Mad Max 2 (1981) fue uno de los hitos del cine moderno de acción. Jamás se había visto algo tan emocionante en el género como su larga persecución del clímax, rebosante de adrenalina y violencia. La película redefinió el subgénero postapocalíptico y lanzó una moda que mezclaba los harapos “elegantes” y el fetichismo sadomasoquista, y que resultó muy influyente en el cine de ciencia-ficción de los ochenta.
El director, George Miller, había comenzado la saga en Mad Max (1979), una historia en realidad más cercana a las películas de justicieros vengadores de los setenta que a los espectáculos visuales y de acción que luego la seguirían. Pero incluso con el magro presupuesto con el que contó entonces ya se puede ver el pulso de Miller a la hora de coreografiar y filmar la acción. Tras el éxito mundial de Mad Max 2, Miller co-dirigió Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (1985), con resultados desiguales y, aunque no exenta de méritos, carece de las impactantes escenas de persecución de su predecesora.
A partir de ese momento, la carrera de Miller como realizador resulta un tanto errática. Desde su nativa Australia se fue a Hollywood para dirigir quizá el mejor episodio de los incluidos en En los límites de la realidad (1983) y luego se encargó de la curiosa Las Brujas de Eastwick (1987), película que le valió tantas discusiones con los ejecutivos de la Warner que acabó regresando a su hogar en las antípodas. En los noventa, su filmografía incluye la aburridamente respetable El aceite de la vida (1992) y la decepcionante Babe: el cerdito en la ciudad (1998) –aunque fue él quien escribió y produjo la muy superior Babe, el cerdito valiente (1995) –. En los últimos tiempos su nombre ha salido más a relucir por los films que no hizo que por los que sí, como Contacto (1997), del que fue designado inicialmente como director antes de ser despedido. Algo parecido le ocurrió con una malograda producción de la Liga de la Justicia a comienzos de los 2000. Mejor suerte tuvo con la película de animación Happy Feet (2006), cuyos pingüinos bailarines gustaron tanto que le llevaron a dirigir una secuela bastante más regular en 2011.
Y entonces, para sorpresa de todos, llegó Mad Max: Furia en la carretera, con la que Miller sentó un nuevo estándar, recordándonos de paso lo torpes y cutres que llegan a ser la mayoría de las películas de acción actuales.
Obviamente, el que Hollywood decidiera hacer una nueva película de Mad Max treinta años después del estreno de la última, no es excepcional. Si existe una franquicia que despierte nostalgia en un sector de los aficionados, habrá algún ejecutivo del estudio correspondiente que, en algún momento, decida recuperarla para exprimirla económicamente una vez más. En general, estas revisitaciones suelen ser remakes o reboots, pero en esta ocasión se optó por añadir un nuevo capítulo a la saga, lo cual ya es en sí peculiar. Quién sabe cómo consiguió George Miller convencer a los ejecutivos de la Warner de que no era necesario volver a contar una nueva versión de la vieja historia, sino que bastaba con continuarla en un guión original.
Max (Tom Hardy) ha sido capturado por los War Boys, el ejército de fanáticos al servicio de Inmmortam Joe (Hugh Keays-Byrne), un decrépito líder que se ha rodeado de un culto a su persona y que desde su inexpugnable Ciudadela controla el suministro de agua de la población circundante. A Max lo clasifican como donante de sangre universal y convertido en una “bolsa de sangre” que, conectado por un tubo, debe suministrar su líquido vital a Nux (Nicholas Hoult), uno de los War Boys. A pesar de su juventud, casi todos ellos sufren enfermedades terminales y tumores derivados de la radioactividad que requieren un continuo aporte de sangre fresca.
Una de las imperators –generales‒ de Joe, Furiosa (Charlize Theron) sale de la Ciudadela al frente de un convoy que debe recoger combustible en la cercana Ciudad de la Gasolina. A mitad de camino, se desvía de su objetivo para internarse en el desierto, a bordo del camión cisterna blindado que conduce y en el que esconde a cinco de las Esposas de Joe, unas jóvenes seleccionadas por su genética no contaminada por la radiación y su consiguiente capacidad para engendrar niños sanos. Cuando Immortan Joe se percata del robo de sus mujeres, sale inmediatamente en su persecución al frente de un ejército motorizado. Max es encadenado en el morro del vehículo de Nux.
