faceta científica, investigando con documentación aportada por la NASA los hábitats artificiales, las velocidades orbitales, los procedimientos de maniobra y atraque espaciales o las maniobras extravehiculares (por desgracia, la mayoría del reparto parece no tener ni idea de lo que están hablando, especialmente Tim Robbins, que en algunos momentos llega incluso a parecer algo colocado). Aunque muchos de los críticos castigaron a la película por su “tecnocháchara”, lo cierto es que era vocabulario técnico que aportaba realismo y estaba en sintonía con el tono de ciencia ficción “dura” de la historia. Es más, el guion no se limita a encajar artificialmente vocablos científicos altisonantes, sino que utiliza la ciencia como base sobre la que montar escenas de gran suspense, como la mencionada lluvia de micrometeoritos y el arriesgado salto por el vacío espacial hasta el módulo orbital de la misión precedente.

Donde la película tropieza y se desploma es en su tercer y último acto, dilapidando todos los esfuerzos de guionistas y director por respetar en lo posible la realidad científica. Porque el descubrimiento de los restos de una civilización marciana y la entrada al mausoleo–nave de los alienígenas resulta poco sólido. No tengo nada en contra de terminar una película con un momento de reflexión en lugar de con una explosión de tiros y peleas; pero, si bien la idea e imágenes de un Marte capaz de sostener vida y la diseminación de ésta por la Tierra pueden ser científicamente asumibles, el film lo estropea con casposas imágenes de sabihondos alienígenas trascendentes y sueños de hermandad universal que ya habían quedado agotados en 2001: Una Odisea del Espacio, Encuentros en la tercera fase (1977) o Abyss (1989).

El alienígena, aunque pretenda ser un holograma, parece un dibujo animado de segunda división y las teclas emocionales que quiere pulsar la escena son tremendamente predecibles y simplonas. La imagen final de Jim McConnell abordando la nave extraterrestre y volando hacia las profundidades del espacio dejando atrás una estela de humo azul es tremendamente insípida y un final indigno del resto de la película. En su clímax, el film le pide al espectador que reflexione sobre los secretos del universo, pero tan torpe e infantilmente que fracasa a la hora de despertar un auténtico sentido de lo maravilloso. Siendo justos, hay que admitir que éste es el final más extraño de cualquier película de ciencia ficción producida por Disney desde El abismo negro (1979), pero también que sólo satisfará a una reducida porción del público.

Los problemas de la película, por tanto, derivan de un guion que aspira sin conseguirlo a combinar una aventura realista de astronautas en apuros con el espíritu más ambicioso y filosófico de predecesores como 2001: Una Odisea del Espacio. La verosimilitud y seriedad que dominan las dos primeras partes se diluyen como un azucarillo en la tercera y ni los poco carismáticos personajes ni los a menudo torpes diálogos logran compensar el descarrilamiento. Además, su duración de casi dos horas hace pensar en un autor que cobra por palabra y dispuesto a alargar una trama que no da para tanto.

Por todo ello, no es de extrañar que el recorrido comercial de la película fuera, siendo generosos, mediocre. Aparte de Francia, donde fue incluida en el programa oficial del Festival de Cannes y calificada inexplicablemente por Cahiers du Cinema como la cuarta mejor de aquel año, los críticos la maltrataron y el público la ignoró, recaudando solo un poco más que su coste de cien millones de dólares. Hoy, ni siquiera los especialistas en De Palma se molestan en prestarle demasiada atención.

Por su parte, el director admitió haber acabado harto de la laboriosidad y lentitud que implica rodar teniendo en cuenta los efectos especiales y el posterior proceso de integrar éstos en la imagen real. Según él, ésa fue la razón por la que dejó de trabajar en Hollywood para afincarse en Europa, donde haría películas como Femme Fatale (2002), La Dalia Negra (2006) o Passion (2012). No sería de extrañar que en esa decisión hubiera influido la pobre recepción de Misión a Marte y la decepción que sin duda ello le supuso.

Misión a Marte es una película que no se puede recomendar sin reservas pero que tampoco merece la pésima reputación que arrastra desde el mismo momento de su estreno. Evidentemente, no va a figurar jamás entre los títulos más granados de la filmografía de De Palma. Su guion es demasiado irregular y tiene un final que estropea los aciertos del planteamiento y desarrollo. Pero, a pesar de tratarse de un film esencialmente optimista y esperanzador, el espíritu del director se las arregla para asomar de vez en cuando en algunos momentos verdaderamente lúgubres, espeluznantes (Hay un momento en el que explota un cuerpo que recuerda, convenientemente diluido para no espantar más de la cuenta a los ejecutivos de Disney, al memorable final de La furia) o cínicos (como el despliegue de la bandera americana).

En sus momentos más bajos, Misión a Marte no es peor que tantas otras películas espaciales estrenadas antes y después que ella; en los mejores, sirve de recordatorio del talento cinematográfico de De Palma. Fue una película indiscutiblemente lastrada por los defectos apuntados, pero que también, aunque mal culminada, demostró algo más de ambición conceptual que otras producciones similares más obsesionadas por los efectos especiales que por la sustancia argumental.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".