Desde hace años, las dos grandes del cómic norteamericano, Marvel y DC, se han empeñado en renovar periódicamente sus respectivos universos de personajes en un intento de simplificarlos y atraer así nuevos lectores. En realidad no sólo no lo consiguen, sino que expulsan a muchos de sus aficionados tradicionales para acabar quedándose con un núcleo duro de incondicionales inmovilistas. Macroeventos como “Now!” o “Los Nuevos 52” obligan al comprador a seguir innumerables y aburridísimos crossovers para luego encontrarse con que el resultado final no es más que una variación de lo anterior, quizá con alguna nueva colección de previsible corta vida y escasa ambición creativa.
Tomemos, por ejemplo, el caso de DC. “Los Nuevos 52” arrancaron en 2011, poniendo a cero la continuidad de toda la línea de cómics de superhéroes y con el propósito de simplificar y modernizar los personajes. Se intentó también ofrecer versiones “más humanas” de los iconos de la compañía, como Superman o Flash, con el recurso de saturar sus vidas privadas con problemas y miserias de todo tipo. Aunque tuvieron éxito al principio, la mayoría de todas esas reformadas colecciones no resultaron ser más que una vuelta a los noventa, cuando los editores animaban a los autores a inyectar en los cómics abundantes dosis de testosterona, enormes pistolones, pechos imposibles y malas caras a mansalva. Pero pasada la burbuja especulativa que acompañó a aquella moda, los lectores ya estaban bastante cansados de tanto héroe violento y psicótico, por mucho que esa visión cínica y desengañada acabara diluyéndose algo para convertirse en una especie de difuso tono sombrío (trasladado a la pantalla por Christopher Nolan y Zack Snyder en sus respectivas adaptaciones de Batman y Superman). DC tomó nota del hastío de los fans y empezó a lanzar títulos más ligeros, como Gotham Academy, y recrear viejos personajes de forma más optimista, como una adolescente Batgirl.
Por otra parte y a pesar de todos sus intentos por renovarse, DC sigue obteniendo sus mejores resultados comerciales gracias a la nostalgia. Con la excepción de las etapas de algunos nombres de peso en las colecciones regulares (por ejemplo, Grant Morrison en Batman), el material que mejor se vende a los fans –tanto habituales como ocasionales– son las historias autoconclusivas ambientadas en el pasado de los personajes, como El largo Halloween (1996), Batman: Año Uno (1987), Justicia (2005), Los Mejores del Mundo (1990)… Su éxito se debe a que esas obras se basan en recuperar las características elementales de los grandes héroes (sobre todo, Superman, Batman y Wonder Woman) y reorganizar y reinterpretar sus primitivas aventuras de los cincuenta y sesenta –a menudo simplonas y absurdas– en forma de sólidas narraciones de épica y/o misterio ejecutadas gráficamente con gran talento.
Entre marzo y noviembre de 2004, DC publicó lo que probablemente es una de las mejores reformulaciones de su propio e irregular pasado: La Nueva Frontera (DC: The New Frontier), escrita y dibujada por Darwyn Cooke y coloreada excepcionalmente por Dave Stewart.
Para cuando comenzó la Nueva Frontera, el canadiense Darwyn Cooke ya había trabajado en diseño gráfico, ejercido de director artístico para conocidas revistas y desarrollado una premiada carrera como creativo publicitario. Y todo ello antes de empezar como dibujante de storyboards para el departamento de animación de Warner Brothers. La experiencia que acumuló en esos diversos campos hicieron de él, llegado el momento, un autor con un estilo muy personal e influenciado por múltiples fuentes más allá del a menudo autoreferenciado y limitado mundo del cómic de superhéroes. Su estudio del lenguaje cinematográfico y su talento como diseñador lo convirtieron, aun antes de internarse en el medio, en uno de los autores de cómic más y mejor preparados.
Y así lo demostró desde el principio. Su primer cómic, ya ejerciendo de autor completo, Batman: Ego (2000), fue sobresaliente. No necesitó aprendizaje dentro del medio. Toda su trayectoria hasta ese momento le había proporcionado la madurez artística que muchos autores pasan años intentando conseguir. Era un artista con una visión y estilo personales, con un profundo conocimiento del lenguaje narrativo y una elegancia gráfica que recuperaba el optimismo, ligereza y exuberancia de otros tiempos. A Batman le seguirían sus innovadoras y exitosas interpretaciones de Catwoman (2001), X–Statix, Spiderman o Lobezno. Y, por fin, en 2004, se embarcó en su proyecto más personal y complejo, La Nueva Frontera, un regreso al verdadero origen de las historias de superhéroes estructurado en seis volúmenes.
