En mitad del torbellino de crossovers, portadas fosforescentes en 3D y números 1 para coleccionista que se abatió sobre el sufrido lector de comic books americanos de los años noventa, apareció de la nada una miniserie que pareció gustar a todo el mundo, desde los adolescentes recién llegados al género obsesionados por los artistas hot del momento hasta los veteranos aficionados que soportaban desde hacía años la deconstrucción de sus personajes más queridos.
Se trataba de Marvels, cuatro números en formato prestigio, con papel de buena calidad, escritos por Kurt Busiek, quien había empezado en el departamento de ventas de Marvel antes de embarcarse en una errática carrera como guionista autónomo; y dibujados por Alex Ross, un joven pintor cuyo arte de corte naturalista no encontraba sitio en la moda entonces en boga de héroes malencarados, hipermusculados y armados hasta los dientes. Inicialmente, la miniserie fue concebida como un escaparate para la bella técnica de Ross, que se limitaría a narrar de nuevo los acontecimientos más importantes del Universo Marvel. Pero ya embarcados en el proyecto y aprovechando el realismo fotográfico del dibujo de Ross, ambos autores pensaron que quizá podían darle a la historia un enfoque diferente, auténticamente realista.
El concepto de “realismo” en los cómics de superhéroes ha cambiado mucho desde que naciera el género allá por los años treinta del siglo XX. Lo que empezó siendo esencialmente un género de aventuras fantásticas, se reconvirtió a finales de la década de los cincuenta en algo, si no más realista, al menos sí más verosímil, gracias al editor de DC Julius Schwartz, quien renovó varios de los héroes clásicos de la casa pasándolos por el tamiz de la ciencia ficción (Linterna Verde, Flash, Hawkman…).
Pero el paso definitivo lo dio Stan Lee en 1961, con la creación de Los Cuatro Fantásticos, el primer ladrillo en la construcción del Universo Marvel. Lee quería que sus personajes evolucionaran en el mundo “real”, en ciudades reales e interactuando con personas e instituciones reales. No más Metrópolis o Gotham, sino Nueva York y San Francisco. El salto que propició Lee en el género fue monumental y excede con mucho el propósito de este artículo, pero valga decir que hizo a sus personajes más humanos y menos superheroicos; los imaginó con debilidades no sólo físicas (como la de Superman a la kriptonita o el color amarillo de Linterna Verde), sino mentales, espirituales e incluso financieras, desde la esquizofrenia de Bruce Banner-Hulk a la dolencia cardiaca de Iron Man, de la inseguridad y problemas financieros de Peter Parker-Spiderman al auto-rechazo de Ben Grimm-La Cosa o la marginalidad de los X-Men… Eran personajes más complejos que los vistos hasta ese momento en el género y, por tanto, más próximos a los lectores. Fue esa genial idea lo que al menos en parte explica el enorme crecimiento y penetración que consiguió Marvel en pocos años.
Lo más cerca que ha llegado Marvel del realismo –al menos todo lo que un comic sobre superhombres puede hacerlo– tardó bastante más en conseguirse, concretamente treinta y tres años después del nacimiento de los Cuatro Fantásticos. Con Marvels no sólo el concepto de “realismo” en los superhéroes alcanzó una nueva dimensión, sino que la adopción de un punto de vista sobre los mismos igualmente realista permitió exponer interesantes cuestiones metalingüísticas sobre el propio género, tanto en su vertiente de ficción como en su relación con la industria y los aficionados.
Esa sensación de realidad la consiguió Busiek, paradójicamente y contradiciendo el título de la obra, haciendo que el auténtico protagonista de Marvels no sean los superhéroes, sino el hombre corriente del universo Marvel, esas pequeñas figuritas que en los comics normales aparecen por las esquinas de las viñetas limitándose a servir de comparsas impotentes, apenas salvando sus anónimas vidas de la destrucción que los superseres desatan a su alrededor. Y es que Marvels está narrado principalmente desde el punto de vista de uno de ellos, Phil Sheldon, un fotógrafo del Daily Bugle que contempla el nacimiento del fenómeno superheroico y su evolución a lo largo de la primera etapa del Universo Marvel. Phil es un hombre normal, alguien básicamente bondadoso capaz de, a su pesar, tener momentos de mezquindad; amante de su familia, apasionado de su profesión y, sobre todo, dispuesto no sólo a captar maravillosas fotografías de los superhéroes, sino a reflexionar sobre lo que éstos significan y cómo se relacionan con el hombre de la calle.
Porque lo que verdaderamente constituye el centro temático de Marvels es cómo la opinión pública va cambiando en su apreciación del fenómeno de los superseres. Aunque el protagonista es Phil, a través de su contacto con otras personas, desde su propia familia a compañeros de trabajo pasando por anónimos viandantes, se recogen otras visiones y opiniones respecto a la existencia de los superhéroes. El propio Phil, con el paso de los años y conforme más y más superseres hacen su aparición, modifica sus sentimientos al respecto, desde la admiración a la depresión pasando por el miedo, la impotencia y la rabia.
Cada número está centrado en una época o momento diferentes del Universo Marvel, empezando por la aparición de la Antorcha Humana y Namor a finales de los años treinta y terminando por lo que Busiek considera el fin de la inocencia en los cómics de superhéroes: la muerte de Gwen Stacy.
