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«Psycho-Pass» (2012-2013), de Naoyoshi Shiotani y Katsuyuki Motohiro

Cuando se piensa en el ciberpunk y el anime televisivo, quizá la obra que justificadamente primero venga a la cabeza sea Ghost in the Shell: Stand Alone Complex. Pero otra incursión muy meritoria y quizá más original en ese subgénero, salida además del mismo estudio (Production I.G.), es Psycho-Pass, que desde su primera temporada, emitida por televisión como historia autocontenida de 22 episodios entre 2012 y 2013, ha acumulado excelentes críticas y un nutrido grupo de seguidores que por el momento ha asegurado su continuidad, ya transformada en franquicia multimedia.

En el Japón del año 2113, la sociedad parece disfrutar de una utopía. Los avances tecnológicos han facilitado la vida en todos los ámbitos, permitiendo por ejemplo la automatización de la producción de alimentos y la instauración de un sistema autárquico que ha conseguido evitar el caos en el que vive sumido buena parte del resto del planeta. Y, sobre todo y este es el punto alrededor del cual gira la serie, apenas hay crimen o violencia. Aunque recuerde bastante al sistema de prevención del delito que encontramos en, por ejemplo, Minority Report (2002) o la televisiva Person of Interest (2011-2016), lo que se plantea es más bien la lógica derivada de la opinión general de que los crímenes los cometen quienes son psicológicamente capaces de ello.

El logro que ha supuesto la reducción drástica de la criminalidad ha sido posible porque la tecnología permite medir continua e instantáneamente el estado mental de todos los ciudadanos (su nivel de estrés, hormonas, alteración de pautas cerebrales… ) y cruzarlo con su historial médico y psicológico. Se detecta así cualquier alteración que haga a un individuo proclive a actuar violentamente, pudiendo las autoridades actuar preventivamente sobre él, obligándolo a someterse a rehabilitación y ajuste psicológico o, en el caso de que hubiera llegado demasiado lejos y cometido un crimen, ejecutarlo en el acto para evitar daños ulteriores a la sociedad.

Así, las ciudades de Japón –la acción se ambienta en Tokio– están continuamente vigiladas y supervisadas por el Sistema Sibyl, una inteligencia artificial que escanea a todos los ciudadanos en todo momento y que, con toda la información cerebral y biológica recopilada, calcula sus psico–pass, un Coeficiente Criminal: la tendencia expresada en porcentaje y color de que un sujeto en concreto cometa algún tipo de acto criminal.

Ciertamente, ese sistema ha conformado una sociedad pacífica en la que el crimen es muy raro pero que tiene sus propios y nada despreciables problemas. Empezando por los agentes de la ley. Para investigar los crímenes, ha de comprenderse la mente criminal, incluso poniéndose en su lugar. Y eso –por no hablar de una vida en estrecho contacto con la peor faceta de la naturaleza humana– tiene un coste psicológico: cinismo, infelicidad, estrés, inclinación a la violencia, desgaste emocional… que acaba por enturbiar el psico–pass hasta niveles peligrosos. Es por ello que la policía de ese futuro está dividida en dos secciones.

Los Ejecutores son quienes persiguen físicamente a los criminales –o potenciales criminales– y se enfrentan con ellos, utilizando la fuerza letal si es necesario. Para ello, van armados con los Dominator, unas imponentes pistolas que, al apuntar al objetivo, escanean automáticamente su psico-pass. Si éste es bajo, no se activan; si es alto, conectan con el Sistema Sibyl y reciben autorización para disparar una descarga de energía que pulveriza al blanco. Estos Ejecutores son personas psicológicamente inclinadas al crimen que, de no haber sido reclutadas para servir en ese departamento, habrían permanecido aislados y en permanente rehabilitación el resto de sus vidas. Varios de ellos son antiguos inspectores que cruzaron la raya; otros, deshechos sociales que han aceptado formar parte de las fuerzas de la ley a cambio de tener un mayor grado de libertad (siempre vigilada, eso sí).