No resulta fácil resumir una historia tan compleja –que no complicada de leer– como La Nueva Frontera, ya que abarca un arco temporal de quince años y está repleta de personajes, subtramas y referencias tanto a la historia del Universo DC como a la de Estados Unidos.
La acción arranca de una manera inusual, sobre todo si se esperaba que, tratándose de una colección de superhéroes, Superman, Wonder Woman y Batman estarían dirigiendo la trama desde el comienzo. En cambio, el lector se encuentra con una mezcla de aventura prehistórica y drama bélico. En los momentos postreros de la Segunda Guerra Mundial, una unidad militar de élite conocida como Los Perdedores se halla en la zona del Pacífico buscando al extraviado coronel Rick Flagg y su escuadrón. Lo encuentran en una isla habitada por dinosaurios (en referencia a las historias de La tierra olvidada por el tiempo, serializada dentro de la colección Star Spangled War Stories a partir de 1960), y allí tienen lugar los primeros actos de valor y sacrificio. Los primeros héroes que vemos mueren fuera de la vista del público y, aunque cumplen su misión, nadie sabrá jamás de ellos. Es un comienzo amargo y desconcertante, pero también intrigante. El papel que juegan los dinosaurios en la historia sólo se conocerá más adelante.
El siguiente segmento supone la acertada inclusión de nombres y acontecimientos históricos dentro de la línea temporal de DC. De esta manera, Cooke sincroniza los principales conflictos y temas de la época (el final de la Segunda Guerra Mundial, la Caza de Brujas, la guerra de Corea, la Guerra Fría, la Carrera Espacial, la intervención en Vietnam…) con el devenir del universo DC, creando de esta forma una especie de línea temporal paralela a la nuestra pero no totalmente ajena al lector. Así, el autor utiliza el escenario histórico y social de la posguerra para jugar la carta de los superhéroes como peligro público, un tema que ya se había podido ver en cómics tan dispares como Watchmen o la saga Civil War. En este caso, llegada la paz tras la Segunda Guerra Mundial, mucha gente se empieza a cuestionar la necesidad de tener vigilantes enmascarados en sus calles. Al fin y al cabo, los buenos ganaron la guerra. ¿Para qué se los necesita ya? Aprovechando ese ambiente, el senador McCarthy y su séquito de cazadores de comunistas obligan a los justicieros enmascarados, entre ellos a los miembros de la Sociedad de la Justicia, a someterse a una regulación y supervisión gubernamentales o abandonar sus actividades de vigilantismo. Ello conlleva el retiro forzoso de casi todos los superhéroes. Algunos tratan de continuar al margen de la ley pero, a la postre, sólo Batman es capaz de hacerlo sin caer en las redes de las autoridades.
Este declive funciona, además, como guiño al derrumbe que experimentaron las ventas de comic books de superhéroes tras la Segunda Guerra Mundial. Una vez terminado el conflicto, los intereses del público cambiaron y cuando en los cincuenta, la industria del cómic fue sometida a la investigación de un comité del Senado bajo la acusación de contener material violento, los editores se rindieron, creando un órgano de autocensura y rebajando el tono de las historias hasta convertirlas en material claramente infantil. .
De esta manera, los únicos que Cooke mantiene activos en La Nueva Frontera durante estos años oscuros son Batman, Superman y Wonder Woman (cuyas colecciones fueron las únicas que nunca llegaron a cancelarse en los cincuenta). Los dos últimos han decidido contemporizar –al menos inicialmente– con la corriente anticomunista del gobierno americano, participando en misiones encubiertas en los conflictos que tienen lugar en Asia. Cuando los vemos por primera vez, en el capítulo cuatro, Superman visita a Wonder Woman en la Indochina francesa, donde ella y un puñado de mujeres supervivientes están celebrando su victoria sobre sus violentos captores varones. Y con victoria se entiende que la amazona dejó que las mujeres asesinaran a aquéllos. Superman la reprende e inmediatamente Wonder Woman le responde: “¿Qué tengo que hacer? ¿Sonreír y darles una caja de banderas? Sus familias, sus compañeros…sus hijos fueron asesinados ante sus ojos. Esto es una guerra civil. Les he dado su libertad, y una posibilidad de justicia…¡al estilo americano!”.
