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«Extinción» (2018), de Ben Young

Hay guiones que parecen marcados por la mala suerte, historias que permanecen durante años atrapadas en una especie de lista negra no oficial de la que salen de vez en cuando rescatadas por algún productor o director pero a la que vuelven cuando los hados se confabulan en su contra para seguir esperando mejor fortuna en la siguiente ocasión. Uno de ellos fue el de Extinción, que durante bastante tiempo llegó a estar en la agenda de proyectos de, por ejemplo, Joe Johnston (Cariño, he encogido a los niños, 1989; Parque Jurásico III, 2001) hasta que finalmente Universal Pictures le dio el visto bueno definitivo a su producción.

A primera vista, Extinción tenía al menos dos de los ingredientes necesarios para asegurarse un buen recorrido comercial: una historia con potencial coescrita por Eric Heisserer (nominado al Oscar por La llegada, 2016; y con otras incursiones en el género fantacientífico como Pesadilla en Elm Street, 2010; la precuela de La Cosa, 2011; o Expediente Warren 2, 2016); y un director prometedor, el australiano Ben Young, que tras abandonar la televisión había debutado con el film de secuestros Hounds of Love (2016), cuya distribución internacional obtuvo buenas críticas.

Pero en algún punto y por alguna razón no clarificada, Universal renunció a su intención inicial de estrenarla en cines. La mantuvo aparcada durante meses hasta que llegó a un acuerdo con Netflix para vendérsela por una cantidad no revelada. Tal movimiento levantó sospechas acerca de la confianza del estudio en la película. Y, efectivamente, resultó que en este caso, los ejecutivos tomaron la decisión acertada, ahorrándose una fortuna en gastos de promoción para un producto mediocre.

En un futuro cercano, Peter (Michael Peña), un trabajador normal y corriente, lleva una vida feliz con su mujer Alice (Lizzy Caplan) y sus dos hijas, Hannah (Amelia Crouch) y Lucy (Erica Tremblay). Sin embargo, desde hace semanas viene sufriendo visiones, delirios y pesadillas en los que llegan naves del espacio y masacran indiscriminadamente a todo el mundo, quedando él y su familia atrapados en mitad del horror. Atendiendo al ruego de la preocupada Alice para que busque ayuda, acude a una clínica del sueño sugerida por su jefe, David (Mike Colter). Pero lo que ve y oye allí le produce aún más inquietud y decide no permitir que le examinen y traten.

Aquella misma noche, mientras celebran en casa una fiesta con algunos vecinos por el reciente ascenso profesional de Alice, las pesadillas de Peter se hacen realidad. La ciudad es atacada por una flota de naves y extraños humanoides asesinan a cientos de personas sin que se sepa cuáles son sus intenciones últimas. Consiguen a duras penas huir de su edificio para dirigirse a la fábrica donde trabaja Peter, en cuyos sótanos estarán seguros. Pero en el accidentado camino hasta allí, los protagonistas tendrán una serie de revelaciones que les descubrirán que la realidad no es tal y como todos creían.

Extinción empieza como un drama psicológico sobre un hombre cuya vida familiar está desintegrándose por culpa de unas pesadillas (un concepto ya visto en Take Shelter, 2012) pero súbitamente se transforma en otra historia del montón sobre invasiones alienígenas. Nada de lo que vemos durante el largo segmento del ataque destaca ni aporta novedad alguna. Toda la secuencia que transcurre en el edificio de apartamentos donde quedan atrapados Peter y su familia y amigos recuerda a, por ejemplo, Skyline (2010) o Monstruoso (2008), aunque con peor factura visual. Durante más de la mitad del metraje, Extinción es decepcionantemente aburrida, no por falta de acción o ritmo sino, como digo, por su encadenamiento de lugares comunes del subgénero y consecuente predictibilidad. Es como la hermana pobre de títulos como los arriba mencionados u otros como Independence Day (1996) o La Guerra de los Mundos (2005).

Hasta que, alrededor de una hora después del inicio, llega el abrupto y siniestro giro (Atención: espóilers hasta el final) en el que uno de los invasores, que resulta ser humano, se aviene a atender médicamente a una moribunda Lizzy y, cuando le abre el abdomen, se descubre una maraña de circuitos y partes mecánicas; luego, le pide a Peter que se abra el pecho con un escalpelo y, como su esposa, resulta ser una criatura mecánica. Es un momento muy clásico de sorpresa al mejor estilo Philip K. Dick y muy en la línea de lo que ya se había visto en, por ejemplo, Sospechoso desconocido (1995) o Infiltrado (2002).

Es un giro que, por fin, capta la atención del espectador, le hace replantearse todo lo que había dado por supuesto en la historia hasta ese momento y le renueva la esperanza de poder, ahora sí, ver algo diferente. Pero no. Porque inmediatamente después y tras unos flashbacks que describen brevemente la verdad sobre ese mundo y cómo llegó a existir, la película regresa a un tono poco imaginativo y formulario a base de carreras, tiroteos, actos heroicos, reencuentros emotivos con los seres queridos, etc. No parecería tanto que ese giro se ha encajado exclusivamente para sorprender al espectador, forzando la verosimilitud y coherencia del guion, si se hubiera explicado adecuadamente cómo podría haber funcionado un mundo de máquinas que no conocen su propia naturaleza. ¿Qué sentido tiene para una especie artificial inteligente el borrado de su memoria? ¿Qué ocurre cuando alguna se avería, tiene un accidente o, simplemente, se hace un corte en la piel? ¿No descubrirían entonces su auténtica condición?