Sin embargo, Furiosa evita ser capturada zambulléndose con su camión en una colosal tormenta de arena que destruye la mayor parte de los vehículos de su propio convoy. Max se libera y trata de hacerse por la fuerza con el control del vehículo. Las circunstancias, no obstante, le obligan a cooperar con Furiosa para que todos, ellos dos, las muchachas e incluso Nux, puedan escapar de la ira de Joe y sus cazadores y alcanzar un lugar donde vivir en paz.
Mad Max: Furia en la carretera fue un proyecto cuya gestación se dilató treinta años, lo cual ya debe ser todo un record en sí mismo en lo que se refiere a continuación de una saga (por ejemplo, “sólo” pasaron 16 años entre El retorno del jedi y La amenaza fantasma; o 19 años entre Indiana Jones y la Última Cruzada e Indiana Jones y la Calavera de Cristal). Para situar ese intervalo en perspectiva, digamos que ninguna de las dos estrellas de la película, Tom Hardy y Charlize Theron, estaban siquiera en el instituto cuando se estrenó la última entrega de la saga. Los efectos digitales no se habían inventado y la proyección en 3D era una curiosidad a la que recurrían solamente un puñado de películas de serie B.
Desde 1985 y durante tres décadas, Mad Max 4 se arrastró por el limbo, anunciándose su salida del mismo y entrada en preproducción cada pocos años, e incluso llegándose a considerar la posibilidad de que fuera una serie de televisión. El film que al final llegó a nuestras pantallas en 2015 empezó a prepararse “en firme” nada menos que en 1998, pero sufrió diversos parones e incluso cancelaciones. Por ejemplo, debido a motivos de seguridad tras el estallido de la Guerra de Irak, lo que motivó la desvinculación de Mel Gibson del proyecto.
Lo que resulta asombroso, entrando casi en el plano del milagro, es que Miller acabara dirigiendo la película. Sí, Miller había creado, escrito y dirigido las tres entregas anteriores de Mad Max, pero es igualmente cierto que los estudios de Hollywood nunca se han distinguido por la lealtad hacia sus profesionales. El objetivo prioritario de los ejecutivos consiste en ganar dinero, tanto como sea posible. Y en ese momento y a la vista del reciente currículo de George Miller, éste no parecía ser la mejor alternativa.
Para empezar y como he apuntado más arriba, su carrera en los últimos veinte años había sido cuando menos irregular. Sólo había dirigido tres películas en ese periodo y todas ellas productos claramente orientados al público infantil, sin violencia ni acción. Nada que ver, en definitiva, con la esencia de Mad Max. Y luego estaba el tema de su edad. A sus setenta años, no parecía el director más adecuado para dirigir una superproducción que, además y por la particularidad de su rodaje (en el desierto, con un ritmo trepidante y abundantes especialistas), demandaba una vitalidad especial. Había muchos otros directores que, aunque de inferior perfil y a menudo responsables de cintas mediocres, resultaban para los estudios apuestas más seguras y demostradamente rentables, desde Brett Ratner (Hora Punta, X-Men 3) a Len Wiseman (Underworld, La Jungla 4.0).
Pero, por alguna razón no desvelada, no sólo se contrató a Miller, sino que se le otorgó un enorme presupuesto de 150 millones de dólares y, todavía más inusual, total control creativo. Un privilegio que sólo disfrutan profesionales a la altura y rentabilidad económica probadas como Christopher Nolan.
Esa libertad se puso de manifiesto en las decisiones que adoptó Miller y que a ningún ejecutivo se le habrían siquiera pasado por la cabeza: hacer que Max fuera casi un secundario en su propia película; contratar a Nicholas Hoult, uno de los jóvenes actores más atractivos de Hollywood, afeitarle la cabeza, pintarlo de blanco y darle un personaje chirriante; deshacerse del icónico coche de Max a pocos minutos del comienzo de la trama; ignorar la estructura convencional de las películas de persecuciones de coches y presentar la película como una única y prolongada secuencia de dos horas; optar por un tono violento que automáticamente califica a la película para un público adulto excluyendo a parte de la audiencia…
Pues bien, tras todas las dudas que suscitó la elección de Miller como director de Furia en la carretera y sus peculiares decisiones, a la vista del resultado final, decir que aquéllas resultaron infundadas es quedarse corto. A diferencia de muchos de sus ya igualmente ancianos colegas, Miller demuestra tener mayor energía y pulso que cuando era un recién llegado al cine de treinta años allá por la década de los setenta.
