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«Selva misteriosa» (1971-1974), de Javier Flórez del Águila

Selva misteriosa es admirable porque su calidad no deja lugar a dudas, pero también porque se sitúa en lo más alto de la historieta peruana. ¿Un clásico? Pues sí: un clásico. Aunque su autor, Javier Flórez del Águila, interrumpió esta obra en 1974, con el tiempo, ha ido a mejor. De hecho, leída en el siglo XXI, Selva misteriosa conserva todos los alicientes que en su día fascinaron al público, y seguramente alguno más.

¿Cuál es su receta? Un relato gráfico muy pulido y preciso. Ciertas dosis de experimentación. Amor por el detalle, que revela sudor y esfuerzo. Viñetas muy equilibradas, donde desaparece lo accesorio y solo queda lo que importa. Y por supuesto, un reflejo de la Amazonía peruana de un realismo certero, digno de una novela e incluso de un gran reportaje.

Flórez del Águila emprendió la publicación de Selva misteriosa en noviembre de 1971, tras ganar el concurso de historietas del diario El Comercio. Sin embargo, aunque uno tiende a pensar que este tipo de certámenes benefician a los debutantes, lo cierto es que él ya era, por aquel entonces, un dibujante experimentado.

Nacido en 1934, siempre fue un ávido lector. Quizá heredó esa costumbre de su padre, muy aficionado a la narrativa pulp, o acaso de su madre, pintora y pianista. Ambos fueron un ejemplo para aquel niño que devoraba todos los tebeos a su alcance, y que además, recibió una sólida formación académica. Tanto es así que, al cabo de los años, salió de la Universidad de San Marcos convertido en médico neurólogo.

Para no alejarse de su otra vocación, Flórez del Águila también estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, convirtiéndose en el dibujante que siempre quiso ser. Su paso por la revista Avanzada (1953-1968) le llevó a trabajar junto a Rubén Osorio y Hernán Bartra. Ese aprendizaje, alternado con su desempeño como médico, fue crucial para su desarrollo técnico, de tal modo que cuando se estrenó en El Comercio, ya era un creador de primerísimo nivel.

«Selva misteriosa ‒escribe Juan Acevedo en su prólogo a esta edición‒ llegó con un perfil propio. Su dibujo evocaba las escuelas que su autor admiraba: Alex Raymond, Milton Caniff, Héctor G. Oesterheld y Alberto Breccia, y su mundo era la Amazonía, esa región que ocupa más del 60% del territorio nacional. En Selva misteriosa convergen esas dos tradiciones: la libresca y la propia biografía del autor. De la primera adopta el lenguaje, las formas y proporciones de los personajes; y de la segunda, los factores más emotivos, el ritmo narrativo y suspenso que contienen sus textos y dibujos».

Los lectores nos identificamos con Javico, el narrador y protagonista. Un trochero que conoce el corazón de la selva y que también sabe de sus peligros. Para crearlo, Flórez del Águila recuperó los cuentos y leyendas que le contaba su madre, y también se inspiró en otras lecturas, como la novela Sangama (1942), de Arturo D. Hernández, ambientada en los tiempos de la fiebre del caucho.

Selva misteriosa nos conduce a una Amazonía posterior a la de Sangama. Aquí ya no hay caucheros, sino buscadores de petróleo o narcotraficantes, cuya presencia choca con el devenir de las comunidades nativas.

El autor retrata la vida local con precisión y claves adultas. Cuando es preciso, maneja el habla loretana, propia del Perú amazónico, y también dibuja de forma realista el ecosistema. Pero la mayor virtud de esta tira, desde su estreno hasta su inesperado cierre en octubre de 1974, es su deslumbrante grafismo, sincero, seductor y muy ambicioso.

La recopilación de Selva misteriosa en un cuidado volumen es todo un acontecimiento para los aficionados a la historieta. «Yo jamás había imaginado Selva misteriosa como un libro ‒explica Flórez del Águila en El Comercio‒. Ahora que puedo releerlo, me doy cuenta de que Selva misteriosa es un documento testimonial del habla de limeños y loretanos. Uno de mis intereses era dar voz a los loretanos, ese lenguaje ignorado tanto tiempo (…) En la primera aventura de Selva misteriosa utilicé ideas de Jim Steranko, sus composiciones tipo collage, su grafismo y sus tramas. Pero a mi manera».

Hace falta mucha clase para realizar un cómic como este, y por eso mismo, debemos agradecer a Hernán Migoya y Giancarlo Román la tarea que supuso el rescate de esta maravillosa historieta.

Sinopsis

Selva misteriosa es la tira de aventuras más importante de la historieta peruana. He aquí las trepidantes peripecias del trochero Javico, un héroe “cotidiano” para los cánones habituales del género. Una novedosa trama en su época de publicación original por su visión realista de la selva amazónica peruana y la sensibilidad con que refleja sus habitantes y su fauna.

Estrenada en 1971 dentro de las páginas del diario El Comercio y aclamada unánimemente por su calidad. Ahora, cuarenta y cinco años después de su abrupta conclusión y en una operación de rescate inédita, se reunen por primera vez en un solo volumen las 759 tiras publicadas.

Javier Florez del Águila es médico neurólogo e historietista. En paralelo con sus primeros estudios en San Marcos, llevó cursos libres en la Escuela de Bellas Artes. Mientras estudiaba en la Facultad de Medicina de San Fernando, ingresó en la revista Avanzada en julio de 1954. Allí, hasta diciembre de 1968, dibujó muchas páginas escolares, así como las historietas El padre Lafuente, Oklahoma Jim, Capitán Alas y El Sr. Psiq, además de las biografías de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. En 1976, dibujó la historieta Otorongo para el suplemento Tío Carlitos del semanario EquisX. Y colaboró en la revista Carboncito entre los años 2004 y 2011. En 1971 obtuvo el primer premio en el Concurso de Historietas del diario El Comercio con Selva misteriosa, su obra emblemática

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.