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«Un lugar tranquilo» («A Quiet Place, 2018), de John Krasinski

A John Krasinski se le conocía sobre todo como actor, especialmente gracias a su papel de Jim en la serie televisiva The Office (2005-2013) pero también por su participación en otras películas y series. Debutó como director con la comedia Breves entrevistas con hombres repulsivos (2009), seguida del melodrama Los Hollar (2016), escribiendo entre ambas el guion de Tierra prometida (2012), de Gus Van Sant. Para su tercera película como director, Un lugar tranquilo, no sólo escribió también el guion y se reservó uno de los papeles protagonistas, sino que escogió para el otro a su propia mujer, Emily Blunt.

Krasinski realizó Un lugar tranquilo para la productora de Michael Bay, Platinum Dunes, que por entonces había ido poniendo su sello en unos cuantos remakes como La Matanza de Texas: El origen (2003), La morada del miedo (2005), Carretera al infierno (2007), Viernes 13 (2009), Pesadilla en Elm Street: El origen (2010) o Ninja Turtles (2014). Pero también sacó adelante proyectos originales dentro del cine de género, como Los Jinetes del Apocalipsis (2009), La semilla del mal (2009), La purga (2013), Ouija (2014), Bienvenidos al ayer (2015) o la serie televisiva de tono postapocalíptico The Last Ship (2014-18). Dentro de este amplio e irregular catálogo de cine fantaterrorífico, Un lugar tranquilo, además de ser el producto de mejor calidad de Platinum, resultó ser un éxito inesperado, recaudando unos 187 millones de dólares sobre un presupuesto de 17 y contándose entre los títulos más taquilleros de su año.

Tras la invasión de unas criaturas alienígenas en un futuro cercano, la sociedad humana se ha hundido víctima de la invasión de unas grandes criaturas ciegas pero hipersensibles a cualquier ruido y que atacan con una rapidez cegadora (tanto que ni se las ve venir) y enorme fuerza al infeliz que se hace oír. El resultado es que muy pocos han podido sobrevivir, entre ellos el matrimonio compuesto por Lee (John Krasinski) y Evelyn (Emily Blunt) Abbot, que viven en una granja con sus tres hijos, Regan (Millicent Simmons), Marcus (Noah Jupe) y Beau (Cade Woodward). Todos se han adaptado a vivir haciendo el mínimo ruido imprescindible, algo que no ha sido fácil porque Regan es sorda y no es consciente de si sus actos emiten o no algún sonido. Al menos, es gracias a ella que todos aprendieron en su momento el lenguaje de signos y ahora pueden utilizarlo para comunicarse con eficacia y seguridad.

La familia sobrevive cultivando su huerto y cogiendo lo que necesitan en las tiendas abandonadas de un pueblo cercano. En una de esas salidas, el pequeño Beau muere atacado por un alienígena debido a un descuido de su hermana.

Un año después, la familia aún trata de sobreponerse a la pérdida en un momento muy delicado: Evelyn está embarazada de nuevo y han de hacer los preparativos necesarios en la granja para que dé a luz sin hacer ningún ruido y sin la asistencia de ningún médico. Entretanto, Lee trata sin mucho éxito de enseñar a Marcus técnicas de supervivencia para cuando él ya no esté y Regan, en fase adolescente y culpabilizándose por lo sucedido a su hermano Beau, mantiene una relación tirante con su padre. Éste, a su vez, se esfuerza por fabricarle un audífono que la ayude a mantenerse con vida en ese mundo en el que cualquier sonido puede atraer una muerte súbita.

En la última década, ha ido conformándose un peculiar y desasosegante subgénero dentro de la ciencia ficción cinematográfica que consiste en escoger un aspecto familiar pero muy básico de nuestra realidad sensorial o mental y luego eliminarlo, recortarlo o deformarlo. Ahí tenemos, por ejemplo, A ciegas (2008), en el que todo el mundo se ve afectado por una epidemia de ceguera; Perfect Sense (2011), que imagina un mundo en el que la población va perdiendo un sentido tras otro; Los últimos días (2013), con el planeta devastado por una plaga de agorafobia; Embers (2015), en la que todo el mundo sufre de ataques periódicos de amnesia; o la posterior A ciegas (2018), donde la gente muere si deja sus ojos al descubierto mientras se halla al aire libre.

