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«Galáctica, estrella de combate» («Battlestar Galactica», 2004-2009)

La Battlestar Galactica original, emitida entre 1978 y 1979, fue uno de los primeros productos televisivos en aprovecharse del boom que el estreno de Star Wars (1977) causó en la ciencia-ficción. Ya hablé ampliamente sobre ella en un artículo anterior, por lo que no me extenderé ahora mucho sobre el particular.

Aunque aspiraba a convertirse en la alternativa televisiva al épico espectáculo de efectos especiales que había sido Star Wars para el cine, en lo que en realidad derivó fue en un serial banal, repetitivo y poco valiente, que acabó cancelándose tras quince episodios.

Aun así, su cancelación obedeció no a la deserción de la audiencia, sino a que en su momento fuera la serie más cara de la historia de la televisión y Universal, la productora, no podía seguir asumiendo semejante coste. Resucitó con otros actores, premisas argumentales diferentes y un presupuesto mucho más ajustado, con el título Galáctica 1980 (1980), pero el batacazo fue monumental, y la nueva serie no pasó de los diez episodios.

Los productores habían prometido innovadores efectos especiales, pero ofrecieron las mismas secuencias de combate una y otra vez, semana tras semana, acompañando a historias autoconclusivas que no sabían desarrollar el argumento base hacia su conclusión lógica.

Los seguidores de Battlestar Galáctica permanecieron fieles a su memoria tras la cancelación del programa. Se editaron varias novelizaciones, una serie de comic-books e incluso una colección de trading cards.

A finales de los noventa, cuando se estrenó Star Wars: La amenaza fantasma, empezó a correr el rumor de que se preparaba un revival de la serie, ya fuera en la televisión o en el cine. Richard Hatch, que había interpretado al personaje de Apolo en la serie original y escrito cuatro novelas ambientadas en ese universo, fue uno de los más activos defensores de ese retorno, llegando a recaudar dinero para producir un tráiler de cuatro minutos y medio, que sirvió de presentación de un nuevo programa. Este retomaría la historia desde donde lo dejó la serie original, y recuperaría parte del antiguo reparto.

Más o menos por las mismas fechas, el productor Todd Moyer y el creador de Battlestar Galáctica, Glen A. Larson, anunciaron una película con un presupuesto de 40 millones de dólares y un reparto de actores más jóvenes, e incluso se llegó a mencionar que podría ser proyectada en cines IMAX. Los defensores de ambos proyectos se enfrentaron por sacar adelante sus respectivas criaturas, mientras Universal lo hacía por dilucidar quién estaba en posesión de los derechos.

Para animar la juerga todavía más, Bryan Singer, el director de X-Men (2000) afirmó estar interesado en dirigir el piloto de una nueva Battlestar Galáctica. Se llegaron a construir decorados en Vancouver, pero el proyecto se vino abajo cuando Singer se marchó a dirigir X-Men 2 (2003). El director nunca dejó de manifestar su interés en la franquicia en lo que se refiere a una posible traslación cinematográfica.

Los auténticos responsables del renacimiento de Battlestar Galáctica (en adelante BSG en su nueva versión) fueron el experimentado guionista Ronald D. Moore y el productor David Eick (American Gothic). Ambos supieron conservar lo mejor de la serie original y redefinir el resto en términos de una ciencia-ficción moderna, pletórica de épica, acción y suspense, pero también de dramas personales y temas para la reflexión, trasplantando elementos del argumento y personajes de la serie clásica a un contexto más complejo, refinado y oscuro.

Moore y Eick dejaron claras sus intenciones desde el principio: «Nuestra meta es nada menos que la reinvención de la ciencia-ficción televisiva. Damos por hecho que la space opera tradicional, con sus personajes del montón, tecnocháchara, aliens de cabeza abultada, dramatismo histriónico y heroísmo vacío, ha cumplido su ciclo y necesita una nueva aproximación. Ésta consiste en introducir realismo en lo que hasta ahora ha sido un género agresivamente irreal».

