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Sevilla, capital del mundo civilizado

Por Real Cédula de 20 de enero de 1503, los Reyes Católicos ordenaron la creación de la Casa de Contratación en la ciudad de Sevilla. Nacía así una institución pionera, dedicada a «recoger y tener en ella, todo el tiempo necesario, cuantas mercaderías, mantenimientos y otros aparejos fuesen menester para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de las Indias; para enviar allá todo lo que conviniera; para recibir todas las mercaderías e otras cosas que de allí se vendiese dello todo lo que hubiese de vender o se enviase a vender e contratar a otras parte donde fuese necesario».

Una institución esencialmente comercial, destinada a registrar todas las transacciones con las Indias, a recibir los caudales indianos, a recoger información sobre la situación del mercado americano, a designar escribanos y mandos para las flotas que iban y venían, así como a controlar los pasajeros que viajaban al Nuevo Mundo.

Con los años, se transformó en centro cartográfico y de navegación, el más destacado de su tiempo, el mejor. Un lugar donde se guardaban, como los secretos de estado que eran, las cartas de marear utilizadas por los capitanes de las flotas españolas, la información que se iba acumulando de las nuevas tierras, los nuevos descubrimientos geográficos e instrumentales. En definitiva, un centro de élite a escala mundial.

La elección de Sevilla, por parte de los Reyes Católicos, transformó a esta urbe en caput mundi, cabeza del mundo civilizado, centro neurálgico de todo el intercambio de personas, información y mercancías entre el Viejo y el Nuevo Mundo, tal y como describe Tomás de Mercado, en su Suma de tratos y contratos (Sevilla, 1571):

«Así la Casa de la Contratación de Sevilla y el trato della, es uno de los más célebres y ricos que hay el día de hoy, o se sabe en todo el orbe universal. Es como centro de todos los mercaderes del mundo. Porque a la verdad saliendo antes la Andalucía y Lusitania, ser el extremo y fin de toda la tierra, descubiertas las Indias es ya como medio. Por lo cual todo lo mejor y más estimado, que hay en otras partes antiguas, aún de Turquía viene a ella».

Felipe II y Sevilla

Era 1 de mayo, del año de 1570, cuando Felipe II entró, por primera y única vez en su vida, en Sevilla. Y no entró por la Puerta de La Macarena, como era tradición. El dueño del mundo había de entrar por una puerta que fuera símbolo de la pujanza mercantil de la ciudad, Caput mundi, Puerta de Indias, lugar de arribo de las flotas procedentes del Nuevo Mundo y del Lejano Oriente. Fue por ello que se eligió la Puerta de Goles, conocida desde entonces como Puerta Real.

Hasta esa Puerta de Goles, procedente de San Jerónimo, llegó Felipe II con toda la comitiva real, a través del río Guadalquivir, de ese río que era el destino último de todas las maravillas procedentes de los cuatro puntos cardinales del planeta. Inspeccionó la flota de Indias, presta a zarpar.

Asistió a una competición de remo, organizada desde la Casa de Contratación. Y entonces, sólo entonces, encaminó sus pasos hacia el centro de la ciudad. Calle de las Armas. Plaza del Duque. Sierpes. San Francisco. Alemanes. En la Puerta del Perdón fue recibido por el Cabildo Catedralicio en pleno. Y entró en el templo, el mayor templo gótico de la cristiandad, por el Patio de Naranjos.

Aquella era la ciudad en la que se habían conocido sus padres. Allí habían vivido sus primeros meses de idilio, si hacemos caso de los cronistas. En aquellos muelles atracaban las flotas que mantenían un imperio. En aquel Arenal bullicioso se hablaban todas las lenguas del imperio. Aquellas atarazanas fabricaban carabelas y goletas que surcaban todos los mares conocidos. En aquella Casa de Contratación se custodiaban cartas de marear, itinerarios secretos, informes de estado del mayor imperio conocido por el hombre. En las gradas de aquella inmensa catedral negociaban genoveses, florentinos, hanseáticos, ingleses, franceses y burgaleses, repartiéndose el comercio que, procedente del Nuevo Mundo, había de venderse en el Viejo. Allí, en definitiva, se había gestado la grandeza de la Corona de Castilla, santo y seña de la Monarquía Hispánica, primera monarquía mundial.

Ésa, y no otra, es mi Sevilla. Ésa es la Sevilla que acudo a buscar, una y otra vez. Sentada en las gradas de la Catedral, a las puertas de la Casa de Contratación, a orillas del Guadalquivir, bajo la atenta mirada de la Torre del Oro. Intentando rescatar aquellas voces, aquellas gentes, aquellas prisas, aquellos aromas. Cerrando los ojos e imaginando cómo fue todo aquello. Igual que hago cuando voy a El Escorial, el único de los palacios que ha perdurado tal cual lo conoció Felipe II. Paseando por sus salas, pasando la mano por sus libros. Unos libros que, seguro, fueron tocados y manoseados, con delectación, por su dueño. Intentando imaginar cómo se destilaban quintaesencias y elixires en aquella mítica mansión de las aguas.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).