En esta ocasión, la historia imagina una situación en la que nadie podría hablar o hacer un sonido de cierta intensidad sin morir devorado. No es una premisa muy diferente a la propuesta por el primer film de Luc Besson, Kamikaze 1999 (1983), en la que los supervivientes de un mundo postapocalíptico habían perdido la capacidad de habla. La cinta española Don’t Speak (2015), sobre una isla en la que moría todo aquel que hacía algún ruido, estropeaba en su desarrollo la interesante premisa de partida. Y en 2019 y con un arranque similar, aparece The Silence, si bien estaba basada en un libro publicado antes del estreno de Un lugar tranquilo.

La película arranca ya con los personajes inmersos en la estresante situación y sin dar explicación alguna acerca de la misma. Esto atrapa inmediatamente la atención del espectador, que en la escena de apertura contempla intrigado y con inquietud creciente a la familia Abbot en el supermercado de un pueblo abandonado. Está claro que algo va mal, que hay algún tipo de peligro acechando, porque todos se mueven poniendo especial cuidado en no hacer ningún sonido, ni siquiera cuando retiran artículos de las estanterías. Se comunican solo por lenguaje de signos y luego vuelven a casa en fila india saliendo del pueblo por una calle que parece haber sido cubierta por arena o sal.

El más pequeño, Beau, quiere coger del supermercado un juguete, pero sus padres se lo prohíben porque hará demasiado ruido. Sin embargo, su hermana Regan, se compadece de él y se lo entrega a escondidas. Sabemos que la tragedia está servida y, efectivamente, no tarda en llegar. De camino a su granja, mientras atraviesan un puente, Beau empieza a toquetear el juguete, activando su sirena sin que su sorda hermana se percate de ello. De repente, algo surge del bosque y se lo lleva a una velocidad que impide ver nada. No solamente el espectador acaba de recibir su primer sobresalto, sino que ha aprendido, sin necesidad de una sola línea de diálogo, todo lo que necesita saber sobre la situación de ese mundo del futuro.

Un lugar tranquilo es una película angustiosa por cuanto sus personajes se ven obligados a suprimir esa reacción tan natural y humana como es la de gritar ante el peligro. Inmediatamente después de la secuencia de apertura, asistimos fascinados a la vida cotidiana de esa familia forzada a no hacer ningún sonido discordante con el del ambiente. Su supervivencia depende de su inteligencia y recursos para encontrar la forma de llevar una existencia con las necesidades materiales y emocionales razonablemente cubiertas pero en la que no se rompa el silencio. Todas las actividades mundanas han de reinventarse, como el cocinar y comer sin cubiertos ni platos de porcelana o metal; el juego del Monopoly se modifica para que las piezas no hagan ruido al tocar el tablero; las discusiones y la expresión de sentimientos han de articularse exclusivamente a través del lenguaje de signos…

El guion de Bryan Woods, Scott Beck y el propio Krasinski apenas contiene ningún diálogo o sonido emitido por humanos. De hecho y salvo las excepciones de La última locura (1976) y The Artist (2012), Un lugar tranquilo bien podría ser la primera película sonora en prescindir de los diálogos casi completamente. Han de pasar treinta y ocho minutos de metraje antes de que escuchemos una palabra. Paradójicamente, este silencio le da a las escenas una intensidad mucho mayor, incluso a aquellas en las que no hay acción, como esa en la que Lee y Evelyn bailan juntos en silencio mientras la canción “Harvest Moon” de Neil Young suena en unos auriculares compartidos.

John Krasinski se revela aquí como un director de terror extraordinariamente dotado que, escena tras escena, compone momentos de intenso suspense para luego resolverlos sin fallos. En la primera parte y antes del prolongado clímax, la cotidianidad en principio pacífica de la familia viene punteada por intensos momentos de puro terror que nos recuerdan el continuo peligro que acecha a quien se descuida y el por qué han quedado tan pocos humanos vivos en el planeta.

