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«Regreso al futuro» (1985) o el espíritu de los ochenta

Dicen que la idea se le ocurrió a Bob Gale mientras visitaba a sus padres en St. Louis, Missouri. Al descubrir los anuarios estudiantiles de la familia, le dio por pensar qué habría ocurrido si hubiera coincidido en la misma clase con su padre.

Cuando Gale se reunió con Robert Zemeckis en California, éste añadió un nuevo concepto a ese incipiente argumento: ¿Y si en realidad la típica madre que presume de no haber besado nunca a otro compañero hubiera sido una de las chicas más populares del instituto?

Luego volveremos al desarrollo de este concepto, pero antes, comencemos por lo que más importa. Me refiero a esa trama sencilla e ingeniosa, que sigue encandilando a los espectadores de las nuevas generaciones. No en vano, varias escenas de Regreso al futuro ‒¿cómo decirlo?‒ resumen lo que muchos, acaso cayendo en la idealización, sentimos duranre la década de los ochenta.

¿Un icono generacional? Algo hay de eso. Regreso al futuro es cultura pop en el mejor sentido de esa expresión, y seguramente por ello sus admiradores son proselitistas, y perpetúan el marketing de esta película por medio de camisetas, banners y efusiones virales en las redes sociales.

Pero sería un error valorar esta cinta exclusivamente por su valor nostálgico. En realidad, su peso y vigencia recaen en otros factores. Y todo ellos están presentes en su argumento.

Recapitulemos… En el guión definitivo de Regreso al futuro, Marty McFly (Michael J. Fox) es un adolescente con ganas de diversión. O lo que viene a ser lo mismo, Marty es el estereotipo de la comedia teen de los ochenta. Un chaval de la era Reagan, y en cierto sentido, el modelo juvenil que se consolidó en los films de la factoría Spielberg: resuelto, rebelde, ingenuo, sentimental, conservador ‒entiéndase este adjetivo más allá de la política‒, y en definitiva, fiel al espíritu de aquella época.

Su mejor amigo es Emmet “Doc” Brown (Christopher Lloyd), un peculiar científico que ensaya un invento prodigioso: un coche–máquina del tiempo. De nuevo nos hallamos ante otro modelo de larga tradición. Aunque bondadoso y risueño, «Doc» es un avatar de los mad doctors del cine de los cuarenta y los cincuenta. Un científico cuya excentricidad bordea amablemente la locura, y autor, por más señas, de un invento cuyas consecuencias es incapaz de controlar.

El ataque de unos terroristas islámicos obliga a Marty a huir en el vehículo. Antes de dar el salto en el calendario, observa cómo “Doc” es tiroteado. Sin quererlo, el vehículo lo transporta al pasado. ¿A qué época? Pues justamente a la que se había puesto de actualidad en los ochenta, es decir, a la década de los cincuenta.

Ese momento no es un destino arbitrario, y no sólo porque en los ochenta volviéramos a tener teddy boys, rock al estilo clásico y otras experiencias retro. En realidad, desde finales de los setenta, el cine se había encargado de reforzar esa nostalgia, identificada con aquellos tiempos de posguerra, en los que un nuevo futuro parecía abrirse en Estados Unidos. Desde Grease hasta Diner, pasando por Stand by MeEl club de los poetas muertosLa BambaAnimal House(ambientada en el 62) o Hoosiers, un buen puñado de películas se ocuparon de convencer al espectador de ese paralelismo entre ambas etapas históricas.

Hay otra razón, acaso más obvia, y es que los cineastas del momento eran baby boomers, nacidos entre 1946 y 1964, y por eso mismo llevaban a la pantalla los temas que les resultaron más gratos en su infancia y juventud. De ahí que los espectadores de la generación de Zemeckis identificasen los bailes de fin de curso, los seriales en sesión matutina, las novelas baratas, la tarta de manzana y la música de Chuck Berry con algo muy parecido a la felicidad.

En cuanto al viaje de Marty al 5 de noviembre de 1955 ‒fecha en que sus padres aún no eran novios y su amigo científico aún no había logrado rediseñar el DeLorean‒, también responde a una inspiración muy clara. No hemos de olvidar que Steven Spielberg, apoyado por Frank Marshall y Kathleen Kennedy, produjo Regreso al futuroaprovechando una vieja fórmula reavivada por largometrajes como El experimento Filadelfia (The Philadelphia Experiment, 1983) o Timerider (1983), dos cintas cuyos héroes eran viajeros temporales más o menos involuntarios.

