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«Perseguido» (1987), de Paul Michael Glaser

A mediados de 1985, se descubrió que Stephen King había venido usando el seudónimo Richard Bachman para firmar varios de sus libros en los últimos años: Rabia (1977), La larga marcha (1979), Carretera maldita (1981), El fugitivo (1982) y Maleficio (1984). La revelación vino por vía del empleado de una librería de Washington, Steve Brown, que se molestó en rastrear los archivos de copyright después de notar la similitud en los estilos literarios de King y Bachman. El autor no tuvo inconveniente en admitirlo todo con buen humor, afirmando que esos libros habían sido trabajos primerizos escritos antes del éxito de Carrie (1974).

El caso es que para entonces el nombre de King ya era sinónimo de dinero y de esos cinco libros el que tenía mayor potencial fílmico por sus dosis de acción y potente ritmo era sin duda El fugitivo (de los otros cuatro libros, sólo Maleficio tuvo película mucho más tarde, en 1996). Sus derechos de adaptación estaban ya entonces en manos del productor Rob Cohen, quien los había comprado antes de enterarse de que King y Bachman eran la misma persona. Cohen se dedicaría tiempo después a dirigir (Dragonheart, 1996; A todo gas, 2001; xXx, 2002), pero en ese punto de su carrera su labor era principalmente la de productor ejecutivo; labor que en el caso que nos ocupa distó de ser fácil dado que Perseguido (título en español de la película; en su inglés original se respetó el de la novela, The Running Man) acabó siendo un proyecto lastrado por múltiples problemas. Tantos, de hecho, que le costó tres años llegar a la gran pantalla. .

Para empezar, contrató a Steven DeSouza para que preparara el guión. Poco después se convertiría en un prestigioso guionista gracias a su trabajo en La jungla de cristal (1987), pero por entonces su único guión verdaderamente “reseñable” había sido el de Comando (1985), otro vehículo para el lucimiento de Arnold Schwarzenegger. Tuvo que escribir nada menos que quince versiones distintas del guión de Perseguido antes de dar con la que Cohen consideró adecuada.

A continuación, a Cohen no le fue nada fácil encontrar un director que estuviera en consonancia con su propia visión. Primero contrató a George Pan Cosmatos, director de, por ejemplo, Rambo (1985) o Cobra (1986), que quería contar con Christopher Reeve como protagonista, una elección que sugiere la intención de respetar el espíritu de la novela de King. Pero cuando dijo que quería rodar enteramente en el interior de un centro comercial y se gastó 700.000 dólares intentándolo sin éxito, Cohen lo despidió. El proyecto pasó luego por las manos del alemán Carl Schenkel primero, Ferdinand Fairfax después y Andrew Davis a continuación. Este último fue quien empezó realmente la producción, pero cuando tras sólo ocho jornadas de rodaje el presupuesto ya se había sobrepasado en ocho millones de dólares y retrasado cuatro días en el calendario de filmación, fue despedido y sustituido a toda prisa por Paul Michael Glaser. Éste había saltado a la fama protagonizando a Starsky en la popular teleserie Starsky y Hutch (1975-79) y luego se había reciclado en la industria como director para la televisión. Se encargó de varios episodios de la primera temporada de Corrupción en Miami (1984) y fue allí donde congenió con Cohen, que también había dirigido algunos capítulos.

Desgraciadamente, dados los problemas presupuestarios, el retraso acumulado y el cambio de director por uno más ducho en la televisión que en la pantalla grande, el resultado fue un producto que, por muchas ínfulas que quisiera darse, no podía deshacerse del tufillo televisivo.

En el año 2019, tras el colapso económico de los Estados Unidos, el país ha caído bajo el control de un gobierno totalitario. Cuando el policía y piloto de helicóptero Ben Richards (Arnold Schwarzenegger) se niega a abrir fuego contra un grupo de manifestantes, es encarcelado acusándolo precisamente de lo que rehusó hacer. Él y dos compañeros reclusos, prisioneros políticos, consiguen fugarse de la penitenciaria pero son vueltos a capturar. La energía y recursos de Richards impresionan a Damon Killian (Richard Dawson), el presentador del concurso televisivo Perseguido, en el que los participantes huyen para salvar sus vidas, acosados por un grupo de asesinos profesionales. Richards es obligado a entrar en el concurso, pero cuando va venciendo uno a uno a sus peligrosos cazadores, superando todas las expectativas, el público empieza a verle como un héroe contestatario y Killian se encuentra entre manos con un embarazoso problema en forma de posible revuelta popular.

Sólo cuando Perseguido llegó a las salas de cine se demostró que tenía poco que ver con la distopía oscura, cínica y pesimista que King había construido en su novela. En ésta, Ben Richards era un hombre corriente, no un superhéroe. Ciertamente, demuestra tener más astucia y recursos de los que nadie le suponía, pero tanto su físico como su inteligencia son las de alguien normal sometido a un tremendo estrés. Su motivación era procurar una vida algo mejor para su esposa e hija, y lo que le permitía escapar de sus perseguidores era a menudo una combinación de suerte y desesperación.

En la película, por el contrario, no sólo se escogió al hipermusculado Arnold Schwarzenegger para el encarnar a Richards, sino que el propio personaje se transforma en un policía adiestrado de resistencia rayana en lo sobrenatural. Es más, mientras que la autoinmolación final de Richards en el libro no servía de nada frente a una población embrutecida por la violencia, su versión cinematográfica acaba convertida en el líder revolucionario de un pueblo que, después de todo, sí ansiaba la democracia y la libertad. Mientras que el Richards literario era un hombre derrotado que se presentaba voluntario al concurso, el cinematográfico es obligado a participar en él. El antihéroe del libro se ha transformado aquí en un justiciero capaz de derribar gobiernos.

