En 1924 tiene lugar el estreno de la primera representación teatral de Drácula, adaptada y dirigida por el actor y dramaturgo Hamilton Deane. Desde el teatro, se instaura la imagen prototípica del vampiro moderno que, posteriormente, difunde el cine gracias a la personificación de Bela Lugosi.
Con todo, el destino del vampiro cinematográfico hubiera sido muy distinto si lo hubiese encarnado el actor predilecto de Tod Browning. Me refiero a su amigo Lon Chaney, llamado popularmente el hombre de las mil caras. Una enfermedad mortal apartó a Chaney de la escena, y sin embargo, a la vista de su filmografía, podemos fantasear con aquella encarnación vampírica que nunca llegó a concretarse.
Tomemos por ejemplo La casa del horror (London after Midnight, 1927), de Browning, una sugestiva producción de la Metro-Goldwyn-Mayer.
Desgraciadamente, es otra película perdida, destruida en un incendio de los almacenes de la productora. No obstante, el metraje preservado y las fotografías existentes han permitido conocer el film casi en su integridad. No es esta, por otro lado, una película fantástica. Los vampiros son actores que representan una farsa al servicio de una trama criminal.
La tesis predominante en el Holywood de la época sostenía que lo sobrenatural sólo era aceptado por el público si era explicado como el fruto de maquinaciones humanas, al igual que en muchos títulos de la novela gótica. Un hecho que contrasta vivamente con la gran implantación que lo sobrenatural y fantástico tenía en Europa.
La película se inicia con una muerte calificada oficialmente como suicidio. Cinco años después, el inspector Burke, de Scotland Yard (Lon Chaney), sigue convencido de que el suicidio encubre un asesinato.
Con tanta diligencia como atrevimiento, Burke pone en marcha un curioso plan para desenmascarar a los culpables: hace creer a todos que la víctima no se suicidó. En realidad, su muerte fue obra de los vampiros.
El inspector uttiliza como prueba el ataúd vacío del finado, y lo combina con sus habilidades hipnóticas y sus apariciones nocturnas, disfrazado de vampiro junto a su hija. Burke reduce a dos el número de sospechosos, y finalmente, descubre al asesino: el mejor amigo de la víctima.
Basada en un argumento del propio Tod Browning, la película es otra de las colaboraciones entre Chaney y el director. Una vez más, el genial intérprete vuelve a deleitarnos con una de sus sorprendentes caracterizaciones. Luce frac, capa negra con forma de alas de murciélago y sombrero de copa de idéntico color. El maquillaje resulta aterrador: ojos saltones, con bolsas en los párpados, melena estropajosa y una prótesis dental formada por múltiples y agudos dientecillos, similares a los de las pirañas.
Si se fijan, comprobarán que su aspecto recuerda un tanto al que luce Werner Krauss en El gabinete del Dr. Caligari.
Según David J. Skal, cabe la posibilidad de que Browning y Chaney se planteasen el film como un ensayo, previo a una futura versión de Drácula o a una película de vampiros de escritura propia. De hecho, la crítica del New York Herald Tribunesobre la cinta señala que el próximo proyecto de ambos hubiera sido una adaptación de la novela de Stoker.
Como bien indica David Pirie, autor de El vampiro en el cine: “Si el destino de Lon Chaney hubiese sido otro, es muy posible que tuviéramos que escribir una historia del cine de terror completamente distinta”.
En aquellos tiempos, Chaney era lo más parecido a una estrella del género. Acumulaba un repertorio de roles malvados, grotescos y bizarros. Incluso su validez como actor de cine sonoro, sobre la que él mismo tuvo reparos, quedó demostrada con su actuación en el remake de El trío diabólico (The Unholy Three, 1925) rodado en 1930.
Sin embargo, los hechos han demostrado que, antes de ese rodaje, nuestro actor ya había abandonado la idea de encarnar a Drácula. Tras su hipotética interpretación del vampiro tenía, supuestamente, intención de dar vida a la criatura del Dr. Frankenstein.
En el caso de haber encarnado tanto al personaje ideado por Mary W. Shelley como al nacido de la pluma de Stoker, Chaney habría hecho desaparecer a dos iconos del panteón del terror: Boris Karloff y Bela Lugosi. Aunque esto, como se habrán percatado, sólo son especulaciones.
Por otro lado, Browning dirigió en 1935 el remake sonoro de La casa del horror, titulado La marca del vampiro (Mark of the vampire) y protagonizado por un Bela Lugosi post Drácula en el rol de supuesto vampiro.
A excepción de títulos como Nosferatu, es llamativa la casi nula presencia de la figura del vampiro en las producciones mudas. En esto se diferencia de otros mitos del incipiente género, como el golem, Jekyll o la criatura de Frankenstein. Ni siquiera podemos hablar de género de terror durante el periodo silente, porque sus convenciones no quedan definitivamente conformadas hasta la década de los treinta, de la mano de la Universal.
Tampoco se puede calificar al expresionismo alemán como un simple prólogo del horror cinematográfico. Pese a los obvios contenidos fantásticos y ominosos de algunas de sus películas, y a una serie de recursos, argumentos y técnicas que luego conformaron la base del género, el expresionismo posee una sensibilidad artística y estética, un bagaje cultural y un sustrato político y social muy singulares, que me llevan a encontrar más diferencias que semejanzas con las creaciones de Browning y compañía.
En definitiva, aún no había llegado la hora del vampiro.
Ficha técnica
Dirección y guión: Tod Browning
Música: Robert Israel
Fotografía: Merritt B. Gerstad
Reparto: Lon Chaney, Marceline Day, Conrad Nagel, Henry B. Walthall, Polly Moran, Edna Tichenor y Claude King
Año: 1927
Duración: 65 min
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer
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Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.