Al decir Superman que informará de todo ello al gobierno, ella se alza poderosa y condescendiente sobre él como haría una verdadera amazona y le espeta: “Por supuesto Kal, las reglas son las reglas. No podemos involucrarnos salvo en algún sucio acto de sabotaje que apruebe nuestro gobierno. Echa un vistazo a tu alrededor. Aquí no hay reglas. Sólo sufrimiento y locura. Quiero que regreses y se lo digas a tu subsecretario. Ahí tienes la puerta, hombre del espacio”. ¿Se puede hacer una presentación más contundente de dos personajes clásicos?
Pero es que, además, la escena llega a la misma raíz de la diferencia que separa a Superman de Wonder Woman. A menudo se les contempla como una especie de dúo perfecto, los mejores representantes de sus respectivos sexos y, como tales, equivalentes. Si bien esto puede considerarse cierto en lo que se refiere a su fuerza e invulnerabilidad, sus visiones del mundo son muy diferentes. Superman, tal y como aquí se pone de manifiesto, ve las cosas en blanco y negro: está el bien y está el mal, y matar es algo que pertenece, sin lugar a dudas ni excepciones, en el segundo grupo. En cambio, Wonder Woman proviene de un pueblo de guerreras. Puede que sea una embajadora de la paz que considere la guerra como la última opción, pero no la descarta completamente. Evitará matar si no es necesario, pero no entiende tal acto como lo hace Superman. Para Cooke, es un personaje más gris que el Hombre de Acero y, por tanto, más cercano al lector. Puede que nos sorprenda y hasta que nos suscite rechazo lo que hace con las mujeres asiáticas –básicamente, convertirlas en verdugos de sus torturadores–, pero se la comprende perfectamente. La vida rara vez es blanca o negra, sobre todo en las guerras; y la rebelión contra los opresores es uno de esos casos que pueden justificar la violencia.
De entre los múltiples personajes que aparecen en la miniserie, resaltan especialmente Hal Jordan y John Jones, ambos enfrentados a las corrientes culturales de la América de los cincuenta. El uno, un piloto de guerra que se niega a matar al enemigo aunque sea comunista y, por ello, se gana la desconfianza y burla de sus superiores; el otro, un extraterrestre perdido en la Tierra, un ser bondadoso y valiente que, sin embargo, ha de ocultar su verdadero aspecto y naturaleza para evitar ser víctima del miedo y el prejuicio. El uno se convertirá en Linterna Verde; el otro en el Detective Marciano; pero durante buena parte de la obra ambos ejercen de símbolos de las tendencias de una época: Jordan encarna el sueño colectivo del viaje espacial; Jones, la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas.
El metamorfo Detective Marciano –que realmente es de Marte y de vez en cuando deja ver su auténtica y grotesca fisionomía alienígena– protagoniza una de las subtramas más interesantes. En ella, evoluciona desde esquivo extranjero que aprende todo lo que puede de su nuevo hogar y sus habitantes a través de los programas de televisión, a auténtico pilar de la comunidad superheroica y bastión de esperanza. Es un viaje que refleja quizás el que experimenta un adolescente cuando empieza a comprender la complejidad del mundo que le rodea. Cuando finalmente conoce a Superman, el Detective Marciano le dice las mismas palabras que podrían haber salido de un joven Darwyn Cooke en igual situación: “Disfruto mucho en el cine con sus aventuras animadas”.
Cuando el Detective Marciano decide integrarse en la sociedad humana, lo hace bajo la forma e identidad de John Jones, detective de la policía de Gotham. Junto a Slam Bradley (otro de los viejos y casi olvidados detectives del catálogo de DC que el guionista Ed Brubaker y el propio Cooke recuperaron para su miniserie de Catwoman), investiga un culto que adora algo llamado El Centro. En el curso de sus pesquisas se topan con la leyenda urbana conocida como Batman, una figura de aspecto tan amenazador que aterroriza al mismo niño que acudía a rescatar de manos de los fanáticos. Más adelante, Jones y Batman acuerdan unir esfuerzos para combatir la maligna influencia de El Centro.
