El libro de William S. Baring-Gould Sherlock Holmes de Baker Street, pero también otras investigaciones prodigiosas, como la edición de las aventuras del detective atribuidas a Conan Doyle, cuidadosamente anotadas por el propio Baring-Gould, o más recientemente por Leslie Klinger, son imprescindibles para cualquiera que desee resolver los misterios planteados por las peripecias de Holmes.
Estos enigmas son inacabables y de naturaleza muy diferente. Los llamados pastiches, los libros de aventuras de Sherlock Holmes que no han sido escritos o atribuidos a Conan Doyle, a John Watson o al propio Holmes, intentan resolver algunos de esos misterios .
Los manuscritos inéditos de Sherlock Holmes
El equívoco entre un narrador llamado John Watson y un autor público llamado Arthur Conan Doyle hizo creer a algunos lectores de la época en la que se publicaron las aventuras de Sherlock Holmes que, en efecto, el detective era un personaje más o menos real, cuya verdadera identidad se mantenía en secreto, y que Arthur Conan Doyle era tan sólo el agente literario de Watson.
Con el tiempo, varios escritores se sumaron a esta tesis y publicaron nuevas aventuras de Sherlock Holmes, asegurando que las había escrito Watson, pero que habían quedado inéditas por diversos motivos. En la actualidad, todavía se publican en todo el mundo relatos y novelas protagonizadas por Holmes, que suelen empezar con un prólogo del supuesto editor o descubridor, en el que se explica que en un viejo desván, o en un almacén abandonado durante décadas, o en una vieja librería londinense, se ha encontrado una caja con manuscritos firmados por un tal John Watson, en los que se relatan aventuras inéditas de Sherlock Holmes.
Imagen superior: Nicol Williamson como Sherlock Holmes y Robert Duvall como Dr. John Watson en «Elemental Dr. Freud» («The Seven-Per-Cent Solution», 1976), de Herbert Ross, película basada en la novela homónima de Nicholas Meyer.
Ante la proliferación de manuscritos con nuevas aventuras, Nicholas Meyer, se vio obligado, en Elemental, doctor Freud, a defender la autenticidad del suyo: «El descubrimiento de un manuscrito inédito de John H. Watson puede crear, en el mundo literario, tanto escepticismo como sorpresa… Es indudable que ha habido exceso de falsificaciones, algunas bien hechas, hay que reconocerlo, y otras realmente abominables, y por eso una historia nueva, supuestamente auténtica, causará una reacción de aburrida hostilidad por parte de los estudiantes serios del Canon…»
Uno de los aspectos más curiosos del descubrimiento de más y más manuscritos inéditos con aventuras de Sherlock Holmes es que casi todos ellos prometen revelar “una aventura colosal”, “el más asombroso caso de Sherlock Holmes”, “el secreto que no debía revelarse nunca”, pero son pocos los que, modestamente, se limitan a contar “una aventura más” del infatigable detective.
Los pastiches holmesianos
Sherlock Holmes es probablemente el personaje que más libros y relatos ha protagonizado. Sus aventuras no se cuentan tan solo en los cincuenta y seis cuentos y cuatro novelas que escribió Arthur Conan Doyle, sino que continúan en cientos de relatos y novelas. Esos textos son llamados pastiches o apócrifos y pueden ser muy similares a las historias de Holmes o decididamente extravagantes.
Existen muchas páginas dedicadas a los apócrifos o pastiches, y también a las parodias y juegos con Sherlock Holmes, que suman miles y son casi incontrolables. Afortunadamente, algunas páginas se dedican a catalogarlos minuciosamente, como Sherlock Holmes Pastiche Characters, que ofrece no solo una lista de las novelas, cuentos, parodias y ensayos relacionados con el célebre detective, sino también de los personajes que aparecen tanto en las obras canónicas como en las imitaciones.
En esta línea, surge toda una serie de enigmas cada vez que Watson o Holmes mencionan algún caso en el que han participado y que, sin embargo, no llegan a contar en detalle. Entre esos casos, están los que Holmes resolvió antes de conocer a John Watson, o durante los años que fingió estar muerto, tras caer por las cataratas de Reichenbach.
Se sabe, porque lo contó Doyle cuando resucitó a Holmes en La casa vacía, que Holmes adoptó la personalidad de un explorador noruego llamado Sigerson, y que viajó al Tíbet, que entró en el recinto sagrado de la Kaaba de la Meca disfrazado de devoto musulmán, como antes que él había hecho el célebre aventurero Richard Burton, y antes que Burton el español Domingo Badía.
