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Aquel mes en el que nos dejaron Rosalind Elias, Angelo Lo Forese y Mady Mesplé

El mayo del 2020 nos obligó a despedir a varios cantantes que la Parca se llevó, aunque por la vía de extinción más común e inapelable: la edad y en un momento en que el coronavirus tenía angustiosa y universalizada exclusiva en tal hecho luctuoso.

Ninguno de ellos sucumbió a la pandemia y se despidieron tras haber desarrollado un periplo vital y profesional generoso. Un mes poéticamente asociado a la renovación de la naturaleza dentro de un año terrible, si recordamos que anteriormente engrosó tal fúnebre lista una cohorte apabullante, Giorgio Merighi, Franz Mazura, Irina Bogatcheva, Silvano Carroli, Adelaida Negri, Luigi Roni, William Workman, Arlène Saunders, Jeannette Pilou, Mabel Perelstein, Claude Chapuis, Geneviève Moizan… Todos/as representantes de los seis registros vocales. Por ende, este espacio de Cualia podría fugaz y ocasionalmente denominarse Noches (eternas) de ópera.

Rosalind Elias, mezzosoprano norteamericana, el 3 de mayo de 2020 falleció en Nueva York en cuyo escenario metropolitano tuvo constante presencia desde su debut en 1954 (con apenas 25 años, era de 1929 pese a que otras fuentes retrasan un año el nacimiento) en una parte de apoyo (Grimgerde una de las valquirias wagnerianas) combinando a continuación partes de diferente responsabilidad y carácter: Cherubino y Dorabella de Mozart, Rosina de Rossini, Charlotte de Massenet, Preziosilla, Fenena y Azucena de Verdi, Laura de Ponchielli, Suzuki de Puccini. Con oportunidades de codearse con las estrellas más destacadas de su generación como Milanov, Tucker, Albanese, Rysanek, McNeill, Warren, del Monaco, de los Ángeles, Tebaldi o Corelli, sumando en total 45 personajes en alrededor de 500 veladas. Con dos momentos de singular relieve: los estrenos de Samuel Barber, Vanessa en 1958 (Erika con Eleanor Steber y Nicolai Gedda) y Anthony and Cleopatra inaugurando el nuevo espacio de la compañía operística neoyorkina, el Lincoln Center. Esa fidelidad al escenario no le impidió actividad fuera de sus muros y, en tal sentido, merecen recordarse su Baba la Turca de Stravinsky en Glyndebourne (con documento visual incluido) o una de las cuatro Carmen bizetianas en el Liceo barcelonés con motivo del centenario de la ópera en 1975. Grabó varios discos para RCA capaces de dejar sin olvido el recuerdo de una voz bien timbrada, de colorido preferentemente lírico y equivalente en registro a esa calificación.

John Macurdy dejaba este mundo el 7 de mayo de 2020. Estrictamente contemporáneo a la anterior (se llevaban cinco días del mes de marzo) este bajo, asimismo afecto al Metropolitan coincidió con la Elias en varias representaciones como la del estreno de Anthony y Cleopatra de Barber, donde se le distribuyó el personaje de Agripa. Su instrumento vocal estaba más cercano, por anchura y color, al bajo llamado cantante, pero fue capaz por proyección y empuje a asumir partes más pesadas o sonoras escritas para su cuerda como el Gran Inquisidor de Don Carlo. Cantó a Donizetti, Weber, Gounod, Saint-Saëns, Verdi, Wagner, Puccini, Britten. Y destacó, por el añadido de su imponente presencia, como el Comendador del Don Giovanni mozartiano al ser elegido por Joseph Losey para su interesante filmación de la ópera en 1978 donde compartió pantalla con Kiri te Kanawa, Edda Moser, Teresa Berganza, Ruggero Raimondi, Kenneth Riegel y José van Dam. En 1961 estrenó The Crucible de Robert Ward basada en la obra de Arthur Miller.

El 12 de mayo de 2020 nos dejó el bajo polaco Andrzej Saciuk, nacido en abril de 1933 y que dedicó la mayor parte de su actividad a la Deutsche Oper Berlin de 1976 1998. Tal como informa el propio teatro berlinés, en su escenario participó en obras de diferente significado, merced a su excelente preparación y a una voz de rica condición. Así que se le pudo escuchar en títulos mozartianos, wagnerianos y verdianos, extendiendo su interés profesional hasta la modernidad de un Schoenberg. Esa afección berlinesa no le impidió aparecer en otros espacios operísticos y, en tal sentido, pueden citarse una neoyorkina Wally de Catalani con Tebaldi y Bergonzi, una Butterfly con Cheryl Baker en la Opera Holandesa, un Príncipe Igor en París con Anatoly Kotschega y Ewa Podles, Der Rosenkavalier en el Liceo barcelonés o un Comendador de Don Giovanni en Roma con Devia, Antonacci y Norberg-Schulz. Alcanzó un record importante: fue más de 200 veces el Méphistophélès de Gounod. Dejó grabadas dos óperas de su coterráneo Moniuszko, Halka y La mansión encantada.