Fue la compañía de Spielberg, Amblin, la que se ocupó del proyecto de Zemeckis, coautor del guión y amigo de su jefe. Ambos habían tenido la ocasión de trabajar juntos en 1941 (1979), la comedia bélica que dirigió Spielberg y escribieron Zemeckis y Bob Gale. Aquella superproducción, protagonizada entre otros por Dan AykroydJohn BelushiJohn CandyChristopher LeeToshiro Mifune y Robert Stack, fue un fracaso entre los críticos, pero al contrario de lo que suele decirse, fue bastante rentable para sus productores.

Menciono aquí 1941 no solo porque explica los vínculos entre los creadores de Regreso al futuro ‒ZemeckisGale y Spielberg‒ sino porque más de una secuencia de dicha película inspira momentos muy señalados de la aventura de Marty McFly. Por ejemplo, la persecución automovilística de 1941 será fácilmente reconocida por quienes ahora vean de nuevo Regreso al futuro.

Zemeckis y Gale se habían hecho amigos en las aulas de la Escuela de Cine de la Universidad del Sur de California, donde, a diferencia de otros compañeros, habían mostrado más atención por Disney, por los viejos seriales o por las películas de James Bond que por la Nouvelle Vague francesa y el neorrealismo italiano.

En buena medida, su guión para la película que nos ocupa resume parte de esos intereses juveniles (algo que también se advierte en el anterior éxito de ZemeckisTras el corazón verde, estrenado un año antes).

Curiosamente, el primer borrador de Regreso al futuro, completado entre 1980 y 1981, planteaba un medio bien distinto de viajar por el tiempo que el visto más tarde en las pantallas. En lugar de ir en un DeLorean DMC-12, Marty McFly se encerraba ‒atención‒ en una nevera.

Un ejecutivo de Universal, Sidney Sheinberg, sugirió varios cambios en el libreto, y también tuvo el buen sentido de recordar a los guionistas lo ocurrido años atrás, cuando varios niños fallecieron al lanzarse a volar desde las azoteas emulando al Superman cinematográfico.

Ante la perspectiva de criogenizar indirectamente a un buen puñado de espectadores, los artífices de la historia modificaron el planteamiento y el condensador de fluzo pasó a ocupar la parte trasera de un vehículo estremecido por corrientes eléctricas (Por cierto, fluzo es una licencia del equipo de doblaje español, que decidió evitar la palabra flujo, de obvias connotaciones).

¿Y dónde fue a parar la idea de la nevera, que en el borrador era impulsada por una fuerza nuclear? Vean Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008) y podrán comprobarlo en sus primeras secuencias.

Hill Valley, la ciudad donde transcurre el film, se edificó en Courthouse Square, junto a los estudios Universal. Ese escenario es muy significativo, porque allí se habían rodado cintas como It Came from Outer Space (1953), Tarántula(1955), Matar a un ruiseñor (1962) o El hombre orquesta (1962). El paso del equipo de Zemeckis por esas instalaciones está muy relacionado con la buena experiencia de otro nostálgico, Joe Dante, al frente del rodaje de Gremlins (1984), en los mismos decorados.

Años después, Joss Whedon, muy consciente de lo que significaban en términos sentimentales todos estos precedentes, también rodó la teleserie Buffy, cazavampiros(1998) en Courthouse Square.

Ganadora del premio Hugo, Regreso al futuro es, además de una fantasía deslumbrante, una brillante comedia que satiriza el estilo de vida americano con tanta agilidad narrativa como ingenio técnico.

Michael J. Fox –que desplazó a un soso Eric Stoltz con el rodaje ya comenzado– y Christopher Lloyd demuestran en esta cinta sus excelentes cualidades para el humor.

Lloyd, curtido en papeles tan diversos como el villano de El Llanero Solitario o el Jim Ignatiowski de la teleserie Taxi, incorpora en esta ocasión al sabio neurótico y bondadoso que todos conocemos, con una apariencia a medio camino entre Albert Einstein y el director de orquesta Leopold Stokowski.