Durante esos años de silencio, cuando el mundo entero pensaba que había muerto, Holmes resolvió diversos casos en los que estaba implicada la organización que su archienemigo Moriarty había creado.
Algunos enigmas están relacionados con la vida de Holmes y Watson, con la verdadera relación que mantenían y con la extraña amistad de estos dos solteros que compartieron piso durante tantos años.
Otro de los asuntos más inquietantes, por supuesto, es por qué en las aventuras de Sherlock Holmes nunca se menciona, ni siquiera de pasada, a Jack el Destripador, contemporáneo del detective. Baring-Gould, en su biografía, asegura, sin embargo, que Holmes y Jack se conocieron, mientras que Charles Fisher asegura que Holmes se refiere a Jack cuando habla en “La aventura de los seis Napoleones” de un tal Horace Harker. Pero, como bien nos demostró el propio Holmes en “La aventura del caballo Silver Blaze” (lo cuento en No tan elemental), a veces el silencio es el más significativo de los signos, y esa ausencia de Jack el Destripador no puede ser más ruidosa.
Respuestas sin preguntas
Existe alrededor de Sherlock Holmes un terreno para la investigación tan complejo y caótico que resulta difícil presentarlo de manera coherente. Se trata de todas las novelas y relatos en los que aparece Sherlock Holmes pero que no se atribuyen a Arthur Conan Doyle.
Anteriormente ya me he referido a algunos de los misterios de la vida de Holmes y de su supuesto autor y al esfuerzo de muchos investigadores por desvelar esos enigmas. El problema, como suele suceder cuando se mira algo demasiado detenidamente, es que el intento por encontrar respuestas ha ofrecido pocas y ha planteado nuevas preguntas, mucha confusión y muchos más enigmas.
En esas investigaciones, a veces en forma de ensayo, tiras como novelas o cuentos que añadir al Canon, en ocasiones artículos y en los últimos lustros miles o cientos de miles de páginas de Internet, se dan tantas respuestas que ya resulta imposible recordar cuál era la pregunta.
Imagen superior: Sherlock Holmes (Christopher Plummer) y Watson (James Mason) se enfrentan a Jack el Destripador en «Asesinato por decreto» («Murder by Decree», 1979).
Muchas de esas historias fueron escritas por contemporáneos del autor del Canon, como Maurice Leblanc, que escribió varios cuentos en los que Holmes se enfrenta a su célebre ladrón Arsène Lupin. En novelas posteriores se ha buscado un tono histórico y pintoresquista que Doyle no dio a su obra, y se ha conseguido relacionar a Holmes con todos los personajes de su época, desde Jack el Destripador hasta Bram Stoker, el autor de Drácula, o al propio conde Drácula; desde Oscar Wilde a Lovecraft.
Imagen superior: «Un estudio en terror» («A Study in Terror», 1965), de James Hill, presenta a Holmes (John Neville) y a Watson (Donald Houston) resolviendo el caso del Destripador. El guión fue luego convertido en novela por Ellery Queen y Paul W. Fairman.
También se han sugerido todo tipo de teorías, que Holmes era un extraterrestre o que era Jack el Destripador, o que el Destripador era Watson, pues era médico y, por lo tanto, capaz de cortar con un bisturí con la precisión de un cirujano… Además, Jack escribía junto a los cadáveres una W (de Watson) o, si se mira desde el otro lado, una M, de Moriarty, el archienemigo de Holmes.
Por cierto, se ha llegado a acusar al propio Arthur Conan Doyle de ser Jack el Destripador, lo que no es ni mucho menos disparatado, o al menos no es lo más disparatado.
En No tan elemental: cómo ser Sherlock Holmes, acepté partir de un supuesto arriesgado, según el cual Sherlock Holmes es una criatura de ficción creada por Arthur Conan Doyle. Esa opinión es contraria a la de casi todos los expertos holmesianos, de los que espero su comprensión, porque el enigma principal que intenté aclarar en el libro es por qué una criatura de ficción ha llegado a figurar en la historia y los anales de tantas ciencias y profesiones como si se tratara de una persona real. Como es obvio, el que Doyle escribiera o no las aventuras no nos dice nada acerca de la existencia real o ficticia de Sherlock Holmes.