Cuando el Hombre Murciélago se presenta en el apartamento de Johns, dejando claro que ha sido capaz de averiguarlo todo sobre él, le espeta: “Te he estado vigilando, Mr. Jones. Lo sé todo sobre ti. Excepto de dónde vienes. Mi instinto me dice que eres de fiar, pero no te equivoques. Hizo falta una viruta de meteoro de setenta mil dólares para detener al de Metrópolis. Contigo sólo necesito una caja de cerillas” (haciendo referencia a la vulnerabilidad que Jones tiene al fuego). Es un ejemplo del tipo de diálogos que Cooke vierte en el cómic: tan afilados como reveladores de la personalidad de quien los pronuncia.
Pero probablemente sea el piloto de pruebas Hal Jordan a quien Cooke dedica mayor atención. Lo conocemos en 1948 como un jovencito entusiasta de la aviación que se cuela en una base aérea para conseguir un autógrafo de Chuck Yeager, el legendario piloto que consiguió por primera vez romper la barrera del sonido. Más adelante, lo volvemos a encontrar combatiendo sobre los cielos de Corea muy poco tiempo después de que se hubiera firmado el armisticio. Es derribado en una zona remota y se encuentra con un soldado norcoreano que, ignorante del cese de hostilidades, que le ataca. Jordan, en un trance de vida o muerte e incapaz de comunicarse con el soldado, se ve obligado a matarlo.De corazón tan patriota como pacifista (“Mi país me lo ha dado todo. La libertad, la oportunidad y la ocasión de volar. Debo mi vida a mi país. Pero nunca he sentido que debiera a mi país las vidas de otros”), Jordan queda traumatizado por esa experiencia y se pasa al sector privado como piloto de pruebas para Ferris Aircraft, empresa que resulta ser una fachada del ejército norteamericano. Sometido a infinitas pruebas de todo tipo, Hal cree que va a participar en el proyecto espacial, hasta que le revelan que el gobierno ha descubierto la existencia de marcianos en la Tierra (John Jones) y que tienen la intención de acabar con ellos en su propio planeta, misión para la que le han escogido.
Cooke deja claro que Jordan, un simple humano, posee una fortaleza que le iguala con los Tres Grandes, por lo que su posesión del anillo de los Linternas Verdes resulta más que justificada. Éste proviene del alienígena moribundo Abin Sur, cuya nave se estrella en la Tierra y que tiene tiempo antes de morir para entregarle el arma a Jordan, un arma que funciona con la simple fuerza de voluntad y que permite a su portador volar y fabricar cuerpos de luz sólida. Mientras tanto, la presión ejercida por el gobierno americano ha hecho que Barry Allen, alias Flash, abandone su carrera de justiciero; y Wonder Woman se retire a Isla Paraíso después de que el presidente Eisenhower le invitara a ello: su ayuda ya no era necesaria; se había convertido en algo molesto, una activista política que incomodaba al gobierno.
Mientras todo esto tiene lugar, un ente maligno, El Centro, va tomando forma. Es un ser primordial muy del gusto lovecraftiano. Durante años ha venido manifestándose en forma de enjambres de monstruos (como los que combate el Escuadrón Suicida), dinosaurios en islas remotas (en el capítulo de apertura) y gente que pierde la razón (como los fanáticos que le adoran o científicos y escritores que tienen visiones). Este poder maléfico parece provenir del centro de la propia Tierra, como si estuviera alimentándose de los aspectos más oscuros de la naturaleza humana en esta era de cambios.
