La década de los setenta del pasado siglo contempló no solamente un renacimiento del cine de ciencia ficción, sino su completa reinvención. No se trató sólo de que el aspecto visual recibiera un empuje gigantesco gracias al desarrollo de nuevos efectos especiales por parte de la Industrial Light and Magic de George Lucas. Tampoco del sonido, aunque éste entró en una nueva dimensión gracias a los efectos creados por especialistas como Walter Murch o la música de compositores como John Williams, que reemplazaron las partituras electrónicas por una aproximación neoclásica.
No: fue que toda Hollywood se transformó, tanto en la forma de realizar las películas como en el modo en que eran promocionadas y vendidas. Nació un nuevo concepto, la trilogía, y el merchandising se convirtió en un elemento tan vital para la industria como el mismísimo guión.
El origen de estos cambios pueden resumirse en cinco palabras: George Lucas y Steven Spielberg. Hubo otros nombres, claro (Ridley Scott sería el más relevante), pero serían esos dos, ya fuera trabajando individualmente o en asociación, quienes más contribuyeron a establecer un nuevo comienzo para la ciencia ficción cinematográfica. Fue a ellos a quien se debe que el género recuperara su carácter de espectáculo optimista tras vivir aislado en una burbuja de pesimismo desde finales de los sesenta. Ambos directores estrenaron sus respectivas películas fundacionales en 1977, con seis meses de diferencia: Star Wars y Encuentros en la tercera fase
Tras un periodo de aprendizaje en los programas televisivos de la Universal dirigiendo episodios televisivos de Night Gallery, The Name of the Game y tres telefimes, Steven Spielberg comenzó su carrera en el mundo del cine con Loca evasión (1974) y Tiburón (1975). Ésta última fue un éxito de tal calibre que cambió Hollywood, no sólo en lo que a estrategias de promoción, distribución y exhibición se refiere, sino dando el carpetazo a las corrientes cinematográficas más experimentales que habían comenzado a finales de los sesenta y que enfatizaban el realismo social. Fue el regreso por la puerta grande del cine espectáculo.
Cuando Steven Spielberg se embarcó en la producción de Encuentros en la tercera fase, nadie sabía muy bien qué esperar. No había garantías de que aquella joven promesa de veintisiete años consiguiera repetir la hazaña de Tiburón. Sin embargo, Columbia había confiado en él hasta tal punto que los 19 millones de dólares que le asignaron de presupuesto significaban poner en sus manos, literalmente, el futuro del estudio. La cinta se preparó y rodó bajo el más absoluto secreto, lo que irritó a la prensa al tiempo que despertó la curiosidad general.
Pues bien, al final fue un gran éxito. No sólo Columbia sobrevivió y Spielberg se aseguró su pase a la posteridad sino que, gracias a ella ‒y a Star Wars, dirigida por su amigo George Lucas‒, el año 1977 marcó un antes y un después para la ciencia ficción, género que hasta entonces no había sido particularmente propenso a generar grandes éxitos financieros.
Ciertamente, el tiempo ha puesto a cada cual en su lugar y mientras que Star Wars mantiene su vigencia e influencia, Encuentros… se ha ido borrando de la mente de los espectadores. Pero en su momento no se percibió de esta manera.
En lugares tan distantes del planeta como México, India o Mongolia tienen lugar fenómenos insólitos que parecen estar relacionados con visitantes extraterrestres. Mientras tanto, en Estados Unidos, en Indiana, se suceden una serie de avistamientos de ovnis. Un técnico de la compañía eléctrica, Roy Neary (Richard Dreyfuss) avista uno de ellos en una carretera aislada mientras se dirige a reparar un apagón. Inmediatamente, Neary se obsesiona con lo que presenció y no puede retirar de su mente una imagen que trata sin éxito de identificar hasta que ve en la televisión la Torre del Diablo, una formación geológica de Wyoming. Como otras personas, se siente irresistiblemente atraído hacia ese lugar, donde las autoridades están preparando en secreto el primer encuentro con alienígenas.