Complicado resulta resumir en pocas líneas lo que fue la carrera del barítono francés Gabriel Bacquier fallecido el 13 de aquel mismo mes. Para este cantante occitano (era de Béziers), nacido en 1924 no existieron límites para un repertorio, patrio e italiano, serio o cómico, desde que veinteañero debutara en Niza emprendiendo una muy aprovechada carrera nacional e internacional, testificada además por un contrato discográfico sobre todo con el sello Decca. He ahí alguno de sus numerosos personajes a los que con su categoría de excelente actor dotó de un perfil inolvidable, por encima de sus recursos vocales a veces algo apurados ante la tarea emprendida, la mayoría de ellos legados discográficamente (o en imágenes) a la posteridad: los cuatro malvados del Hoffmann de Offenbach, Falstaff, Posa y Yago de Verdi, Don Pasquale y el rey Alfonso de Castilla de Donizetti, Barbe-Bleue de Dukas, Méphistophélès de Berlioz, Ourrias de Gounod, Athanael, Sancho y el Comte des Grieux de Massenet, Don Giovanni y Leporello así como Don Alfonso o conde Almaviva de Mozart, Guillaume Tell de Rossini, Scarpia de Puccini, Nilakantha de Delibes, Saint-Bris de Meyerbeer, Pausole de Honegger, Golaud de Debussy, sin olvidar el Tiresias de Enescu o el Rey de Prokófiev, ya metido en otros espacios estéticos. Con Macurdy (como Viejo hebreo), Bacquier (Sumo sacerdote) compartió tablas en dos Samson et Dalila en el Metropolitan, primero en 1968 con Irene Dalis y Jess Thomas; luego en 1971 con otra pareja de lujo: Grace Bumbry y Richard Tucker.

Sacó tiempo además para estrenar óperas de Menotti, Lessur (Andrea del Sarto grabada), Damase y Rivière. En el Liceo de Barcelona fue Don Giovanni en 1962 y el massenetiano Sancho en 1986.

Al día siguiente, 14 de mayo de 2020, se extinguía el tenor milanés Angelo Lo Forese, dos meses después de haber cumplido cien años. En efecto, nacido en 1920, cinco años más joven que Mario del Monaco, uno mayor que Franco Corelli y dos que Giuseppe di Stefano, tuvo que abrirse camino, y lo logró, en medio de estos tres fenómenos con los que compartió repertorio de tenor lirico spinto. Tras cursar unos primeros momentos profesionales como barítono, pues como tal debutó en 1948 en la parte preferentemente lírica de Silvio de Pagliacci. Dejó testimonios para recordarlo, especialmente apropiados para reflejar su solidez vocal, tímbrica genuinamente mediterránea y temperamento dramático, como un Don Carlo en Florencia 1956 y un Turiddu de cuatro años atrás, con Giulietta Simionato en una de las giras líricas italianas al Japón (que para mayor lucimiento se conserva asimismo en imágenes).

Prestó particular atención a un compositor orillado, Riccardo Zandonai, interpretando dos de sus poco frecuentadas pero bien interesantes óperas: Giulietta e Romeo e Il bacio. Tras una etapa de enseñante, murió en la Casa de reposo erigida por Verdi en Milán. Mantuvo pese al paso del tiempo, un buen recuerdo de lo que habían sido sus medios, con unos agudos fáciles y desprendidos que deslumbraban audiencias, como puede comprobarse en un vídeo que circula por Internet cantando la parte final del Nessun dorma pucciniano y el Di quella pira verdiano, ¡a punto de cumplir 93 años!”. En el gran teatro del Liceo fue Canio de Pagliacci en 1961 y Raoul de Los hugonotes de Meyerbeer diez años más tarde.

No tan mediático como los anteriores, pero habiendo disfrutado suficientemente de su profesión para convertirse en un cantante respetado, Adolfo (Aldo para el arte) Filistad ha fallecido en su Taormina natal a los 84 años Voz indudablemente siciliana por color, luminosidad, proyección y talante, se exhibió en teatros de diferente categoría italianos y extranjeros, aunque estuviera durante un tiempo muy ligado al escenario francés de Dijon. Aquí dio muestras de su versatilidad al interpretar un repertorio exigente y muy diferenciado: partes líricas como el Faust y Roméo de Gounod junto a otros de mayor compromiso vocal como Chénier, Radamès, Turiddu y Canio. Por deseo expreso del compositor cantó L’Opéra d’Aram de Gilbert Bécaud, partitura contemporánea, lo que no le impidió participar también, en un amplio salto temporal y estilístico, en la Euridice de Peri. El 21 de mayo transcendió la noticia de su muerte.

Otra extraordinaria cantante francesa, compañera a menudo de Bacquier, Mady Mesplé, falleció el 30 de mayo del mismo año cerrando así este lúgubre periodo. Soprano ligera en el sentido más estricto por el color purísimo de una voz de cristalina luminosidad (que evocaba por ello a colegas de gloriosos tiempos pretéritos), el registro y la personalidad, brilló (y la palabra e emplea en su justo sentido) en repertorio francés: Lakmé (la mejor después de Mado Robin y antes de Natalie Dessay), Olympia y otras heroínas offenbachianas, Juliette de Gounod (escuchada en el Liceo de 1963), Zerlina y Manon de Auber, la Ciboulette de Hahn (donde estuvo insuperable como hecho a medida) y un amplio etcétera. En repertorio alemán (destacar su Reina de la Noche mozartiana) e italiano asumió con toda lógica las partes de coloratura asociadas a su vocalidad, en especial Lucia di Lammermoor que cantó en Madrid en 1969 con Jaime Aragall. Dedicada a la enseñanza tras su retiro, había nacido en Toulouse en 1931.

No tan mediático tampoco como los anteriores ni cantante cual ellos y en este caso sí víctima del COVID- 19, dejó este mundo Joel Revzen, activo como director de personal del Metropolitan Opera House de Nueva York durante los últimos veinte años. Tenía 74 años y, como músico de indudable prestigio había dirigido coros y orquestas siempre dejando de esta doble actividad una excelente impresión. Una batuta que se sumó a otras también desaparecidas por la misma época: el gran Nello Santi, Hans Zender, Raymond Leppad o Friedemann Layer.

Imagen superior: Mady Mesplé.

Copyright del artículo © Fernando Fraga. Reservados todos los derechos.

Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).

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