Por su parte, Fox tuvo que compatibilizar esta filmación con su trabajo en la serie de la NBC que lo había convertido en estrella: Family Ties (Lazos familiares / Enredos de familia, 1982-1989). En ella, el actor encarnaba a un joven republicano, hijo de dos antiguos hippies, escenificando así un choque generacional que, por otra vía, también está presente en el film de Zemeckis.

Entre los secundarios, resulta imposible olvidar a Lea Thompson en el papel de Lorraine Baines-McFly, al insólito Crispin Glover en la piel de George McFly y a un eficaz Thomas F. Wilson como la némesis de los McFly, el matón Biff Tannen.

El éxito de la película fue formidable. Tanto es así, que generó dos secuelas. La segunda parte de Regreso al futuro, estrenada en 1989, desarrolla parte de su trama en un 2015 diferente al que ya conocemos. No obstante, ese ejercicio de futurismo acierta en varios hallazgos que hemos confirmado en la actualidad: las videollamadas telefónicas, las televisiones planas, el cine en 3D, los hologramas publicitarios, los hornos microondas, las gafas de realidad virtual y las tabletas.

La tercera y última entrega de la saga, filmada en 1990, transcurre primordialmente en 1885, y viene a ser un westernrebosante de ingredientes propios de la ciencia ficción. En definitiva, hablamos de un buen ejemplo de steampunk, adaptado al escenario del Oeste americano.

Como ya se imaginan, Regreso al futuro puso de moda una receta narrativa ampliamente explotada por Amblin. Por las mismas fechas, Spielberg produjo otros títulos fantacientíficos para toda la familia, al estilo de Nuestros maravillosos aliados (Batteries Not Included, 1987) o la serie de 25 capítulos Amazing Stories (1987).

El éxito de Regreso al futuro también animó a la UIP a financiar Biggles (1986) un proyecto dirigido por John Hough, que se basaba en los saltos en el tiempo sufridos por los protagonistas entre el presente y la Primera Guerra Mundial. El personaje central, James Bigglesworth, apodado «Biggles», era un as de la aviación, creado por el novelista W. E. Johnsen 1932.

Una variante del regreso al pasado llegó a Hollywood con cuatro títulos que subían a sus personajes en el mágico carrusel de la bradburyana Feria de las Tinieblas con tal ímpetu que todos ellos regresaban a la infancia o maduraban en el lapso de un segundo.

Este catálogo incluye De tal astilla tal palo (Like Father Like Son, 1987), de Rod Daniel, con Kirk Cameron y Dudley Moore intercambiando sus papeles de padre e hijo; Viceversa (1987), dirigida por Brian Gilbert y protagonizada por Judge Reinhold y Fred SavagePlantón al cielo (18 Again!, 1987), con dirección de Paul Flaherty y George Burns y Charlie Schlatter como abuelo y nieto intercambiables; y, finalmente, Big (1988), la mejor de todas ellas, eficazmente dirigida por Penny Marshall e interpretada por Tom Hanks.

A diferencia de casi todas estas producciones, Regreso al futuro se ha convertido, como ya dije, en un film de culto. Si hablamos de las redes sociales, los memes sobre esta franquicia son tan abundantes que merecerían un análisis sociológico. Pero sin entrar en esas honduras, está claro que emocionarse con la banda sonora de Alan Silvestri, o con las canciones de Huey Lewis and the News, o repetir las frases más afortunadas del guión vienen a ser otro rasgo más de aquellos que crecimos en los ochenta. Precisamente por eso, cada vez que alguna publicación propone a sus lectores que voten una lista de las mejores películas de la historia, Regreso al futuro siempre se cuela en un lugar destacado gracias a la predilección de miles de seguidores.

En todo caso, lo que ya no podemos discutir es que la cinta de Zemeckis ha triunfado de muchas maneras. Y aun así, una duda persiste: ¿cómo se explica que esta película haya fascinado por igual a científicos como Carl Sagan y a adolescentes sin otro afán que divertirse? Esa, me temo, es una pregunta que no soy capaz de contestar con un comentario sencillo. Y me da la impresión de que, a estas alturas, tampoco hace falta.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.