El primer episodio está ambientado en los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial y en él se narran la creación de la Antorcha Humana, la aparición de Namor, las difíciles relaciones entre ambos y su participación en el conflicto bélico, todo ello a través de los ojos de un joven Phil maravillado y ansioso por ser testigo del nuevo fenómeno. Pero, al mismo tiempo, no puede evitar un pensamiento ominoso que en el futuro no hará sino aumentar: «Prodigios, los llamamos. Y eso es lo que eran. A su lado, ¿qué éramos nosotros? Ya no los jugadores, sino espectadores». El Homo sapiens, en definitiva, ya no es el final de la cadena trófica y ese es un pensamiento que conforme se transforma en certeza, da lugar a miedo primero y resentimiento después.
Marvels tiene algo de deconstrucción del género. Nos propone una perspectiva novedosa de las batallas superhumanas entre la Antorcha Humana y Namor. No son acontecimientos tan emocionantes como podrían haber parecido la primera vez que se publicaron, sino que, para los ciudadanos de a pie del Universo Marvel, son algo claramente terrorífico: “Debería haber parecido un glorioso ballet aéreo”, nos dice Phil, “Peligroso, hermoso y emocionante. Y quizá lo fue. Pero no para nosotros. Lo que vimos fue matanza, destrucción y confusión”.
En un movimiento muy inteligente, Busiek amplia el odio ¿irracional? que tradicionalmente suscitaban personajes como Spiderman o los X-Men hasta la Edad de Oro, a aquellas primeras apariciones de los superhéroes, en una nueva aproximación a los mismos que los guionistas originales de esos tebeos jamás podrían haber imaginado. Por ejemplo, cuando Namor ha devastado la ciudad y la Antorcha Humana le deja ir en lo que siempre se había interpretado como un gesto generoso y noble, ahora se ve como una total indiferencia al sufrimiento humano y el concepto de justicia. Un ciudadano exclama indignado: “La Antorcha le dejó ir, ¡Después de todo lo que ha hecho! ¡No es justo!”. De esta forma, Busiek nos explica claramente el origen del odio y la desconfianza que la gente siente hacia algunos héroes aun cuando no hayan hecho nunca nada especialmente malo.
Pero cuando los superhéroes empiezan a luchar al lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, América los adopta como suyos y deja de criticarlos. Será con la aparición de los mutantes, años después, cuando la opinión pública se escinda. Y ese es precisamente el tema del segundo número, ambientado ya a mediados de los sesenta.
Los mutantes son los parias por antonomasia del Universo Marvel. Son, en cierta forma, el reverso oscuro y vergonzante de los superhombres. Puede que los Vengadores, el Capitán América, Iron Man o los Cuatro Fantásticos sean de vez en cuando víctimas de la volubilidad de la opinión pública y que su consideración oscile entre la de amenazas y salvadores; pero los mutantes son invariablemente tachados de lo primero.
No se suele explicar bien en el Universo Marvel el origen de ese odio. Al fin y al cabo, los mutantes son seres con superpoderes que no se diferencian tanto de Spiderman o los miembros de los Vengadores. ¿Por qué entonces son los mutantes las únicas víctimas de toda esa animadversión? Busiek, por fin, lo expone de forma clara y convincente. No se trata de que los mutantes sean poderosos, sino que a diferencia de Spiderman o los Vengadores el origen de sus poderes es genético, lo que les señala como inmediato reemplazo del Homo sapiens. No son dioses, rarezas producto de algún accidente o experimento o individuos normales que se sirven de avanzadas tecnologías. Son el futuro, y los hombres no pueden sino verse a sí mismos inferiores e indefensos. Como especie “inferior”, tienen miedo a desaparecer barridos por los mutantes. Y ese es un sentimiento que degenera fácilmente en odio.
Es un capítulo magnífico e inquietante, porque Busiek transmite con claridad y empatía lo que se esconde detrás del movimiento antimutante –equivalente en el Universo Marvel al racismo o la xenofobia–. El propio Phil cae presa de la tensión: “Obsoletos o no, no caeríamos sin plantar cara”, afirma tras participar en una turbamulta contra los X-Men. El mundo está cambiando muy deprisa y no se siente capaz de proteger a su familia en ese entorno de grandes amenazas cósmicas y devastadores poderes. Irónicamente, será precisamente su familia la que le hará ver que los mutantes no son en el fondo diferentes ni necesariamente peligrosos. Como sucede con los humanos, entre ellos hay malvados y benefactores.
Busiek subraya la alienación de los mutantes introduciendo como fondo de la historia un acontecimiento superhumano que despierta sentimientos radicalmente opuestos: expectación, ilusión, alegría, admiración… Se trata de la boda de Reed Richards y Sue Storm, toda una celebración social a nivel planetario. Al mismo tiempo que se ensalza a unos, se denigra a otros. Es, en definitiva, un cómic devastador, lleno de emotividad y pasión, que explica mucho mejor que miles de comics de los X-Men en qué consiste la marginación y el odio mutante en el mundo Marvel.