Auguste Dupin, según Conan Doyle y Holmes
A menudo la personalidad del autor sobrevuela sus cuentos y novelas. Uno de los ejemplos más notables es el de Edgar Allan Poe, al que parece imposible no tener presente mientras leemos las desventuras de sus atormentados personajes: Usher, William Wilson, el hombre de la multitud, pero también el narrador de Ligeia, de El gato negro o incluso El tonel de amontillado.
Casi todos esos seres parecen en cierto modo una réplica suya y él a su vez parece un personaje de uno de sus cuentos: un hombre solitario y melancólico, cuyos padres murieron cuando él era solo un niño, que se enamoró de una dulce prima que murió en sus brazos de tuberculosis, y que pasó sus últimas horas, borracho y abandonado, en un día de elecciones en Baltimore, donde fue encontrado muerto.
Sin embargo, entre la inmensa galería de los personajes de Poe, hay uno que triunfó sobre su autor y comenzó a vivir una vida propia: Auguste Dupin, al que se considera el primer detective de la literatura, aunque existen otros curiosos precedentes de los que hablo en No tan elemental: cómo ser Sherlock Holmes, por lo que no los mencionaré aquí.
Arthur Conan Doyle era un gran admirador de las tres aventuras que Poe escribió protagonizadas por Auguste Dupin: La carta robada, El misterio de Marie Roget y Los crímenes de la calle Morgue. A pesar de esa admiración, en Estudio en escarlata Sherlock Holmes habla despectivamente de su predecesor: «No me cabe duda de que usted cree hacerme una lisonja comparándome a Dupin. Pero, en mi opinión, Dupin era hombre que valía muy poco. Aquel truco suyo de romper el curso de los pensamientos de sus amigos con una observación que venía como anillo al dedo, después de un cuarto de hora de silencio, resulta en verdad muy petulante y superficial. Sin duda que poseía un algo de genio analítico; pero no era, en modo alguno, un fenómeno, según parece imaginárselo Poe».
Como bien saben los aficionados a Sherlock Holmes, tiempo después, el propio Holmes hará una demostración de lectura de pensamiento muy similar a la de Dupin, en el relato “La caja de cartón”, que pertenece a la colección de cuentos Su último saludo desde el escenario.
Sherlock contra Cyrano
El gran misterio relacionado con la figura de Sherlock Holmes es el de su propia existencia. Pensemos en dos personajes literarios de parecida celebridad, Sherlock Holmes, el más famoso de los detectives, y Cyrano de Bergerac, uno de los más célebres espadachines.
Son dos personajes literarios muy conocidos y admirados. Se han escrito novelas, obras de teatro y cuentos protagonizados por ellos, y también han aparecido en películas y series de televisión. Sin embargo, hay algo que los distingue: Cyrano no es (o no fue) tan solo un personaje, una invención literaria, sino que fue una persona, alguien que existió más allá de los libros y las películas. Holmes, por el contrario, nunca pisó las calles de Londres, excepto en el interior de los cuentos y novelas de Arthur Conan Doyle.
Lo curioso del asunto es que casi todo el mundo cree que Cyrano es solo un personaje de ficción, pero miles de turistas acuden a Londres buscando la casa en la que vivió Sherlock Holmes.
Cuando se encuentran frente al 221B de Baker Street piensan que aquella fue la casa en la que vivió el más célebre detective de todos los tiempos, la que se menciona en la primera narración de Holmes, Estudio en escarlata:
«Según habíamos acordado, nos vimos al día siguiente e inspeccionamos las habitaciones del número 221 B de la calle Baker, a las que nos habíamos referido en nuestra entrevista. Consistían en dos cómodos dormitorios y un único cuarto de estar, amplio y ventilado, amueblado de manera agradable, y que recibía luz de dos espaciosas ventanas» (Arthur Conan Doyle, Estudio en escarlata).
A pesar de lo que nos cuenta Watson, la verdad es que cuando se publicó el relato, la calle Baker sólo llegaba hasta el número 100. Años después, la calle creció y, cuando los portales fueron reordenados, los números del 215 al 229 (y por tanto el 221 B) fueron asignados a un edificio Art Decó que había sido construido en 1932, y que Conan Doyle ni siquiera pudo ver, pues había muerto dos años antes.
Desde que se asignó el número 221 de la calle Baker al edificio, llamado Abbey House, empezaron a recibirse miles de cartas de personas que creían que Holmes, o Watson, o alguien relacionado con el detective, todavía vivía allí. O más bien, los acrteros a partir de ese momento pudieron repartir las cartas que durante años habían clasificado como “Dirección inexistente”.
