Marshall McLuhan predijo en el siglo XX muchos de los cambios que estamos presenciando, cuando se refirió a la trasformación que estaba teniendo lugar entre una civilización basada en los libros, la galaxia Gutenberg, y otra electrónica, la galaxia Marconi, que haría que el mundo se convirtiera en una «aldea global», en la que lo audiovisual sustituiría a lo textual. McLuhan murió en 1980, por lo que apenas pudo conocer Internet y los ordenadores personales, que han desbordado sus más locas predicciones de profeta de la nueva era.
En 1997, Janet Murray se ocupó de ese nuevo mundo y de sus posibilidades narrativas en Hamlet en la holocubierta (Hamlet on the Holodeck: The Future of Narrative in Cyberspace).
Aunque han pasado bastantes años desde la primera edición, Murray, como Nicholas Negroponte en El mundo digital, anunció muchas de las cosas que están sucediendo en nuestro presente y algunas que todavía están por llegar. No es casualidad que los dos trabajaran en el laboratorio creativo Medialab del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), un lugar en el que se hacen las cosas diez o quince años antes que en el resto del mundo. En el título del libro de Murray se dan cita el pasado y el futuro. Hamlet es, por supuesto, el personaje de Shakespeare, pero ¿qué es la holocubierta?
Antes de continuar leyendo, lo mejor es que el lector vea por sí mismo la holocubierta…
La holocubierta es un lugar de las naves de la serie de televisión Star Trek: un cubo negro, vacío, en el que un ordenador proyecta simulaciones muy elaboradas. Cuando un tripulante entra en la holocubierta, puede participar en historias que se transforman segundo a segundo, en respuesta a sus acciones, y puede experimentar una vida virtual que es casi tan real como la vida cotidiana, porque incluso puede tocar a las personas o los objetos de ese mundo imaginario.
La comandante de la Voyager (Star Trek: Voyager, 1995), Kathryn Janeway, visita a menudo la holocubierta en busca de mundos fantásticos, por ejemplo para convertirse en Lucy Davenport, la institutriz de los dos hijos del viudo Lord Burleigh, en un mundo que recuerda el de las novelas de Jane Austen y las hermanas Brontë. Como es previsible, la institutriz se enamora de Lord Burleigh.
Hay que recordar que, como en casi todas las series de televisión, lo que importa en Star Trek no son los extraños seres y razas extravagantes de alienígenas. Eso sólo es el macguffin, la excusa, porque la verdadera intención de los guionistas es situar a sus personajes ante dilemas morales, se trata de una ficción de relaciones sociales y trasfondo psicológico. Muchas personas son incapaces de entender que el género de la ciencia ficción, incluso el de naves espaciales y luchas con espadas láser, lo
único que hace es plantear los mismos problemas de siempre pero en escenarios distintos. No saber leer el subtexto, e incluso el texto, y quedarse sólo en los adornos cienciaficcioneros es quizá tan grave como rechazar a Shakespeare porque sus historias transcurren en una Inglaterra llena de reyes con armadura y reinas con collarín, o a Sófoclesporque Edipo va siempre medio desnudo y con sandalias.
Da igual que el medio de transporte se llame La Reina de África o Voyager, si quienes viajan en él se ven sometidos a conflictos y emociones similares. Un ejemplo del planteamiento psicológico de Star Trek es cuando la citada comandante, en su papel de Lucy Davenport, besa a Lord Burleigh y se pregunta si eso la convierte en una mujer infiel: ¿Ha traicionado a su marido al besar a un ente virtual? Lo que quizá a más de uno le recuerde que el papa Juan Pablo II alertó en su momento de los pecados virtuales cuando dijo que pensar en ser infiel ya era en cierto modo ser infiel.
El lector se habrá dado cuenta de que, cuando los personajes de Star Trek visitan la holocubierta, no eligen increíbles futuros tecnológicos, sino que prefieren viajar al pasado. Resulta curioso, en efecto, que la comandante Janeway, que vive en un futuro lleno de naves espaciales y alienígenas, busque en sus fantasías los extraños mundos de la novela realista del siglo XIX. Las fronteras entre realidad y fantasía, o entre costumbrismo o ciencia ficción, se están haciendo cada vez más difusas, como veremos en próximos capítulos.
Pero todavía no he explicado por qué en el libro de Murray conviven Hamlet y la holocubierta. La respuesta es una pregunta que se hace Murray: «¿Cuándo tendremos en el mundo de la llamada hipernarrativa un equivalente al Hamlet de Shakespeare?». Es decir, ¿cuándo encontraremos en el mundo digital, interactivo, hipertextual, obras de calidad comparable a las de Shakespeare?
Imagen superior: la holocubierta de «Star Trek: Discovery» (2017). La holocubierta fue ideada por Gene Roddenberry tras su encuentro con el inventor Gene Dolgoff en 1973. Roddenberry empleó por vez primera este recurso en la serie animada de «Star Trek» (1974), concretamente en el episodio «The Practical Joker», donde aparecía un espacio recreativo con estas cualidades.
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