En Star Trek III: En busca de Spock (1984), Leonard Nimoy había pasado a ocupar la silla del director de la vertiente cinematográfica de la franquicia. Su visión le llevó a alejarse de las aventuras galácticas que habían constituido el espíritu de la serie televisiva de los sesenta. Dio en cambio más relevancia al humor y, con el fin de satisfacer a los fieles aficionados, mantuvo inalterado el compacto reparto de viejos amigos que llevaban viajando en la Enterprise casi veinte años.
Nimoy profundizó en esa tendencia con la siguiente película, Star Trek IV: Misión salvar la Tierra, la entrega más ligera y cómica de la serie y una de las favoritas del público.
Sin embargo, podía percibirse claramente el creciente dominio de un conservadurismo creativo en base al cual la visión original de la serie, a saber, la conquista de nuevas fronteras y la utilización de escenarios galácticos para proponer reflexiones sociológicas, se abandonaba en favor de una especie de confortable camaradería teñida de nostalgia.
En Star Trek V: La última frontera, la estrella de la serie, William Shatner, decidido a seguir el camino abierto por Nimoy, hace su debut como realizador.
La Enterprise es enviada al planeta Nimbus III en la Zona Neutral Romulana, donde el mesiánico vulcaniano Sybok (Lawrence Luckinbill) y sus seguidores han tomado rehenes a los embajadores que la Federación, Klingon y Romulo mantienen estacionados allí. En realidad, no se trata sino de una trampa: Sybok ha atraído la atención de los otros imperios para que enviaran una nave estelar que él pudiera utilizar para sus propios fines. Su capacidad para sanar los trastornos emocionales persuade a la tripulación de la Enterprise a ponerse de su lado y servirle sin cuestionar su mando –con excepción, claro, del irreductible trío protagonista: Kirk, Spock y Bones–. La nave se dirige entonces a buscar el planeta Sha´Ka´Ree, el inaccesible mundo en el centro de la galaxia que, según la mitología vulcaniana, es el hogar de Dios.
Star Trek V fue tal desastre que muchos fans piensan que cuanto menos se diga de esta película, mejor. Según ellos, algún estúpido ejecutivo decidió que con cuatro films de éxito en la serie, no era probable que nadie fuera capaz de destruir la franquicia, así que, ¿por qué no dejar al voluntarioso Shatner desahogar su ego y tener su momento de gloria? Shatner no destrozó la serie, pero casi.
Precisamente, el principal problema con que se encontró la película fue la imagen del propio Shatner. Éste, por algún motivo, tiene una mala reputación entre el fandom de Star Trek. Hasta cierto punto, es como si las percepciones que tienen del personaje y el actor se hubieran fundido en una. Shatner es visto como el mismo meloso aspirante a seductor que su personaje Kirk en la serie televisiva –imagen que los bien publicitados affaires de Shatner y las demandas de paternidad han ayudado a cimentar‒. Cuando se estrenó la película, la consideración de Shatner entre los fans había caído al nivel de la de un braguetero envejecido, y circulaban sin rubor abundantes bromas sobre su prominente barriga y evidente peluquín.
También están, claro está, las acusaciones sobre su escaso talento interpretativo, pruebas del cual podían hallarse en su trabajo ajeno a Star Trek. Y luego tenemos sus aventuras musicales, incluyendo versiones de «Lucy in the Sky With Diamonds” o “Mr.Tambourine Man”, ambas denostadas universalmente en los noventa; o su vertiente de escritor, de la cual surgió la serie TekWar de novelas ciberpunk, caracterizadas por una mediocridad general y denostadas por los fans de Star Trek, quienes acusaron a Shatner (injustificadamente, al parecer) de haber utilizado un “negro” (el actor, cantante y escritor, para despejar las dudas, llegó a instalar una webcam en su casa para que la gente pudiera comprobar que realmente trabajaba en su siguiente libro).
Y entonces llegaron sus memorias, en las que admitió el embarazoso descubrimiento de que muchos de los miembros del reparto televisivo original le odiaban. En este sentido, según no pocos trekkies, la caracterización que de Shatner hizo Tim Allen en la divertida Héroes fuera de órbita (1999) sería fiel a la realidad. Al entrar en el último renglón de su carrera, Shatner consiguió volver parte de toda esta negatividad a su favor, participando como secundario en películas como Free Enterprise (1998), Miss Agente Especial (2000) o Showtime (2001), en las que, aprovechando su fama, seleccionó deliberadamente papeles de individuo desagradable, incluso repelente.