Como he dicho más arriba, George Lucas y Steven Spielberg liberaron a la ciencia ficción cinematográfica del pesimismo y el tono apocalíptico en el que había quedado atascada tras 2001: Una Odisea del Espacio (1968). Ésta y otras películas del género que se rodaron en los setenta alimentaban una visión del universo como puerta a la iluminación trascendental, pero al mismo tiempo veían aquél como un lugar frío, solitario y desagradable en el que la humanidad corría el peligro de ser engullida por su propia tecnología o las consecuencias medioambientales del progreso material.
Lucas y Spielberg nos recordaron que el universo puede ser maravilloso…y divertido. Encuentros…es el equivalente a sentarse en una noche despejada y mirar el fascinante cielo estrellado; 2001, en cambio, era como tratar de penetrar en la oscuridad de un cosmos silencioso y sentirse completamente solo.
Tanto Star Wars como Encuentros…nos decían que la humanidad trascendería su carácter terrícola para extenderse por las estrellas. Pero ambas películas, a su vez, eran totalmente diferentes. La primera era una fantasía que ofrecía al espectador una nueva y compleja mitología heroica, mientras que la segunda nos contaba de forma “realista” cómo podría producirse el primer contacto real con una especie alienígena bondadosa.
Las películas de ciencia ficción de los cincuenta que habían servido de evasión a un joven Steven Spielberg estaban planteadas como avisos sobre el peligro proveniente del exterior, presentando a los extraterrestres como amenazas a la humanidad. A pesar de ello, el joven desarrolló una visión del contacto interplanetario totalmente opuesta, como algo maravilloso, en absoluto peligroso y totalmente deseable.
La semilla de Encuentros en la tercera fase (expresión que hace referencia a la etapa de contacto alienígena en la que se ve de cerca a un ser extraterrestre) estuvo en una película de 8 mm titulada Firelight rodada por el propio Spielberg cuanto tenía dieciséis años. Paul Schrader, guionista de Taxi Driver (1976) o Toro salvaje (1980) fue contratado originalmente para escribir la historia. Pero lo que entregó a Spielberg fue lo contrario a lo que éste deseaba: un thriller centrado en una conspiración gubernamental para tapar la verdad sobre las visitas de los ovnis y protagonizada por un agente del FBI. Una aproximación, en definitiva, muy semejante a la que ofrecería años más tarde Expediente X, y en la que todo el tema de los ovnis y los alienígenas estaba rodeado de traiciones y desconfianza en el gobierno. Es una visión propia de un adulto cínico, incluso amargado, que ha perdido la inocencia y el optimismo propios de la infancia.
Spielberg realizó tantos cambios en el guión que Schraeder le pidió ser excluido de los créditos y cómo en éstos es obligatorio que figure un nombre, decidió poner el suyo (aunque en su tarea recibió ayuda de colegas y amigos como John Milius, David Giler o Walter Hill). En su historia, cuando el gobierno se ve obligado a inventar una tapadera para evacuar a los ciudadanos de Wyoming próximos al lugar donde va a tener el encuentro con los alienígenas, su comportamiento es sorprendentemente suave. Si ahora se volviera a rodar, Richard Dreyfuss y Melinda Dillon habrían sido apresados, torturados y eliminados o perseguidos a balazos por asesinos profesionales en lugar de ser acechados por un helicóptero dispersando un inofensivo gas somnífero.
Las películas de Steven Spielberg rebosan ese asombro por lo maravilloso tan característico de la infancia y Encuentros en la tercera fase en particular explota la fascinación que durante treinta años habían ejercido los ovnis en la sociedad americana. El poster promocional anunciaba “No estamos solos”, ofreciendo la imagen de una solitaria carretera secundaria con unas misteriosas luces asomando bajo el horizonte. Pero no hay nada en esos alienígenas que deba asustarnos. Son criaturas pacíficas que han venido a abrirnos las puertas del universo.
Spielberg, como tantos aficionados a la ufología de la época, interpreta el encuentro de humanos y extraterrestres como una experiencia esencialmente religiosa. Mientras que en la década de los cincuenta los alienígenas invasores llegaban a la Tierra para amenazar nuestro modo de vida e incluso nuestra propia existencia, ahora son criaturas de aspecto divino que vienen a rescatarnos de ella, a ofrecernos la certeza de que hay algo más allá de nuestra atmósfera, de nuestro sistema solar, a darnos la bienvenida al cosmos…
Tanto Encuentros… como la siguiente película de ciencia ficción de Spielberg, la mucho más sentimental E.T. El extraterrestre (1982) –y otras posteriores como Contacto (1997)‒, son historias que versan sobre la fe. Fe en la bondad esencial de la raza humana, en la existencia de vida extraterrestre y en que nuestro futuro se halla entre las estrellas.