Los Ejecutores son acompañados y supervisados por los Inspectores, que son quienes llevan a cabo las investigaciones propiamente dichas, dan las órdenes y tienen un ojo puesto en aquéllos para detenerlos si cruzan la raya. La principal misión de los Ejecutores, por tanto, es la de servir de amortiguador emocional para los Inspectores y que éstos no vean su psicopass enturbiado, algo que no siempre funciona como debiera.

Akane Tsunemori es la primera de su promoción de inspectores. Con su inteligencia, podría haberse dedicado a cualquier profesión pero por alguna razón decidió dedicar sus capacidades a la defensa de la ley, empezando en el primer episodio como inspectora novata e insegura. Pero toda su honestidad no la ha preparado para la realidad que sobre el terreno se encuentran los agentes de policía en su trabajo de prevención del crimen y el impacto que supone a título personal infligir castigos a personas que en muchas ocasiones son inocentes pero que no han podido controlar su psico–pass.

También debe habituarse al poco convencional grupo de Ejecutores que debe supervisar en la División 1, en especial Shinya Kogami, un antiguo y brillante inspector que vio manchado su psico-pass tras una escabrosa investigación sobre un asesino en serie y que ahora se ha endurecido para apretar el gatillo sin preguntar siempre que el sistema Sibyl lo autorice. La energía y bondad de Akane, que formula abiertamente sus dudas respecto a ciertos procedimientos, despierta algo en él que creía ya extinto.

Uno de los aspectos más interesantes de Psycho-Pass es lo bien que integra los temas más característicos de las narrativas imaginadas por el escritor Philip K. Dick. No se trata sólo de que la propia historia lo mencione o que los creadores lo citen como una de sus influencias, sino que reproduce lealmente su espíritu. Así, la serie se fija en la sociedad moderna, introduce un elemento de ciencia ficción que permite un avance concreto (el Sistema Sybil y su monitorización instantánea de los cerebros de los ciudadanos) y examina las consecuencias que ello tiene sobre los individuos y la propia sociedad. En el proceso, Akane descubre –y no entraré en spoilers– que la fachada utópica oculta un secreto inconfesable y que la realidad no es lo que parece.

La premisa de Psycho-Pass, ya lo he mencionado, es similar a la del relato de Dick Minority Report (1956), en el que se describía el pre-crimen: unos telépatas podían preveer cuándo, dónde y por quién iba a cometerse un crimen, permitiendo a la policía intervenir antes de que éste tuviese lugar. En el anime, los mutantes han sido sustituidos por la tecnología, pero por lo demás la situación es muy similar.

Lo cual lleva a preguntarse, ¿qué tipo de sociedad resultaría de semejante avance tecnológico y tal cambio en la actitud colectiva respecto al criminal? Todo el mundo en Psycho-Pass está obsesionado con minimizar su porcentaje-color y se rodea de apoyos tecnológicos para mantener el equilbrio. Por la misma razón, toman sus decisiones personales o profesionales en base a lo que Sybill les sugiere de acuerdo a los resultados de unos test a los que somete a todos los ciudadanos. En muchos casos esto degenera en ciudadanos sumisos, que no se cuestionan nada por miedo a poner en peligro su serenidad mental y, por ende, su psico–pass; en otros, incuba una infelicidad y una tensión que estalla en comportamientos antisociales o autodestructivos. Por eso, cuando Sybill detecta un crimen, éste normalmente no está planificado (ya que el sujeto habría sido detectado desde el principio por sus escáneres) sino súbito, espontáneo y explosivo; gente que de repente sucumbe al estrés y su psico–pass se hunde tanto que Sybil ya no les va a dejar que opten voluntariamente por la terapia sino que se les va a apartar forzosamente de la sociedad.

El resultado es una sociedad bienpensante e ingenua para la que está prohibido todo aquello que podría alterarla. Las escenas del crimen, por ejemplo, son rápidamente rodeadas por drones terrestres recubiertos holográficamente con imágenes de amables ositos que impiden acercarse o siquiera ver lo que hay detrás. Los artistas han de ser calificados como psicológicamente aptos para su profesión e incluso así tienen vedado internarse en territorios creativos considerados “peligrosos”.