En los últimos tiempos, nos hemos conformado con juzgar las escenas de acción en el cine con criterios en exceso benevolentes. En muchas de ellas no se distingue bien lo que pasa, la cámara tiembla, se mueve continuamente, se desenfoca o se utilizan efectos digitales tan mediocres que sólo se ven manchones poco definidos. Otros trucos para disimular la falta de talento o la escasez de medios pasan por insertar múltiples cortes que impidan seguir los movimientos de forma fluida, o alternar rápidamente primerísimos planos con planos generales.
Pues bien, en Mad Max: Furia en la carretera no se toman atajos. Para empezar, no es una película con secuencias de acción, sino que todo su metraje está concebido como una sola e ininterrumpida secuencia de persecución. De hecho, y de acuerdo con aquellos que participaron en la producción, no existía tanto un guión formal como un storyboard de 3.500 viñetas. Y sobre todo, la acción, las peleas, las persecuciones, están filmadas desde una gran variedad de ángulos y planos, pero siempre, y a pesar de lo complejas que llegan a ser, resulta sencillo distinguir y seguir lo que ocurre aun cuando la cámara siempre está en movimiento. El resultado es una de las más sólidas, frenéticas y espectaculares cintas de acción de las últimas décadas.
Miller no sólo utiliza el movimiento de cámara continuo y la alternancia bien medida de planos para dar sensación de velocidad, ansiedad o violencia, sino también para subrayar el sentido de la escala y revelar la vastedad del entorno en el que transcurre la acción. La Ciudadela de Immortan Joe, por ejemplo, es enorme, como también el indomable desierto, que a su manera es tan protagonista como los humanos que se desplazan por él.
En Furia en la carretera la acción, de hecho, alcanza el grado de auténtico arte visual. Sólo uno de los fragmentos de la primera parte, aquel en el que los vehículos se persiguen y atacan por el desierto mientras son engullidos por una tormenta de arena, ya supera lo visto en todo Mad Max 2.
El departamento de producción realiza un trabajo sobresaliente. El mundo que construyen los diseñadores lleva un paso más allá el carácter postapocalíptico de Mad Max 2, un microuniverso dominado por la violencia y los individuos grotescos y embrutecidos. No es que la construcción de mundos futuros sea la prioridad del guión, pero aun así, todos y cada uno de los múltiples detalles están meticulosamente pensados, desde los volantes y palancas de los automóviles, las armas, la fortaleza de Joe y sus cientos de niños esclavos… Incluso destellos fugaces como esos extraños moradores de los pantanos que se desplazan sobre zancos.
Aunque inicialmente se planteó la película en blanco y negro, la Warner adujo razones comerciales para oponerse y cuando se pasó al color, Miller decidió distanciarse de otras películas postapocalípticas y sus tonos desaturados, poniendo un especial énfasis en la riqueza e intensidad cromáticas. El resultado es una factura visual muy potente, pletórica de vida y textura y rayando puntualmente en el terreno de la fantasía o lo fantasmagórico, como la escena en la que los torbellinos de la tormenta de arena engullen literalmente los coches; o esa secuencia casi onírica en la que el camión de Furiosa se queda atascado en el barro durante la noche.
Por supuesto y tratándose de Mad Max, destacan los coches tuneados, tan absolutamente locos como verosímiles: el camión cisterna acorazado que conduce Furiosa, con un coche encajado como cabina y otro en el techo del depósito actuando como torreta defensiva. Vehículos con enormes ruedas de camión. Otros con unas largas pértigas encajadas, de las que cuelgan hombres que pueden atacar a otros automóviles en plena carrera. Todo un colosal camión forrado de altavoces, a cuyo frente un guitarrista demente cuelga de arneses mientras aporrea una guitarra-lanzallamas y en cuyo extremo posterior transporta un grupo de War Boys aporreando grandes tambores taiko para enfervorizar a sus fanáticos compañeros. Hay incluso Escarabajos Volkswagen recubiertos de pinchos, con los que quizá Miller quiso rendir homenaje a otra película de su compatriota Peter Weir, Los coches que devoraron París (1974).
Lo que le aporta una cualidad visual distintiva a esta película es el hecho de que Miller decidió fabricar los coches y utilizar especialistas humanos en lugar de jugar con los efectos digitales. Estos no están del todo ausentes, pero se utilizaron sobre todo para resaltar el ya de por sí espectacular paisaje del desierto del Namib donde se rodó la cinta. El 80% de lo que se ve en pantalla es acción real. Se trató de una apuesta arriesgada en el género fantástico contemporáneo, pero el óptimo resultado de esa fisicidad es patente y relega a la segunda división a cualquier equivalente moderno, desde la saga Fast and Furious hasta los Transformers.