En el tercer número, la explosión de superhéroes despierta todo tipo de sensaciones. Desde el nivel de la calle, asistimos a las batallas de los Vengadores contra diversos supervillanos y, sobre todo, al enfrentamiento épico de los Cuatro Fantásticos contra Galactus y Estela Plateada. Pero el público comienza a estar dividido. Ante un ser como Galactus… ¿Qué puede hacer el hombre ordinario? Nada, tan solo regresar a casa con sus seres queridos y esperar el fin…o una salvación que sólo los superhéroes pueden obtener. Pánico, desesperación, impotencia, resignación…Los superhumanos suscitan ya tanta admiración como temor. Phil, horrorizado por su participación en las manifestaciones antimutantes e indignado por la ceguera de la opinión pública, pasa a defender a todos los superseres aun cuando la prensa comienza a atacarlos con dureza.
Por otra parte, Busiek también sabe reírse de sí mismo y de aquellos que tienden a ver en los comics cosas que no existen o extraer significados que nunca se pretendieron. En un momento de la serie, Phil explica a un colega sus reflexiones pseudofilosóficas sobre la naturaleza de los superhéroes; y éste responde: “Creo que has estado pensando demasiado en eso Phil”. Exactamente lo que les (nos) ocurre a muchos críticos y aficionados.
Y es que Marvels ofrece a esos aficionados un viaje nostálgico por la edad dorada de los superhéroes, cuando todo era nuevo y fascinante. Eso sí, Busiek la convierte también en una alegoría tanto del recorrido que ha seguido el género a lo largo de su historia como del que llevan a cabo los propios lectores. Así, Phil Sheldon comienza su relación con los superhéroes con asombro y maravilla y, poco a poco, acumula cinismo y desapego hasta abandonarlos por no encontrar ya nada en ellos que le emocione. El cuarto volumen describe precisamente ese final de recorrido, ejemplificándolo en la muerte de Gwen Stacy. Intentando comprenderse a sí mismo y encontrar una justificación a su cada vez más fanática defensa de los superhéroes, contacta con Gwen, quien ha perdido recientemente a su padre en una batalla entre el Doctor Octopus y Spiderman. Todo el mundo cree que la culpa fue del hombre araña, pero Phil no consigue detectar en Gwen ningún rastro de amargura, odio ni resentimiento hacia los superhumanos. Cuando ella misma muere a manos del Duende Verde sin que su nombre merezca siquiera una mención importante en los periódicos, Phil se da cuenta de que ya ha tenido bastante.
Busiek, que obviamente ama los superhéroes, muestra metafóricamente en este episodio cómo los lectores del género pasan de recrearse en fantasías infantiles de poder a interesarse por temas más importantes y menos agradables. Esta es la fuente de la nostalgia.
Pero Marvels también es un reflejo de la trayectoria de la propia industria y la opinión que a Busiek le merece. A partir de mediados de los ochenta, conforme los superhéroes Marvel entraron en una época de deconstrucción, los escritores empezaron a hacer de los héroes unas figuras trágicas, incluso fracasadas, lastradas por graves problemas psicológicos y conductuales. En Marvels, Phil Sheldon se siente ofendido, casi conmocionado: “Se suponía que los Prodigios eran puros”, insiste. “Gloriosos, no sórdidos”. Claramente, Phil recoge el sentimiento de muchos aficionados que crecieron con una imagen determinada de una serie de personajes y que se sintieron desconcertados, incluso traicionados, cuando sus caracterizaciones o circunstancias cambiaron radicalmente. Como muchos de ellos, Phil decide apartarse de los héroes, desilusionado, decepcionado por el fracaso de Spiderman a la hora de salvar a Gwen –algo que también hicieron muchos lectores entonces, aun cuando ella no fue sino un personaje de ficción–. Phil acepta que ha hecho de los superhéroes algo demasiado personal (“He visto demasiado”, confiesa, “y ahora estoy dentro, donde no puede ver nada claro”) y se retira para dejar paso a una nueva generación.
Es una actitud respetuosa y madura por la que muchos fans han optado. Profundizaré luego sobre eso, pero cabe decir que la edad media de los lectores de comics ha ido aumentando desde hace ya algún tiempo. Los nuevos lectores no llegan en el número necesario, lo que significa que las editoriales luchan por mantener los que ya tienen. Ello implica a su vez que el aficionado medio se siente más “propietario” de los personajes que el espectador cinematográfico o televisivo de sus obras favoritas. Busiek sugiere que este tipo de amor obsesivo puede ser devastador, tanto para el aficionado como para el objeto de su pasión: las propias historias. Los comics necesitan atraer nuevos lectores tanto como cualquier otro medio. Irónicamente, la tesis de Busiek acabaría entrando en contradicción con el cambio en la industria que, al menos en parte, su obra provocaría. Sobre esto volveré un poco más adelante.
El final de Marvels es, según ese punto de vista, amargamente feliz. Phil puede jubilarse y continuar con su vida, satisfecho por toda la felicidad que le han aportado esos personajes a los que tanto tiempo y esfuerzo ha dedicado, pero dispuesto a separarse de la continuidad, el drama y la épica. “Se acabaron los Prodigios para mí. Es hora de retirarse”, afirma, unas palabras que bien podrían haber suscrito todos aquellos fans de Marvel que han continuado, sin conseguirlo, buscando la magia que una vez sintieron. La obsesión, parece decirnos Busiek, nunca es aconsejable, incluso cuando recae sobre aquello que tenemos en mayor estima.