Cuando por fin emerge, como si de un colosal tumor se tratara, amenazando la vida de todo el planeta, una legión de variopintos héroes –incluyendo a Adam Strange, Aquaman, Flecha Verde, los Investigadores de lo Desconocido, los Halcones Negros, Atom…) se reúnen para presentarle batalla. Cooke acierta de pleno al situar en el centro de este drama épico la relación entre Superman y Wonder Woman, dos de los más poderosos héroes de DC. Cuando ella cae gravemente herida y él se siente inseguro de asumir el liderazgo, ella le dice postrada en la cama de un hospital: “Viene de camino hacia aquí, Kal. Tenía que advertirte. Es demasiado grande para detenerla tú solo. Para derrotar a esto, tendréis que uniros…por un bien superior. Tú debes liderarlos, Kal”. Le besa tiernamente mientras repite la frase que le dijo años atrás en Indochina: “Ahí está la puerta, hombre del espacio”. A continuación se desploma ensangrentada, dejando al lector ignorante de si ha muerto o sólo está inconsciente. Es un momento de enorme carga emotiva al tiempo que de definición de la relación entre dos personajes icónicos y de momento clave en la evolución de Superman.
Wonder Woman, sin embargo, no será la única víctima en la batalla contra la amenaza de El Centro y las páginas que siguen tienen todo el impacto épico y dramático del mejor cómic de superhéroes. La historia termina justamente en 1960, año en el que se publicó el primer número de la colección de la Liga de la Justicia de América y en el que Kennedy propuso la idea de una Nueva Frontera en su famoso discurso.
Aunque era canadiense, Cooke siempre se sintió fascinado por la era Kennedy, con sus tensiones derivadas de la Guerra Fría, las turbulencias sociales y la estética sesentera. La Nueva Frontera sitúa los orígenes de la Liga de la Justicia y los personajes de la Edad de Plata en ese contexto. De hecho, no sólo el título sino el propio espíritu de la historia fue tomado del discurso que pronunció Kennedy en 1960 en el seno de la Convención Nacional Demócrata con ocasión de su nominación a la presidencia norteamericana en 1960.
Fue un discurso impregnado de cauto optimismo acerca de nuestra capacidad para trascender lo peor de la política: “Creo que el pueblo americano espera de nosotros algo más que gritos de indignación y disputas. Los tiempos son demasiado graves, el desafío demasiado urgente y las apuestas demasiado altas para permitir las pasiones acostumbradas del debate político. No estamos aquí para maldecir la oscuridad, sino para encender la vela que pueda guiarnos a través de esa oscuridad hasta un futuro seguro y sensato. Hoy, nuestro interés debe ser por ese futuro. Pues el mundo está cambiando. La vieja era se acaba. Las viejas costumbres no servirán”.
Esas palabras son perfectamente aplicables a los héroes de la historia, una reivindicación de los verdaderos valores de los mismos y, al tiempo, un rechazo a la “oscuridad” y un canto a la luz que debe emanar de esos héroes y que ha de servir de guía hacia un futuro mejor. Cooke reproduce, al final del cómic, esas y las siguientes líneas de todo el discurso de Kennedy en cartuchos de texto, acompañándolo de imágenes –dibujadas con su engañosamente inocente estilo– en las que pueden verse a los personajes de DC que encarnan todo lo que es bueno y malo de la humanidad: Wonder Woman leyendo a unos niños; Aquaman siendo aceptado en las Naciones Unidas como un igual; el Joker alzándose amenazador sobre el horizonte de Gotham; Lex Luthor contemplando sus contaminantes fábricas; los Nuevos Titanes, sonrientes, encarnando los mejores valores y el potencial de la juventud; o los héroes de la Liga de la Justicia reuniéndose por primera vez bajo sus siglas.
Otras viñetas, como la del reloj del apocalipsis nuclear, o la del niño negro alejándose de una fuente sobre la que cuelga un letrero que dice “Sólo blancos”, nos recuerdan que hay un mundo más allá del halo épico que rodea a los héroes, un mundo en el que siguen produciéndose injusticias sobre las que poco podrán hacer aquéllos: somos nosotros mismos quienes debemos salvarnos del peor lado de nuestra naturaleza. La sintonía entre esas imágenes y el discurso de Kennedy que las acompaña, es perfecta: “Hoy algunos dirían que esa lucha ha terminado, que todos los horizontes han sido explorados, que todas las batallas se han ganado, que ha no hay una frontera americana. No todos los problemas se han resuelto y no todas las batallas se han ganado, y hoy nos encontramos al borde de una Nueva Frontera, la frontera de los sesenta, una frontera de oportunidades y peligros desconocidos, una frontera de esperanzas y amenazas no cumplidas».