Moore sabía de lo que hablaba. Había sido uno de los veteranos guionistas y productores de la franquicia de Star Trek en varias de sus encarnaciones: La nueva generación (1987-1994) y Espacio profundo nueve (1992-1999), además de firmar los guiones para un par de películas de la serie La Nueva Generación y escribir y producir otras series televisivas como Roswell (1999-2002) o Carnivale (2003-2005). Abandonó la producción de Star Trek: Voyager (1995-2001) tras escribir solo dos episodios. Quería hacer algo diferente y lo consiguió en BSG: «Estoy aplicando ideas que me gustaría haber desarrollado en Voyager: la escasez de recursos, el desarrollo de instituciones civiles y culturales únicas, y las luchas internas entre la gente atrapada en sus naves, sin esperanza razonable de encontrar pronto un santuario».

Ese nuevo enfoque requería también de un nuevo entorno mediático. En ello fue capital la intervención del Sci-Fi Channel (hoy conocido como SyFy), que por entonces buscaba recuperar material antiguo (otro caso fue Dune, también presentado por ese canal) aprovechando la nostalgia de un sector de la audiencia más adulta. Ese giro hacia el sentimentalismo pudiera haber estado relacionado con la madurez (o quizá cansancio) de la propia ciencia-ficción en su vertiente televisiva. Pero también respondía a unas tendencias más generales.

Después de todo, al comienzo del siglo XXI, lo que una vez fue considerado el futuro se había convertido en el presente, un presente que, en términos generales, no habría satisfecho las expectativas de los visionarios y soñadores de cien años atrás.

Mientras que los avances tecnológicos, especialmente en ordenadores y sistemas de comunicación, seguían produciéndose a buen ritmo, el viaje espacial (el corazón de las esperanzas que la ciencia-ficción tenía depositadas en el futuro) no ha seguido una tendencia tan espectacular, y de hecho, casi ha llegado a un punto muerto. Además, muchos comentaristas anunciaban el final de un periodo histórico que, desde el siglo XVIII al XX, había definido el progreso como una mera evolución histórica. Algunos llegaban incluso más lejos, proclamando el fin de la misma Historia, mientras que otros analistas encontraban cada vez más difícil proyectar un escenario futuro en el que el progreso pudiera continuar a la misma velocidad y con tan pocos impedimentos como hasta ahora.

En tal situación, no resulta sorprendente que la ciencia-ficción televisiva también tuviera dificultades a la hora de ofrecer esas proyecciones, prefiriendo volver la vista atrás y echar mano de antiguos programas. Sin embargo, esa pérdida global de imaginación otorgaba a la ciencia-ficción una importancia aún mayor como fuente de inspiración. Y dado el poder de la pequeña pantalla en nuestra cultura, la ciencia-ficción televisiva puede ser nuestra última esperanza para recobrar el sentido de confianza y maravilla que propulsó a la civilización occidental desde el Renacimiento hasta lugares tan distantes entre sí como el espacio exterior y el ciberespacio.

Ese fue el contexto en el que, en diciembre de 2003, el Sci-Fi Channel recuperó por fin Battlestar Galactica en la forma de una miniserie en dos partes, con una duración total superior a las cuatro horas, en las que se presentaba la premisa inicial y los personajes principales.

Las Doce Colonias de los humanos crearon la especie robótica de los Cylones como obreros y sirvientes, pero cuando éstos evolucionaron más allá de su programación original, se volvieron contra sus amos (darle cerebro a un robot siempre ha sido buscarse problemas), iniciando una sangrienta guerra. En el momento de comenzar la historia, nadie ha oído hablar de los Cylones desde hace cuarenta años, cuando tras firmar un armisticio se retiraron a un apartado sector de la galaxia en busca de su propio destino. Lo que no saben los humanos es que, en ese periodo, los Cylones han llevado a cabo su propia y acelerada evolución, hasta crear una serie de doce modelos biomecánicos que, aunque son virtualmente indistinguibles de los seres humanos, aún mantienen ciertas características propias de una máquina: parecen ser programables y pueden conectarse directamente a una computadora. Pero también, al ser principalmente seres biológicos, pueden enfermar y necesitan comer y dormir. Varios de esos modelos se han infiltrado en las Doce Colonias para preparar un nuevo ataque.

En la capital de las Colonias, Caprica, el genio científico Gaius Baltar (James Callis) descubre abrumado que la atractiva mujer con la que ha estado compartiendo el lecho es, en realidad, una Cylon del nuevo modelo 6 (Tricia Helfer). Aún peor, lo ha utilizado para entrar en las computadoras de la red de defensa colonial e insertar un virus. Así, cuando los Cylones golpean en masa y por sorpresa a todos los mundos, éstos se hallan indefensos y sucumben a las armas nucleares que llueven sobre ellos.