Y entonces, coincidiendo con la incorporación de Akane a la División 1, se manifiesta la serpiente en el paraíso. ¿Qué pasaría si alguien pudiera engañar al psico–pass? ¿Alguien tan diferente psicológica y biológicamente que no quedara registrado en los escáneres? En la actualidad, ciertos sociópatas pueden burlar a los detectores de mentiras, así que, ¿por qué en esa sociedad del futuro no pueden surgir “criminales asintomáticos” que no sólo esquiven la tecnología de detección criminal sino que, para colmo, tengan peligrosas inclinaciones megalomaniacas? Cuando eso sucede, sólo es necesaria una persona para poner en jaque a todo el Sistema Sybil y su nombre es Shogo Makishima, que desafiará la habilidad, inteligencia y cordura de todos los miembros de la División 1.

La investigación de una serie de asesinatos concluye que están relacionados con un antiguo caso sin resolver que dirigió el entonces aún inspector Kogami. La División se da cuenta de que, aunque el asesino es diferente en cada ocasión, existe tras todos ellos un responsable que durante bastante tiempo consigue mantenerse en la sombra: Makishima.

A Makishima, inteligente y carismático, le frustra no ser reconocido como humano por Sybil y ha llegado a la conclusión de que el conformismo que ha propiciado el control de esa inteligencia artificial está eliminando el libre albedrío y la individualidad y sumiendo a la sociedad en la misma catatonia espiritual y mental que aqueja a los más fieles defensores del sistema psico-pass. ¿Su solución? Sacar a la sociedad de su ensimismamiento a base de horrendos crímenes. Con la fiabilidad de Sibyl en entredicho, Akane debe reflexionar sobre el verdadero significado de la justicia y si ésta puede ser impartida por un sistema que quizá esté corrupto.

La historia que desarrolla la primera temporada de Psycho-Pass es absorbente y aunque sus giros no son extraordinariamente originales, su ritmo y sucesivos clímax la convierten en una de esas series que casi obliga al espectador a ver otro episodio más y averiguar qué ocurre a continuación (a lo cual ayuda su ajustada duración de veinte minutos). Es asimismo encomiable que no estemos ante una de esas obras de ciencia ficción que se apoyan sobre una densa exposición informativa en el primer episodio, sino que vamos descubriendo cómo es y funciona ese futuro a medida que van pasando los capítulos. Cada nueva adición está desarrollada e insertada lógicamente a partir de lo ya expuesto previamente. También es de alabar que los guionistas eviten tropezar en el cliché sobado sobre inteligencias artificiales al llegar el clímax definitivo de la temporada, en el que Akane descubre la verdadera naturaleza del Sistema Sibyl, optando por un desenlace ambiguo y agridulce.

También las caracterizaciones están bien trabajadas y cada personaje sirve para dar voz a una actitud diferente hacia la forma en que Sibyl dirige la sociedad. Makishima es un villano con carisma y, entre los policías, la difícil sintonía que alcanzan Akane y Shinya Kogami está retratada con brillantez. Del resto, destaca Nobuchika Ginoza. Aunque comparte rango con Akane, se considera su superior en virtud de sus años de experiencia. Es un individuo rígido y emocionalmente distante, especialmente con los Ejecutores. Tomomi Masaoka es el mayor de todos ellos y, como Kogami, un antiguo inspector caído en desgracia. Sus años de experiencia han incrementado su cinismo pero no tanto como para no valorar el sólido sentido moral de Akane, su optimismo vital y bondad desinteresada. Es por ello que se convertirá en su guía y mentor durante ese difícil periodo de aprendizaje.

Pero, sobre todo, esos personajes evolucionan. Al término de la primera temporada, puede verse claramente como los supervivientes –porque no todos ellos saldrán con vida del enfrentamiento con el letal Makishima– han cambiado merced a las vivencias que han experimentado y la influencia que sobre ellos han ejercido sus compañeros. Akane, sin perder del todo su sólido sentido de la justicia, sí ve disolverse esa ingenuidad original que le hacía ver su mundo como una utopía; Kogami recupera su instinto policial y siente despertar en él la chispa de rebeldía contra el sistema; y Ginoza se reconcilia con la parte de su pasado que le avergonzaba y le urgía a ser más estricto en su función de lo necesario.