El gran acierto narrativo de Busiek fue presentar un protagonista muy verosímil con quien los lectores podían identificarse y a través del cual experimentar la forma en que los superhéroes son vistos, literal y figuradamente, por aquellos que no tienen poderes. En Marvels se muestran seres que hacen cosas imposibles: Namor puede volar y la Antorcha Humana inflamar su cuerpo; Estela Plateada surca el cielo esquivando rayos y Spiderman se balancea entre los rascacielos; pero gracias al anclaje que para la historia supone alguien tan creíble y humano como Phil Sheldon, todos esos superseres y sus hazañas parecen incluso factibles.
Parte de esa sensación de realismo procede de que Busiek, a través de Phil, nos muestra que vivir en un mundo poblado tanto por humanos como por superhumanos es difícil… incluso cuando todo va bien. Es más: la existencia de héroes y villanos no significa que las cosas siempre sean blancas o negras, algo que tradicionalmente ha latido bajo la superficie del Universo Marvel pero que Busiek saca a la luz con destreza. El Capitán América puede ser un pilar de la moral y la valentía, pero sólo porque Bucky le hace el trabajo sucio; Spiderman ha salvado innumerables vidas, pero tiene que venderse y humillarse en su identidad civil para poder pagar las facturas; los X-Men protegen a la humanidad, pero ésta les odia por lo que son… Es esa complejidad emocional lo que primero en los comics y últimamente en las películas, ha asegurado el éxito de Marvel.
Phil rara vez entra en contacto directo con los héroes. Es un fotógrafo, no un periodista. Cuando empieza a dar forma a su proyecto de un libro de fotografías acompañado de textos con los que refutar los agresivos editoriales contra Spiderman de J.Jonah Jameson (curiosamente, Sheldon desprecia a Peter Parker porque cree que contribuye a arruinar la reputación de Spiderman a cambio de unos pocos dólares), Sheldon conoce a Luke Cage brevemente antes de contactar con Gwen Stacy para tratar de exonerar a Spiderman del asesinato de su padre. El resto de su relación con los superhéroes se realiza exclusivamente a través de su cámara.
El realismo de Busiek es, por supuesto, muy relativo. En su versión de la América de la segunda mitad del siglo XX, no hay mención a la crisis de los misiles cubanos, los altercados raciales, las protestas estudiantiles o la guerra de Vietnam, aun cuando los comics Marvel de los sesenta y comienzos de los setenta sí tocaron esos temas más o menos explícitamente. Aquí, los grandes desafíos a los que se enfrenta el mundo son la aparición de los Centinelas (tal y como se vieron en los X-Men, en 1965) y las subsiguientes manifestaciones antimutantes; y la llegada de Galactus (en Los Cuatro Fantásticos, en 1966). Se puede criticar a la historia como mero escapismo hermético e irreal, o admirar la forma en que supo ver las metáforas sociopolíticas siempre presentes en los comic books e insertarlas en un argumento tan sólido como digerible.
Busiek es no sólo un buen guionista, sino un apasionado del género de superhéroes. En Marvels demuestra tanto su enciclopédico conocimiento del Universo Marvel más clásico como su gran cariño por el mismo a través tanto de la elección y secuenciación de las historias que sirven de fondo a las reflexiones de Phil Sheldon, como los guiños a los aficionados más veteranos que él y Ross introducen en las viñetas. Este aspecto puede resultar espinoso, porque las alusiones a la continuidad Marvel pueden alienar a lectores no conocedores de la misma. Sin embargo, ambos autores consiguen que la historia discurra con fluidez y que, en general, no sea necesario haber leído todos aquellos viejos comics a los que hacen referencia. Éstos constituyen un adorno, un cariñoso regalo a quienes los leyeron en su día, pero no el centro de la miniserie. La excepción son dos momentos que cambiaron el Universo Marvel: la primera aparición de Galactus y la muerte de Gwen Stacy, dos historias que todo aficionado debería haber leído y que son hasta cierto punto imprescindibles para entender el torbellino emocional que provocan en Phil.
Las páginas tienen una textura densa y verosímil y Busiek se asegura de utilizar el lenguaje propio de cada periodo en Nueva York. Es cierto, no obstante, que carga innecesariamente las tintas en determinados pasajes, como la escena en la que Phil se une a la turbamulta que ataca al Hombre de Hielo; o la subtrama en la que la pequeña mutante de aspecto grotesco ayuda a Phil a recuperar su humanidad. Al fin y al cabo, y con sólo cuatro números, quizá Busiek no dispusiera de demasiado espacio para la sutileza.
Al interesante experimento metatextual y la capacidad de penetración psicológica de Kurt Busiek, se añade la pasmosa habilidad del dibujante Alex Ross a la hora de plasmar el mundo Marvel con un grado de realismo nunca antes visto. El dibujo es sencillamente magnífico. Nadie antes había contemplado a los superhéroes retratados con semejante mezcla de realismo y dinamismo a mitad de camino entre Norman Rockwell y Leroy Neiman. Se diría que los personajes –superhéroes o no– pueden saltar de esas viñetas e integrarse tranquilamente en nuestro mundo. El grado de detalle fotográfico con el que retrata tanto a los superhéroes como a los hombres normales, lo maravilloso y lo mundano, está en consonancia tanto con la cronología interna del Universo Marvel como con el momento histórico en el que se realizaron los comics aludidos en cada época, lo que contribuye a integrar trama y personajes en un entorno realista y coherente.