La única nave de combate que sobrevive al ataque es la Galáctica, bajo el mando del comandante William Adama (Edward James Olmos), y ello solo por dos razones: dada la edad de la nave y su vetustez tecnológica, iba a ser puesta fuera de servicio, por lo que no se le prestó atención; y segundo, porque su sistema electrónico no estaba conectado con el exterior, un viejo recurso que coartaba su operatividad, pero lo protegía contra ataques víricos.

Con las colonias devastadas y su población aniquilada, la única miembro superviviente del gabinete político es la secretaria de educación, Laura Roslin (Mary McDonnell), que es inmediatamente nombrada Presidente. Convence a Adama a que abandone su instinto de devolver el golpe y forme rápidamente una flota de naves capaces de viajar por el hiperespacio. A bordo de esa variopinta flota, se reúnen 50.0000 supervivientes, los únicos y últimos representantes de la especie humana.

Comienza la huida hacia lo desconocido, pero no tardan en averiguar que entre ellos se han infiltrado agentes durmientes Cylon. Algunos saben que lo son, mientras que otros lo ignoran, y solo esperan a ser activados para cometer sabotajes, asesinatos y sembrar la discordia entre lo que queda de la especie humana. En un intento de levantar la moral de la flota, Adama inventa una mentira piadosa: se dirigirán a la legendaria Decimotercera Colonia, la Tierra, y harán de ella su hogar.

A pesar de algunas quejas poco razonables de fans de la serie de los setenta por haber elegido a una mujer (Katee Sackhoff) para encarnar al personaje de Starbuck, la miniserie inicial fue un éxito tremendo de audiencia. Pero no fue fácil llegar ahí. Cuando empezaron a filtrarse detalles de la producción, los comentarios más ácidos provinieron de los fans de la serie original, que criticaban a Ronald D. Moore por no haberse limitado a continuar la historia de los setenta y haberse apropiado de ella, reescribiéndolo todo desde el comienzo; o por no haber incluido a ningún actor del reparto original (aunque Richard Hatch sí pasaría a interpretar un importante personaje en la serie que seguiría a esta presentación inicial).

Puede que Battlestar Galactica conservara un activo núcleo de fans, pero la triste verdad es que el cariñoso recuerdo que guardaban de la serie respondía más a la nostalgia, carente de criterio, que a la calidad intrínseca de la misma. De hecho, como ya apuntaba al principio, era bastante mala. Sus historias estaban llenas de estupideces científicas, y como estaba escrita por gente que tenía poca idea de ciencia-ficción, sus guiones se limitaban a trasladar a un marco de space opera tópicos manidos del western o el cine bélico: en lugar de colts, pistolas de rayos; en vez de soldados nazis o indios, los malvados robots Cylones.

Las otras versiones propuestas para BSG, el tráiler de Richard Hatch y la película de Glen A. Larson, se limitaban a retroceder hasta el punto en que lo dejaron y continuar una historia tejida a base de personajes planos, referencias mitológicas y refritos religiosos. En cambio, Ronald D. Moore no solo tuvo el valor de reconstruir todo ese universo, tomando aquellos elementos con potencial dramático, sino que supo darle una amplitud, un sentido de la épica y una profundidad intelectual y emocional que sus creadores originales no habrían podido soñar.

Artículos de la serie:

Galáctica, estrella de combate (Battlestar Galactica, 1978-1979)

Galáctica, estrella de combate (Battlestar Galactica, 2004-2009)

Battlestar Galactica (2004-2009): Concepción visual y diseño de producción

Battlestar Galactica (2004-2009): Un acercamiento realista a la ciencia-ficción

Battlestar Galactica (2004-2009): El desarrollo de los personajes

Battlestar Galactica (2004-2009): ¿Qué nos hace humanos?

Battlestar Galactica (2004-2009): Cultos religiosos en el espacio exterior

Battlestar Galactica (2004-2009): Ética, moral y supervivencia

Battlestar Galactica (2004-2009): Política en un mundo impredecible

Battlestar Galactica (2004-2009): Las secuelas

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".