Los estudios I.G. vuelcan en Psycho-Pass sus años de experiencia en otras series como Ghost in the Shell a la hora de crear mundos futuristas. Sus diseños son verosímiles, ricos en detalles y rebosantes de vida. La animación, que mezcla finamente las técnicas tradicionales con el CGI 3D, es fluida. Por el contrario, el diseño de los personajes no es particularmente inspirado y se me antojan todos muy genéricos. La serie tiene una paleta de colores apagados que, junto a la atmósfera neblinosa de las escenas de acción, contribuyen a dar una pátina de realismo distópico.

La serie, a pesar de su alto grado de violencia explícita (lo cual contrasta con la fachada de mundo apacible que perciben los ciudadanos ordinarios bajo el sistema Sibyl) y sus guiños casuales al lesbianismo –o quizá precisamente por ello, vaya usted a saber– fue muy bien recibida, generando una segunda temporada en 2014 así como varios spinoffs que incluyen un manga, novelas y un videojuego.

La segunda temporada trae de vuelta a la mayoría del reparto de la primera (excepto los que mueren o abandonan, que no revelaré para no hacer más spoilers de los necesarios). Akane es ahora la Inspectora jefa de la División 1 de Investigación Criminal, a la cual se ha incorporado otra novata, Mika Shimotsuki, un personaje desagradable que es la opuesta de Akane en cuanto a ideas y personalidad. La esperanza de que los métodos y espíritu de Akane acabaran permeándola se desvanece cuando su desconsideración, adherencia ciega a Sibyl y ansias de destacar no disminuyen conforme avanzan los episodios y se convierte en un problema para la División.

En esta ocasión, el nuevo villano vuelve a ser un criminal “fantasma” al que los dispositivos de detección de Sibyl no pueden encontrar y la mayor parte de los episodios giran alrededor de averiguar su identidad, cómo evita el escaneo y qué motivos tiene para cometer por delegación unos crímenes horrendos cuyo propósito es disparar el psico–pass global de una zona, degenerando en una histeria colectiva que obliga a los agentes a, siguiendo el mandato automático de Sibyl, provocar auténticas carnicerías.

Se descubre la existencia de unos cascos que impiden el escaneo de Sibyl y, más tarde, de gente que gracias a una medicación puede mantener artificialmente su psico–pass muy bajo y los Ejecutores no pueden detenerles con sus Dominator (que, recordemos, permanecen bloqueados si su escáner no detecta un psico-pass alto en el objetivo). Tal es la dependencia de los Ejecutores de sus sofisticadas armas, que se ven indefensos ante la amenaza, sufriendo cuantiosas víctimas en sus filas. Al mismo tiempo y ya conociendo la auténtica naturaleza de la Inteligencia Artificial Sibyl, se continúa profundizando en los conceptos ya presentados en la anterior temporada, entrando directamente en el campo filosófico.

Tras los episodios iniciales, en los que los personajes se hallan tan despistados como los espectadores, la investigación cobra impulso y es difícil no quedar atrapado por el continuo carrusel de giros y momentos intensos. Como sucedía en la primera temporada, la corta duración de cada capítulo –que, además, totalizan sólo once en vez de los veintidós de la primera– contribuye a que el ritmo sea muy dinámico hasta las dos últimas entregas, cuando se desvela el auténtico propósito del villano y consiguen cerrarse los numerosos cabos sueltos en una conclusión épica.

En 2015, se estrena una película en salas que para muchos –no en mi caso– es el producto más interesante de lo que ya se había convertido en una franquicia. Hay que avisar, no obstante, de que no se trata de la mejor puerta de entrada a la misma ya que fue hecha para los fans de ese universo y se dan por conocidos a los personajes, sus pasados, relaciones y entorno en el que se desenvuelven.

A resultas de una operación contraterrorista en la que interviene la División 1 de Akane Tsunemori, se encuentran unas imágenes de su antiguo colega, Shinya Kogami, que lo implican en un turbio asunto de insurgencia en la Unión del Sudeste Asiático (SEAUn), una confederación que incluye Camboya, Laos, Tailandia, Malasia, Indonesia, Singapur, Myanmar y Vietnam. En uno de esos países, Shambala Float, bajo el liderazgo de un tal Han y todavía acosado por las fuerzas rebeldes que se oponen a su gobierno, se ha empezado a importar e instalar la tecnología Sibyl vendida por Japón.