Una de las últimas viñetas, una doble página con todos los héroes avanzando o corriendo listos para el combate, resume en su texto el dilema que Cooke plantea en la obra: ¿Estaremos a la altura del desafío? ¿O debemos sacrificar nuestro futuro para disfrutar del presente? Ésa es la pregunta de la Nueva Frontera. Ésa es la decisión que debe tomar nuestra nación, entre el interés público y la comodidad privada, entre la grandeza nacional y el declive nacional, entre el aire fresco del progreso y la atmósfera rancia de la “normalidad”, entre la dedicación intensa y la creciente mediocridad”.
Son palabras con las que Kennedy expuso su visión y planteó su desafío al pueblo americano en un momento de profundos cambios. Aunque en otro contexto y para otro público, Cooke las utiliza con el mismo fin. ¿Qué tipo de héroes queremos? ¿Preferimos humanizarlos a base de cargarlos de imperfecciones? ¿O queremos que sean un reflejo de lo mejor de nosotros mismos como individuos y como especie, figuras ejemplares que nos muestren el camino que deberíamos seguir? E incluso, es un discurso que puede ser interpretado como mensaje a las propias políticas editoriales: ¿debemos conformarnos con productos mediocres con los que llenar los catálogos del mes y atenernos por tanto al declive de la industria y, con ella, del propio género de superhéroes? ¿O es mejor aspirar a la excelencia y no conformarse con nada peor que ella aun cuando suponga un riesgo?
La historia que plantea Cooke podría haber funcionado con los héroes Marvel, ya fueran Spiderman o Los Cuatro Fantásticos. Pero la esencia de los personajes de esa editorial residía precisamente en sus imperfecciones, como contraposición a los avatares y seres de talla mítica que conformaban el núcleo de los de DC. Cooke prefirió utilizar, por tanto, a los miembros icónicos de la Liga de la Justicia, cuyos poderes de vuelo, velocidad e inquebrantable fuerza de voluntad les permiten enfrentarse a las peores amenazas en igualdad de condiciones. Cooke sitúa a los héroes clásicos de la casa en una línea acorde con los altos ideales que Kennedy expuso en su discurso.
Siendo como son iconos, encarnaciones de determinados arquetipos (el alienígena omnipotente, el detective perfecto, la mujer total, el velocista, el portador de un arma invencible, etc…), Cooke les proporciona no sólo personalidades diferenciadas, sino una evolución. De ser héroes acorralados y acomplejados bajo la represión del McCarthismo, a través de una serie de circunstancias distintas para cada personaje pero insertas en un contexto común, reaccionan, se reúnen para combatir a una amenaza planetaria e inician una nueva era con las miras puestas en el espacio.
Ciertamente, la ambientación retro se adecua a la perfección al elegante estilo gráfico de Cooke. Pero es que, además y sobre todo, La Nueva Frontera supo recuperar aquello que antaño había hecho de los personajes y el entorno del Universo DC algo tan especial: es una historia sobre los ideales básicos que encarnan Superman, Wonder Woman, Batman o Linterna Verde, aquellos rasgos que los convierten en verdaderos héroes: el coraje ante la adversidad, la esperanza en un futuro mejor, la defensa de los semejantes, el espíritu de sacrificio sin esperar recompensa a cambio, y la emoción que supone recibir y utilizar al servicio del bien unos poderes maravillosos. Los héroes de La Nueva Frontera saben sonreir de una forma abierta y sincera, algo que resulta cada vez más raro de ver en los cómics modernos del género superheroico.
Es una visión del género honesta que, si no completamente nueva –al fin y al cabo era la que había dado origen a los superhéroes en los años treinta– si suponía una bocanada de aire fresco. La Nueva Frontera recupera la esperanza y el idealismo, no animando a refugiarse en las mentalidades y maneras del pasado, sino como forma de encarar el futuro. Hacía décadas que el género no transmitía alegría, magia y optimismo, rasgos que se echan de menos en muchos –quizá la mayoría– de los cómics de superhéroes actuales, más preocupados por lastrar con todo tipo de defectos y psicosis a los personajes para hacerlos “más humanos”. Para Cooke, en cambio, los superhéroes son precisamente la encarnación de nuestras más altas virtudes.