Cuando el sonido es el enemigo, asustar al público resulta fácil. Basta con tener a los personajes conversando en lenguaje de signos y hacer que uno de ellos tropiece o tire involuntariamente algo al suelo; o que una pisada haga crujir la madera más de lo esperado… Pensemos en el ruido que hacemos todos los días con las cosas más sencillas: la vajilla, la cocina, los zapatos, las toses y estornudos, los juegos de los niños… En este mundo, todo eso puede suponer la muerte. Krasinski maneja ese poder con suma eficacia durante toda la película. Cada vez que se mueve un personaje, cada vez que coge un objeto, el espectador está en suspenso. Incluso cuando todos parecen estar a salvo y en el ambiente reina el silencio, el peligro es patente. Esta premisa tan sencilla pero también tan potente dota a todo el film de una tensión palpable más allá del predecible sobresalto puntual.

Tensión que va in crescendo conforme se acerca el momento del parto. Hay una escena horripilante en la que Evelyn, que se ha quedado sola en la granja, rompe aguas y baja al sótano huyendo de una de las criaturas que se ha acercado atraída por un ruido. Entonces, pisa un clavo que sobresale de la escalera y se perfora el pie. Haciendo un esfuerzo sobrehumano por soportar el dolor sin emitir un gemido, empieza a dar a luz escondida en la bañera mientras el alienígena deambula por la casa.

Su ordalía –y el espanto del espectador– continúa cuando su escondite en el sótano empieza a inundarse y ella tiene que tranquilizar al recién nacido mientras el monstruo husmea alrededor; o cuando los dos hermanos caen al silo del sembrado cercano y tratan de no ahogarse en el grano… cuando otro alienígena salta al interior. Todo el último tercio es una agonía terrorífica en la que las cosas se les ponen muy mal a los protagonistas, luego empeoran aún más y finalmente se tornan horribles.

Ahora bien, todo ese suspense no serviría para elevar a esta película por encima de la media si no consiguiera que nos preocupáramos por los personajes; y Krasinski acierta también en este aspecto. La muerte del pequeño Beau al principio ya despierta simpatía por la tragedia de la familia; vemos a Lee emplear su tiempo en encontrar la forma de ayudar a su decepcionada hija para que recupere audición y recopilar pistas sobre el misterio de los alienígenas y, quizá, una forma de matarlos o mantenerlos alejados. Evelyn trata de enseñar a sus hijos a sobrevivir en el incierto futuro. Marcus no consigue encontrar en su interior la valentía que sabe que necesita; mientras que Regan lidia con la frustración de ser sorda y el sentimiento de culpabilidad por lo que le sucedió a su hermano.

El tema subyacente de la película bien podría ser el de las responsabilidades que acompañan a la paternidad. Bajo este enfoque, los monstruos representarían cualquier peligro del que los padres deban proteger a sus niños. El guion convierte a Lee y Evelyn en los protectores de sus hijos en un nuevo y más peligroso mundo que, sin embargo, no ha alterado las eternas e imperfectas dinámicas familiares: se cometen errores, se reparten culpas, se imponen normas y restricciones para luego infringirlas, se reprimen emociones…

La pareja trata desesperadamente de reinventar una vida en un mundo en el que han sido arrinconados por unos monstruos invencibles. “¿Quiénes somos… si no podemos protegerlos?”, pregunta ella a su esposo refiriéndose a sus hijos. De hecho, el embarazo de Evelyn refuerza la importancia de proteger y guiar a la siguiente generación, de asegurar un futuro a la especie humana, aunque sea muy diferente al que habían pensado. Han sido silenciados por los alienígenas y ese silencio es ensordecedor no tanto por lo que no se escucha como por lo que no se dice. Resulta muy significativo que algunos personajes elijan romper su silencio con un alarido primario que les recuerda a ellos y a nosotros la importancia de esos actos de autoafirmación ante el mundo y la vida. No es que Un lugar tranquilo sea una película filosófica –nunca invierte demasiado tiempo en este subtexto–, pero está claro que más allá del terror que suscita hay un mensaje, por mucho que sus personajes no puedan articularlo con palabras.