Para el director, si uno puede mirar al universo con el corazón de un niño (recordemos las referencias directas que el guión y la música tienen a Pinocho), aparecerán unas luces bellas multicolor para recogernos y llevarnos lejos de nuestra triste realidad. No parece un sentimiento tan alejado de las creencias de muchas iglesias americanas. Recordemos cómo en E.T. el alienígena es sacrificado, resucita y asciende a los cielos y que su cartel promocional era una clara recreación de la imagen de la mano de Dios tocando la del hombre que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. Roy trasciende su propia humanidad al final de la película, ascendiendo a los cielos en un vehículo centelleante. Y para subrayarlo aún más, Spielberg incluye otra alusión en una escena en la que la televisión de fondo está emitiendo el pasaje de Los diez mandamientos (1956) en la que Moisés abre las aguas del mar Rojo.
Una vez más, la religión vuelve a impregnar una obra de ciencia ficción. Tampoco es que ello sea algo particularmente extraño, puesto que el deseo de trascendencia del ser humano es algo consustancial a la evolución de nuestro cerebro hacia la inteligencia. Pero sí que despertó comentarios negativos al respecto por parte de nombres tan importantes en el género como Isaac Asimov o Harry Harrison, quienes criticaron el deslizamiento de la película hacia el misticismo o la seudociencia. Otros como Ray Bradbury, en cambio, la calificaron como el film más importante de la época.
Probablemente unos y otros tenían su parte de razón. Pero sea como fuere, el número de avistamientos ovni aumentó exponencialmente tras el estreno de la película.
Mientras que el Luke Skywalker de Star Wars respondía al tópico del joven héroe en un camino iniciático acompañado de su anciano maestro (Obi Wan) y su cínico hermano mayor (Han Solo), el personaje de Roy Neary es considerablemente más complejo. Un trabajador medianamente cualificado, no demasiado apreciado en su labor, prisionero de un matrimonio sin ilusión y atrapado entre el mundo adulto y la nostalgia por su infancia. Ese inmaduro hombre-niño es un tipo de personaje que Spielberg retomaría en otras películas.
La importancia simbólica de la infancia está por todas partes en la película. Roy es en realidad un niño que no ha madurado: le fascina Pinocho, juega con trenes eléctricos y tiene un talante soñador; el pequeño Barry Guiler se marcha con los alienígenas sin mostrar temor alguno –como más tarde hará Roy‒; y los propios extraterrestres tienen un aspecto claramente infantil.
Además del espectacular final y el rapto del pequeño Barry –obra maestra del suspense‒, el momento más dramático del film es aquel en el que un Roy enloquecido construye una torre de barro y basura en el salón de su casa, denigrando el hogar familiar. Su mujer, aterrorizada, se marcha con sus hijos. La fe, el sueño, ha roto lo más preciado para el hombre adulto, aquello que tradicionalmente tiene el deber de defender: su familia.
Sin embargo, su huida tiene recompensa; porque tal actitud es interpretada como la de un espíritu inocente y abierto a las maravillas, rasgos que hacen que los extraterrestres lo seleccionen para viajar con ellos.
Roy embarca sin pensárselo dos veces en la nave alienígena, dejando atrás sus frustraciones de hombre del siglo XX de mediana edad al que la tecnología y el progreso no han satisfecho espiritualmente. Los alienígenas le ofrecen consuelo e inspiración. Es esta una visión claramente infantil de la vida, que defiende el abandono de las responsabilidades –laborales, familiares‒ si ello sirve para perseguir un sueño, una visión.