Ross deja caer continuas referencias a los comics de la época, reproduciendo viñetas de números clásicos de los Cuatro Fantásticos o Los Vengadores, pero cambiando el ángulo original para que contemplemos la escena desde el exterior de la misma, con la perspectiva del viandante. Hay también guiños a la cultura popular, como la “adaptación” del famoso cuadro Nighthawks (1942), de Edward Hopper, en la decimotercera plancha del primer número, uno de los lienzos más representativos del arte americano de esa época; y utilización de modelos reales para representar a diferentes personajes (para Tony Stark, por ejemplo, escoge a Timothy Dalton). Sin duda, Marvels no hubiera sido lo mismo sin él.
Hay muchas escenas memorables en la miniserie, momentos que funden lo cotidiano con lo maravilloso de una forma absolutamente perfecta: el Capitán América saltando ágilmente por encima de los coches acudiendo a la llamada de los Vengadores; un inhumano Estela Plateada enfrentándose al colosal Galactus; la exposición de esculturas de Alicia Masters en una atmósfera de cotidianidad; la boda de Reed y Sue a la que asisten todas las personalidades superheroicas del momento; la impactante y siniestra aparición de los X-Men bañados por la rojiza luz del visor de Cíclope, los flexibles movimientos de Spiderman entre los rascacielos neoyorquinos… Ross fue el primer dibujante que supo traducir el estilo gráfico propio del género superheroico –que no se caracteriza precisamente por ser realista– al naturalismo sin perder un ápice de su característico sentido de lo maravilloso. A diferencia de otros autores con estilo fotográfico, sus viñetas no muestran rigidez ni frialdad alguna.
Ross demuestra también un considerable talento a la hora de utilizar acuarelas y aerógrafo no sólo para plasmar una amplia variedad de texturas y efectos (metales, tejidos, material orgánico, cielos, reflejos…) sino aplicarlas con fines expresivos, envolviendo a determinados pasajes con una luz atmosférica especial. Todo el primer álbum, por ejemplo, está dominado por los marrones y los grises, como si estuviéramos viendo una antigua película de los cuarenta rodada en blanco y negro y luego sutilmente coloreada. Y todo ese despliegue lo realiza sin efectismos vacíos ni afán de lucimiento, sino ajustado a la historia que narra.
Busiek y Ross trabajaron en Marvels durante más de un año sin llamar la atención, el primero escarbando en montañas de números atrasados y el segundo escogiendo y fotografiando modelos a partir de los cuales dar vida a sus personajes. La editorial no veía nada claro el proyecto. Se trataba de una miniserie de precio superior al normal (4.95 dólares el número) firmada por un dibujante del que pocos habían oído hablar y un guionista que no importaba a casi nadie, protagonizada por un anciano tuerto sin superpoderes. En un momento determinado el editor les llegó a suplicar que incluyeran a Lobezno en la historia para que el departamento de marketing tuviera al menos algo con lo que trabajar.
Todos los temores resultaron infundados. Marvels fue un éxito de crítica (recibió tres premios Eisner) y público que impulsó definitivamente las carreras de Busiek y Ross. El primero profundizaría en esta dirección “realista” a través de un universo propio en su siguiente obra, Astro City, y se convertiría en una especie de gurú de la continuidad, encargándose de poner en orden varias tramas históricas de Los Vengadores en “Avengers Forever”, o escribiendo el crossover Vengadores-Liga de la Justicia. En cuanto a Ross, esta miniserie le convirtió en un icono del género. De la noche a la mañana pasó a ser un artista buscado, apreciado e imitado. Además, demostró su propio conocimiento y amor por la vertiente más clásica y épica del género elaborando los argumentos de Kingdom Come para la DC (junto a Mark Waid, encargándose además del dibujo) o Tierra X para Marvel.
Pero el éxito de Marvels tuvo consecuencias mucho más profundas, no ya en las carreras de sus autores, sino en toda la industria del comic book superheroico. De hecho, fue una obra tan influyente como diez años antes lo fueron Watchmen o Batman: El Regreso del Caballero Oscuro. Y, como sucedió con estas obras, la industria extrajo de su éxito una conclusión equivocada. En aquella ocasión, el tono oscuro y cínico se impuso en el género durante toda la década de los noventa hasta el punto de que un personaje tan enfermo y violento como el Punisher llegó a tener nada menos que tres colecciones simultáneas. Pero lo que los editores no entendieron es que los lectores no pedían más brutalidad y violencia ciega, sino historias bien contadas y conceptos y enfoques originales. Con Marvels pasó algo parecido aunque en otra dirección.