Siguiendo la pista, Akane recibe permiso para viajar a SEAUn, donde es recibida por el Coronel Nicholas Wong que le informa de que, aunque Japón ha vendido a SEAUn la tecnología Sibyl, no ha hecho lo propio con la de los Dominators y el medio que han encontrado aquí para mantener controlados a los criminales latentes es colocarles un collar que libera una dosis letal de veneno si su psico–pass se ennegrece más de lo establecido. Akane ve en esto indicios siniestros de cómo la tecnología Sibyl está siendo corrompida por una dictadura, pero dado que su misión primordial es la de encontrar y atrapar a Kogami, calla.

Mientras acompaña a los soldados de Wong durante una misión militar en la región y en el curso de la batalla que se produce, ve a Kogami en un monitor y sale a su encuentro, reuniéndose con los “terroristas” que se oponen a la tiranía y descubriendo la verdad sobre el oscuro acuerdo que han firmado Han y Sibyl.

Los creadores de la franquicia tomaron una arriesgada decisión al cambiar la dirección que había venido siguiendo la misma. Porque la principal diferencia entre las dos temporadas previas de Psycho-Pass y la película es que ésta ya no es una historia detectivesca. No vamos a encontrar aquí un misterio que Akane deba desentrañar o algún terrorista o asesino de identidad incierta, sino un anime de ciencia ficción más tradicional en el que domina la acción. Que esto suponga un cambio a mejor o peor depende del espectador.

También a diferencia de los seriales televisivos, la película de Psycho-Pass no recupera exactamente los mismos temas ni plantea una trama similar, aunque sí conserva la esencia de la obra. Siendo una historia más simple, plantea una progresión natural respecto a lo ya conocido, con Sibyl expandiéndose fuera de Japón para incrementar su poder. De hecho, mientras que la serie no hacía demasiadas referencias al estado en el que se encontraba el resto del mundo, la película transcurre casi en su totalidad en otro país sumido en una guerra civil.

Siendo que aquí la historia es más sencilla que los enrevesados casos policiacos de la serie y contando con un metraje de casi dos horas, podría pensarse que al menos se pondría más atención en los personajes, pero en este apartado es fácil sentirse decepcionado. La serie tenía un carácter más coral pero el largometraje presenta a Akane arreglándoselas prácticamente en solitario. Ciertamente, la vemos aquí dotada de mayor carisma y solidez como personaje. Ha ganado mucha confianza en sí misma desde que la vimos por primera vez, comprende mejor el mundo en el que se mueve –tanto el evidente como el oculto– y aplica todos los conocimientos y trucos que ha ido aprendiendo con el tiempo. Quizá es por eso por lo que Kogami se siente desplazado ante ella.

En la primera temporada, Kogami había actuado como una suerte de mentor para Akane, pero ahora no pasa de ser un rostro familiar que solo brilla plenamente en las escenas de acción. De hecho, la reunión de ambos, que había sido uno de los momentos más esperados por los fans, es poco emotiva. El guión nunca llega a explotar el potencial que tiene la ambigua relación entre ambos y Kogami se limita a ser aquí el líder y portavoz ante el espectador de la postura insurgente. Más allá de eso y de su función como catalizador para arrancar la trama, su relevancia emocional en la historia es escasa. En general, los personajes carecen de evolución o profundidad y el interesante reparto de agentes que acompañaba a Akane en las dos temporadas anteriores queda aquí reducido casi al nivel de cameos.

Aunque la película, al abrir el foco más allá de Japón, plantea reflexiones interesantes sobre cómo un sistema como Sibyl podría ayudar –o no– a aportar orden en un país fracturado, no llega, en mi opinión, a desarrollar estos puntos como habría sido deseable habida cuenta del potencial que aportaba el turbulento contexto político de SEAUn y las analogías que podrían haberse trazado con acontecimientos de nuestra propia actualidad. Al fin y al cabo, Japón se encuentra hoy tratando de reformular su relación con el resto de Asia y varios países africanos, a los que destina ayuda y asesoramiento especializado que recuerdan a lo que Sibyl exporta en la película. De nuevo, Sibyl se presenta como una entidad siniestra, imparable, eficiente y despiadada ante la que Akane ha de encontrar una forma de razonar o engañar para que mejore y humanice su sistema de control ciudadano, pero en general, es la acción la que domina la trama y las meditaciones filosóficas que daban sustancia a la serie quedan en un segundo plano.

