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«Posesión infernal» («The Evil Dead», 1981), de Sam Raimi

En los setenta y los ochenta, para hacerse un hueco en el cine y beneficiarse del entusiasmo popular, bastaba con rodar una buena película de bajo presupuesto. Me refiero a una de esas que costaban lo mínimo, y aun así, arrasaban en la taquilla. La de Sam Raimi es, creo yo, la última generación de cineastas que puede presumir de este milagro. En nuestra época, tan proclive al derroche y a los sobrecostes, y con la originalidad embalsamada en un frasco de formol, no es fácil imaginar a un puñado de amigos ‒novatos, por supuesto‒ dispuestos a convertir una baratija en oro puro, a golpe de puro ingenio. Ya no existen las hadas madrinas, y en el Hollywood de hoy, el cuento de Cenicienta quedó estigmatizado.

Siempre vi Posesión infernal (1) como el modelo perfecto de ese tipo de películas. Proyectos cuya existencia misma es difícil de explicar, pero que cargaban de electricidad el patio de butacas. Films cuya leyenda creció en los cines de barrio. Abocados a quedarse para siempre en nuestra memoria.

Para explicar a los recién llegados qué es y por qué es tan importante la cinta de Raimi, lo mejor es resumir su desvergonzado argumento: Ash (Bruce Campbell) y otros cuatro amigos ‒su novia, Linda (Betsy Baker), Cheryl (Ellen Sandweiss), Scott (Richard DeManincor) y Shelly (Theresa Tilly)‒ viajan a una cabaña perdida en los bosques de Tennessee. Unos bosques encantados, por supuesto.

En el sótano de la cabaña, descubren el Libro de los Muertos ‒el Necronomicón Ex Mortis‒, un grimorio encuadernado con piel humana y escrito con sangre. Junto a éste, hay una grabadora. Al ponerla en marcha, escuchan la voz del arqueólogo que descubrió el infame libro, recitando unos encantamientos. El conjuro libera a las entidades diabólicas del bosque, y uno tras otro, los jóvenes son poseídos. La lucha contra el mal se resuelve en una aterradora (y divertidísima) sucesión de peleas, desmembramientos y decapitaciones, tan excesivos que siempre están a un centímetro de la comedia física.

En otras manos, Posesión infernal hubiera sido un pasatiempo olvidable, pero Raimi va puliendo su discurso, hasta convertir la película en un festival de ocurrencias formales. Así, ajusta mil variables en su narrativa. La cámara flota, acomete giros o se desliza en frenéticos travellings, convertida en un personaje más.

Las angulaciones y otras propuestas de encuadre también reflejan el deseo innegociable de romper con lo establecido. Por otro lado, aunque es un concepto que ya tiene precedentes en el campo del slapstick, Raimi elige el ritmo enloquecido de animadores como Chuck Jones y Tex Avery para sobreestimular la puesta en escena.

En cuanto al delirio general, cabe relacionarlo con el humor de los Tres Chiflados, cuyos cortometrajes para Columbia Pictures fueron uno de los pasatiempos predilectos del joven Raimi y de su amigo y colaborador Josh Becker.

El talento del realizador es evidente, porque no hay donde esconderlo. No parece un recién llegado, y en cierto modo, no lo era. Como otros directores de su edad, se curtió rodando cortometrajes en Super-8. Es más: antes de producir Posesión infernal, recaudó la financiación necesaria con un boceto previo, el corto Within the Woods.

La historia de Within the Woods es muy significativa para entender la posterior evolución del cineasta. En 1978, Raimi estudiaba literatura en la Universidad Estatal de Michigan, el mismo centro donde un buen amigo suyo, Robert Tapert, cursaba un grado en economía. El tercer colega en discordia, Bruce Campbell, había dejado los estudios y también su trabajo como taxista.

Con olfato de productor, Tapert sugirió que filmasen un largometraje. Después de ver cómo funcionaban en los autocines películas tan baratas como Masacre en Central High (Massacre at Central High, 1976), de Rene Daalder, o Cuidado con Porky’s (Revenge of the Cheerleaders, 1976), de Richard Lerner, produjeron esa cinta-borrador que serviría como gancho a la hora de atraer inversores.

Raimi escribió un guión sobre dos parejas de adolescentes que pasan el fin de semana en una cabaña, no lejos de un cementerio indio. Cuando menos se lo esperan, los cuatro sufren la ira de espíritus demoniacos, con el previsible resultado.

Invirtiendo una minucia, 1.600 dólares, completaron Within the Woods, y eso les sirvió para obtener el patrocinio de sus primeros benefactores ‒abogados, médicos y dentistas‒, anticipándose a lo que ahora llamamos microfinanciación (evitemos el anglicismo crowdfunding).