Marvels abrió los ojos de los editores a una realidad hasta entonces ignorada: la nostalgia vende. Hasta ese momento, los comics de superhéroes habían mirado siempre hacia delante. Cuando a mediados de los cuarenta llegó a su término la Edad de Oro, las editoriales metieron a sus personajes con poderes en el armario y se olvidaron de ellos. Cuando diez años después DC quiso revivirlos, no se limitó a traerlos de vuelta tal cual habían sido, sino que los creó de nuevo, construyéndoles nuevas identidades y dotándoles de renovados orígenes. Muchos de aquellos personajes sólo conservaron de los viejos tiempos su nombre. Cuando a comienzos de los sesenta Marvel se introdujo en el género de los superhéroes, creó un nuevo universo desde la nada aun cuando decidiera recuperar (en no poca medida por un tema de propiedad de derechos) algunos personajes de su antiguo catálogo: Namor, la Antorcha Humana y el Capitán América.
Transcurrieron los setenta y los ochenta y los superhéroes seguían orientados hacia el futuro: los villanos podían regresar una y otra vez, pero no mucha gente se preocupaba por lo que se ha dado en llamar “retrocontinuidad”. Los orígenes de los héroes tal y como se habían narrado en primer lugar, eran lo suficientemente buenos como para aguantar el paso del tiempo. DC, incluso, llegó a la conclusión de que su universo superheroico se había vuelto tan complicado que, en lugar de retroceder a las bases iniciales, lo destruyó todo en Crisis en Tierras Infinitas y comenzó a construir de nuevo.
Kurt Busiek no inventó la retrocontinuidad y, de hecho, Marvels no encaja en esa categoría. Años antes, otros guionistas ya habían empezado a retocar las biografías de algunos personajes, introduciendo cambios más o menos relevantes. Después de Crisis en Tierras Infinitas, DC se sintió libre para reinventar sus principales héroes. Así, Wonder Woman nunca había existido y apareció públicamente “por vez primera” en las páginas de la miniserie Legends. John Byrne le hizo un lavado de cara a Superman; y en una de las reformulaciones más arriesgadas, Frank Miller mostró en Batman: Año Uno a un héroe inseguro y una Catwoman prostituta. Hal Jordan-Linterna Verde cargó con un problema con la bebida y una temporada en la cárcel. Pero dado que Crisis… había supuesto una ruptura con el pasado, no se puede decir que DC estuviera exprimiendo todavía la baza de la nostalgia.
En Marvel, cuyo universo se había desarrollado de una forma más coherente, las retrocontinuidades no se veían como algo necesario pero aún así se pueden encontrar algunas, como aquélla que unía al Capitán América y Lobezno durante la Segunda Guerra Mundial, o los cambios que John Byrne efectuó en el pasado de Reed Richards (en su etapa en Los Cuatro Fantásticos) o la Visión (en Los Vengadores Costa Oeste). Pero fueron episodios más anecdóticos que otra cosa. Simplemente, los publicaron y siguieron adelante sin darles mayor importancia.
Y entonces, llegó Marvels. En los años que siguieron a su aparición, DC y Marvel se dieron cuenta de que podían contar historias de sus personajes que encajaran en los huecos dejados por sus ya bien establecidas biografías. Y a los fans que habían crecido con esos personajes seguro que eso les encantaría.
Esto coincidió con el lento pero imparable envejecimiento del “núcleo duro” de los aficionados que se había ido produciendo a lo largo de los últimos veinte años. En el pasado, los lectores de comics de superhéroes cambiaban cada cuatro o cinco años, por lo que las editoriales no tenían que preocuparse demasiado de repetirse a sí mismas. Pero cuando esos lectores se convirtieron en fans acérrimos capaces de memorizar hasta el último detalle de cada comic, hubieron de replantearse la forma de satisfacerlos. Y ello pasó por explotar la nostalgia de esos fans maduritos que recordaban cuando los comics eran maravillosos (y es que cuando uno tiene doce años, todo le parece fantástico) y que querían revivir esos días del pasado sin verse obligados a releer aquellos comics y sufrir una decepción. Marvels demostró que había un importante sector de los lectores dispuestos a comprar este tipo de material.
Desde entonces y hasta el día de hoy, la retrocontinuidad ha sido una moda popular, incluso omnipresente, en los comics de superhéroes. El propio Busiek se adhirió a ella poco después de Marvels, con los guiones que realizó para Untold Tales of Spider-Man, insertando historias en la vieja continuidad del lanzarredes. Seguirían X-Men: The Hidden Years, X-Men: First Class, Avengers Classic, Fantastic Four: First Family, Daredevil: El Hombre sin Miedo…
DC siempre ha estado algo más interesada en sus personajes “históricos” y, a causa de Crisis en Tierras Infinitas y el poco énfasis que tradicionalmente ha puesto en la continuidad, ha explotado este filón todavía más que Marvel. Starman, de James Robinson (que comenzó no mucho después de Marvels), se apoya a menudo en la historia pasada de DC llegando a reescribir parte de ella. La editorial también capitalizó el éxito de Año Uno, cambiando los orígenes de más y más héroes (Green Arrow, Metamorfo, la Cazadora…). El origen de Superman ha experimentado también pequeños aunque continuos ajustes. DC, incluso, volvió a borrar totalmente su continuidad en Hora Cero y, de nuevo y hasta cierto punto, en Crisis Infinita. Joe Chill, el hombre que asesinó a los padres de Bruce Wayne, ha estado muerto (en Año Dos), descartado como asesino (tras Hora Cero), regresado a su condición criminal (tras Crisis Infinita) y ascendido de matón a señor del crimen (en Batman nº 673). Mientras que Marvel intenta ajustar todas sus retrocontinuidades en la historia ya establecida de su universo, DC se muestra mucho más anárquica al respecto.