Además del acertado guion y la dirección de Krasinski, hay que mencionar las sólidas interpretaciones de los actores, especialmente la de Simmonds como la conflictiva adolescente Regan, con su conmovedora mezcla de autoconfianza y dudas. La inocencia y personalidad sensible de Jupe hacen de Marcus un personaje verosímil con el que resulta fácil conectar. El carisma de Krasinski le permite encarnar un eficaz y muy humano héroe. Sus expresivos ojos y su lenguaje corporal hacen que su personaje siempre comunique algo aun cuando sus facciones queden parcialmente ocultas por una poblada barba. Pero quizá sea Emily Blunt la que más destaca de todo el reparto, no sólo por sus ocasionales ramalazos de humor, sino por su capacidad para dar vida a una mujer fuerte pero cariñosa, y para transmitir con inmejorable intensidad y verosimilitud el terror, la angustia y el sufrimiento físico.

Otro apartado que es preciso resaltar es el del diseño de sonido, lo cual puede a primera vista resultar paradójico en una película muda. Pero es que el silencio –o lo que parece silencio– también tiene sonido. Varios tipos de sonido, de hecho. Es algo crucial no sólo para dotar de vida a las escenas mudas sino para que aquellas con más acción y ruido resulten más apabullantes. El equipo de sonido hace un trabajo excelente consiguiendo que el espectador tome conciencia de los pequeños ruidos naturales o humanos que nos rodean cotidianamente pero a los que no prestamos atención, como el viento agitando las hojas de los árboles, los crujidos de las viejas casas de madera, los pasos de unos pies descalzos… así como lo difícil que resulta sofocarlos. Un lugar tranquilo atrae la atención del espectador por esa sonoridad ambiental sin llegar a ahogarlo en ella.

Uno de los mayores aciertos de Krasinski como director es la forma que tiene de suministrar continuamente información sin forzar abiertamente la misma y utilizando exclusivamente las imágenes. Quizá utilizando un plano inusual, o una cámara que se demora más de la cuenta en un objeto o una parte del cuerpo; situando de fondo pizarras con información o un conjunto de recortes de periódico… No solo resulta refrescante este planteamiento visual sino que, sin que se de cuenta, obliga al espectador a estar atento desde el mismo comienzo de la película.

Ese minimalismo es muy bienvenido en un panorama cinematográfico como el actual, que parece tener una fijación por la detallada construcción de mundos y explicar en demasía las cosas. Un lugar tranquilo nunca llega a revelar –apenas a mostrar– qué son las criaturas, de dónde vienen o qué pretenden. Ni siquiera los personajes se permiten teorizar al respecto (aunque, como he mencionado, Lee se esfuerza por entenderlas y recopila recortes de periódicos que piensa le pueden ayudar). La única información que tenemos sobre ellas al final de la historia es su sensibilidad al ruido, su velocidad y fortaleza física y su talón de Aquiles. Como en toda buena película de monstruos que se precie, Krasinski mantiene a los alienígenas ocultos o borrosos durante buena parte de la trama, jugando con la profundidad de foco para difuminar sus fugaces apariciones en segundo plano tras los personajes.

(Atención: espóiler). No es fácil rematar una película de monstruos sin caer en lugares comunes. Esta no es una excepción, porque tras el obligado sacrificio de uno de los miembros de la familia para salvar al resto, se finaliza con el tópico descubrimiento del punto débil de las criaturas y el comienzo de lo que, se supone, será el contraataque de la especie humana y la reconquista del planeta. (Fin del espóiler). De todas formas, el viaje hasta esa conclusión un tanto sosa es sobresaliente tanto desde el punto de vista técnico como emocional.

Un lugar tranquilo es una película que mezcla los subgéneros postapocalíptico y de monstruos y en la que se explora la capacidad de supervivencia del ser humano y las dinámicas familiares bajo extrema presión. Si tiene éxito a pesar de la escasa utilización de efectos especiales y una trama que en el fondo es muy escasa, es porque acierta en los pequeños detalles y se centra más en las relaciones entre los personajes que en los trucos visuales. Una película, en definitiva, de terror intenso pero que no renuncia a las emociones.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".