En cuanto al apartado técnico, el trabajo con los personajes es algo más sofisticado y el diseño de un país distinto al urbanizado Japón y castigado por una guerra es aún más sobresaliente. El resultado en general es más limpio y detallado, pero se detectan algunos problemas con la compatibilización del CGI y la animación tradicional. Muchas escenas cuentan con fondos digitales muy completos en 3D que no casan bien con las figuras 2D, algo que se hace especialmente evidente en espacios reducidos como la oficina de Kasei o el laboratorio de análisis de la División.

Al final y como he indicado más arriba, la película de Psycho-Pass, dirigida por Katsuyuki Motohiro y Naoyoshi Shiotani, a partir de un guión de Gen Urobuchi y Makoto Fukami, es una suerte de cambio de dirección respecto a lo planteado en las dos temporadas de la serie. Ésta se ambientaba en Tokio y utilizaba un reparto reducido de personajes investigando una serie de asesinatos que ponían en jaque al sistema Sibyl; la película sale al extranjero, prescinde de  casi todos los personajes veteranos para presentar otros nuevos y en lugar de una trama policiaca ofrece un drama político–bélico con abundante acción. En general y siendo en el fondo un episodio alargado en el que se ha volcado más dinero para los efectos, Psycho-Pass: La película constituye una buena adición al canon ya establecido, imprescindible para los fans aunque no recomendable para quien no haya visto aún la serie de televisión.

Hay otras dos entregas que por el momento completan la franquicia pero a las que todavía no he tenido acceso. Por una parte, una trilogía de películas independientes entre sí y destinadas a su estreno en el cine, un proyecto titulado globalmente “Sinners of the System” y que se estrenó en 2019. Cada una presenta un caso diferente escrito por un guionista distinto, aunque las tres están dirigidas por el mismo realizador que ha firmado todo el matrial de Psycho-Pass, Naoyoshi Shiotani. Se trata de aportar historias con un punto de vista diferente al de Akane y que sirvan de nexo a la tercera temporada, ocho episodios emitidos entre octubre y diciembre de ese mismo año y protagonizados por un nuevo reparto de Ejecutores e Inspectores encabezados por Kei Ignatov y Shindo Arata. A ello seguiría otra película, Psycho-Pass: First Inspector (2020).

En general, Psycho-Pass es una serie de ciencia ficción con un notable contenido intelectual y que, a través de sus absorbentes tramas y bien construidos personajes, por un lado ofrece una mirada realista a un futuro dominado por la ingeniería social y la tecnología; y, por otro, propone que reflexionemos acerca de cuestiones trascendentales sobre la sociedad, la ley, la justicia y la moralidad: ¿Qué es más importante, la Justicia o el Orden? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar en aras de la seguridad y la armonía social? ¿Qué efectos puede tener sobre la sociedad el incremento en la monitorización, vigilancia, registro y análisis de nuestros datos, sean estos biométricos, profesionales, hábitos de consumo, navegación por internet, uso de redes sociales…? ¿Estaríamos dispuestos a privatizar la Justicia, a dejarla en manos de sistemas automáticos que funcionaran en base a parámetros prefijados? ¿Hasta qué punto el ansia de control puede asfixiar la individualidad y la creatividad?

No hay respuestas definitivas a preguntas como estas y los creadores no son tan arrogantes como para pretender conocerlas o articular un discurso moralista alrededor de ellas. Pero sí es un rasgo de la ciencia ficción inteligente y adulta el plantear estos debates; fijarse en la sociedad actual y sus tendencias, jugar a llevarlas a sus extremos para reflexionar sobre las posibles consecuencias y advertirnos de los peligros del mañana que hoy mismo estamos incubando. Y eso, Psycho-Pass lo hace perfectamente.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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