Una consecuencia de todo esto (aunque no la que nos ocupa) es el “oscurecimiento” retroactivo de los comics de superhéroes (del que la miniserie Crisis de identidad es el ejemplo más representativo). La otra tiene un alcance mayor y más serio: la obsesión por “rellenar” los supuestos huecos del pasado de los personajes ha coartado cualquier crecimiento y evolución que éstos hubieran podido disfrutar y, como resultado, los comics de superhéroes han ido calcificándose más y más.
Sí, es cierto que el género ha tendido siempre al estatismo y los intentos de transformación han sido a menudo sofocados en aras tanto de satisfacer a los fans más conservadores –que suelen ser los más leales- como por temas legales y corporativos relacionados con los derechos de imagen, el merchandising y las marcas. Y sí, es cierto que los personajes superheroicos han permanecido inalterados durante décadas, especialmente en DC. La continua renovación de lectores y la falta de peso de los verdaderos aficionados permitían hacerlo. A los nuevos lectores no les importaba que los personajes no cambiaran durante el relativamente corto periodo de sus vidas que pasaban leyendo comics antes de crecer y pasar a otras cosas.
Pero la Edad de Plata, a pesar de sus pobres historias, también incluyó a guionistas que no temían avanzar, introducir novedades…y esperar que alguna de ellas cuajara. Y así, poco a poco, los personajes sí acabaron cambiando. Esto fue más evidente en Marvel, orgulloso por considerar su universo más “realista” que el de DC. Durante las tres primeras décadas de vida de Peter Parker, por ejemplo, pasó de ser un alumno de instituto a asistir a la universidad, graduándose, casándose y ganando bastante dinero gracias a su talento como fotógrafo. Reed Richards y Sue Storm se casaron y tuvieron un hijo. Scott Summers también contrajo matrimonio, tuvo un hijo y abandonó a su esposa durante una crisis emocional para retomar su relación con un antiguo amor, con el que acabó casándose…
Incluso DC no fue inmune a cierto grado de evolución. Dick Grayson maduró y se fue a la universidad, dejando vía libre a dos nuevos Robin. Wally West creció y se casó. Oliver Queen se convirtió en “abuelo” cuando Roy Harper, a quien consideraba su hijo, tuvo descendencia. Hal Jordan envejeció y su pelo se tiñó de gris (detalle que fue sujeto a retrocontinuidad achacándolo a la influencia de un alienígena amarillo, porque Hal no podía envejecer, ¿verdad?). Los héroes fueron reemplazados por versiones más jóvenes, algo que ya había sucedido en los años cincuenta. Aun cuando el relevo de la vieja generación se llevó a cabo de forma bastante torpe (Hal Jordan, por ejemplo), no había razón alguna para que Wally West no pudiera ser Flash, o Conner Hawke Green Arrow, o Kyle Rayner Green Lantern. Los personajes del Universo Marvel son algo más difíciles de reemplazar (no hay mucha gente por ahí que haya sido picada por una araña radioactiva), pero no hay razón por la que los X-Men no puedan retirarse y ser reemplazados por nuevos miembros, tal y como ya sucedió en 1975. En resumen, los personajes sí podían cambiar…y lo hicieron.
A raíz del éxito de Marvels, Marvel y DC extrajeron la lección equivocada. Busiek no cambió nada de la continuidad Marvel; se limitó a introducir en ella un nuevo personaje que no influía en la misma y utilizó esa misma continuidad, sin alterarla, para contar lo que quería. Lo que demostró Marvels es que las ricas biografías que habían ido acumulando todos esos personajes clásicos podían servir para contar nuevas historias, pero que en realidad no había por qué cambiar nada. En cambio, las dos grandes editoriales sacaron otra conclusión: que los lectores deseaban historias ambientadas en los viejos tiempos porque ellos mismos estaban envejeciendo… y de ahí la idea de empezar a retocar los orígenes y las historias clásicas que no necesitaban arreglo ni añadido alguno.
Es más, las viejas encarnaciones de los héroes volvieron a primera plana, anulando los progresos que se habían hecho en los últimos veinte años. Green Lantern: Rebirth repuso a Hal Jordan en el puesto de guardián de nuestro sector galáctico, apartando a Kyle Rayner. En un movimiento similar, se pudo ver en Flash: Rebirth cómo Barry Allen sustituía a su sucesor, Wally West. Allen había sido Flash durante veinticinco años; West durante veintidós. No se puede argumentar que la asunción del puesto de supervelocista por parte de éste último hubiera sido una “nueva dirección” temporal. Lo que estaba ocurriendo era un movimiento claramente reaccionario y generalizado.