En el libro, los Cazadores eran asesinos anónimos, cazarrecompensas profesionales que tenían treinta días para encontrar a su presa en un país segregado por clases económicas, sí, pero funcional, realista y urbanísticamente parecido al nuestro. En el film, los Cazadores son una especie de histriónicos villanos de comic book armados con una parafernalia extravagante, que se enfrentan en duelos singulares con Richards en un entorno de ruina y desolación urbanos que bien podría ser un páramo postapocalíptico. Por otra parte, mientras que en la novela la acción se dilataba semanas, aquí se concentra enteramente en una noche.

Todo en la película, por tanto, está hiperhormonado y exagerado a mayor gloria de Schwarzenegger y sus frases contundentes, mientras que la distopía de King ha sido reemplazada por una versión híbrida del mockumentary Punishment Park (1971) y Rollerball (1975), reformulada para aficionados al wrestling. De hecho y para encarnar a los principales Cazadores, se contrató a varios luchadores de esa disciplina muy conocidos por entonces, como el Profesor Toru Tanaka o Jesse Ventura, así como al famoso jugador de fútbol americano Jim Brown. En el equipo de los forzudos militaban también el luchador olímpico y cantante de ópera Erland Van Lidth o el halterofilista Gus Rethwisch. El delirante casting incluía a Mick Fleetwood, batería del mítico grupo Fleetwood Mac, y Dweezil Zappa, hijo del legendario músico Frank Zappa.

Tampoco se invirtió mucho esfuerzo en imaginar el futuro en el que transcurre la historia. Es un régimen totalitario de lo más genérico y vago. Se nos dice que el gobierno norteamericano sufrió un colapso financiero pero lo que vemos es la misma mezcolanza de neones y clichés ciberpunk de tantas producciones contemporáneas, a menudo ensartados sin lógica alguna. Schwarzenegger, que ya tenía cierta experiencia en la ciencia ficción trabajando bajo las órdenes de alguien tan meticuloso como James Cameron (Terminator, 1984), no pudo sino acusar la diferencia y responsabilizó a Paul Michael Glaser de la pobreza conceptual y visual de ese futuro, en parte por su insuficiente bagaje como director y en parte por la premura con la que hubo de trabajar (recordemos que fue contratado in extremis, tras el despido de su predecesor).

Como película de acción, Perseguido es solamente pasable, pero como ciencia ficción, es un fracaso en todo menos en servir de plataforma no oficial de la Federación Mundial de Wrestling. El concepto de un programa televisivo basado en la supervivencia de los concursantes frente a unos asesinos contratados, así como otros elementos de la narración, habían podido verse poco tiempo antes en un film francés, El precio del peligro (1983). En 2012, Los juegos del hambre volvió sobre el tema con un tono adolescentemente descafeinado, pero visualmente más elegante.

Aparte de los decorados de baratillo, la nula sutileza y las melodramáticas interpretaciones, uno de los aspectos más dolorosamente chirriantes de Perseguido es la doble moral que destila a chorros. Por una parte, la trama ataca la idea de una sociedad anestesiada a base de ultraviolencia televisiva (idea esta, la de que el deseo de democracia, derechos y libertad pueda ser sofocado viendo violencia por la televisión, es más que discutible, pero eso es otra cuestión). Por otra, sin embargo, desarrolla la trama cayendo en el mismo tono violento que dice atacar.

Hay quien ha querido defender la película argumentando que en realidad es una sátira, pero si es así, no resulta evidente, al menos en el resultado global. El film demuestra poco interés en celebrar la libertad como concepto u ofrecer un discurso ideológico. En cambio, se centra en el triunfo de los brutales métodos de Schwarzenegger. Cuando llega el desenlace y el héroe vence en el juego antes de enviar al irritante Killian a un desagradable destino, lo que se celebra no son la libertad y la democracia, sino una catarsis violenta y maniquea.

La película se estrenó en noviembre de 1987 y recaudó la modesta cifra de 37 millones de dólares sobre un presupuesto de 28 millones. Hoy, es un producto en general tan mediocre y atado a su época que resulta difícil de recomendar a quien no sea un acérrimo e incondicional nostálgico de los ochenta.

Todo en el film, desde la música de sintetizador a los peinados cardados, desde la niebla de hielo seco a la iluminación con neones, desde los colores chillones al diseño de producción, parece extraído de un futuro kitsch en el que Ronald Reagan sigue en la Casa Blanca y Max Headroom no ha perdido su estatus de vanguardista icono pop.

Por lo menos, la trama ofrece ciertos destellos de humor negro que ayudan a digerir la historia y su envoltorio, con frases como “Ponme con el Departamento de Justicia, división de Entretenimiento”, o “Soy su agente teatral de oficio”; o la lectura del contrato que Richards tiene que firmar. Por desgracia, y en su mayor parte, la película anima al espectador a carcajearse sin que probablemente ésa fuera la intención ni del guionista ni del director.

Por tanto, si como he dicho se es fan de los productos que respiran años ochenta por los cuatro costados, esta película probablemente resultará moderadamente satisfactoria dentro de esa línea. Aunque con todo lo dicho no es la peor adaptación al cine que ha padecido Stephen King, tampoco es un producto para quien haya leído y disfrutado de la novela. De visionado recomendable, en definitiva, en función de la tolerancia a lo camp que tenga cada cual.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".