El propio Cooke reflexionaba así sobre las ideas con las que trabajó para la Liga de la Justicia en La Nueva Frontera: “El mundo siempre tendrá rincones oscuros, y el blanco y negro aparece en miles de tonalidades grisáceas; pero aquí tenemos a siete personas, buenas e íntegras pase lo que pase. Tienen el poder para esclavizar al mundo, pero trabajan sin descanso para mantenerlo libre. No sucumben a la envidia, la codicia o los celos y su sentido del deber está alimentado por una inquebrantable fe en la bondad básica de la Humanidad. Son, en el mejor sentido de la palabra, como niños. Esa es la verdadera esencia de la palabra Superhéroe”.
En este sentido, La Nueva Frontera es la antítesis del Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons. Ambas obras se estructuran alrededor de una trama básica similar en la que los héroes del mundo sufren el rechazo popular por sus acciones y que deben unirse para enfrentar una letal amenaza. Pero mientras que Watchmen prefirió interpretar a sus personajes y el mundo que los rodeaba desde un punto de vista cínico y desengañado, La Nueva Frontera opta por la esperanza y el optimismo. Lo cual no es óbice para que el propio Moore gustara de lo que Cooke proponía. La guionista Gail Simone relataba así una divertida anécdota: “Se que suena ofensivo, pero los cómics que hemos ido recibiendo de DC a lo largo de los años eran montones. Aparentemente, Alan Moore también había ido recibiendo estos cómics y al final les dijo: “Por favor, no me envíen ningún cómic más, gracias, están poniéndome la casa patas arriba. Excepto La Nueva Frontera. Ese sí lo pueden seguir enviando”.
La vuelta a los valores más básicos y sencillos de los superhéroes no significa en absoluto que estemos ante una historia simple, ni en su planteamiento, ni en su estructura, temas o construcción de personajes. Todo lo contrario: es una narración y extensa que involucra a docenas de personajes con sus respectivas subtramas, que sigue una narrativa no totalmente lineal y en la que introduce multitud de temas de lo más diverso, como el racismo y los prejuicios, la carrera espacial como sueño para unos y como arma política para otros, el pacifismo, la intervención americana en terceros países, la búsqueda de la propia identidad y propósito vital, la responsabilidad, la necesidad o no de ejercer violencia en determinadas circunstancias, el papel de los héroes en la sociedad…
En cuanto al estilo gráfico de Cooke, recuerda tanto a los lápices de Jack Kirby –cuyos héroes de mandíbula rotunda e incontenible energía física definieron el resurgir del género en los sesenta– como a los trabajos de animación de Bruce Timm, que llevó al éxito televisivo todas las series de animación de DC de las que se encargó en los noventa y dos mil. Su trazo grueso, rostros sonrientes, dinámica narrativa y potentes diseños de viñeta evocan y al tiempo trascienden la simple nostalgia.
Es capaz, además, de incluir muchísimos detalles en las viñetas, por ejemplo, las multitudes que asisten en Las Vegas al combate entre Ted “Wildcat” Grant y Muhammad Alí; o el público de la sala de cine a la que asiste el Detective Marciano: no se contenta con dibujar circulitos anónimos como rostros, sino que se toma el tiempo necesario en dibujar cada cara y diferenciarla del resto; y ello sin que la imagen parezca sobrecargada de trazos y líneas. Aunque dibuja las figuras con un aspecto atemporal, casi icónico, nunca pierden su humanidad y verosimilitud.
Cooke puede dibujar igualmente bien una escena tranquila o una frenética batalla multitudinaria. Un par de ejemplos: las tres páginas que narran el primer encuentro entre Hal Jordan y Carol Ferris dejan totalmente claro la complicidad que surge entre los dos durante una tranquila cena a la luz de la luna. Es un momento presidido por la serenidad y la sensualidad a partes iguales. En contraste e igualmente genial es la forma que tiene de representar la inimaginable velocidad de Flash. La página doble con tres viñetas en la que corre de Central City a Las Vegas para rescatar a su novia transmite verdadera sensación de determinación y peligro. Con la misma maestría transmite los momentos de mayor desesperación (la muerte en combate de uno de los miembros del Escuadrón Suicida; el asesinato de la familia de John Henry a manos del Ku Klux Klan) y los de luminosa esperanza (Aquaman salvando a Superman o los héroes celebrando su victoria).