Eran tantas las cartas recibidas que la empresa propietaria del edificio designó a uno de sus empleados como «secretario de Sherlock Holmes».
En los años ochenta del siglo XX, el Museo de Sherlock Holmes, también en la calle Baker, reclamó el número 221 B de la calle y con el tiempo logró obtenerlo. Desde entonces, los cientos de cartas que cada año se envían a Sherlock Holmes llegan al Museo, en cuya pared exterior luce una placa que recuerda al detective. Quienes acuden a Londres también pueden visitar la casa y el museo, pero muchos sufren una gran decepción, como me sucedió a mí, cuando les explican no sólo que la casa no existía en aquella época, sino, lo que es sin duda más inquietante, que ni siquiera existió Sherlock Holmes.
Por el contrario, casi nadie visita los lugares en los que trascurrió la vida de Cyrano de Bergerac, porque casi todo el mundo piensa que Cyrano es un personaje de ficción que nunca existió. Hoy en día, existe un cierto culto a Cyrano en el pequeño pueblo francés de Bergerac, en la Dordogne, a pesar de que el lugar no tiene ninguna relación con el famoso espadachín, que nació en un lugar cercano a París.
Los rasgos que hacen parecer ficticio a Cyrano son fáciles de detectar: su prominente apéndice nasal, sus habilidades como espadachín, su afición a hablar en verso y su fantasía desbordante. Muchos de estos rasgos no se encuentran lejos de la verdad histórica, como puede comprobar quien lea las cartas satíricas escritas por Cyrano o su asombroso libro Viaje a la Luna y a los imperios del Sol. Todos estos rasgos fueron exagerados de manera novelesca cuando el dramaturgo Edmund de Rostand escribió Cyrano de Bergerac, a finales del siglo XIX, que es la imitación que ha logrado suplantar al original en la imaginación de todos los admiradores de Cyrano.
El hombre que nunca vivió y que nunca morirá
El caso de Holmes es contrario al de Cyrano: no se trata de una persona real que se convierte en personaje de ficción, sino de un personaje de ficción que casi deviene en persona real: «existe la creencia, mantenida durante años por miles de personas, de que se trata de un ser humano real», dice el psicólogo Haycraft.
Esa creencia se remonta a la época en la que se publicaron por primera vez los relatos del detective, porque ya entonces en las oficinas de correos se recibían cartas dirigidas a «Mr. Sherlock Holmes, 221–B Baker Street, London», una dirección que, como ya sabemos, ni siquiera existía.
Ian McKellen como Sherlock Holmes en sus tiempos como apicultor en una granja de Sussex, una de las muchas profesiones de Holmes que aparecen en «No tan elemental. Cómo ser Sherlock Holmes». «Mr. Holmes» (2015) © AI Film, BBC Films, FilmNation Entertainment, Archer Gray Productions, See-Saw Films, Miramax. Reservados todos los derechos.
Cuando en 1904 Doyle anunció que su personaje se retiraba para vivir como apicultor en una granja, se recibieron dos ofertas de empleo para Holmes e incluso varias mujeres se ofrecieron para convertirse en esposa del imaginario detective.
La ficción había traspasado lo verosímil para alcanzar casi lo verdadero. Doyle había logrado algo que está al alcance de muy pocos narradores, aquello que Stendhal llamaba la «ilusión perfecta»: crear un instante de verdad en medio de la ficción. Pero, en el caso de Holmes, no se trataba tan solo de un instante de realidad en un momento concreto de un cuento o una novela, sino de la creación de un personaje que con el paso del tiempo cada vez parecería más histórico y menos ficticio.
Todavía en 1984 se recibió en el periódico londinense The Times la carta de un lector que decía sentirse incómodo ante la mención extremadamente exagerada al «difunto» señor Holmes: «Puesto que nunca ha sido ratificada en sus columnas necrológicas la muerte del señor Sherlock Holmes, confío en que pedirá usted a su excelente editor jefe que no difunda en el futuro semejantes rumores injustificados sobre la pérdida de uno de los más grandes hombres de Inglaterra».
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[Esta entrada ha sido escrita a partir de capítulos inéditos de No tan elemental, que finalmente no incluí en el libro]
Imagen superior: «Sherlock Holmes: The Devil’s Daughter» (Frogwares, 2016).
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