La mala reputación de Shatner entre los fans quedó confirmada–si es que ello hacía falta– por su responsabilidad en el fracaso de Star Trek V: La última frontera, una película que se colapsa debido a la pretenciosidad de su director. Shatner intenta seguir explotando ese espíritu de veterana camaradería marcado por Leonard Nimoy en las dos entregas anteriores. Sin embargo, éste tenía una vena cómica que Shatner no es capaz de imitar. Las escenas con Kirk, Spock y Bones, sentados alrededor de una hoguera, asando malvaviscos y entonando canciones de campamento, son bochornosas y ejemplo de la torpeza que suponía utilizar a los personajes no como excusa para desarrollar una situación cómica, sino para ridiculizarlos.
Así, tal y como Nimoy había hecho, también aquí todos los personajes fijos tienen su momento en la historia, pero ahora sus intervenciones están dirigidas con torpeza. Scotty se ha convertido en un patético bonachón que exclama “Conozco cada pulgada de esta nave” justo antes de golpearse la cabeza con un mamparo y quedar inconsciente; mientras que Sulu y Chekov discuten como colegiales mientras deambulan perdidos por el bosque. La peor de todas es aquella en la que Nichelle Nichols se contonea semidesnuda tratando de distraer a los nativos del desértico planeta Nimbus; la escena está totalmente fuera de lugar y resulta tan inverosímil como patético ver a una madura actriz de 56 años tratando de lucir seductora a base de caderazos.
Para no ser completamente negativos, Star Trek V tiene algunos aspectos positivos. La película presenta una historia claramente dramática en lugar de la sucesión de escenas cómicas agrupadas alrededor de una endeble excusa argumental. Shatner acierta al situar mucha de la acción en escenarios lúgubremente iluminados y utiliza con competencia el movimiento de cámara, lo que le da a la cinta un tono más afilado y siniestro que el de la irreal higiene de otras encarnaciones cinematográficas y televisivas de Star Trek.
La escena de apertura, con un misterioso Sybok surgiendo del desierto azotado por el viento para curar a un empobrecido granjero, es prometedora. Por desgracia, el impacto de ese momento queda diluido por la irrealidad de la siguiente escena, en la que un envejecido William Shatner pretende estar haciendo escalada libre en la vertiginosa pared de El Capitán, en el Parque Nacional de Yosemite, sólo para ser rescatado por un Leonard Nimoy ejerciendo de Superman. A partir de aquí, la película no hace sino empeorar.
Aunque Shatner mantiene el ritmo en la parte central de la película, ello no compensa la mediocridad de la historia, apoyada en los peores clichés de la franquicia. Sybok es un personaje con escaso interés y la interpretación que de él hace Lawrence Luckinbill es plana y carente del irresistible carisma que supuestamente es su principal poder. No se ofrece explicación alguna acerca de cómo Sybok es capaz de aliviar el sufrimiento emocional o si sus adeptos lo son por voluntad propia o merced a algún tipo de condicionamiento mental. Parece que el guionista (David Loughery sobre una historia de Shatner y el productor Harve Bennett), no tenía ni idea de cómo resolver la cuestión, dejando que la “conversión” se efectuara fuera de la vista del espectador. Dado que se trata de una pieza central en la historia, semejante decisión resulta totalmente desdichada.
Peor aún resulta el viaje a Sha´Ka´Ree para encontrarse con “Dios”. Star Trek ha recurrido con cierta frecuencia a seres cuasidivinos (Trelane, Apolo y Gary Mitchell en la serie original, V´Ger en la primera película…). Pero, al mismo tiempo, ha tendido a malograr conceptos de esa envergadura (resurrección de entre los muertos, sondas alienígenas colosales, la búsqueda de Dios) con tratamientos superficiales e insatisfactorios. Y en La última frontera nos encontramos con uno de sus peores ejemplos. Durante toda la película, se susurra con temor y admiración el planeta de Dios, lo peligroso que resulta un viaje del que nadie ha regresado… para luego construir un clímax risible, lento, sin emoción y toscamente representado (el planeta “divino” no es más que un desierto del sudoeste americano). Para rematar, un previsible final feliz en el que el ingenio de Kirk vence a la poderosa criatura, las tensiones políticas se desvanecen por arte de magia y Kirk y McCoy pontifican sobre el significado del universo: “Nos preguntábamos si Dios estaba realmente ahí fuera”, dice el primero, a lo que el segundo replica “Quizá Dios está aquí, en el corazón humano”.
El estúpido guión, la mediocre interpretación y los pobres efectos especiales contrastaron entonces con el éxito que estaba viviendo la franquicia en su vertiente televisiva. Star Trek: La nueva generación finalizaba su segunda temporada y los fans, ilusionados con la inyección de sangre fresca que los productores insuflaban en el programa, rechazaron de plano una película apoyada en viejas glorias, escrita en su honor y de la que apenas nada podía salvarse.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.