La aproximación religioso-infantil elegida por Spielberg (y que él mismo años más tarde pondría en entredicho) también tiene sus inconvenientes desde un punto de vista intelectual. La posición de la humanidad en todos los acontecimientos narrados es la de un niño sentado en el suelo o un devoto seguidor de una divinidad: observando fascinado…pero sin preguntarse ni cuestionarse nada. ¿Por qué secuestran los alienígenas al pequeño Barry o a los aviadores perdidos hace décadas? ¿Qué tienen en común? ¿Por qué los devuelven ahora?¿Por qué una visita tan corta? ¿Y por qué tan secreta, después de haber hecho evidente su presencia por todo el planeta? ¿Qué son: alienígenas siniestros que acechan a las madres y secuestran a sus hijos, o seres infinitamente bondadosos y sabios? ¿Por qué los paranoicos militares desconfían de sus ciudadanos, y en cambio, se fían de las buenas intenciones de los extraterrestres? Si éstos son capaces de aprender el lenguaje de signos de Zoltan Kodaly, ¿para qué empeñarse en utilizar sonidos musicales por muy agradable que suenen?
Sí, somos una especie joven e ignorante de los misterios del universo. Pero aan así, hay demasiadas preguntas sin respuesta. Aún peor, la película no anima siquiera a formularlas. Los ovnis simplemente existen y son hermosos. Eso es todo.
Spielberg demuestra tener buena mano para los diálogos, haciendo que en ellos lo banal se superponga a lo maravilloso. Por ejemplo, en la escena en la que los científicos están a punto de descifrar el mensaje alienígena con ayuda de un globo terráqueo y alguien protesta diciendo que ese objeto cuesta 25.000 dólares; o cuando Neary se apresta a entrar en la nave extraterrestre y uno de los científicos le pregunta cuál es su grupo sanguíneo.
El reparto es asimismo excelente. Richard Dreyfuss (en un papel que rechazaron Al Pacino, Gene Hackman y Jack Nicholson) demuestra su habitual talante expansivo y juvenil en un personaje perfecto para él: un individuo corriente que se niega a crecer. Teri Garr cumple con su papel de ama de casa confusa y asustada por las obsesiones de su marido, al tiempo figura sexual y maternal. Resulta chocante la elección de François Truffaut, el famoso director francés, en el papel del digno y humanista científico Claude Lacomb (basado en el ufólogo francés Jacques Vallée) a cargo del proyecto internacional de investigación sobre los alienígenas. Encuentros…fue la única película no dirigida por él en la que participó como actor.
Encuentros…tiene diferentes versiones. En primer lugar, la original de 1977, estrenada con cierta premura por un estudio nervioso y ahogado financieramente. Dos años más tarde, Spielberg recibió autorización para estrenar una versión a su gusto, denominada Edición Especial, si bien los productores le exigieron añadir escenas que mostraran el interior de la nave nodriza, aspecto éste del que el director confesaría posteriormente sentirse muy arrepentido. Y hay otra versión preparada para la edición en DVD. Las buenas noticias es que la versión de DVD es la mejor –mejor montada, mejor explicada‒. Las malas son que, incluso mejorada, Encuentros en la tercera fase sigue siendo uno de los films más sobrevalorados de la historia del género.
Seamos claros: no es una mala película. De hecho, es muy buena. Steven Spielberg, incluso en sus años jóvenes, era ya un director que podía meterse al espectador en el bolsillo fuera cual fuese el género que abordara.
La película tiene momentos visuales que incluso en la era digital siguen pareciendo realmente asombrosos, y gracias a los cuales fue posible recrear el inmenso espectáculo del viaje espacial, ofreciendo al gran público el sentido de lo maravilloso que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de unos cuantos cientos de miles de devotos seguidores de la ciencia ficción literaria, las películas de monstruos de serie B y los episodios de la televisiva Star Trek.
La escena final, rodada en un plató de Mobile (Alabama) varias veces mayor que cualquier otro de Hollywood, combinaba los talentos de John Williams (música), Douglas Trumbull (efectos especiales), Carlo Rambaldi (diseño de los marionetas animatrónicas “alienígenas”) y Joe Alves (diseño de producción) para crear un momento memorable de misticismo y maravilla.
Sin duda, en su momento fue una película importante que ayudó a relanzar la ciencia ficción cinematográfica. Las estrellas y el espacio regresaron a las pantallas. Viejos clásicos como Lo que el viento se llevó o Sonrisas y lágrimas jamás recaudaron tanto como la saga de Star Wars, Encuentros en la tercera fase o las posteriores E.T., Regreso al futuro o Superman. Además, ofreció una versión del contacto alienígena que influyó a muchas obras del género en años venideros.