Aquel film ‒según le contó Raimi años después a Scott Collura‒ «no era realmente un prototipo de Evil Dead, un piloto, ni nada por el estilo. En realidad, era algo que podíamos mostrar a los inversores. ‘Mirad, vamos a hacer una película de terror, y será de este estilo. Tendremos monstruos, maquillaje. Bruce Campbell estará en ella como uno de los actores, y Ellen Sandweiss también actuará’. La idea era que pudieran verlos en pantalla, aunque no fuera exactamente la misma historia. ‘Tendremos secuencias de suspense y sustos, y el monstruo será algo así’… Ya sabes, el punto de vista de la cámara. (…) Within the Woods fue una herramienta para que estos chavales ‒Bruce Campbell, Rob Tapert y yo‒ mostrásemos a los posibles inversores lo que estábamos haciendo. En Detroit, pedirle dinero a alguien para hacer una película era una locura, especialmente hace 30 años. No tenían ni idea de lo que estábamos hablando. Pero precisamente por eso, necesitábamos algo para convencerles».

Posesión infernal se rodó en Morristown, Tennessee, en unas condiciones realmente penosas. «Aquello fue lo más difícil que he hecho en mi vida ‒dice Raimi‒. Era muy joven. No había agua corriente, no teníamos ropa de invierno. Hacia muchísimo frío. Cuando sufres esa temperatura durante dieciséis horas, empiezas a… yo empecé a morirme. No había comida y todo estaba cubierto de sirope de maíz (…) El único agua disponible estaba en un calentador que nos servía para hacer café instantáneo. Al cargar la película en la cámara, tenías que echarte agua hirviendo en las manos. (…) Sin embargo, de una manera extraña, eso fomentó nuestra inventiva. Todo se puso tan difícil y fue tan lento que el equipo se fue retirando: ‘Tengo que irme a casa. Dijiste que esto solo duraría cuatro semanas, y ya han pasado ocho’ (…) Así que me quedé con Bruce, Rob, y con mis amigos Josh Becker y David Goodman. Pero David nunca bajó al set. Siempre fue nuestro cocinero en la casa, de modo que en realidad éramos nosotros cuatro. Bruce estaba frente a la cámara todo el tiempo. Teníamos que encargarnos de todo ‒sonido, iluminación, fotografía, decoración‒, y creo que esto impulsó nuestra creatividad. (…) De repente, lo que en una situación normal hubiera sido visto como una tontería, o hubiera roto la continuidad, en este caso nos encaminaba hacia una meta deseable. En esas circunstancias, tienes el control de todos los aspectos de la toma. No es algo que puedas hacer en otras circunstancias, salvo si estás con un equipo de cuatro personas y con un presupuesto minúsculo. Fue eso lo que convirtió Evil Dead en una experiencia maravillosa (…) Cuando ruedas una película de gran presupuesto (…) te conviertes en director de una orquesta, en lugar de ser el tipo que toca la guitarra y la armónica. Delegas tu autoridad en muchos departamentos distintos, que cumplen con su labor maravillosamente. Y desde luego, lo hacen mejor que tú. Pero uno pierde cosas por el camino».

La historia oficial nos dice que los trece miembros del equipo pasaron por una experiencia extrema, digna de una aventura de supervivencia. Las heridas y magulladuras eran constantes, y las condiciones físicas del rodaje fueron de mal en peor. Para combatir el frío, se vieron obligados a quemar muebles. Los dormitorios eran compartidos, como si aquello fuera una operación de guerrilla en territorio hostil. Cuando se acabó el líquido esterilizante, las lentillas prostéticas tenían que lavarse con café caliente. La dieta no era precisamente variada ‒queso y macarrones‒ y las horas de sueño resultaban insuficientes para conservar la cordura a medio plazo.

Sin embargo, los hallazgos técnicos fueron constantes. Raimi diseñó junto a su equipo los más variados soportes y sistemas de suspensión para la cámara ‒incluido uno que la fijaba a una motocicleta‒, de forma que la película pareciese rodada con Steadicam, o incluso que reflejase, por otros medios, la inestabilidad y la urgencia que hoy se define con la técnica de la cámara temblorosa (o shaky cam).

El montaje fue igual de esforzado. Edna Paul y su ayudante, Joel Coen ‒en efecto: uno de los hermanos Coen‒, realizaron un ímprobo trabajo frente a la moviola.

A lo largo de los años, no ha parado el juego de encontrar similitudes entre Posesión infernal y otras obras. Más de uno ha querido ver la película como un derivado de producciones previas, como por ejemplo Equinox (1970), una cinta de horror sobrenatural, dirigida por Jack Woods y por el creador de efectos especiales Dennis Muren.

Equinox está protagonizada por dos parejas que disfrutan de un picnic en un cañón de California. La historia se nos cuenta mediante flash-backs. El detalle importante es que, cuando los cuatro jóvenes encuentran un libro de conjuros, la magia se activa y comienzan a atacarles criaturas demoniacas, animadas mediante stop-motion.

