En 1956, la Guerra Fría estaba en su etapa más caliente. Estados Unidos y la Unión Soviética libraban un complicado juego de espías mediante el que trataban de no quedarse atrás en la carrera de armamento, protegiendo sus respectivos secretos y tratando de averiguar los del contrario. En este contexto es en el que podemos encuadrar la siguiente aventura de Tintín: El asunto Tornasol.
El Profesor Tornasol ha inventado una nueva arma de gran potencial destructivo basada en los ultrasonidos que, en su fase inicial, sólo afecta al cristal y la porcelana. En un viaje a Suiza para encontrarse con otro científico que trabaja en el mismo campo, Tornasol es secuestrado por agentes extranjeros que quieren apoderarse del secreto de esa tecnología. Tintín y el capitán Haddock, dándose cuenta de que su amigo está en peligro, se ponen en camino para rescatarlo en un viaje que les llevará primero al país helvético y luego a Borduria, una de las naciones que desean controlar al profesor.
Para reflejar la lucha entre las potencias capitalistas y comunistas, Hergé opta acertadamente por evitar las referencias a la auténtica guerra fría recuperando la enemistad entre Sildavia y Borduria que ya había presentado en El cetro de Ottokar. Esa decisión permitió que El asunto Tornasol quedara en una especie de limbo atemporal, libre de cualquier referencia directa al mundo real y contemporáneo, asegurando de este modo su permanente actualidad.
Para el conocedor de la Historia, sin embargo, el contexto general no pasará desapercibido, como tampoco algunas referencias que el autor introduce en el argumento. Así, el bigotudo dictador Plekszy-Gladz de Borduria guarda cierta semejanza con Stalin, mientras que el uniforme de sus militares recuerda al de las SS hitlerianas, así como su saludo ¡Amaih Pleksy–Gladz!, reminiscente del ¡Heil Hitler! nazi. En esta misma línea, el jefe de la policía secreta borduria, el coronel Spontz, pasará en un álbum posterior, Tintín y los Pícaros, a servir como colaborador de un régimen sudamericano, reflejando el exilio en el que muchos nazis trataron de reciclarse tras su derrota.
También el invento de Tornasol, un amplificador de ultrasonidos, está basado en una investigación del Tercer Reich dirigida por el ministro de armamento, Albert Speer. El propósito de la misma fue construir proyectores parabólicos que pudieran amplificar el sonido con propósitos destructivos. Aunque se llegaron a construir algunos prototipos –que supuestamente podían matar a un hombre en treinta segundos–, el programa no pasó de la fase experimental.
Cuando empezó a serializarse la aventura en la revista Tintin en 1954, hacía un año que había aparecido la primera novela de James Bond escrita por Ian Fleming, Casino Royale. Aquella novela fundacional en el subgénero de superespías y aparecida en el momento álgido del espionaje en el siglo XX, mostró al gran público los originales –y a veces inverosímiles– artefactos propios del oficio. Hergé no fue inmune a esta influencia y en El asunto Tornasol, introdujo elementos como el paraguas hueco en el que se pueden esconder microfilms.
La maestría narrativa de Hergé se demuestra aquí en la forma en que, sin bajar el ritmo ni la tensión que domina la búsqueda de Tornasol, sabe aligerar el suspense con numerosos interludios humorísticos muy bien emplazados: la recurrente confusión telefónica entre Moulinsart y la carnicería Sanzot (algo que le sucedía a menudo al propio Hergé), la presentación del plomizo agente de seguros Serafín Latón o el gag con el esparadrapo del que no hay forma de librarse y que se convirtió en el más largo de toda la serie prolongándose intermitentemente durante una treintena de viñetas. Por cierto, que Serafín Latón, que volverá a aparecer en siguientes álbumes envenenando la frágil tranquilidad de la vida de Haddock, representaba todo lo que Hergé detestaba en un ser humano: la exagerada familiaridad, la mala educación, la falta de empatía y la cobardía (escapa de la mansión en cuanto cree que hay alguien infectado de escarlatina).
Este álbum está considerado como uno de los mejor dibujados de toda la serie, lo cual es decir mucho. Las viñetas están llenas de detalles, como los omnipresentes mostachos de Plekszy-Gladz en la forma de mil objetos en Borduria, o esos magníficos planos del exterior de la mansión tomado por curiosos y periodistas, o el de la persecución automovilística por el abarrotado centro de un pueblo. A ello se sumó el realismo que Hergé insufló en la historia, mayor todavía que el ya habitual en sus álbumes, no limitándose a extraer referencias visuales de revistas, periódicos o libros, sino viajando personalmente a la zona.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.