Marvel siempre presumió de que, desde el principio, dio en el clavo con el origen de sus personajes y el desarrollo coherente de su continuidad. Aparentemente, ya no piensa así, porque trastear con los orígenes se ha convertido en un pasatiempo de editores y guionistas. Una consecuencia no deseada de ello ha sido que el crecimiento de los personajes no se considere importante. Ya que los héroes más antiguos son aquellos que más recuerdan los aficionados y aquellos con los que más se identifican, y que además lo hacen durante más tiempo puesto que no olvidan su pasión por los comic-books, es más fácil y rentable viajar atrás en el tiempo y contar historias sobre Bruce Wayne, Clark Kent, Oliver Queen, Tony Stark, Peter Parker o “James Howlett” que “actualicen” sus biografías, ya que con ello –y con habituales guiños a viejos comics- proporcionan a los fans la dosis de nostalgia que “necesitan”. Una magnífica idea con la que todo el mundo gana, ¿no?
Pues no. A la hora de la verdad lo que esto provoca es un continuo reciclaje de ideas que coarta las posibilidades de esos personajes para el cambio y la evolución. Aplastante ejemplo de esto es la decisión editorial de que Peter Parker pacte con Mefisto para borrar de su historia todos los años de su matrimonio con Mary Jane y regresar a su época de soltero perdedor. Personajes que de vez en cuando maduraban y ofrecían nuevas perspectivas se han quedado estancados en un perpetuo statu quo. Así, los Nuevos X-Men de Grant Morrison, que abrieron todo un fascinante abanico de originales posibilidades, fueron ignorados y anulados por los editores nada más terminar esa etapa, regresando a los parámetros que Chris Claremont estableció en los setenta.
La otra cara de la moneda, igualmente oscura, es que esa inclinación por la nostalgia cierra el camino a nuevos personajes. Tras las primeras explosiones de creatividad de DC (en los años 30, 40 e incluso 50) y Marvel (en los 60 y 70), sus respectivos universos se estabilizaron. En los ochenta aparecieron nuevos personajes que, aunque no alcanzaron la categoría de iconos como sus predecesores, al menos sí tuvieron la suficiente aceptación como para sobrevivir hasta el presente. Hoy, el relevo generacional parece imposible. No hay razón objetiva alguna por la que Wally West, Conner Hawke, Kyle Rayner o Dick Grayson no puedan funcionar tan bien como aquellos a cuya sombra crecieron. Pero los fans no les van a dejar. Quieren que sus héroes de la niñez permanezcan exactamente donde siempre han estado.
Así, conforme los comics han ido concentrándose más y más en el pasado, las nuevas series no sólo fracasan miserablemente, sino que sus personajes raramente tienen la oportunidad de cuajar en el universo superheróico correspondiente. Esa situación ya es suficientemente mala para personajes veteranos (Blue Beetle y el Detective Marciano, por ejemplo, tuvieron ambos un recorrido aceptable a pesar de estar siempre amenazados por la cancelación), pero para los nuevos es casi misión imposible, convirtiéndose en carne de cañón del siguiente megaevento editorial que necesite héroes muertos.
Y por si todo esto fuera poco, los autores, guionistas y dibujantes, prefieren encargarse de los grandes héroes en lugar de experimentar con los pequeños, que se quedan huérfanos y olvidados. Muchos han apuntado que los creadores de esos personajes secundarios prefieren “reservarlos” para obras de las que conserven los derechos de autor en vez de regalarlos a la editorial. Admito que algo de eso hay, pero el factor nostalgia probablemente tenga incluso más peso.
Estas dos tendencias, la nostalgia y la falta de nuevos personajes, han hecho de los comics de superhéroes una especie de isla fabricada a medida de un número decreciente y envejecido de fans. Puede que Marvel venda 100.000 copias de un comic estrella, pero esas ventas se concentran en cada vez menos lectores que, a su vez, compran más y más forzados por la interminable cadena de megaeventos. Ni Marvel ni DC se dan cuenta de que muchos lectores no sólo prefieren ignorar esas recurrentes estafas editoriales, sino que abandonan completamente los comics.
De esta forma es cómo Marvels revolucionó la industria, aunque no necesariamente para mejor. Quizá fue el signo de los tiempos, quizá coincidencia. Pero, como he explicado, lo más probable es que se debiera al descubrimiento de las editoriales de la existencia de un nuevo mercado ansioso de recuperar sus viejos tiempos y, cegados por el signo del dólar, se lanzaran con demasiado ímpetu en una sola dirección, inundando a los fans de ese tipo de cómics.
En último término, Busiek no tuvo la culpa de lo que las editoriales hicieron con su obra, y sería injusto juzgarlo por las imitaciones de otros con menos talento. Busiek es un buen guionista, a veces incluso sobresaliente, capaz de extraer nuevas ideas de antiguas historias y hacer avanzar a los personajes hacia el futuro respetando al mismo tiempo su pasado. De hecho, Marvels es probablemente una de las mejores historias de superhéroes jamás contadas. O mejor dicho, “sobre superhéroes”. A pesar de haber quedado algo diluida por la avalancha de otras obras en la misma línea, Marvels conserva la capacidad para transmitir de forma emotiva y visualmente bella todo el sentido de lo maravilloso que una vez encarnaron los superhéroes Marvel.
Absolutamente recomendable para cualquier aficionado al género que quiera disfrutar de una historia pionera, profunda y maravillosamente dibujada que explora una faceta inédita del Universo Marvel anterior a convertirse en mera extensión de una franquicia cinematográfica.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.
Copyright de sinopsis e imágenes © Marvel Comics. Cortesía de Panini España. Reservados todos los derechos.