El problema es que Encuentros…, como otras películas de ciencia ficción de Spielberg, se asemejan a caramelos de brillantes colores: llaman la atención, son dulces, gustan mientras se deshacen en la boca… pero su sabor es efímero. Encuentros en la tercera fase, E.T. o Parque Jurásico fueron increíblemente populares en el momento de su estreno, recaudaron enormes cantidades de dinero y se les calificó de auténticos hitos del género. Pero a medida que pasa el tiempo, su influencia parece desvanecerse. ¿Por qué?
Creo que la principal razón es su superficialidad. Sí, los efectos especiales, la dirección de actores, la música y el montaje son sobresalientes; pero, al final, todo el metraje de Encuentros…está encaminado a construir un clímax de treinta y ocho minutos en el que se describe con afán documental la llegada de los extraterrestres, el intercambio de saludos y de individuos.
Las suaves evoluciones de los resplandecientes ovnis sobre el campo de aterrizaje. La imagen de la colosal nave nodriza y sus formas catedralicias llenas de luz situándose sobre la montaña y empequeñeciendo las estructuras humanas. El hipnótico duelo musical entre los alienígenas y el sintetizador de los científicos. O el esquelético alienígena emergiendo de la nave sólo para sonreírnos… Todas son escenas extraordinariamente bellas, ejecutadas con ayuda de algunos de los mejores efectos visuales jamás diseñados. Pero, ¿y el mensaje? ¿No se trata al final de una película sobre abandonar las propias responsabilidades para con los demás, y así huir con los maravillosos alienígenas? Es una historia narcisista y distanciada de la realidad, algo a lo que se opone la ciencia ficción más seria.
La narrativa es enmarañada y está teñida de empalagoso y trasnochado espíritu New Age, que el propio Spielberg admitió como producto del ingenuo optimismo de su juventud. Tras varios visionados, sigo sin entender ‒y es sólo un ejemplo‒ por qué los alienígenas eligen una manera tan rebuscada de contactar con la humanidad, implantando en la mente de determinada gente ideas e imágenes obsesivas que les impulsan a viajar a un pintoresco rincón de América. Se podrán decir muchas cosas de los extraterrestres de las películas de los cincuenta, pero una vez que viajaban trillones de kilómetros para contactar –o destruir‒ a la Humanidad, iban directamente a la capital y lo dejaban todo meridianamente claro.
En definitiva, Encuentros en la tercera fase es un delicioso espectáculo visual, una celebración de las maravillas del universo… pero, a diferencia de la mejor ciencia ficción, no plantea preguntas, no anima a la reflexión sobre cuestión alguna.
Esta película es para Steven Spielberg lo que THX-1138 fue para George Lucas: el ambicioso film de ciencia ficción que intentaron rodar antes de dar con la fórmula correcta. La popularidad de la cinta proviene básicamente de dos fuentes: primero, el éxito de Tiburón y la reputación que le dio a su director; y en segundo lugar, de haber tenido la suerte de servir de “contraprogramación” adulta a la otra gran obra de ciencia ficción de 1977: Star Wars.
El tono extraño, etéreo y meditativo de Encuentros en la tercera fase sirvió de contrapunto a los cañones y espadas láser de la épìca saga de Lucas. Tanto Spielberg como Lucas conseguirían nominaciones aquel año al Oscar para el Mejor Director, la primera y única vez que dos cineastas conseguían tal hazaña con películas de ciencia ficción. Ambos perdieron –merecidamente‒ ante Annie Hall de Woody Allen.
Aunque Star Wars y Encuentros… se apoyan la una en la otra, su relación no es de igualdad. La primera habría tenido igual éxito sin la segunda, pero si Star Wars no hubiera existido, ¿puede asegurarse que Encuentros… habría cosechado el mismo éxito? ¿O se habría limitado a ser una curiosidad moderadamente popular, haciendo que la carrera de Spielberg hubiera transitado por derroteros diferentes, quizá dejando fuera de su filmografía éxitos como E.T., Parque Jurásico o Minority Report. Sólo por ese motivo debemos felicitarnos de que Encuentros… exista.
En este sentido, el histórico, tiene un gran valor; pero en sí misma y dejando aparte el aspecto técnico y visual, es como una baratija de aspecto chillón: bonita para mirarla, bien hecha, pero con poca sustancia.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.