Encontramos aquí también la misma mezcla de adrenalina y humor socarrón que en las anteriores entregas. ¿Quizá una de sus influencias al respecto pudiera haber sido el cómic del Juez Dredd? Al fin y al cabo, en el “guión” de Furia en la carretera participa Brendan McCarthy, dibujante y guionista de cómics, entre ellos los de Dredd. No es el único paralelismo con los cómics del personaje inglés: en ambas obras se presenta un mundo derruido en el que el instinto de supervivencia alcanza cotas de absurdo. Los personajes grotescos y las situaciones extremas presentes en Dredd y Max actúan como un espejo distorsionador de nuestra propia realidad.
Hay quien se queja, no sin faltarle la razón, de que la película se ha centrado tanto en la acción que la trama y el trasfondo son prácticamente inexistentes, meras excusas para narrarnos una larga secuencia de persecución. Esa queja, no obstante, podría aplicarse igualmente a Mad Max 2. Es cierto que Miller deja al espectador con la miel en los labios y sólo le muestra algunos detalles de lo que se percibe es un mundo complejo y fascinante. ¿Por qué la humanidad ha caído en la infertilidad? ¿Cómo llegó Immortan Joe a erigirse en el líder de la Ciudadela? ¿Por qué sus hombres necesitan continuas transfusiones de sangre y se rocían los labios con spray alucinógeno? ¿Qué historia hay tras esa especie de santuario del que los War Boys eligen personalmente los volantes que utilizarán en sus vehículos?
En primer lugar, esas incógnitas no privan a Furia en la carretera de ser uno de los films más sobresalientes y espectaculares de aquel año, una cinta tan cargada de adrenalina que resulta difícil compararla con otro producto similar y de calidad equivalente. Y en segundo lugar y tras tres entregas de la franquicia, Miller parece comprender por fin que el género postapocalíptico no versa tanto acerca del colapso de las instituciones sociales (los gobiernos, las familias, las religiones establecidas, los sistemas de transmisión de conocimiento, la estructura económica), sino sobre la formación de aquello que las sustituye. En esta nueva película, aunque someramente, sí se nos muestra el ascenso de un nuevo tipo de sociedad muy diferente de la nuestra.
Puesto a sacarle alguna pega, podría mencionar a Tom Hardy. El actor británico llevaba ya algunos años en la boca de todos como estrella en ciernes (Rocknrolla, Origen, El Caballero Oscuro: La leyenda renace) y ciertamente es capaz de ofrecer un rango interpretativo superior al de su predecesor en el papel, Mel Gibson. Sin embargo, aunque se esfuerza por adoptar el acento australiano, su Max no va más allá de ser un bruto que se expresa con monosílabos. El número de frases que pronuncia en toda la película puede contarse con los dedos de las manos y ninguna de ellas reúne más de media docena de palabras. El Max de Mel Gibson resultaba un personaje más cercano, un antihéroe adusto en la tradición de Clint Eastwood, también parco en palabras pero cierta vena irónica y una mirada intensa. La versión de Tom Hardy, en cambio, parece haber retrocedido algunos puntos tanto en el coeficiente intelectual como en el carisma, una circunstancia, no obstante, que no es tanto achacable al actor como al guión.
Sí que se intenta introducir un elemento que le aporte algo más de profundidad y lo aleje del estereotipo de mostrenco duro de pelar y corto en palabras: se trata de las visiones terroríficas que experimenta, relacionadas con los muertos de su pasado, unas caras y escenas que le empujan hacia la demencia. El problema es que siempre llegan en el momento menos oportuno para él, y acaban sirviendo más para añadir suspense a la acción que para explicarnos algo sólido y definido sobre su personalidad o pasado. Son imágenes atropelladas, que no casan muy bien con lo que se nos había explicado sobre el personaje en películas anteriores, y que a quien no sea conocedor de la saga le planteará más dudas que respuestas.