Su pulida técnica narrativa le permite ofrecer la imagen perfecta para cada ocasión, comunicando sin palabras lo que a un escritor literario le costaría una página entera. Cuando es necesario un pasaje más expositivo o bien introducir de forma breve información que será relevante más avanzada la trama –o simples guiños al fan veterano– recurre a reproducir ficticios recortes de periódico, emisiones radiofónicas o televisivas o noticieros cinematográficos, lo que le permite además hacer un ejercicio de estilo marcando la evolución de las modas y el lenguaje en los medios de comunicación de masas. Utiliza con profusión las viñetas–página, pero no como forma de exhibirse ni de incluir un mero pin–up gratuito, sino como forma de rematar dramáticamente una secuencia, o como signo de puntuación gráfico. El combate de boxeo de Ted Grant, por ejemplo, se abre con una doble página de él cayendo a la lona a punto de ser definitivamente derrotado, y se cierra ocho páginas después con una página–viñeta mostrándole victorioso, alzando los brazos entre la multitud mientras llueven sobre él rosas.
Otro ejemplo de su absoluta maestría lo constituye el capítulo nueve, con la secuencia de la astronave Nube Voladora, una auténtica montaña rusa emocional. Primero, el terror ante la inesperada tragedia: uno de los pilotos se vuelve loco, probablemente como influencia de El Centro, y deja la nave y sus dos compañeros, Rick Flagg y Karin Grace condenados a morir; a continuación la todavía más inesperada revelación que explica la animadversión que Flagg sentía por Hal Jordan y que invierte por completo las tornas respecto a lo que se había dado por supuesto hasta el momento; luego un destello de esperanza cuando los Investigadores de lo Desconocido acuden al rescate, momento que se arruina al enterarnos de lo que transporta la Nube Voladora y lo que puede causar en la Tierra si la salvan; y, finalmente, la tragedia, cuando Flagg y Karin se sacrifican para impedir que su carga entre en la atmósfera mientras Superman rescata a los rescatadores. Y todo ello dibujado con imaginación, sensibilidad y épica: las seis viñetas que marcan la rememoración de una vida soñada y no vivida y el sacrificio final de Flagg y Grace es antológica, como lo es la página-viñeta que le sigue protagonizada por Superman, o la siguiente, en el cementerio de Arlington… inmejorable.
“La Nueva Frontera” funciona a la perfección como un cómic alternativo al universo DC, pero también como comentario crítico del mundo real. Nos muestra lo lejos que hemos llegado y lo lejos que aún hemos de llegar. Analiza el heroísmo en todas sus formas, humano y sobrehumano; y lo hace narrando una historia que nunca baja el ritmo, que siempre es emocionante, emotiva e inteligente. Es una fusión perfecta entre la épica de unos superhéroes combatiendo una amenaza que puede destruir todo el planeta y pequeños pasajes íntimos y personales.
La obra le valió a Cooke el primero de sus trece Premios Eisner, el galardón más apreciado por la industria del cómic americana. Además, la adaptación de la historia como película de animación fue nominada para un Emmy, siendo para muchos la mejor película de superhéroes realizada hasta la fecha.
Darwyn Cooke murió en su casa de Tampa, Florida, el 14 de mayo de 2016 a la edad de cincuenta y tres años a causa de un cáncer de pulmón. Dejó tras de sí un legado de magníficas obras. Fue una pérdida irreparable para el mundo del cómic, no sólo por su arte, sino por su visión optimista de un género que en los últimos años se ha tomado demasiado en serio a sí mismo a base de empaparse de pesimismo. Al terminar La Nueva Frontera, uno desea que la Liga de la Justicia que aparece en una de las portadas –sonriente, segura de sí misma, satisfecha con su misión y optimista– hubiera tenido alguna posibilidad de prosperar en la actualidad del Universo DC. Aunque la miniserie se convirtió en un clásico instantáneo y fue aclamada unánimemente por recuperar el auténtico espíritu del género superheróico, la editorial decidió en cambio seguir la dirección contraria a la propuesta por Cooke.
Afortunadamente y gracias a autores como Darwyn Cooke, los lectores siempre tendremos obras como La Nueva Frontera, pequeñas pero maravillosas puertas a un pasado más radiante y colorido en el que los héroes nos inspiraban y enseñaban cómo lograr un mundo mejor.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.