El potencial de ese giro sorpresa –que, además, llega demasiado tarde para mantener el interés de la mayoría de los espectadores– es con seguridad la razón por la que muchos de los involucrados, incluido el estudio que lo financió, se unieron al proyecto. Podría haber sido un buen punto de partida para una serie televisiva que explorara los dramas de una sociedad dividida entre humanos y humanoides artificiales. Pero todo ese potencial se desperdicia en un par de flashbacks y casi todo lo demás que rodea a esa idea es, como mínimo, mediocre, material recalentado de otras películas anteriores y mucho mejores.

Prácticamente nadie del reparto transmite carisma o emoción. Incluso Michael Peña parece fuera de lugar en su papel de héroe titular. Es un actor que funciona mucho mejor como comparsa de otro de mayor enjundia y personalidad, y su presencia aquí sólo sugiere que el presupuesto no permitía contratar estrellas de primera división. Con todo y con eso, Peña, como Lizzy Caplan, Mike Colter o Emma Booth, son actores con talento pero que aquí parecen sonámbulos, contentándose con acompañar a la historia hasta el giro trascendental y luego dejarse llevar hasta el desenlace. Ninguno de ellos cae particularmente bien así que es difícil que al espectador le importe lo que les ocurra al final. Es la consecuencia de sustentar la película exclusivamente sobre la acción y el giro sorpresa, descuidando la caracterización.

Extinción es también una de esas películas en las que, para mantener artificialmente viva la acción y el suspense, todo el mundo tiene que tomar decisiones erróneas continuamente, como que Lucy salga de su escondite en el peor momento posible para recuperar su osito de peluche; o que el grupo opte por quedarse en una ratonera y disparar a los alienígenas en lugar de huir. Hay pocos momentos en Extinción que sean verdaderamente satisfactorios, lo cual es muy frustrante porque la idea de partida tenía potencial.

Los efectos especiales son adecuados pero se dirían diseñados por una empresa cuyo encargo hubiera sido el de recortar gastos sin que se notara demasiado. Por eso hay mucho polvo, los tonos cromáticos son oscuros (el protagonista, incluso, lleva una camiseta verde que se funde con los fondos) y todo transcurre de noche. Sí, puede que los alienígenas hubieran decidido que esa era la mejor hora del día para invadir, pero también que de esta forma se puede ahorrar dinero en los efectos y ocultar los fallos. Muchas explosiones son demasiado brillantes y anaranjadas, recordando las casposas producciones de acción ochenteras. La dirección de Young de las escenas de acción es bastante plana y sus intentos de crear suspense totalmente predecibles.

Ya fuera porque el proyecto le venía grande a un director todavía sin recorrido en el género o por presiones para finalizar rápido la película, Extinción terminó siendo un buen concepto mal embalado. Habida cuenta del abierto final, quizá Young y el equipo de guionistas la crearan con la vista puesta en hacer secuelas que ampliaran más las ideas expuestas aquí; o continuarla como una serie para televisión. No creo que Michael Peña o Lizzy Caplan le hubieran hecho ascos a la perspectiva de asegurarse el trabajo con una serie de ciencia ficción de varias temporadas.

Pero a la postre y tal y como fueron las cosas, probablemente todos los que participaron en la película debieron sentirse aliviados de no verla expuesta a una incierta distribución en cines y dejar, en cambio, que reposara semiolvidada en un rincón oscuro de Netflix. Puede que algunos espectadores la encuentren allí, se decidan a hacer “click” con el mando y, si aguantan una hora, se vean recompensados con un interesante giro y un puñado de escenas de acción que les convenzan. Más allá de eso, sin embargo, hay poco en Extinción digno de recomendar.

Como reflexión final, me gustaría destacar el papel que pueden jugar las plataformas de streaming a la hora de dar a conocer películas de serie B que de otro modo quizá no vean nunca la luz. Antes de Extinción, Netflix ya había hecho una jugada semejante con Paramount, comprando por 50 millones de dólares The Cloverfield Paradox, título que el estudio temía se hundiera en taquilla. En principio, este tipo de acuerdos parecen beneficiosos para todos los implicados. Netflix se hace con los derechos exclusivos de estreno y exhibición sin tener que pagar la factura de producirlas; los estudios pueden compensar los gastos en los que han incurrido y, además, no se ven obligados a pagar costosas campañas de marketing; y los aficionados tienen acceso a películas que podrían ser interesantes, incluso buenas, y que de otro modo quizá hubieran quedado durmiendo el sueño de los justos para siempre. Otra modalidad fue la que siguió Aniquilación (2018), que se exhibió en cines en Estados Unidos, Canadá y China, pero que para el resto del mundo solo estuvo disponible a través de Netflix.

La idea puede ser buena, pero suscita dudas acerca de la calidad de las películas que a medio plazo conformarán el catálogo de Netflix. Si esta tendencia se consolida sin ejercer un criterio selectivo, esa empresa podría acabar siendo un basurero de films no considerados suficientemente buenos para tener una distribución en salas. Y, para colmo, películas cuyos puntos fuertes en pantalla grande (por su belleza visual, por ejemplo) quedan diluidos al verla en formato televisivo ven en cambio resaltados los débiles (diálogos torpes, narrativa irregular). Quizá sea una estrategia rentable para Netflix de cara a llenar su fondo de catálogo, pero no parece un argumento muy atractivo para venderse a posibles suscriptores.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".