Un aspecto que se desmarca de las películas anteriores y que señala el signo de los tiempos –además de la sustitución de la escasez de petróleo por la del agua‒, es el cambio en el rol de las mujeres. Mad Max había sido básicamente una franquicia masculina. El protagonista era un héroe enfundado en cuero que recorría un mundo violento dominado por hombres a bordo de potentes automóviles, y en el que las mujeres jugaban un papel totalmente secundario. Sí, en Mad Max 2 aparecía esa mujer guerrera sin nombre interpretada por Virginia Hey, y en Más allá de la Cúpula del Trueno Tina Turner ejercía de líder. Pero no eran más que inclusiones exóticas cuyo desempeño bien podría haberlo cubierto un personaje masculino. En general, en el universo de Mad Max las mujeres existían por una de estas tres razones: ser violadas para que Mel Gibson pudiera enfurecerse, servir de compañeras sexuales de algún villano que tratara de matar a Gibson, morir asesinadas para que Gibson se vengara, u obligarlo a luchar en la Cúpula del Trueno. En los créditos, sus personajes ni siquiera recibían nombres: “La Enfermera”, “La Chica de Jinete Nocturno”, “Víctima”, “Chica del Capitán”… Y ello por no hablar de las connotaciones gay-sadomaso en el vestuario y actitud de los salvajes que poblaban esos desiertos australianos pre y post apocalípticos.
En esta ocasión, la obsesión con la fertilidad es una constante en la película: una de las ancianas Vuvalini lleva siempre consigo semillas que no pueden germinar en su país muerto. Immortan Joe aconseja a sus moribundos súbditos del desierto no hacerse “adictos” al agua y sus posesiones más preciadas son las mujeres de su harén, exclusivamente destinadas a engendrar su progenie. Los War Boys profesan una fe construida alrededor de la muerte y el renacimiento. Incluso Max, como he dicho, traslada su búsqueda del combustible al agua, fuente de la fertilidad en la tierra.
Y es en relación con la fertilidad que hay que hablar del elemento femenino. Furia en la carretera aparece tras años de ver desfilar por la gran y pequeña pantalla docenas de heroínas de acción, desde Ripley a Sarah Connor, de Xena a Lara Croft. No solamente Furiosa es un personaje más sólido y atractivo que el protagonista nominal, sino que es igualmente competente en el combate y más noble que él. Al fin y al cabo, está arriesgando su vida para salvar a unas jóvenes de un tormento de esclavitud sexual y llevarlas a un lugar seguro.
Al final de la aventura, las mujeres han cobrado más peso que los hombres: no solamente son más inteligentes, sensatas y decididas, sino que las vemos pelear por sus vidas y su libertad, sacrificarse por las demás y perseguir el sueño de pertenecer a una sociedad alternativa a la que conocen y en la que no se les considere meros objetos. En este sentido, Charlize Theron es el centro emocional de la película, transmitiendo tanta intensidad que, literalmente, conduce la trama hacia su conclusión.
Además, las mujeres que Miller presenta en la película simbolizan los tres estadios de la vida recuperando en cierta forma la representación clásica de las Moiras, Parcas o Nornas: tres hermanas hilanderas que personifican el nacimiento, la vida y la muerte. Así, las jóvenes novias de Immortan Joe encarnan la primera etapa, dado que de ellas nacerá una nueva generación libre de malformaciones. Furiosa, que trata de salvarlas, representa la madurez y la vida. Y las ancianas del clan Vuvalini simbolizan la última etapa de la existencia, la decadencia y la muerte. No sé si se puede afirmar que estamos ante un film feminista, pero está claro que Miller ha sabido cambiar con los tiempos.
Un último “problema” de la película reside no tanto en sí misma como en su lugar dentro de la continuidad de la saga. Su acción transcurre claramente después de lo narrado en Mad Max 2, ya que vemos al Interceptor del protagonista a pleno rendimiento; y antes de Más allá de la Cúpula del Trueno, dado que Tom Hardy aparenta ser físicamente bastante más joven que el ya canoso Mel Gibson de ese film. Dicho esto, George Miller ha afirmado que considera a Max una suerte de James Bond, negando así cualquier pretensión de crear una continuidad. De hecho, el único elemento que se conserva de otras películas anteriores de la saga es el actor Hugh Keays-Byrne, que interpretó al villano Cortadedos en la primera entrega. Aquel personaje, sin embargo, moría entonces y el actor encarna ahora otro totalmente diferente.
Mad Max: Furia en la carretera es una película de acción modélica. La trama en sí es mínima, pero en ningún momento se echa de menos algo más complejo. Los personajes tienen fuerza, el microuniverso que presenta es fascinante, las secuencias de acción intensas a más no poder, y la estética tan exagerada y llevada al límite como bella visualmente. Quizá la mejor entrega de la saga, es ésta una actualización a lo grande del concepto original, con toda la violencia, acción frenética y ritmo imparable que en su momento las películas originales no pudieron desplegar.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.