También se ha querido ver en el guión de Posesión infernal la huella de un autor, Lovecraft, a quien Raimi había estudiado en la universidad. «En realidad ‒aclara el director‒, Lovecraft no influyó tanto en el proyecto. Había leído algunas de sus historias y una de sus novelas, y eso fue todo. En cambio, La noche de los muertos vivientes, de George Romero, tuvo una influencia descomunal en Evil Dead. Ya sabes, los zombis y el escenario de la cabaña… Aquello era aterrador e intenso, y realmente me impactó. Creo que también nos influyó el gran trabajo de Tobe Hooper, La matanza de Texas. Y el hecho de que él y su gente rodasen en 16 milímetros. ¿No lo convirtieron luego al formato de 35 mm.? (…) Seguimos su idea de filmar en un medio asequible que pudiéramos manejar, para convertirlo después a un formato de 35, de calidad profesional, que es lo que luego exhibieron los cines».

¿Cuál era el peor obstáculo para una película de esta naturaleza? Por supuesto, convencer a los distribuidores. Quizá Raimi ya lo intuía, pero lo vio del todo claro cuando empezaron a llover las negativas. Al final, gracias al productor y distribuidor Irvin Shapiro ‒responsable del lanzamiento de Romero‒, Posesión infernal llegó al mercado de Cannes ‒el Marché du Film, no el Festival‒, donde se puso a disposición de los potenciales compradores.

Gracias a un golpe de suerte, Stephen King estaba entre el público y se entusiasmó con la cinta. King escribió una reseña para Twilight Zone Magazine, y un entrecomillado de ese artículo sirvió como eslogan publicitario.

Una cosa llevó a la otra, y después de un exitoso lanzamiento en Inglaterra, la película fue conquistando al público de diversos países, sobre todo tras la intervención de New Line Cinema.

Aparte de suponer el despegue profesional de Raimi, Campbell y Tapert, Pesadilla diabólica también propulsó la carrera de un músico de jazz, Joseph LoDuca. Tras componer la banda sonora de esta película, LoDuca colaboró en distintos proyectos del mismo trío de amigos: Terroríficamente muertos (Evil Dead II, 1987), El ejército de las tinieblas (Army of Darkness, 1992), Hércules: Sus viajes legendarios (Hercules: The Legendary Journeys, 1994-2000), Xena, la princesa guerrera (Xena: Warrior Princess, 1995-2001), El joven Hércules (Young Hercules, 1998-1999), El rey de los tramposos (Jack of All Trades, 2000), Cleopatra 2525 (Guerreras del Submundo) (Cleopatra 2525, 2000), Posesión demencial (My Name Is Bruce, 2007) y Ash vs Evil Dead (2015-2018).

Posesión infernal también se beneficia del trabajo de otro profesional y amigo de Raimi, Tom Sullivan, autor de los efectos de maquillaje y de los trucos de stop-motion. Aunque el mayor presupuesto de las secuelasEvil Dead II y Army of Darkness‒, mejoró en gran medida el catálogo de trucajes, la labor de Sullivan en el primer film de la saga conserva un gran encanto, más allá de su evidente modestia.

Pese al tiempo que ha transcurrido desde 1981, no ha decaído la simpatía que inspira el film. En buena medida, ello se debe a su carácter artesanal, y por razones análogas, al hecho de que está rodada con infinito cariño por un puñado de íntimos amigos: Raimi, Scott Spiegel ‒guionista de Evil Dead 2‒, Campbell, Tapert y Sullivan. Este último, por cierto, nos ofrece el mejor resumen de lo que significa esta película: «La teoría de Raimi era, y estoy de acuerdo con él, que se puede aprender mucho de las malas películas de terror, porque a sus creadores se les ocurren buenas ideas, pero no las ejecutan de manera efectiva. Uno de los mantras de Sam era: ‘Roba a los mejores y hazlo tuyo’. Así que hice todo lo posible para mejorar lo que estaba en el guión, aunque Sam no me lo pidiera. El ejemplo más obvio fue el Libro de los Muertos. En el guión se describía que estaba hecho con cuero, y que tenía algunas letras de un alfabeto antiguo en la portada».

¿En qué se inspiraron Sullivan y Raimi para expandir esa concepto? Pues en la sádica protagonista de La loba de las SS (Ilsa: She Wolf of the SS, 1975), de Don Edmonds. Si Ilsa era capaz de forrar con piel humana libros y lámparas, el Necronomicón de Evil Dead podía apropiarse de esa idea. Haciéndolo mejor, por supuesto.

Lo importante, como puede comprobar hoy mismo cualquier espectador, ya no es usar una referencia como esa, sino hilvanarla con otra más, y luego con la siguiente y la otra. Raimi es un cineasta en el sentido medular, y por eso es capaz de reunir tanto y tan variopinto material para luego transformarlo a voluntad. ¿Resultado? Una obra de culto, y como tal la sentimos tantos años después.

(1) La película se llamó Diabólico en Argentina y Uruguay, El despertar del Diablo en México y Muerte diabólica en Perú.

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Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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